En los años que siguieron a su exilio, voluntario y doloroso, Karina Sainz Borgo era incapaz de hablar de Venezuela. Se levantaba de la mesa en mitad de las comidas familiares, apagaba el televisor y cambiaba de tema en las reuniones de amigos.
Silenciosamente y a miles de kilómetros de Caracas, la culpa, la rabia y la nostalgia abonaban el terreno para La hija de la española, la primera novela de la periodista. Desde su publicación a principios de año, se convirtió en un éxito editorial en más de 25 países. En estos días, finalmente, salió a la venta en Venezuela.
«Sentía un nudo dentro que me impedía hablar de mi país. En 2017, cuando hubo multitudinarias protestas en las calles que fueron reprimidas por el gobierno, me senté a escribir», relata Sainz Borgo a la AFP en París.
«La culpa que invade a quienes nos marchamos, que nos sentimos desertores, que nos damos de baja en el dolor de nuestra gente, actuó como resorte para intentar contar la tragedia que vive Venezuela desde la ficción, pero de la manera más honesta posible», agrega, en vísperas de que su libro llegue al mercado francés.
La hija de la española supura desarraigo, nostalgia, rabia y compromiso. Traslada hábilmente al lector a una sociedad que lleva 20 años inmersa en un proceso político, económico y social que fuera de Venezuela es a menudo «incomprendido», «estereotipado» o «manipulado».
A través de la pérdida que sufre la protagonista de la novela, se obtiene una fotografía muy periodística de un país que también ha perdido mucho y aparece desnudo en toda su crudeza. Una Venezuela violenta, diezmada, contradictoria e histriónica. Una sociedad confusa y confundida, con unos sentimientos encontrados hacia el chavismo y hacia una revolución desmitificada.
«En estos años, el periodismo venezolano ha hecho un trabajo muy bueno para contar el país. Pero la ficción abre la puerta para un relato más emotivo. Permite hablar no tanto de los líderes y más de la gente», agrega esta periodista caraqueña de 37 años de edad.
Un país al que no se puede regresar
Desde principios de año, La hija de la española se lee en España, Colombia, Brasil, Estados Unidos, Alemania y China, pero no en Venezuela. A la crisis política que vive el país se une un desmoronamiento financiero y una hiperinflación que hacían imposible que el libro entrara en el mercado venezolano.
En estos días, una modesta edición, libre de derechos de autor, se imprimió en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas. Fue allí donde Sainz Borgo estudió Periodismo.
«Saber que el libro no se podía leer en mi lugar, en el lugar de la novela, me generaba mucha amargura. Era una constatación del aislamiento y el empobrecimiento. En este momento, que no entre un libro en Venezuela no es tan grave como que no entre una medicina, pero es una señal clara de cómo está mi país», afirma la autora.
Sainz Borgo, nieta de españoles, hizo las maletas hace 13 años y se instaló en Madrid, donde trabaja como periodista cultural. Se fue, pero nunca se ha podido marchar. Venezuela la acecha, sus noticias la torturan. «El país ronda por mi cabeza más de lo que me gustaría», admite.
En cada entrevista y presentación de La hija de la española, la autora termina hablando más de la situación del país que del proceso de creación del libro. «Sería frívolo e irresponsable por mi parte que no fuera así. Y por ejemplo, la mejor novela del boom latinoamericano también tuvo un perfil muy político«, recuerda.
Además, en España, Colombia, Miami o en cualquier otro lugar donde presente su libro, siempre hay entre el público algún venezolano, que forma parte de los más de 4 millones de exiliados, entre los que la novela ha multiplicado la melancolía y el desasosiego.
«Nuestro desarraigo es aún mayor porque exhumo en mi novela rasgos de un país que existía pero al que no podremos regresar nunca porque ya no existe. Es doblemente trágico para los exiliados», lamenta. «Ya no conozco Venezuela y Venezuela tampoco no me conoce», concluye.