Pensar en exploradores parece algo de siglos pasados, de cuentos y personajes como Darwin o Humboldt que se leen en libros de historia. Incluso de ficción al estilo de Indiana Jones o alguna novela de Sir Arthur Connan Doyle. Pero Charles Brewer-Carías ha demostrado durante su vida que todavía queda mucho por conocer y develar sobre las riquezas naturales de Venezuela. Es odontólogo y biólogo, pero también estudió Humanidades. Y desde los 16 años de edad es un apasionado de la naturaleza. Hoy tiene 82 y sigue investigando, leyendo, descubriendo y, como dice él, maravillándose como si fuese un niño.
Naturalista, fotógrafo, escritor y miembro de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela, Brewer-Carías nació en Caracas el 10 de septiembre de 1938. Es un hombre que ha dedicado su vida a la investigación y, en especial, a registrar todo lo que ve y descubre en las expediciones que emprende con otros científicos. Cuevas, animales y plantas han sido nombradas en su honor. Su aporte a la zoología, botánica y etnología venezolana es inconmensurable. Habla la lengua de los yekuana a la perfección tras convivir varios años con ellos en la Amazonia, pero además habla inglés, francés, portugués, italiano y entiende el yanomamö.
En su casa ubicada en el Cerro del Volcán, municipio El Hatillo, el dentista vive con su esposa y dos hijos, trabaja y se ejercita desde hace más de 20 años. A más de 1300 metros de altura, el hogar construido en madera y con techo de caña amarga no escapa de la perniciosa humedad o las fuerzas de la naturaleza.
2021 comenzó con una tragedia. La madrugada del 31 de enero, un cortocircuito en un deshumidificador causó un incendio que devoró 5300 libros de biología, geología, botánica, zoología, antropología, historia y etnología. También, más de 250 mil fotografías, diapositivas y negativos que había registrado durante toda su vida y en todas las expediciones que realizó por Venezuela. La nutrida y valiosa biblioteca que incluso albergó reliquias impresas del siglo XVI era un patrimonio que Brewer-Carías tenía pensado donar a una universidad, posiblemente a la Metropolitana. Pero las llamas consumieron en menos de tres horas el archivo de toda una vida de trabajo.
Cuenta el explorador que su hijo, tras escuchar a sus perros ladrar de manera particular en la madrugada, fue a ver qué ocurría y luego corrió hasta su habitación para despertarlo y advertirle del incendio. La tesis que maneja la familia es que el deshumidificador habría permanecido encendido durante mucho tiempo y una chispa prendió todo. El aparato tenía una semana en el lugar con el fin de controlar la humedad del estudio y evitar que los hongos dañaran los libros.
Intentaron controlar el fuego entre todos. Pero luego de dos horas desistieron al ver que sus esfuerzos no eran suficientes. Tampoco ayudó la bomba de agua, pues se quemaron los cables y cesó el bombeo. Fue allí que decidieron concentrarse en bloquear las llamas para que no afectara otras áreas de la casa y, en lo posible, rescatar algunas cosas del estudio. Llegaron los bomberos quienes trabajaron con sus teléfonos como linternas y baldes con poquísima agua. Para Brewer-Carías la escena era igual a la de un infierno extraordinario que finalmente se extinguió tras consumir todo el estudio.
Afortunadamente nadie salió herido. Hubo algunas quemaduras en la piel y un profundo dolor y tristeza. Pero eso no es suficiente para abatir al explorador octogenario. «Lo que perdí fueron 70 años de archivo de fotografías y de libros contados para mis trabajos. Esos 70 años perdidos no quieren decir que me rendí. Sí, es duro. Pero no es decir que perdí la pelea y estoy achicopalao. Por el contrario, estoy muy entusiasmado y en este momento trabajo en un libro sobre la vegetación de la Amazonia venezolana, agregando fotografías y buscando información sobre las heliamphoras, las plantas carnívoras de las cumbres de esos tepuyes», explica.
Al día siguiente, Karen Brewer, su hija, subió en su Instagram (@Karenexplora) un post donde mostraba con fotografías lo que había ocurrido en la madrugada: «Es difícil describirlo. Hemos perdido gran parte de nuestra vida», escribió. Además, la joven comentó que había creado una campaña para recaudar fondos: aunque algunos no pudieran apoyar económicamente, pedía compartir la información.
Para Brewer-Carías la avasallante respuesta de las personas en las redes sociales fue una grata sorpresa: «Más tarde, Karen publicó un video donde me había filmado y eso ha tenido una repercusión extraordinaria. Para la gente que no me conoce, se sintió como si quisieran saber más sobre lo que pasó. Quién era yo y qué había hecho en mi vida. Y me parece una gran oportunidad, desgraciadamente, que este evento haya provocado esta ansia de conocimiento de lo que tenemos en Venezuela como recurso», comenta sobre las publicaciones que superan los diez mil mensajes de solidaridad y apoyo.
Con lo recaudado en el crowdfunding Brewer-Carías tiene pensado comprar una computadora, dos flashes para su cámara que se quemaron y, por supuesto, reestructurar su estudio con el fin de continuar archivando material de manera segura. Su meta es seguir contando la historia de Venezuela, datos sobre biología, geología y etnología en un país donde, asegura, pocos tienen tiempo para dejar constancia de lo que ven en su ámbito, lugar y época.
Si bien un voraz fuego terminó con la colección de toda una vida, algunas cosas se recuperaron. «Justamente, la semana pasada había sacado un respaldo digital de mis libros en mi computadora. Pero todos los apuntes que había tomado hace 60 años desaparecieron. Se vaporizaron. De Vegetación del mundo perdido, todas las fotografías y textos de botánica los había sacado porque los estaba revisando para un libro nuevo. Pero todavía tengo más de medio millón de diapositivas archivadas por la Fundación Cisneros desde hace más de 20 años y esas sí están bien resguardadas. Vamos a ver cuándo las recupero», afirma Brewer-Carías.
Días después del incendio, el fotógrafo cuenta que en una madrugada de trasnocho pensó en todo lo que había perdido en ese momento. Pero lo hizo de manera poética: «¿De qué manera estaban las letras que había escrito, o las imágenes que había hecho en el humo, en el hollín que cubría absolutamente todo? ¿Qué clave tendrían ellos para descifrar las cenizas? ¿En qué nube estarán volando las letras, la información, las imágenes que se quemaron?», cuestionó.
El incendio le dejó una profunda sensación de vacío. Pero de inmediato pensó en que hay muchas personas viviendo situaciones mucho más adversas que la suya. «Pensé en la diáspora. Gente que tiene que abandonar todo de golpe. Yo tengo a mi familia aquí, bueno, parte, y me apoya. ¡Noooo, qué va! Yo soy una persona afortunada porque lo ocurrido no fue lo peor. Me siento afortunado. Y me da la opción de continuar trabajando para mi país, por mi país y por la gente que va a entender la historia de lo que había en su tiempo y no lo escribieron. Ahora lo van a tener, en parte, gracias a lo que me he dedicado», dice.
Continuar pese a las adversidades
Las cenizas todavía estaban tibias cuando el explorador venezolano decidió seguir escribiendo y organizando sus próximos libros. «No paro. No tomo vacaciones; ni siquiera los fines de semana. Me encanta mi trabajo», confiesa. En la computadora que había sacado días antes del estudio estaban los borradores de los libros Las plantas del mundo perdido, una guía de campo para aquellos que vayan de expedición a los tepuyes y puedan reconocer las plantas que hay en la cima. También, un texto donde recopila, desde hace 30 años, 237 plantas utilizadas por los yanomami en la Sierra Parima. Y otro con 217 fotografías de plantas de la zona del alto Caura que usan los yekuana.
Brewer-Carías recalca el valor que tienen las tres obras que aún están a la espera de alguna casa editorial para ser publicadas. «No hay contribución tal en botánica y no se podrá hacer más nunca. Ni tampoco se podrá hacer una publicación sobre la vegetación del mundo perdido. Allí pasé centenares de horas en helicóptero para obtener la información y tomé unas 24 mil fotografías de plantas. Quiero publicarlos porque serán joyas que tendrá la gente en sus manos para entender y conocer lo que ha pasado en la Guayana».
Por otra parte, trabajó con su hermano, el abogado Allan Brewer-Carías, para otros proyectos editoriales más alejados de lo natural y más cercanos a lo histórico. Publicó en enero, con la editorial Barnes&Noble y Amazon, Biografía del general Rafael Capó. Un héroe conservador en las guerras federales de Venezuela 1859-1863. Allí, los hermanos recuperaron las cartas de su tatarabuelo, un general godo de la Guerra Federal y reconstruyeron su historia a partir de ellas.
En otra colaboración entre los Brewer-Carías, también de carácter histórico, publicarán un libro con las epístolas que su abuelo, Rafael Carías, le enviaba a Teresa de la Parra cuando escribió las novelas Ifigenia: diario de una señorita que se fastidia (1924) y Memorias de mamá Blanca (1929). «Las dos novelas estuvieron asesoradas por mi abuelo y están ahí todas las cartas personales entre ellos dos», añade el naturalista, quien desea retomar pronto un proyecto absolutamente personal: su autobiografía.
Durante su carrera, ha publicado 16 libros. Entre ellos: Las simas de Sarisariñama en 1976; Venezuela y La vegetación del mundo perdido, ambas en 1986; Roraima, the cristal mountain en 1988 y Cerro de la Neblina: resultados de la expedición entre los años 1983 y 1987. Pero es sobre La simbología de la cestería Ye’kwána, un libro de 500 páginas publicado por Juan Carlos Maldonado Art Collection en 2019, sobre el que enfatiza Brewer-Carías. Allí ilustra y explica la cosmogonía, costumbres y el significado de las cestas de esta población indígena venezolana que conoce desde 1961.
«Escribir el libro de 500 páginas me tomó 50 años organizarlo, pero tres años y 8 horas diarias terminarlo. Allí se informa todo sobre la cultura yekuana. Son apuntes de hace 60 años que había colectado en mis expediciones de etnología yekuana con los que logré hacer este libro maravilloso. Los propios yekuanas lo consideran importante para reaprender su propia cultura. Esta obra ya fue publicada en castellano y en inglés. Está disponible, pero no sé cómo porque no he recibido mi parte de los libros. Pero está lista y es una obra de carácter mundial que vale la pena revisar», comenta el autor.
En 1979 fue nombrado ministro de la juventud por el entonces presidente, Luis Herrera Campins. En su gestión se creó el innovador sistema de cierre de avenidas en las ciudades para permitir que los ciudadanos practicaran y se acercaran al deporte. Hoy día los caraqueños todavía disfrutan de las caminatas por la Cota Mil los domingos. Pero entre sus preocupaciones también estaba la Zona en Reclamación. Por ello, en 1981 organizó una expedición de reconocimiento al Esequibo. Allí se adentró hasta llegar a Mattew’s Ridge, un poblado a más de 50 kilómetros de Venezuela. Gracias a ese trabajo le fue otorgada la Orden de El Libertador ese mismo año.
Otro tema al que se ha dedicado, pero a denunciar y rechazar, es la minería ilegal. «Se trata de una materia que conozco profundamente», asevera. De hecho, tanto Charles como su hija Karen están en contacto con el proyecto SOSOrinoco, un grupo de científicos y activistas venezolanos que desde 2018 trabajan de forma anónima para darle visibilidad a todo lo que ocurre con la minería ilegal.
El explorador continúa: «Acabamos de publicar un libro de 150 páginas sobre lo que yo he estudiado y no se habla: la minería en la Amazonia venezolana. Todos mencionan al arco minero del Orinoco por la parte norte y bordeando al río. ¿Pero qué tal cerro la Neblina, el Arakabú y el Atapabo? ¿Qué tal el Yapacana, el Ventuari o el Parnaso? Esas son minas gigantescas de las cuales nadie habla. Bueno, yo acabo de publicar un trabajo sobre mi conocimiento de 1984. Cómo se originó en esta zona y cómo está en la actualidad con imágenes importantes. Ese lo publica la Academia de Ciencias venezolana. Eso es un escándalo porque están involucrada las FARC y el ELN», condena.
El naturalista ve con desdén lo que sucede al sur del país. Lo considera un desorden y la solución que ve factible es organizar, canalizar y legalizar la minería con aquellos que tengan la intención de hacerlo. Más allá de eso, advierte que los bosques que han sido talados para la excavación de minerales no regresarán en menos de mil años. El ecocidio ha transformado la zona en un desierto. Agrega Brewer-Carías que la gente no entiende bien qué sucede porque no ha visto suficientes imágenes que expliquen la magnitud del daño.
Un explorador moderno
A los 14 años de edad, en la urbanización Valle Arriba de Caracas, Charles Brewer-Carías descubrió un yacimiento arqueológico. El primero de la capital y la primera señal de que este joven dedicaría su vida a la exploración y la naturaleza. Aquello fue publicado por la Sociedad de Ciencias La Salle, donde trabajaba gracias a una plaza como asistente en el departamento de Antropología. Años más tarde estudiaría Odontología y Biología. Como médico trabajó 20 años y su práctica la realizó, en parte, con los indios yekuana.
En 1961 realizó su primera expedición. Iba al río Paragua, estado Bolívar, con el fin de encontrar la ciudad perdida de San José de Guirior. 10 años más tarde, descubrió unas cuevas en el cerro Autana y en 1974, las simas del monte Sarisariñama. Otras expediciones lo llevaron a conquistar más cuevas: una en Chimantá (que lleva su nombre y es la cueva de silicato más grande del mundo), otra en Roraima, Cueva de ojo de cristal; y un sistema en Muchimuk. En total, las expediciones del biólogo superan las 200, una hazaña extraordinaria que representa la mayor cantidad de excursiones jamás realizadas en la historia.
«Entre tantas, una de las expediciones más largas fue la del Cerro de la Neblina. Estuve cuatro años con científicos de todo el mundo. En esa expedición se consiguieron centenares de especies nuevas. De hecho, en todas las expediciones se han encontrado nuevos especímenes. Y en 29 ocasiones, los investigadores, para honrarme, le han puesto mi nombre; tengo alacranes, sapos, ranas, plantas y cuevas con mi apellido. Pero yo no soy un descubridor, soy una persona que organiza las expediciones a las que van los especialistas. Soy un enciclopedista. Estoy muy agradecido por ello», aclara.
Charles Brewer-Carías no toma alcohol. No va a fiestas y tampoco fuma. Su objetivo es trabajar y compartir sus conocimientos. Cada año aprende más y más, y con ello, resalta, se ha dado cuenta de lo extenso que es el saber. Por otra parte, el incendio le ha permitido ver los efectos del desconocimiento. «Por una desgracia, una catástrofe, veo que la gente se interesa en descubrir lo que tenían, pero no sabían que tenían. Para mí es un gran honor y una oportunidad para dar a conocer mi trabajo».
En estos momentos, el explorador se encuentra planificando una expedición a la cueva que descubrió en el macizo de Chimantá y estudiar las nuevas formas de vida que encontraron allí. También quiere visitar otras cuevas de ese macizo. Para mantener su buena forma física, entrena regularmente para enfrentar nuevos caminos y aventuras en la Guayana venezolana. Mientras tanto, él escribe y su hija Karen Brewer sigue posteando fotos y videos, compartiendo curiosidades y descubrimientos de la riqueza venezolana a través de Instagram.