El espacio es reducido, íntimo y cercano. Se parece a una caja rectangular no muy larga ni muy alta. Las sillas para el público se suceden en filas que van unas detrás de otras con una disposición parecida a la de los fósforos empaquetados. En el centro, justo al frente de la sillería negra con el logo del recinto, se ve el corazón del lugar: el escenario con la escenografía de la última obra que se presentó, El encargo, de la dramaturga venezolana Ana Melo. Cuando Ricardo Nortier y Orlando Arocha dan la bienvenida al teatro ubicado en los espacios cerrados de la Concha Acústica de Bello Monte que dirigen junto con Diana Volpe, lo hacen como si recibieran una visita en su casa. Así es la familiaridad que se respira en La caja de fósforos. Un lugar que lleva diez años demostrando que el buen teatro cabe en una caja.
La compañía teatral, reconocida en el país y en la escena internacional por su presencia en festivales, conjuga las visiones de los tres expertos. Cada uno con su línea de investigación se unen bajo un mismo criterio: buscar textos que dialoguen con el espectador en una puesta en escena que priorice la calidad estética. Sus visiones y trayectorias se conjugan en una sintonía perfecta como resultado de una comunicación constante entre ellos. La actriz y productora Diana Volpe propone textos del teatro realista al estilo de Stanislavski, su escuela de formación. Orlando Arocha busca proyectos que jueguen con lo clásico porque tiene amplia experiencia en ópera. Ricardo Nortier apuesta por lo contemporáneo, con temáticas fuertes relacionadas con lo social. Las tres líneas se comunican entre ellas y dan forma a la programación de La caja de fósforos.
“Hay diferencias, pero las diferencias se suman. Nosotros discutimos cuáles son las tendencias del teatro mundial, cuáles obras se están montando, vamos dialogando entre nosotros. Esto funciona porque La caja de fósforos tiene una línea artística que encaja con las tres visiones”, comenta Nortier, director y actor graduado en el Centro de Formação Artística del Palácio de las Artes, Brasil. Director general del Circuito de Arte Cénica (CAPE) y uno de los directores del grupo Teatro del Contrajuego, fundado por Arocha, llegó a Venezuela en 1996 y, desde entonces, se quedó en el país haciendo teatro. Junto con Arocha y Volpe ya llevan más de 80 montajes en los diez años de trayectoria que tiene La caja, como llaman al espacio.
Innovador, perfeccionista, educacional, pero sobre todo innovador. Así define Volpe, residenciada en España desde hace un año, el trabajo que se hace en esa pequeña sala de cortinas negras y sillas con dibujos de fósforos. “Lo que hemos hecho los tres es proponer obras que nos llamen la atención a nosotros y nos hablen por alguna razón. Buscamos que reflejen lo que vemos que está pasando alrededor, lo que sentimos que nos pasa en el país. Algo que nos inspire, nos mueva”, explica la actriz que se ha presentado en Washington, Nueva York, Londres, Manchester y Tokio.
Una vez escogida la pieza, comienza el trabajo de dirección y puesta en escena. En esta etapa, comenta Arocha, se prioriza el trabajo actoral y estético por encima de cualquier otro elemento. No hay secretos o fórmulas para el buen trabajo que realizan, afirma el director, uno de los más reconocidos en Venezuela, con una importante carrera, que se pasea por los grandes clásicos, así como por los autores contemporáneos internacionales y nacionales. Lo que hay detrás de las tablas de La caja de fósforos es, simplemente, una forma de pensar el teatro en medio del torbellino tumultuoso que afecta al gremio en Caracas.
“Contamos con una base que nos permite, con un poco de ingenio y de replantearse todo estéticamente, reciclar elementos. Lo importante es que las dificultades sean administradas estéticamente. Si administras las dificultades con una estética podrás conseguir calidad”, afirma Arocha, a quien la República Francesa le otorgó la orden de “Caballero de las Artes y de las Letras” en 2006.
Una sala armada con las uñas
La caja de fósforos surgió como parte de ese viejo deseo que tienen los teatreros de tener su propio espacio para laborar, recuerda el galardonado director. Era necesario tener su propio lugar para desarrollar una estética, una visión de lo que es el teatro y una relación con el público. Los tres estuvieron varios años buscando ese sitio ideal, recorrieron Caracas muchas veces hasta que, finalmente, dieron con el espacio en la Concha Acústica de Bello Monte en 2013.
La historia del espacio es un testimonio de supervivencia y persistencia de sus directores por hacer lo que los apasiona: teatro. Los tres venían de trabajar juntos en Contrajuego, fundado por Arocha, una agrupación que desde 1998 tuvo su sede en el Ateneo de Caracas. En 2009, la institución privada sin fines de lucro, una de las más importantes de la cultura nacioanl, perdió sus instalaciones por orden del entonces presidente Hugo Chávez. Los desalojaron y convirtieron el edificio en sede de la Universidad Experimental de las Artes (Unearte).
“Perdimos el poder de producción y de movilidad. Estuvimos como 2 ó 3 años tratando de ver qué íbamos a hacer como grupo, porque estuvimos muy mal. No teníamos espacio, no teníamos dónde ensayar, dónde guardar la escenografía, vestuario, utilería”, cuenta Nortier. No fueron años fáciles, les costó llegar a este espacio que les ofreció la alcaldía de Baruta bajo el mandato del entonces alcalde Henrique Capriles. Allí han podido desarrollar una línea de trabajo a nivel profesional y pedagógico. También fue un esfuerzo enorme sacar adelante la sala: la construyeron de cero con ayuda de amigos del gremio.
Cuando llegaron al espacio era solo “un cascarón”. Usaban las instalaciones para ensayar y presentaban sus obras en otros lugares. “Poco a poco, con ayuda de amigos y empresas que se acercaron, a medida que mostrábamos nuestro trabajo la gente se interesó en apoyarnos. Creamos este espacio con ayuda de los propios actores amigos que empezaron a donar implementos”, cuenta Nortier.
El actor relata que el primer montaje que hicieron en la sala fue Macbeth de Shakespeare. “Orlando Arocha decía: ‘Si no tenemos luces, lo iluminamos con velas y sentamos al público en colchonetas’”. Fue doble trabajo: montar las sillas, los telones, las luces y a la par tener la escenografía de una obra tan grande como Macbeth costó bastante. “Lo llamamos teatro cabilla porque fue construir con las uñas una nueva sala de teatro. Hoy en día la vemos y no tenemos idea de a dónde llegamos, tiene proyección nacional e internacional y eso se logró con la colaboración del gremio teatral. Ahora damos espacio a sus grupos y tenemos 10 producciones al año, que es muchísimo”, señala Arocha.
El teatro como servicio
En La caja de fósforos el teatro se considera una acción cultural. Un servicio que se debe ofrecer al público como parte de los otros servicios básicos para vivir. Desde las tablas de esa pequeña caja se concibe el arte como una necesidad de la sociedad, un espacio que invite a pensar. “La gente necesita reflejarse y entender quién es y hacia dónde va. Nosotros, que no sabemos muchas de las respuestas, tenemos como aliados al teatro. Allí vamos creando un espejito donde el público pueda mirarse y encontrar las respuestas”, reflexiona Arocha.
Bajo esta filosofía funciona el espacio en el que cobran boletos a muy bajo costo, a veces incluso entre uno y cinco dólares. No pagan alquiler, solo cobran un precio para el mantenimiento general. “Al no tener una visión de empresa que debe tener taquilla llena porque hay gastos altos, podemos aprovechar la libertad artística y estética que tenemos. Pero nos hemos visto, incluso con los bajos costos que tenemos, en situación de dificultad”, confiesa Arocha.
Cada día se hace más difícil seguir, asegura. Los precios se incrementan, los costos también. Los actores aceptan los proyectos a pesar de no estar remunerados como merecen. Es su forma de colaborar. “La gente entiende que esto es un trabajo artístico no financiero, no económico. Es un deseo artístico de expresión y comunicación, de estar con la gente discutiendo los temas necesarios: quiénes somos, por qué estamos juntos, los aspectos del ser humano”, comenta.
Más que una acción cultural, en el caso de Nortier, el actor siente una misión con La caja de fósforos. “Es como la casa de uno, vives con la cobija que tienes, como dicen en Venezuela. Para el teatro es muy complicado cuando involucras a personas que no entienden esa forma de trabajar en función de un proyecto artístico. A veces la gente viene y se pregunta cómo pagamos la producción con poco público y bajas entradas. ¿Cómo se sobrevive? Con mucha dificultad”.
Es una labor titánica, en palabras de Volpe. Gerenciar un espacio teatral en Venezuela es muy difícil cuando la taquilla no puede pagar todos los gastos que ocasiona un montaje. “Es muy difícil hacer teatro en Venezuela porque no hay contribución estatal ni privada. Hacer teatro para todos es una tarea titánica que se sostiene por el enorme amor que se mantiene por este arte. Mantenerlo es difícil y siempre ha sido difícil. Es una batalla titánica y diaria”, afirma la también directora y fundadora del grupo Hebu Teatro.
El mantenimiento de La caja de fósforos corre por cuenta de sus directores al no contar con ningún tipo de apoyo. Tiene amigos que ayudan en caso de ser necesario y con el apoyo de las embajadas que, tras 10 años de servicio, reconocen la calidad de su trabajo. “En los festivales, las embajadas pagan la producción de la obra pero no el mantenimiento de La caja. Eso va sobre nuestros hombros, vamos dándole como si fuera nuestra casa. Si necesita pintura, nosotros la pintamos. Mucho trabajo, apoyo y lo demás es pura terquedad”, asevera Nortier.
El resultado del esfuerzo y el cariño que los tres le han puesto a la caja es la confianza que se ganaron por parte de las embajadas. “Sobre todo, la de Estados Unidos, Francia y España. La gente cree en nosotros porque les proponemos proyectos que son interesantes para ellos y sus países, así como el encuentro de las culturas”, comenta Arocha.
Es precisamente la historia del lugar y el resultado artístico lo que hace que las instituciones apuesten por sus montajes. “La embajada ve que tenemos un trabajo serio e importante mostrando lo mejor del teatro en el mundo y dicen: ‘a esta gente hay que apoyarla”, comenta Nortier. Volpe, por su parte, señala además que al apoyo se le suma la creatividad para trabajar con poco y lograr mucho. “Tenemos reciclaje, esa es una palabra clave porque las estructuras de esa primera obra, Macbeth, se usaron en 5 montajes más. Tenemos una base de vestuario y escenografía que hemos usado a lo largo de los años”.
Una década de cambios y adversidades
Cuando fundaron La caja de fósforos, ninguno de los tres directores se imaginó que llegarían tan lejos. Si hacen un repaso de esta primera década, describirían los años como “tumultuosos y muy cambiantes”. Pasaron por protestas sociales, guarimbas, apagones, crisis de los servicios, hiperinflación e incluso una pandemia. Y allí sigue La caja de fósforos, celebrando su aniversario desde el año pasado con una programación que incluye el montaje de Moliere y un taller sobre la puesta en escena que tuvo 170 escritos. En mayo de este año continuarán los festejos con la obra Viernes de Robinson Crusoe. La pieza se presentará fuera de La caja de fósforos, en el espacio alternativo al lado de la sala, semi-abierto.
“Es una obra sobre un hombre aislado que quiere saber quién es él e intenta dominar la naturaleza, civilizarla. Se da cuenta de que debe negociar con su parte animal. Debe haber un respeto a esa naturaleza. La historia habla también de supervivencia. Quizás sea eso, un llamado a la necesidad de entender lo que está pasando porque hay cambios muy fuertes tanto en el país como el mundo”, comenta Arocha.
Para él, lo más difícil, cada vez que se enfrenta a alguna adversidad, es comenzar de nuevo. Cuando terminó la cuarentena, por ejemplo, retomar el trabajo fue muy difícil. “Primero, teníamos miedo de que la gente no se interesara; segundo, había miedo de estar aquí con nosotros. Poco a poco fuimos venciendo eso, fue pasando la pandemia, día a día se renuevan las ganas y las soluciones. En esta etapa actual todos los teatros están pasando por una crisis de público”, asegura.
Actualmente, los tres directores tratan de entender el comportamiento del público post pandemia. “¿Por qué la gente está buscando grandes espectáculos musicales o salir a comer? El teatro está golpeado en ese sentido, el público se acerca a las salas con cierta timidez”, reflexiona Nortier.
Se debe tener en cuenta, además, la situación de Venezuela en cuanto al consumo: hay una recesión, afirma Arocha. “Ha caído el consumo en general en todos los aspectos. Por eso el consumo cultural, por más bueno que sea, va a caer; es parte de una ola que afecta al país. Creemos que las obras interesantes, esas que les hablan a la gente más directamente, hay que hacer un esfuerzo de conexión y divulgación”, sentencia.
Baja taquilla, alta calidad
La caja de fósforos se distingue por otro llamativo aspecto: su taquilla es muy económica. Por eso, los directores casi nunca la usan como referencia, lo importante es lo artístico y ellos están complacidos porque saben que hacen un buen trabajo. Al panorama se le suma, además, el hecho de que es fluctuante: sube y baja. “Es difícil entender lo que está pasando porque es muy variable. De repente hay una obra que tiene muy buen público, al día siguiente no hay nadie, al otro día media sala. No hay una lógica como antes cuando se podía saber qué nivel de público tendría. Ahora fluctúa muchísimo, es un país muy fluctuante también”, explica Arocha.
Nortier añade que ni siquiera saben si el precio de la entrada influye, no tienen esta noción, porque a veces el costo es económico y la gente no acude. Otras veces ponen el precio alto y va mucho público. “Depende de la obra, intervienen muchos factores. La gente nos dice que cobramos muy poco y queremos hacerlo así porque queremos que sea fácil para el público, pero no es un termómetro para marcar si da éxito o no”, asevera.
Tras 10 años de trayectoria y más de 80 montajes es difícil para ellos escoger cuáles han sido sus obras más emblemáticas, sus favoritas o las que más éxito tuvieron. Los tres coinciden en destacar Macbeth porque fue la primera y el trabajo fue doble. Esa pieza marcó el nacimiento de la sala. “Para mí, por ejemplo, una de las más importantes es la última, El encargo, porque es de una autora venezolana formada en parte dentro de la caja. De esos 80 a lo mejor hay 5 que no me gustan y los demás tienen algo que destacar”, opina Arocha.
Nortier destaca que tienen libertad de hacer lo que quieran. “Me encanta hacer cosas medio locas, metí un carro aquí adentro con semáforo en la obra Semáforo, luego monté Shopping and Fucking con una tarima guindada del techo. Fueron propuestas más contemporáneas, experimentos que se me permiten porque el espacio es mío”, destaca.
Para Volpe son tantas las obras que no puede escoger. “En ese tiempo hemos ido a otros teatros también y montamos piezas como Un tranvía llamado deseo, Cuarteto y una que me marcó muchísimo fue Las noches celestiales de la señorita Raf, porque hice un personaje que durante una hora no dice ni una sola palabra”, opina.
El amor por el teatro ha crecido y evolucionado en esta década. El espacio, asegura Volpe, seguirá porque hay un acercamiento al arte serio, pensado, reflexionado, basado en la investigación y en el estudio. “Eso que hemos ido sembrado en 10 años seguirá y las nuevas generaciones que formamos se quedarán con eso”.
Orlando Arocha concluye: «La caja continuará porque para nosotros es una manera de vivir».