De los camerinos del Teatro Teresa Carreño (TTC) sale parte del elenco que este año dará vida a una de las historias navideñas más esperada por el público, El Cascanueces. Los bailarines que interpretarán a Clarita, Drosselmeyer, el Rey Ratón, el Cascanueces y el Hada de Azúcar junto a su Cavalier lucen trajes celosamente cuidados por el departamento de vestuario, el maquillaje impoluto y las zapatillas limpias bien puestas. Les toma más de una hora verse así para salir al escenario de la Sala Ríos Reyna, ese lugar donde ocurre la magia. Detrás de sus pasos repetidamente ensayados, sus sonrisas y la cadencia de sus movimientos, hay años de preparación, dolor, esfuerzos y sacrificios. Es un sueño hecho realidad ser parte de El Cascanueces, que este año tendrá temporada hasta el 22 de diciembre.
«Llega un momento en el que el dolor del cuerpo se vuelve placentero: da satisfacción sentir que tanto trabajo está dando frutos, la pierna me llega más arriba o tengo más empeine. Vale la pena», dice María Laura Moreno, de 22 años de edad, quien por tercer año consecutivo interpretará al Hada de Azúcar en la pieza estrenada en 1892. Formada en la Escuela de Ballet Gustavo Franklin y luego en Escuela de Ballet Clásico Rita Dordelly, Moreno no es la única del cuerpo de baile que ha hecho grandes sacrificios para llegar a al ballet del TTC. Junto a ella, Gabriela Izaguirre, quien interpreta a Clarita y a la Española por segundo año consecutivo, coincide en reafirmar que hacer una carrera en la danza es un sueño demandante. No es un estilo de vida para cualquiera.
«Un bailarín no tiene una vida normal porque le tiene que dedicar todo a la danza. No es solo el tiempo que empleas en los ensayos sino también cómo llevas tu vida fuera del ballet. Tienes que cuidarte, alimentarte bien y hacer ejercicio aparte. Además, el bailarín tiene que tener una salud mental muy estable porque es una carrera muy difícil. Durante toda tu carrera vas a luchar con lo que dicen de ti. También luchas con lo que te dices a ti mismo», expresó la joven protagonista de 21 años de edad formada en la Escuela de Ballet Keyla Ermecheo y en el Ballet de las Américas.
Luis Molina, de 21 años de edad, por tercera vez dará vida al Cascanueces. Así como un bailarín prepara su cuerpo para lograr la demandante técnica de este montaje, debe preparar su mente, dice el joven de Maracay. «Tienes que estar consciente de la responsabilidad que implica. Hacer el cascanueces es algo fuerte y conlleva una responsabilidad enorme. Además debes conectar con el papel, eso es algo importante y muy lindo a la vez”.
La magia de El Cascanueces no ocurre de un día para otro: se trabaja durante años. Cada temporada de esta pieza, que se presenta desde hace 27 años y que solo la pandemia pudo impedir, reúne a un grupo de más de 250 bailarines que ensayan, observan y aprenden diariamente la técnica que se necesita. No es un trabajo sencillo. A la rigurosidad técnica y artística que define este montaje se le suma la fluidez de movimientos y el estilo característico que le dio el fallecido maestro Vicente Nebrada a la coreografía. Se trata de un clásico que aprendieron las primeras generaciones de bailarines hace casi 30 años y que se ha ido transmitiendo de generación en generación.
A Cristina Gallardo, quien fuera prima ballerina del TTC y ahora una de las cuatro repertoristas de El Cascanueces, se le eriza la piel de solo pensar en lo emocionante que es enseñar la coreografía de Nebrada. Ver a las nuevas bailarinas lucir el mismo vestuario que ella usó para ejecutar los mismos pasos que ella bailó de joven le hace recordar y revivir lo emocionante que fue su carrera. «Es como si lo volviera a bailar. Ya sé lo que ellas van a sentir y trato de expresarlo. A veces quisiera que estuvieran dentro de mí para que vean lo que se siente estar en el escenario», comenta. Junto con Inés Rojas, Javier Solano y Adriana Estrada, Gallardo lleva aproximadamente 2 meses trabajando para traer este clásico de nuevo con el nivel y la calidad que se espera del que fuera uno de los ballets más importantes de la región.
Como maestra, Gallardo intenta que a sus bailarines no se les haga tan pesado o cuesta arriba el trabajo en el escenario. Sabe cuándo se van a cansar, dónde deben concentrarse más y trata de ayudarlos. «He aprendido mucho; si volviera en el tiempo, hubiera empezado a dar clases mucho antes porque aprendes muchísimo. Una cosa es que tú como bailarina entrenes tu cuerpo y otra es ayudar a otra persona a que le salgan los pasos. Tú lo analizas y aprendes mientras intentas enseñar, eso me hubiera servido a mí».
Reconoce, además, que toma tiempo ensamblar, ensayar y perfeccionar esta pieza de dos actos con música compuesta por el ruso Piotr Ilitch Tchaïkovsky, interpretada este año por la Orquesta Sinfónica de Venezuela. Para esta temporada, sin embargo, el trabajo fue más fácil gracias a los bailarines del elenco, jóvenes que en ediciones anteriores ya fueron parte del montaje y están dispuestos a más este 2023. Para ellos no se trata solo de hacerlo bien: la meta es superarse, conectar con el público y expresar la magia, la ilusión, el amor y la dulzura que perciben de sus personajes. Así, El Cascanueces llega otro año más en un contexto en el que la Compañía de Ballet Teresa Carreño ha logrado, tras un gran esfuerzo, reconstruirse para imaginar un futuro mejor.
Este año, las entradas para El Cascanueces tendrán un valor entre los 5 y los 35 dólares dependiendo de la zona que se escoja. Las funciones empezarán el 9 de diciembre a las 9:00 y 11:00 am. El domingo 10 de diciembre también habrá doble función a las 11:00 am y 5:00 pm. El 12, 13, 14 y 15 de diciembre las funciones serán a las 6:30 pm. El sábado 16 será doble la función a las 11:00 am y a las 5:00 pm, para finalmente cerrar el viernes 22 de diciembre con una última función a las 11:00 am.
Vocación por el ballet
Si algo caracteriza al elenco de bailarines que este año interpretará El Cascanueces es su vocación por la danza. A su corta edad, la mayoría coincide en destacar los constantes esfuerzos que deben hacer para subirse en puntas sobre un escenario y expresar las emociones de la historia. El merideño Nelson Prieto, de 25 años de edad, interpretará este año por cuarta vez al Cavalier, el rey que acompaña al Hada de Azúcar en el Pas De Deux Rosado, uno de los números más difíciles.
El joven llegó a la Compañía Ballet Teresa Carreño en 2017 luego de las audiciones nacionales que se realizaron para El Cascanueces de esa temporada. Desde entonces, interpretó el rol protagónico durante 3 años y luego le dieron el papel del Cavalier. Nunca imaginó que lograría entrar en la compañía.
«Soy un rey del dulce, eso es algo alucinante. Hay una calma pero a la vez hay un ímpetu de ser un rey, algo que aquí en Venezuela no conocemos. Tengo que tratar de interpretarlo como si realmente fuera de la realeza. Eso ha sido bastante complicado, no sale de un día para otro, son varios ensayos y yo ya llevo cuatro años intentándolo. Creo que cada año lo hago distinto», comenta. En cada temporada, afirma, consigue una expresión diferente del personaje, algo en lo que también coincide Luis Molina, el Cascanueces de este año. El joven vino de Maracay a Caracas cuando tenía 15 años de edad para estar en el montaje en 2017.
Tras participar en esa edición de El Cascanueces como segundo elenco de Prieto, Molina volvió a Maracay, decepcionado por continuar en la compañía. Tuvo que abandonar el ballet durante dos años para terminar sus estudios y, cuando lo retomó, logró participar en un intercambio de bailarines en Cuba. Aunque iba y venía desde Cuba a Venezuela, logró obtener el papel del cascanueces en la edición que se realizó durante la pandemia en 2021. Finalmente, este año será su tercera vez a cargo de guiar a Clarita por el viaje de ensueño.
«Lo más difícil es reivindicarme con el papel. A pesar de que ya lo he hecho antes debo ir siempre más allá. Debo analizarme viéndome en videos para saber cómo puedo mejorar las expresiones o cómo conectar con el público. Quiero este año conectarme con el niño de 15 años que era cuando lo hice por primera vez y mostrarlo en el escenario».
En el caso de Gabriela Izaguirre su intención es ofrecer un trabajo técnico elaborado, pero sobre todo un desempeño artístico que exprese la ilusión de Clarita. «Es justo por esa ilusión que pasan las cosas en la historia. Me gustaría mostrar eso. En lo personal también me gustaría expresar la pasión que tengo por el ballet. Siento que tengo un poquito de Clara y eso es lo que me ha ayudado a mí desarrollar el personaje y darle vida».
Para María Laura Moreno, en cambio, interpretar el papel del Hada de Azúcar se le hace un poco más complejo: al principio dudaba que el personaje estuviera hecho para ella. Ahora, luego tres años interpretándolo, lo ha hecho suyo.
«Me interesa este año expresar sobre todo la suavidad. Soy una persona un poco tiesa al bailar, pero este papel me ha enseñado que en la vida clásica, donde es todo contado y los pasos son específicos, también existen momentos de suavidad. Con este papel se puede ver el contraste entre el reino de lo dulce y el reino de las nieves, mi personaje parece que flotara en el escenario. Lo más difícil es mantener la cara relajada, aunque también me cuesta un poco la postura de los brazos. Este personaje me ha ayudado a quererlo, la música además es espectacular. Yo diría que no hay música más hermosa que el Pas De Deux Rosado», asegura.
El trabajo de una vida
Junto a esta nueva generación de bailarines, en el escenario de la Ríos Reyna también estarán algunos de los miembros de generaciones pasadas. Entre ellos, estará el cumanés Andrés Villarroel, de 43 años de edad, quien ha interpretado el papel de Drosselmeyer durante seis años consecutivos. Un rol que asumió con responsabilidad y emoción a pesar de las dificultades que le supuso caracterizarlo.
«Lo más complicado es llegarle al público y hacerle creer lo que yo quiero reflejar, darle a entender como el tío de Clara que quiere realizar todos sus sueños. Llegarle al público que lo viva como nosotros lo hacemos en el escenario», comenta el profesional que se formó en la Escuela de Ballet Clásico Nena Coronil en Cumaná. Después de 8 años de formación, estudió en Nueva Esparta con la maestra Martha Ildilko Gómez con el Ballet del Mar. De allí lo motivaron a entrar en la compañía del TTC para comenzar su carrera profesional. Han pasado 17 años.
En ese tiempo ha sido cuerpo de baile, solista principal y ha interpretado roles importantes. Fue parte de los padres de fiestas, después fue soldado, hizo al español, estuvo en la danza árabe, hasta incluso llegó a ser Cavalier del Pas De Deux Rosado. Luego, llegó a Drosselmeyer. «Ha sido un trabajo fuerte. Tuve que elaborar cómo camina, cómo respira, cómo se mueve, la elegancia con la que hace sus pasos. Es algo complejo y una responsabilidad grandísima, no todos tienen capacidad de darle vida a este personaje».
Al igual que Villarroel, el actor y bailarín Juan Manuel Pérez, de 42 años de edad, lleva toda su vida dedicado a la danza y este año volverá a ponerse el traje del Rey Ratón, un vestuario que usa cada mes de diciembre desde 2005. Ya son 20 años desde que comenzó a bailar en el TTC, primero en la suite de Don Quijote y luego para una gira de El Cascanueces que se hizo durante 15 días por Cumaná en 2003. Ese año, Pérez bailó como soldado y como el español. «Luego cumplí mi gran sueño de estar en la sala Ríos Reyna. Lo demás es historia: hice Giselle, Romeo y Julieta, giras, intercambios con Cuba… De mi generación somos pocos, no llegamos ni a 10 bailarines aquí en el TTC actualmente».
Como egresado de la Escuela Nacional de Artes Escénicas César Rengifo, a Pérez nunca le interesaron los roles protagónicos. Le llamaban la atención aquellos papeles que le permitieran vivir la magia de ser otra persona por medio de la caracterización. No tenía tampoco, cuenta, las condiciones físicas idóneas para ser solista. «Tenía que trabajar mucho para lograrlo, tenía cierta edad, empecé tarde, era mucho sacrificio para un país en el que no puedes mantenerte viviendo de la danza. De joven caminábamos de un lado a otro buscando clases de ballet, no teníamos para el pasaje, ¿cómo vamos a tener una alimentación idónea para tener la fuerza para cargar a las bailarinas? Dije: ‘nada, volvamos a hacer lo que me gusta, personajes», cuenta.
Así fue cómo en 2005 se atrevió a pedirle a los grandes maestros detrás que lo probaran como actor y le dieran un personaje de carácter. Comenzó como segundo elenco del bailarín original que interpretó el Rey Ratón en el primer montaje de Nebrada, César Urrieta, al que apodaban Sacha.
«Ese año, en 2005, Sacha estaba muy mal de salud, fue hospitalizado. Cuando pedí que me probaran y me pusieron como su segundo elenco, nos hicimos muy amigo. Un día fui a visitarlo al hospital y le dije: ‘Sacha, párate de esa cama porque me tienes que enseñar a ser el Rey Ratón’. Él me respondió: quédate vos. Yo no sabía cómo me iba a quedar con un personaje que era suyo. Al día siguiente falleció y estrenamos El Cascanueces. Tuve que salir como el Rey Ratón. Fue tan fuerte ese momento y lo recuerdo tanto porque todos lloraron cuando me vieron en escena. Acabábamos de despedirnos de Sacha».
Para él, al igual que Villarroel, ha sido una experiencia bonita e indescriptible dedicar los últimos 20 años de su vida al ballet y al Cascanueces. Les resulta grato, coinciden, ver que el público reconoce tantos años de sacrificio, esfuerzo y trabajo.
La maquinaria detrás de El Cascanueces
Más de 300 personas, entre técnicos, artistas, maestros, repertoristas y músicos trabajarán este año en El Cascanueces. El montaje implica días y semanas de arduo trabajo en el que se activa una maquinaria de esfuerzo para poder realizarlo. Como todo clásico, la coreografía de Nebrada es, en palabras de Gallardo, perfecta y se mantiene a lo largo de los años. La exbailarina detalla que es un reto para los intérpretes porque es un ballet clásico. «No hay que actualizar nada, hay que mantenerlo y trabajar sobre lo que está. El proceso de ensamble lleva un poco de tiempo extra, implica quedarse unas horas extras con los bailarines para ajustar. A las maestras se les envía la música y el video con el que se va a trabajar. Ellas se lo enseñan a los niños y después los repertoristas aquí la chequean, corrigen, revisan y ajustan detalles».
Todo eso lleva tiempo, pero siempre se logra gracias al trabajo en equipo. Incluso hay maestros encargados de indicarle a las más pequeñas cuándo deben salir y lo que deben hacer. El trabajo más fuerte, comenta la exbailarina formada en la escuela de Nina Novak y retirada en 2013, es lograr la técnica. «Cuando tienes un bailarín profesional, le puedes pedir cualquier número y él ya debe tener la técnica para sacarlo. Si tienen la técnica, es más fácil montar el ballet».
Todo se mantiene tal cual como cuando ella era prima ballerina con 16 años de edad. Mucha gente se ha ido, sí; algunos fallecieron, otros migraron o se retiraron. «Los que vamos quedando fueron mis compañeros de baile. Es como la familia, se va transmitiendo de generación en generación. Hay mucho talento ahora, una buena generación de relevo», comenta.
Futuro prometedor
Después de la pandemia, explica Carlos Paolillo, coordinador del Ballet Teresa Carreño desde 2019, hubo que comenzar de cero. En 2021 abrieron puertas para ver qué bailarines volvían tras dos años de inactividad. «Volvimos al entrenamiento, a las clases; reentrenar a un cuerpo de baile tras dos años de inactividad fue cuesta arriba. Comenzamos y afortunadamente los muchachos estaban ansiosos de poder retomar. Ese mismo año hicimos El Cascanueces con todo el esfuerzo. Eso nos sirvió para darnos cuenta de que sí había un potencial elenco para los siguientes montajes. Pudimos plantearnos otro tipo de retos y tratar de volver a institucionalizar la compañía debidamente», destaca el también columnista, crítico e historiador de danza.
No fue, sin embargo, la primera crisis que enfrentó el Ballet del TTC: en 2017 tuvieron que hacer audiciones nacionales para resolver la ola migratoria de talento que se fue del país por la crisis. Ese año se retomó el proyecto del Ballet Juvenil Teresa Carreño, un antiguo programa.
Un programa de formación de bailarines pre-profesional entre edades de 14 a 21 años que busca darle a jóvenes el desarrollo previo al desempeño profesional. Se retomó en 2022. «Tenemos un programa en Caracas y cuatro sedes regionales: Lara, Nueva Esparta, Yaracuy y Zulia. Eso nos permite que la acción cultural del TTC se expanda poco a poco, eso es un trabajo lento y progresivo. No se desarrolla un bailarín de la noche a la mañana o un programa como este de un día para otro», comenta Paolillo. Este año, en El Cascanueces participará un bailarín de Lara y otro de Nueva Esparta. Aunque el propósito era traer un representante de cada núcleo, por razones logísticas Yaracuy y Zulia no pudieron enviar a ningún estudiante.
«Es como una especie de pasantía que le estamos brindando para que vean clases en Caracas. Incluso podrán participar en algunas de las funciones», detalla Paolillo. Junto al cuerpo de bailarines de la compañía, estarán además las escuelas invitadas. La Escuela Ballet Teresa Carreño La Alameda, Escuela Nacional de Danza (Endanza), Escuela Ballet de Las Américas, Escuela Ballet Arte, Escuela Nina Novak, la Escuela Jean Piaget y la Escuela Gran Ballet Caracas enviaron a los más pequeños para los papeles infantiles como angelitos o ratoncitos.
Este mes, el TTC, de nuevo, está listo para cerrar un año de trabajo y esfuerzo con El Cascanueces. La historia de Clarita será el gran cierre de un 2023 en el que el ballet se esforzó por traer a escena las grandes producciones de Vicente Nebrada. También se realizaron montajes como Coppélia o Giselle. Se interpretaron además obras de Inés Rojas, y una de María Cristina Rose para desarrollar nuevos coreógrafos venezolanos.
«También hemos hecho giras, hicimos 3 este año en Valencia, Maracay y Barquisimeto. Ha sido una etapa de fortalecimiento de la compañía desde que retomamos. Una etapa de expansión y de tratar de mantener un trabajo arduo, diario y difícil en medio de condiciones que quizás no son óptimas, pero con mucho optimismo y mística», asegura.
Desde 2021, asegura Paolillo, han logrado reconstruir la Compañía Ballet Teresa Carreño. «Los que se fueron, se fueron, pero vinieron nuevos. Aquí hay talento, las escuelas de ballet no han cesado de formar nuevas generaciones. El trabajo es arduo porque vienen de diferentes escuelas, pero el talento está. Con ellos trabajamos y desarrollamos una compañía que tenga un nivel cada vez más alto y sea representativo de este teatro. El futuro, a partir de ahora, lo vislumbro prometedor».