Más de 200 músicos participantes en proyectos sociomusicales y educativos de 9 países se unieron este lunes en el Palau de la Música de Barcelona (nordeste de España) bajo la batuta del director venezolano Gustavo Dudamel, en un ensayo abierto que tuvo la inclusión y el intercambio cultural como protagonistas.
El acto, que supuso el momento culminante del encuentro internacional Chords of Harmony, contó con intérpretes de la Orquesta Juvenil de Los Ángeles, la YOLA, del Coro de Manos Blancas de Venezuela, integrado por jóvenes con diversidad funcional, y de los coros catalanes de Palau Vincles, el proyecto social del Palau, la Fundació Xamfrà, vinculada al Raval, y la Escuela Superior de Música de Cataluña.
Siguiendo las indicaciones del maestro venezolano, jóvenes estadounidenses, venezolanos, españoles, ingleses, suecos, griegos, suizos, portugueses y franceses interpretaron la Sinfonía número 9 de Beethoven, más conocida como Oda a la Alegría, y la obertura de la obra Egmont del mismo compositor, a la que Dudamel dedicó la mayor parte del ensayo, de una hora y media de duración.
Antes de su llegada al escenario y frente a un auditorio prácticamente lleno, sobre todo de niños y jóvenes de entidades sociales y educativas de la ciudad o estudiantes de música, dos de los intérpretes pronunciaron un breve discurso con el que agradecieron la oportunidad de compartir la música con el director y reivindicaron: «Con nuestras historias, culturas y patrimonio llegamos más lejos».
Los aplausos, que aumentaron con la aparición de Dudamel, cesaron en el momento en el que el músico dio su primera indicación a la orquesta, señalando el busto de Beethoven, que se encuentra en la boca derecha del escenario del teatro, sugiriendo a los jóvenes que lo tuviesen presente mientras tocasen sus composiciones.
La batuta se alzó y las primeras notas de la obertura de Egmont empezaron a sonar, pero no convencieron al director, que enseguida las detuvo diciendo: «Esto suena muy feo».
«Este primer fa tiene que sonar completamente, no bajemos el volumen antes de tiempo. Que nuestro héroe no se muera demasiado temprano», aconsejó a los estudiantes, que volvieron a intentarlo con más intención, acompañados de los comentarios «¡muy bien!», «¡expresivo!», «¡preciso!» o «¡forte!» que Dudamel intercaló en los silencios entre notas.
Concentrados en la partitura pero siempre con un ojo en el maestro, los músicos siguieron perfeccionando su interpretación gracias a consejos como «no ignoren al acompañamiento», «imaginen que están tocando el calor del infierno», o «‘pp’ significa doble poderoso, no doble piano», refiriéndose a la intensidad del sonido que aconseja la partitura de la composición.
Más allá de la dirección y las correcciones, Dudamel también encontró momentos para disfrutar, pidiendo «por placer» que el oboísta volviese a tocar su solo, y para compartir algunos «secretos» con los estudiantes, confesando que el pasaje de las cuerdas, al inicio de la composición, es el que siempre le da más miedo por la dificultad de que todas vayan a tiempo.
El ensayo continuó con la fanfarria Sonata pian e forte de Giovanni Gabrieli, que los trompetistas, tubistas y trombonistas tocaron siguiendo al director venezolano Rodolfo Barráez, asistente de Dudamel en la Filarmónica de Los Ángeles, y con la interpretación de la canción Diferent, de Adrià Aguilera, por parte de los coros, que encabezó la directora del coro Palau Vincles, Mariona Fernández.
Dudamel volvió al escenario para dirigir de nuevo la obertura Egmont, prometiendo que esta vez no iba a interrumpir, para seguir con la Sinfonía número 9, que unió la música de la orquesta, la voz de los coros y el lenguaje de signos de Manos Blancas.
El público respondió con una gran ovación, reconocimiento al que el mismo Dudamel, sonriente, también se unió bajando de la tarima y colocándose entre los músicos, que le devolvieron el aplauso.