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Eduardo Sánchez Rugeles presenta Éxigo: «A mí me fascina una tragedia»

El autor de Etiqueta Azul (2010) y Liubliana (2011) regresa con Éxigo: el polvo en la garganta, una novela que inaugura una saga donde la literatura y la música se fusionan. En esta primera entrega, el escritor narra los orígenes de una banda ficticia que marcó generaciones, con la Venezuela de las últimas décadas como telón de fondo. El proyecto trasciende lo literario: incluye canciones originales, una propuesta visual en redes y planes para una serie. El libro estará disponible a partir del 14 de mayo
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La fila que rodea el WiZink Center en Madrid no deja de crecer. Puede ser por nostalgia, por vivir una experiencia generacional o por el deseo de reconectar con la Venezuela que no fue. Sea cual sea la razón, todos están allí por Éxigo, o lo que queda de una de las mejores bandas, si no la mejor, del país. El escritor Eduardo Sánchez Rugeles narra su origen en su séptima novela: Éxigo: el polvo en la garganta, que se publicará el 14 de mayo bajo el sello de Ediciones Kalathos España y que se presentará en la Feria del Libro de Madrid.

Se trata del proyecto más ambicioso en el que ha trabajado, reconoce el escritor. Es la primera entrega de una saga de cuatro libros: El polvo en la gargantaTren al sur o Camino a la perdición —título aún por definir—, Esclavos del juego y La soledad esculpida en piedra. Pero no solo hablamos de literatura, sino de un universo: es una historia que se lee y que se escucha. El libro contiene letra y música original, así como un elenco real que hace más tangible el mundo que propone el autor y que puede ser visto en la cuenta de Instagram @exigooficial.

 

 

Daniella, Frank, Willie y Shena integran una banda que, por vías poco convencionales, logró abrirse paso en el panorama del rock alternativo latinoamericano, muy a pesar de sus historias personales y, sobre todo, del país que les tocó vivir. Son sus voces las que dan forma a esta primera entrega: cada uno narra un capítulo desde su perspectiva, hilando su historia individual con la de la banda, entre el pasado y el presente, con el declive del país como telón de fondo. Venezuela es un personaje tácito e ineludible.

Más que una idea, fue una chispa: la posibilidad de escribir una novela sobre una banda de ficción comenzó en el año 2000, después de ver Almost Famous, la película de Cameron Crowe. Pero no fue hasta 2016, cuando Bob Dylan recibió el Premio Nobel de Literatura, que Eduardo Sánchez Rugeles comenzó a tejer la historia que daría origen a Éxigo. “Esta idea de que la música tenga ideas literarias a mí me interesa; siempre la he trabajado. Mis novelas siempre han sido muy musicales y quería abordar esto de una manera más directa”, comenta. En ese momento, pensó el proyecto como una trilogía ambiciosa, pero estrictamente literaria.

Al adentrarse en biografías musicales, notó que muchas incluían imágenes, reseñas, enlaces a Spotify o YouTube. Entendió entonces que el proyecto podía ir más allá. Ya tenía una historia y personajes en mente, pero fue la música lo que llegó primero. Entre 2018 y 2019, el músico venezolano Nelson Castro compuso en París el primer álbum de la banda ficticia: La esperanza. Rugeles coescribió algunas canciones.

En 2019, reunió al elenco —Graziella Mazzone como Shena, Amaia Kintana como Daniella, Luis Fernando Campos como Willie y Andrés Adolfo Ruiz como Frank—para elaborar todo el material gráfico y promocional. Para ese momento, ni una sola línea de la novela había sido escrita. Pero ver a los personajes con rostro, escucharlos cantar, compartir tiempo con ellos, nutrió el proceso de escritura. Cada detalle aportó vivencias, ritmo, tono.

Mucho antes de convertirse en novela, Éxigo fue concebido también como una posible serie de televisión. El proyecto fue presentado a una productora, aunque avanza con más lentitud. Incluso el álbum en formato de gran producción, con músicos de primer nivel, forma parte del universo en expansión. En aquel pitch audiovisual, le sugirieron a Sánchez Rugeles cambiar la nacionalidad de los personajes y trasladar la historia a México o Argentina. Su respuesta fue tajante: “No lo acepto. A juicio de unos especialistas, Venezuela resulta antipática y de poco interés para el público. Aquí, es lo principal del relato. Hubiera sido otra historia”.

 

Éxigo: el polvo en la garganta es la séptima novela de Eduardo Sánchez Rugeles. Portada de María Fernanda Henríquez

 

Cuatro personas distintas, cuatro voces. Sus novelas, salvo Transilvania, están narradas en primera persona, lo que permite identificar un universo de palabras y formas de expresión propias de cada personaje. En Éxigo, Daniella, Shena, Frank y Willie relatan su historia y, a la vez, el origen de la banda. ¿Cómo fue construir esas voces?

—Muy intuitivo, espontáneo. Me ayudó conocer al elenco. Creo que ellos se parecen mucho a los personajes en su forma de ser. Les aportaron mucho tono, expresión, gestualidad a los caracteres. Yo prestaba mucha atención a sus muletillas, a sus fraseos, quizás por allí fui encontrando los tonos y las inflexiones de Shena y Daniella. Si bien narran los cuatro, ellas son las protagonistas del relato, son las que realmente lo sostienen. Procuré darle a cada uno su forma de ser, su forma de hablar. Cada quien tiene su forma de nombrarse y nombrar el mundo.

¿Considera que logró diferenciarlas como quería?

—En general sí. Si le ponemos una lupa crítica, probablemente haya elementos en común entre uno y otro que puede que se parezcan. Pero esto pasa también en los grupos de amigos de juventud, que se imitan los unos a los otros y empiezan a hablar los unos como los otros. En ese sentido no me preocupa. Creo que las personalidades sí tienen su rasgo diferencial. Shena y Daniella no se parecen. Una es muy fuerte, muy aguerrida, turbia, mientras la otra es más conflictiva, depresiva, débil y hacen un equilibrio. Frank y Willie no se parecen. Se hizo un trabajo acá por diferenciarlos. Ya será el lector quien tenga la última palabra y decida quiénes son y cómo son.

Sus obras mantienen un estilo reconocible: frases cortas, uso preciso de adjetivos, estructuras rítmicas (tres golpes: “Tomé malas decisiones financieras, hice malas elecciones, perdí”.) e incluso un léxico que tiende a repetirse («bluff”, despropósito», «escatológico», entre otros). Cuando se crea una sola voz narrativa, esto fluye naturalmente. Pero en Éxigo son cuatro voces. ¿Fue un desafío para usted?

—Sí, por supuesto. Nunca había trabajado con cuatro voces. Claro que había un vértigo. Pero fue divertido. Me la pasé muy bien haciendo Éxigo, a pesar de que es una tragedia, que es el género que a mí me fascina. Estos tipos sufren mucho. Creo que nunca había lastimado tanto a un grupo de personajes, a pesar de que siempre he lastimado mucho a mis personajes. Con ellos yo sufrí; los acompañé en sus duelos, en sus peripecias, en sus vivencias. Pero más allá de estas preocupaciones por la parte formal, fue muy placentero escribir Éxigo. Es lo más honesto que te puedo decir.

¿Hay algo que le llame la atención en específico de la tragedia? Hay unos temas que toca el libro que son muy actuales: los rumores de acoso en el Sistema de Orquestas, las torturas en El Helicoide, la importancia de “tener conexiones” en Venezuela, el chavismo en su forma más burda…

—Lo que me interesaba novelar ahora era el país. Me gustaría contar en una novela lo que nos ha tocado vivir a los venezolanos en los últimos 25 años. Ese era el objeto de mi estudio, de mi acercamiento, de mi trabajo; eso era lo que quería hacer cuando terminé El Síndrome de Lisboa. No quería hacerlo de una manera muy obvia, muy explicita, muy directa, hablar directamente del poder, de la corrupción, del chavismo. Es una palabra que me incomoda, me disgusta, me aburre desde el punto de vista estético. Y es ahí cuando uso a la banda como una excusa. Éxigo lo que me permitió fue contar a la Venezuela contemporánea. Por eso todos esos temas están ahí. Por eso el país está detrás de todos estos chicos, en sus rutinas, en sus historias, en la provincia con Shena, en los familiares enchufados con Frank, en la sifrinería con Daniela, en las historias turbias de la clase media silenciada con Willie. Está el país allí. Con la tragedia yo tengo una afición desde niño, adolescente. Siempre ha sido el género que más me ha interesado. Es el género que me gusta, que me conmueve, que me hace llorar, que me emociona. Tanto en el teatro, en la literatura, en lo audiovisual, el componente trágico es esencial y siempre lo he desarrollado. En Éxigo creo que me excedí, pero veremos si la fama, la experiencia y la gloria logra hacerlos sanar [a los personajes] en las próximas obras.

¿Hay una motivación distinta entre Éxigo y El Síndrome de Lisboa (2020)? En ese momento, dijo que era su novela más comprometida con Venezuela.

—Sí, en ese momento lo fue. Ese compromiso no se perdió, sigue latente. Creo que esta novela no es tan frontal como en El Síndrome de Lisboa, donde la relación con el poder era mucho más directa, la denuncia mucho más explícita. Pero tengo la sensación de que esta preocupación, este compromiso no es algo que me ocurra solo a mí. Creo que todos los creadores, artistas venezolanos, así sea en el ámbito musical, literario, cinematográfico, tenemos esta mortificación en el cuerpo y buscamos drenarlo de alguna manera. Esta incomprensión del país, esta urgencia de intentar comprender qué nos ha pasado, qué nos está pasando, lo exponemos en nuestras obras y en el caso de Éxigo se mantiene esa preocupación que ya estaba allí con El Síndrome de Lisboa.

—¿Qué lugar tiene la música en su vida y en la escritura? Hay hilos: Bob Dylan en Blue Label, Joaquín Sabina en Liubliana, Madredeus en El Síndrome de Lisboa. Liubliana también tuvo un soundtrack original de Álvaro Paiva-Bimbo, con un CD que acompañó primeras dos ediciones del libro.

—La música siempre ha estado allí. Siempre está presente en mi casa, en mi rutina y en mi realidad. Yo me despierto y pongo música. La música es parte de mi cotidianeidad. Me gusta siempre explorar cosas antiguas; ahora, con las plataformas como Spotify o YouTube, puedes revisar catálogos de artistas de los que quizás conocías una o dos canciones, y es algo que me encanta. Creo que la prosa tiene su propia musicalidad. En ese sentido, van de la mano música y escritura, música y cine; son experiencias estéticas que disfruto mucho y no me cuesta integrarlas.

—Ha escrito ficción de muchas maneras: novelas, adaptaciones de guion. ¿Qué representó en esta oportunidad escribir letras de canciones?

—Se cumplió un sueño, una fantasía. Yo siempre había soñado con escribir una canción, pero no tengo talento musical. Si bien soy muy melómano y mis novelas han estado muy inspiradas por la música —citan y dialogan con canciones—, no sé tocar ningún instrumento musical, no sé leer partituras y no me sentía capaz. Cuando comienza la colaboración con Nelson, él trae las primeras canciones, a pesar de que en la ficción sean de Daniella o Shena. En esa conversación, él me daba luz verde para intervenir algunas canciones y se hicieron algunos temas a cuatro manos. Fue delicioso. Lo disfruté muchísimo. “Hormigas gigantes” y “amarillas”, en particular, que es la balada del álbum, fue la primera canción que coescribí. Es una experiencia que atesoro. Estoy muy satisfecho con ella. Siento que funciona muy bien en la trama. Fue un check de la lista de asuntos pendientes que uno aspira en la vida. Escribir una canción era algo que quería hacer.

—¿En algún momento, Nelson Castro y usted, al realizar la música, sintieron algún tipo de presión? Éxigo, en la ficción, es una banda de rock transcendental que conecta generaciones. En una entrevista, Fifo, el productor, lo resume así: “Éxigo es al Caribe lo que Soda es al Cono Sur”. Sí, es ficción, pero lo hace mucho más tangible la existencia de las canciones.

—Por supuesto que teníamos un gran desafío. Esta banda es muy grande. Estamos grabando las canciones a distancia: yo en Madrid y él en París, con un programa como GarageBand. Así están hechas las maquetas y por supuesto que no tienen la musicalidad ni la sonoridad de una banda tan grande como la que describimos. Pero parte del proyecto, y es cuando entra Álvaro Paiva, era que nosotros pretendíamos, en 2020, grabar las canciones con una banda. Él nos hizo una propuesta de producción musical con músicos de primer nivel, porque Álvaro decía: «Si es tan grande, tiene que ser ejecutada por los grandes». Vamos a desarrollar un plan de trabajo (…) ¿Por qué no nos agobia ahora? Porque en El polvo en la garganta la banda se está formando. Ellos no han grabado nada. Simplemente han escrito algunas canciones, no han salido de viaje, y faltan algunos años para que graben su primer álbum. Lo que queremos compartir ahora con el lector es el proceso de invención de las canciones: guitarra, voz, acústico. Es un work in progress y estamos muy tranquilos y satisfechos con el trabajo que se ha realizado.

—¿Cómo entra Ediciones Kalathos a la ecuación?

—En España se recomienda tener un agente literario para publicar con grandes editoriales. Si no tienes esa figura, es más complicado llegar. Yo tuve el infortunio de caer en manos de un agente al que realmente mi obra y mi trabajo le daban absolutamente igual. Teníamos un contrato de cinco años, pero no movió un dedo. El año pasado, cuando retomé el manuscrito, pedí una reunión: me dijo que ninguna editorial se había interesado y que escribiera otra cosa. En esa conversación entendí que ni siquiera lo había leído. Rescindí el contrato y coincidí con David y Artemis, de Kalathos, quienes han sido muy generosos y me dieron libertad para hacer muchas cosas que ninguna otra editorial hubiese permitido: portada, QR, fotografías. Ellos son parte esencial de que este proyecto llegue a buen puerto.

Con El Síndrome de Lisboa apostó por la autopublicación a través de Amazon. ¿Cómo fue esa experiencia?

—No me fue bien. Para que una autopublicación sea exitosa, tienes que acompañar el proyecto en redes sociales, potenciarlo, invertir dinero, hacerle seguimiento. Ese es un trabajo que me quita mucho tiempo, me deja exhausto. No lo hice, dejé que la cosa fluyera. Esa primera publicación en Amazon fue paupérrima en términos de beneficios. No funcionó. Inmediatamente se interesó Turtle Point Press en traducirla al inglés y se dio esa aberración de que se publicó primero en inglés y luego en castellano con Suburbano. Con ellos me fue mejor en términos de visibilidad, ventas y demás, pero no quedé satisfecho con la experiencia de autopublicar. Es muy difícil. La diagramación fue caótica, el libro impreso era feo. Me generó mucho agobio.

—Recientemente, Rosa Montero publicó una columna en El País sobre la compleja relación entre autores, editoriales y mercado, en un contexto de alta producción de contenido y de presión por las ventas.

—Suscribo las palabras de Rosa Montero. El mercado editorial aquí es de muy difícil acceso. A mí, más que los rechazos, me pesa el silencio. Una cosa es que tú, como editora, me respondas dentro de los 15 o 20 días que indicaste: “No me interesa. No entra en mis preferencias. No lo veo dentro de mi catálogo”. Esa conversación vale, es legítima. Así funciona el mundo. Pero lo realmente trágico es que tú haces el trabajo, tienes la trayectoria, el currículum, la obra, tocas la puerta… y hay un silencio absoluto. No responden llamadas ni correos. No hay un interlocutor. Eso es lo que me genera más zozobra. Todo lo que dijo Rosa Montero en ese artículo es bastante realista y muy pertinente. Y cualquier escritor, incluso quienes han sido publicados por grandes casas, lo sentiría de forma tácita, porque se ven cosas muy turbias y perversas dentro del sector.

—¿Tienes expectativas con la publicación de Éxigo?

—No. He aprendido a domesticar las expectativas. Me he llevado grandes sorpresas cuando no he tenido ninguna expectativa y la cosa es un éxito. Tengo la convicción, la tranquilidad y la serenidad de que se ha hecho un trabajo honesto y de calidad de parte del equipo. Aquí no hay tendencias, no hay inteligencia artificial, no hay un CEO diciendo hagan esto o lo otro. Se hizo un trabajo apasionado, muy comprometido, genuino y, en ese sentido, estoy muy tranquilo. Que llegue adonde tenga que llegar y que conecta con quien tenga que conectar. Eso me hará feliz.

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