Dos sacerdotes armados solo con su fe se enfrentan a fuerzas sobrenaturales que amenazan la inocencia de una niña. Los cambios culturales, la incertidumbre social y el descubrimiento de que la ciencia no puede explicarlo todo, constituyen el contexto argumental del filme El exorcista.
La religión al rescate de la ciencia
Con un guion basado en la novela del mismo título escrita por William Peter Blatty, inspirada, supuestamente en un exorcismo real ocurrido en Washington en 1949, la película cuenta la historia de Regan, una niña de doce años víctima de fenómenos paranormales.
Un catálogo de síntomas inexplicables, que incluyen la levitación, contorsiones sobrehumanas y espasmódicos movimientos, que llevan a su madre a buscar el socorro de la ciencia.
La falta de resultados en los análisis clínicos la conducen a un sacerdote con conocimientos de psiquiatría que decide que el problema de la niña es de nivel moral; una lucha entre el bien y el mal.
Convencido de que la niña está poseída por una fuerza oscura, recurre a un sacerdote especialista en exorcismos para expulsar al diablo de su cuerpo.
De la euforia de los 60 a las turbulencias de los 70
La trama se desarrolla durante los primeros setenta. Un momento de la historia humana entre los luminosos años sesenta y una nueva década que comenzaba a andar hacia territorio desconocido.
Para algunos, el espíritu de los sesenta tuvo su final simbólico en los crímenes de la secta de Charles Manson y el aumento del consumo de drogas duras y las protestas de la guerra de Vietnam como telón de fondo.
Al mismo tiempo las religiones tradicionales perdían feligreses en detrimento del ocultismo y creencias más herméticas y alternativas, incluido el satanismo. Una amalgama de doctrinas que al tiempo que horrorizaba a los adultos alimentaba las fantasías de las nuevas generaciones.
Los cambios en el cine de terror
Otro de los aciertos de la película es la transformación de muchas de las premisas del terror clásico. De los cuentos protagonizados por criaturas fantásticas y desarrollados en escenarios imaginarios, se pasa a buscar la maldad intrínseca del ser humano en situaciones cotidianas inmersas en escenarios comunes.
El exorcista no fue la primera cinta que utilizó este argumento. Con anterioridad Roman Polanski había dirigido La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, 1968), en la que una pareja recién instalada en un edificio en Nueva York convive con unos vecinos de turbias intenciones.
Pero sin duda, es el filme que mejor resume la nueva tendencia. Todos los componentes apuntados convergen para convertirla en un filme angustioso, donde se desatan los miedos más profundos sin necesidad de recurrir a decorados tétricos ni monstruos amenazantes característicos de décadas anteriores.
Una evolución obvia, ya que lo extraño sería que en un mundo donde la violencia, la muerte y la guerra ocupa un amplio espacio en los medios de comunicación, los monstruos y criaturas fantasmales, heredadas de los cuentos populares europeos, continuasen dando miedo y quitando el sueño a los espectadores.
Las campanas tubulares de El exorcista
Uno de los ingredientes fundamentales del género de terror es la música. En el caso de El exorcista, su director barajó la posibilidad de hacer el encargo a Bernard Hermann, autor de la música de alguna de las más conocidas películas de Alfred Hichtkock, entre ellas la escalofriante Psicosis.
Finalmente se decantó por compositores de vanguardia contemporáneos como Krzysztof Penderecki, George Crumb, Jack Nitzsche y Steve Boeddeker.
Pero sin duda el gran acierto fue incluir en la banda sonora los inquietantes sonidos de Tubular Bells (Campanas tubulares) del británico Mike Oldfield. Su aportación fue fundamental para dar a la película su atmósfera opresiva y amenazante.
De paso hizo de su autor una celebridad y una de las grandes personalidades de la música popular.
¿Una película maldita?
Estrenada el día después de la Navidad de 1973, El exorcista se convirtió en un fenómeno de masas, con largas colas de espectadores deseosos de sentir en primera persona el miedo y el desasosiego impreso en las caras de los que habían ocupado la butaca antes que ellos.
A los méritos artísticos del filme se unieron una serie de sucesos que le dieron un aura de película maldita que ayudó a su promoción. Según su director, William Friedkin, desde el principio el rodaje estuvo plagado de hechos difíciles de explicar.
Una paloma que choca con un aparato eléctrico y provoca un incendio. Las heridas y lesiones sufridas por el equipo durante la grabación de la película.
Accidentes como el de la niña protagonista, lanzada contra el suelo por la cama motorizada en una escena de posesión demoníaca. A esto hay que sumar las muertes de parientes de los actores durante el tiempo de rodaje.
Pero más allá de la contingencia de estos hechos, que sin duda fueron aprovechados para dar un empujón a su éxito comercial, El exorcista se mantiene como una de las películas mejor valoradas del género con secuelas y multitud de películas que siguen los pasos del original.
Además, sus personajes principales, los sacerdotes Karras y Lankester y Regan, la niña poseída, han trascendido la gran pantalla y se han convertido en iconos culturales que todos podemos reconocer.
Incluso se han despojado de su naturaleza terrorífica y mutado en protagonistas de parodias y programas de humor, lo que no hace más que aumentar el peso de un filme todavía vivo después de cincuenta años.