Viernes. 3:00 pm. En el centro comercial El Recreo, en Caracas, una larga fila de jóvenes espera para ver Thor: amor y trueno. Aunque es la tercera semana de la cinta dirigida por Taika Waititi en cartelera, la sala está casi llena. Los pocos asientos que quedan vacíos se van llenando, poco a poco, a medida que avanza la película. Pasa igual con películas como Top Gun: Maverick, Jurassic World, Spider – Man. Pero, ¿qué pasa en una sala donde se proyecta una película venezolana? El escenario es muy diferente. A veces, deprimente.
El cine venezolano ha tenido hitos de taquilla como Papita, maní, tostón (2013), de Luis Carlos Hueck. La comedia es la película venezolana más vista en el país, con casi 2 millones de boletos vendidos. Destacan también el El pez que fuma (1977), Secuestro Express (2005), La hora cero (2010), Azul y no tan rosa (2012) o La casa del fin de los tiempos (2013). Pero, lamentablemente, no a todas las cintas nacionales les va igual. De hecho, a muy pocas les va tan bien. En una sala, una producción hecha en el país puede reunir, apenas, una veintena de espectadores. Siendo optimistas.
Recientemente, El exorcismo de Dios, de Alejandro Hidalgo, vendió 91.000 boletos y recaudó más de 204.715 dólares. Pero es importante aclarar que la película es una coproducción entre México, Estados Unidos y Venezuela que se hizo con financiamiento independiente, a diferencia de otras películas nacionales que dependen de los fondos que sus realizadores puedan conseguir o, en su momento, del apoyo que brindaba el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC).
Además de El Exorcismo de Dios, en el primer semestre de este año se han estrenado otras cuatro películas venezolanas: Azotes en llamas, de Jackson Gutierrez ($17.678), Qué buena broma, Bromelia, de Efterpi Charalambidis ($6.458), Free Color, de Alberto Arvelo ($3.894) y Un destello interior, de Andrés Rodríguez y Luis Rodríguez ($1.238), y se espera que lleguen a la cartelera, al menos, otros 15 títulos: Lunes o martes, nunca domingo, de Maruví Leonett y Javier Martintereso; Especial, de Ignacio Márquez; Hijos de la tierra, de Jacobo Penzo, o La Jaula, de José Ignacio Salaverría, entre otras. Entre enero y junio de 2022 se han vendido 2.847.572 de boletos y se han recaudado casi 7 millones de dólares, de los cuales $233.983 fueron de producciones venezolanas.
En enero de 2021 el sector cinematográfico retomó sus actividades en el país tras diez meses paralizado por la pandemia. No pudo hacerlo al 100% de su capacidad, se tuvo que reducir el aforo a la mitad y solo estaba permitido trabajar durante las semanas de flexibilización bajo el método 7+7. Llegaron a las salas nueve títulos nacionales –entre las que destacan Dirección opuesta, de Alejandro Bellame ($6.841), Érase una vez en Venezuela, de Anabel Rodriguez Rios ($2.704) y La fortaleza, de Jorge Thielen Armand ($2.285)–, los cuales vendieron 11.257 tickets y recaudaron 27.375 dólares en taquilla. Antes de la llegada del covid-19, durante el primer trimestre de 2020, se vendieron 1.616.675 boletos en el país, correspondientes a producciones nacionales e internacionales.
Aunque pareciera que el panorama ha mejorado, aún queda mucho trabajo por hacer. El cine venezolano está en emergencia desde antes de la pandemia. Los problemas que afectan al sector, desde hace algunos años, no han desaparecido; al contrario, se mantienen y empeoran: falta de financiamiento, disminución en el número de espectadores y la migración de personal calificado, entre los más importantes. “Las condiciones macro del país, tanto económicas como de infraestructura, no facilitan los rodajes. Hay éxodo de personal técnico y artístico. Eso no ha parado. Creo que si tuviésemos que rodar dos o tres largometrajes al mismo tiempo no sé si habría suficientes técnicos, no podríamos escoger con quién trabajar», considera Claudia Lepage, productora ejecutiva de La distancia más larga (2013) y cofundadora de de JEVA, Asociación Venezolana de Mujeres Cineastas.
En 2019, el Foro del Cine Venezolano declaró al gremio en emergencia debido a la paralización del sector por la falta de financiamiento. En ese momento, la organización recordó que en 2014 se estrenaban aproximadamente 25 películas, mientras que ese año, apenas, llegaban 2 ó 3 cintas a la cartelera.
En el pasado las producciones venezolanas llegaron a recibir hasta un millón de dólares de financiamiento por parte del CNAC a través de Fonprocine, ente recaudador y de financiamiento para proyectos cinematográficos venezolanos. La crisis económica que vive el país también afectó al fondo y el dinero que otorgaba a cada película mermó, lo que incide directamente en la calidad de los proyectos cinematográficos y repercute en el número de espectadores.
Joe Torres, productor de cintas como Yo y las bestias, de Nico Manzano, Mejor Película del Festival de Cine de Mérida 2022, y Free Color, el documental de Alberto Arvelo dedicado a Carlos Cruz-Diez, considera que el cine venezolano está en una situación frágil porque las películas, salvo contadas excepciones, no logran recuperar lo que se invirtió en ellas, independientemente del presupuesto. Asegura que en muchos de los casos se debe a la baja calidad de los títulos, producto de la falta de financiamiento. “Ahora hay un boom de películas que van desde 35 mil hasta 100 mil dólares, cuando venimos de hacer películas de un millón. Esas películas, que son baratas si las comparas con el promedio de la región, tampoco están recuperando el dinero invertido. Hay un problema de audiencia. Venezuela pasó de ser un país que vendía 30 millones de tickets, que era como si cada venezolano iba al cine al menos una vez al año, a no llegar a 5 millones de boletos en general. De esos 5 millones, el cine nacional tiene un porcentaje lamentable”, detalla.
No es un secreto que los venezolanos han dejado de ir al cine. Y si van, sus preferencias no se inclinan por las producciones nacionales. ¿Las razones? La crisis económica que vive el país ha hecho que la mayoría de la población limite sus opciones de ocio y esparcimiento. Y muchas personas tienen la percepción de que el cine venezolano no es bueno. Suelen compararlo con producciones de Hollywood o cine iberoamericano, algo que el cineasta Edgar Rocca considera injusto, porque la mayoría de los realizadores locales no cuenta con los recursos a los que tienen acceso directores internacionales. «Cuando vas a ver Thor, por ejemplo, notas que la sala está llena, pero cuando ves una película venezolana, que se hizo con el 0,01% del presupuesto de Thor, la gente no va porque dice que está mal hecha. No es que esté mal hecha, el que lo dice no sabe cómo hicieron la película, simplemente es la apreciación general sin mayor profundidad de que nuestro cine es pequeño. Sabemos en qué país estamos, no se puede hacer de otra manera».
Aunque es posible hacer una buena película con poco presupuesto, Torres considera que este no debería ser el patrón del cine venezolano. “Nosotros deberíamos gozar de presupuestos medianamente razonables en función de los promedios de la región”. No obstante, mientras eso no ocurra, asegura que los cineastas deben asumir su cuota de responsabilidad y abocarse a hacer mejores películas con los recursos disponibles o, simplemente, esperar a contar con lo necesario. «Hay una parte que no podemos controlar y es la preferencia del público por un producto mejor empaquetado, pero los cineastas venezolanos debemos asumir nuestra responsabilidad, hacer una crítica constructiva y asumir que nuestras producciones, en los últimos años, tampoco han tenido la calidad artística y técnica para atraer y enamorar al espectador venezolano. Todo lo contrario. Hay un montón de producciones venezolanas que lamentablemente, desde el punto de vista artístico y técnico, dejan mucho que desear y eso aleja al espectador de nuestro cine. Ya pasó la época de los grandes éxitos venezolanos, la época reciente en la que películas como La hora cero (Diego Velasco, 2010), Hermano (Marcel Rasquin, 2010) o Azul y no tan rosa (Miguel Ferrari, 2012) fueron un éxito».
Rocca señala que tampoco se debe pretender hacer películas con un gran presupuesto si no se tiene la capacidad para recuperar la inversión. «Es una vergüenza que queramos hacer películas con un millón de dólares y no tengamos la estructura que tiene, por ejemplo, El exorcismo de Dios. Sobre esa película no podemos reclamarle nada a su realizador porque costó un millón de dólares y vendió más de un millón en tickets. Ese es el deber ser, no solo como algo cultural y artístico, sino como negocio», dice.
Un aspecto importante de recuperar financiamiento para el cine venezolano, destaca Torres, radica en el hecho de no perder porcentajes en relaciones de coproducción. «Venezuela pasó de ser mayoritaria en las fórmulas de coproducción a ser minoritaria en términos de correlación. Es decir, si yo hago una película con México y España, lo máximo a lo que puedo aspirar es que Venezuela tenga el 40% y México y España el 60%, pero es pretencioso de mi parte porque Venezuela no tendrá cómo justificar su 40% de forma real. Entonces, lo que va a terminar pasando es que tenga el 30% y que los otros dos 70% ¿Qué hace eso? Te pone en una situación de fragilidad porque no eres mayoritario en tu propia película; entonces deciden México y España», explica.
Pequeños cambios
A pesar de los problemas que persisten, el sector ha experimentado pequeños cambios –que algunos ven con optimismo– desde que Carlos Azpúrua, uno de los referentes de la filmografía nacional con obras como Disparen a matar (1990) y Amaneció de golpe (1998), asumió la presidencia del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, institución cuyo objetivo es apoyar y promocionar a la comunidad audiovisual del país y que desde hace algunos años estaba, prácticamente, paralizada.
La productora Claudia Lepage recibió con optimismo la noticia y reconoce que ha notado algunos cambios en el sector como, por ejemplo, la aprobación de apoyo para proyectos. «En marzo de este año salieron resultados positivos para varios proyectos que estábamos esperando, porque tenía uno allí, cosa que aplaudo porque no podemos esperar año y medio para saber qué hacer con una película. Que el tiempo de espera se pueda acortar y que el dinero que hay en el CNAC, recaudado a través de Fonprocine, se pueda adjudicar me parece importante porque hay muchas ganas de desarrollar, producir o culminar películas a las que les falta un último empujón y que gracias a esos recursos se puedan terminar».
Sin embargo, la productora ejecutiva de Once Upon a Time in Venezuela agrega que aún es necesario esperar unos meses para evaluar si la situación, tanto del CNAC como del gremio cinematográfico, se reorganiza y mejora. «Le deseo (a Carlos Azpúrua) mucha constancia, disciplina, tenacidad y esa voluntad de unirnos y aglutinarnos independientemente de la tendencia política que tengamos, pero creo que debe ser un trabajo constante y organizado. Hay que darle unos meses para que esto se pueda reorganizar. Quiero verlo con esperanza», dice.
Joe Torres, que considera que el cine venezolano atraviesa su peor crisis contemporánea, coincide en que, desde que Azpúrua está al frente del CNAC, ha habido cierto optimismo en el sector, pero eso no significa que los problemas hayan desaparecido. “Creo que Carlos ha hecho lo que ha podido para reinstitucionalizar el CNAC, para que vuelva a su eje y asuma las responsabilidades que tiene como la gestión de los fondos privados nacionales de Fonprocine y que se distribuyan de la manera correcta. Carlos ha empezado a poner las cosas en orden, cosa que es muy difícil porque el país sigue dividido en dos mitades. Entonces, él ha tenido que navegar entre los extremistas de un lado y los del otro, teniendo él una postura política muy clara: es partidario del proceso, se reconoce como chavista, como bolivariano. Entendiendo su posición política, contraria a la mía, sé que no la ha tenido fácil”.
El crítico Sergio Monsalve considera que, tras años de polarización, el sector está regresando a la etapa en la que instituciones públicas y creativos del cine están en la misma línea. Es la única forma, indica, de sobrevivir luego de la contingencia de la pandemia. «Creo que se están tomando correctivos. No estamos bajo la panacea, no estamos ante el paraíso en la tierra, hemos vivido obviamente tiempos mejores para el cine venezolano, pero creo que se están tomando correctivos. Entonces creo que a futuro, visto lo visto en meses recientes, el panorama pinta un poco mejor».
Una deuda que continúa
Desde 2016 Venezuela mantiene una deuda con el programa Ibermedia, que respalda la formación, desarrollo y coproducción de audiovisuales iberoamericanos. Aunque el país pertenece al programa desde su fundación, en la década de los 90, sus cineastas no pueden solicitar apoyo financiero para sus proyectos porque el CNAC no ha pagado su cuota anual desde hace más de cinco años.
Saldar la deuda con Ibermedia ha sido la promesa de cada presidente del CNAC; sin embargo, hasta la fecha, ninguno lo ha cumplido. Carlos Azpúrua se propuso pagar lo que adeuda el país. Recientemente, aseguró que había logrado obtener los fondos para realizar el abono. «He logrado preservar el dinero para volvernos a integrar en uno de los programas más importante de América Latina, como un programa multilateral que es Ibermedia. Eso está a punto de darse. Ya tengo la autorización del ministro Freddy Ñáñez y del ministro Ernesto Villegas», dijo.
Lepage destacó la importancia de Ibermedia para la cinematografía nacional, puesto que con apoyo del programa de coproducción se han realizado 100 películas. «Mientras no se pague Ibermedia seguimos fuera del mapa, pues es muy cuesta arriba producir en este momento», afirma.
Otra de las promesas de Azpúrua durante su gestión es no censurar o prohibir películas, como ocurrió en el pasado con cintas como Infección (Flavio Pedota, 2019) o El Inca (Ignacio Castillo Cottin, 2016). «Yo no voy a prohibir nada”, dijo. Ese pasado reciente ha afectado al cine venezolano, considera Monsalve. «Tenemos un cine tímido y reprimido, eso afecta directamente al consumidor, a las relaciones con el espectador, porque este se da cuenta y se fastidia de películas que están tan reprimidas, tan censuradas y tiene una bajada de línea por detrás. El espectador no es tonto», afirma el realizador del documental El año de la persistencia.
Lepage lamenta el hecho de que algunos cineastas se autocensuran y evitan abordar ciertos temas porque el cine debería ser un testimonio de lo que ocurre en el país, pero si hay autocensura es imposible. «Que no estemos contando algunas historias es triste, porque para las generaciones futuras será como un retrato desdibujado de esta época el que quede». Sin embargo, la productora ve señales positivas. «Hay cineastas que, con mucha valentía, están haciendo obras que son polémicas. Muchos viven fuera y es más sencillo para ellos, pero lo bueno es que se está dando una colaboración entre los cineastas de la diáspora», añade.
Siempre en desventaja
La Ley de Cine establece que las películas venezolanas deben estar, al menos, dos semanas en cartelera, independientemente de que lleguen o no al promedio de espectadores en sala. Pero el gremio cinematográfico ha denunciado muchas veces que los exhibidores no cumplen con lo que dice la ley. ¿La razón? Los títulos nacionales no resultan rentables.
Aunque el sector de los exhibidores –uno de los más afectados tras la pandemia– hace un gran esfuerzo para apoyar al cine nacional, Joe Torres cree que podría ser mayor. «Ellos vienen resistiendo. Han ido regresando de forma paulatina y todavía no manejan los aforos completos. La ley estipula que una película venezolana tiene que estar, mínimo, dos semanas en cartelera. Creo que eso no se cumple por razones obvias, porque pareciera insostenible», dice.
En los últimos años, las películas venezolanas han sido desfavorecidas en cuanto a programación y exhibición, asegura Lepage. “Esto ya venía pasando antes, ahora es como una norma. Ya se ha hecho una práctica en la que los exhibidores dicen, a través del distribuidor: ‘Si quieres entrar en X sala, ok, pero una sola semana’. De antemano te ponen la condición. Entonces, uno mismo empieza a hacer concesiones para estar en esa sala que hacen que la infracción a la ley sea una cosa normal. Es una situación compleja”, señala la productora.
Además del tiempo en cartelera, el horario y número de salas que le asignan a las películas venezolanas no son los mejores, añade Édgar Rocca. “Si a una película como La fortaleza le das un horario a las 12:00 del mediodía no le irá bien, porque no es el horario para esa película. No estamos pidiendo 100 pantallas, estamos pidiendo una programación lógica”, dice el cineasta.
Sobre el número de salas explica: “A nivel nacional hay 250, porque algunas han cerrado, de las cuales a las películas de Marvel se les llegan a dar 240, mientras que a las películas venezolanas apenas 10. Entiendo que el cine es un negocio y que no tienen porque dar más salas si ese contenido no está llevando gente, pero creo que se debe replantear y ver qué estrategias se pueden crear desde el sector exhibición para atraer más público. Mientras más salas mejores números tendrá la película”.
Rocca destaca la necesidad de establecer acuerdos y estrategias que favorezcan al cine nacional, en vista de que es el que tiene mayores posibilidades de crecimiento en el país. “No vas a tener en Venezuela a Colin Trevorrow promocionando Jurassic World, pero sí a los actores y directores de las películas que se hacen aquí. Si al cine venezolano le va bien, a los cines también, porque aunque a mi película le vaya mal el cine gana su porcentaje. Creo que debemos sentarnos a crear estrategias y ver cómo dinamizamos el sector, que la gente vuelva a las salas a vernos”.
Para Lepage el trato que reciben las películas venezolanas también se debe a una falta de cariño por parte de los exhibidores a las producciones hechas en el país. Cree que la situación podría cambiar solo si realizadores y exhibidores trabajan mancomunadamente para que al cine nacional le vaya mejor. «Al final del día el cine venezolano es vernos a nosotros reflejados en nuestra pantalla, es una expresión de nuestra cultura, son historias contadas con nuestro propio acento. Si hubiese voluntad por parte de los exhibidores en sentarse con nosotros a conversar para ver cómo podemos solucionar o mejorar los números en taquilla y aprovechar lo que estamos haciendo a nivel nacional, sería lo mejor. Buscar soluciones en conjunto, pero eso no está pasando, tampoco hay interés en que eso suceda».
Una herencia de generaciones pasadas
Además de la falta de financiamiento, otra de las razones por las que los venezolanos no ven cine nacional es porque, muchas veces, no conocen la oferta de títulos locales, debido a que sus realizadores no saben cómo promocionar sus películas. «Un grave problema es que una vez que tenemos la película no se sabe qué hacer con ella. No se sabe vender, mercadear, publicitar. Puedes tener una buena película, pero no existe porque no sabes cómo llegar al público y compartir sus valores. En eso cualquier filme internacional nos gana, nos lleva mucha ventaja. Obviamente es un sistema muy desigual en el mundo, no solo en Venezuela. Nosotros nos fuimos quedando atrás y no existimos, no solo en el panorama internacional sino en el latinoamericano, en el que Venezuela tuvo en algún momento un puesto privilegiado”, considera el productor de Free Color.
Edgar Rocca afirma que este es un problema que viene arrastrando el cine venezolano desde hace años. «El negocio de una generación anterior a la mía era sólo hacer la película. Esa es una visión errada porque el verdadero negocio debe ser venderla».
En los últimos años el cine nacional se ha caracterizado por presentar propuestas más autorales, por lo que las producciones más comerciales, como comedia, terror o thriller, han disminuido. Estas últimas son las que suelen atraer más público a las salas. Sergio Monsalve considera que ambas propuestas, que nutren y diversifican el cine venezolano, pueden convivir en el mismo espacio. «Creo que tenemos que ir a un cine que puede ser artístico, digno, con destreza técnica, experimental y autoral y también buscar una combinación de todo ello con uno con sentido comercial. Tenemos que encontrar de nuevo la fórmula», dice.
Lepage considera que en los últimos años las personas que ven películas venezolanas se han convertido en un público de nicho. Por esto cree necesario diseñar una estrategia para realzar la marca del cine nacional para retomar una industria que atraía público a las salas. «Además de hacer una inversión en publicidad y dar recursos para que los cineastas podamos producir películas de calidad y tener una adecuada promoción, se necesita hacer un trabajo de marca de cine venezolano porque no es suficiente solo dar dinero para hacer una película y que le vaya bien», asegura.
¿Cómo recuperar el sector?
Karina Gómez, directora del Festival de Cine Venezolano que después de tres años volvió a Mérida este 2022, no cree en la palabra recuperación. «Cuando la gente dice ‘vamos a recuperar’, esas son palabras vacías porque nunca se ha perdido, el cine nunca se ha dejado de hacer. Hace unos 20 años de repente se estaban haciendo 1 o 2 largometrajes, pero hoy en día hay 13 o 14 largometrajes cada año». Destaca que es necesario crear políticas públicas que favorezcan al sector así como mejorar los incentivos a las producciones. “El cine es un cúmulo de cosas. Es un gran rompecabezas en el que todo el mundo depende de todo el mundo”.
Para que haya un verdadero cambio en el cine nacional se requiere del interés y la participación de todos, instituciones públicas y privadas, exhibidores y realizadores, asegura Caudia Lepage. «Siento que el trabajo gremial que veníamos haciendo hace unos cuantos años atrás se ha venido espichando ¿Por qué? Porque somos cada vez menos los que estamos en el país, hay ciertas cosas que uno solo no puede cambiar, se requiere de voluntad de diferentes actores, voluntad del Estado para diseñar políticas públicas renovadas, se requiere también que los actores de la empresa privada se interesen. No somos solo los cineastas los que tenemos que empujar, creo que todos los actores deberían hacerlo».
Rocca resalta, también, la necesidad de establecer acuerdos con los exhibidores que favorezcan a las películas venezolanas, y la importancia de incluir al sector privado para que el panorama cambie. «No hay manera de que el cine venezolano mejore si no llegamos a esos acuerdos y si no incluimos al sector privado para abolir el pensamiento de que el cine nacional no da dinero. Hay que enseñarle a los privados dónde está el negocio en el cine. Hay que incluirlos porque el músculo económico lo tienen ellos», señala.
Para Joe Torres la solución es sencilla: hacer mejores películas para que la situación mejore. Para esto, afirma, es necesario buscar nuevas fórmulas que le permitan al cine venezolano mantener la calidad que antes exhibía. «Creo que llegó la hora de entender que Venezuela cambió, que no se arregló pero que sí cambió, que las circunstancias son otras y que el cine tiene que ser producido de otra manera, la forma tradicional de hacer cine en Venezuela ya no existe y quizás no vuelva. Tenemos que hacer mejores películas de nuevas formas, con nuevas fórmulas ¿Qué significa eso? Salir a buscar coproducción internacional, la única manera de que nuestro cine sea mejor, avance y vuelva a tener el lugar que ocupó en algún momento. Ese es el esquema a seguir. Eso hará que tu película sea mejor desde el punto de vista financiero y artístico, te va a dar más mercado porque vas a poder estrenar en otros países».
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