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Diego Lerman: «Frente a la realidad que te agobia, ¿qué hacés?»

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Por Janina Pérez Arias

Hace seis años a Diego Lerman (Buenos Aires, 1976) le sembraron un idea. Le vino en forma de propuesta, sería una película sobre la docencia en un barrio de periferia de Buenos Aires. Lerman, acostumbrado en sumergirse en profundidades sociales, tal como lo hizo con la violencia doméstica en Refugiado (2014) y con el tráfico de infantes en Una especie de familia (2017), estas líneas le proporcionaron los primeros materiales para armar lo que se convertiría en El suplente, su sexto largometraje.

Estrenada en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, donde compite por la Concha de Oro, El suplente cuenta de Lucio (Juan Minujín), escritor y poeta en estado de transiciones tanto personales –divorcio, mudanza, hija pre-adolescente compartida, cuestionándose su paternidad-, como profesionales –bloqueo creativo, en espera de una plaza de profesor en la universidad– que empieza a impartir Literatura en un liceo de un barrio donde su padre (Alfredo Castro) coordina un comedor comunitario. En la barriada reinan la miseria, la hostilidad y el narcotráfico, mientras que en el aula la esperanza parece colarse por rendijas muy delgadas.

-¿Cuál fue el gancho definitivo para embarcarse en una historia como la de El suplente?

-No me planteé un gancho sino algo más intuitivo. Al menos así me suelo manejar, si hay algo que me conmueve o no. Me parecía que la tarea de los docentes me conmovía y más en esos márgenes donde se vuelve tan diferente, tan esencial, tan por fuera de los cánones de lo que un docente suele hacer, lo cual tiene que ver con una contención social, con un brindar más para construir en un ámbito donde todo es destrucción. Entonces me parecía como un contrapunto, algo muy rico, además era un desafío encontrar una película allí y no transitar los lugares más comunes.

-¿Qué tanto le sobrepasó la realidad de ese entorno?

-En muchas zonas se respira una violencia contenida. Todo está bien, con la gente en la calle haciendo vida normal, y de golpe explota una balacera; en los momentos de tranquilidad sabés que en cualquier momento puede pasar algo, pero a la vez hay un cotidiano donde la gente la va llevando. Lo que pasa es que son lugares muy trágicos, con muchas pérdidas de gente joven, uno camina por el barrio donde filmamos y está lleno de murales de chicos muertos entre 14 y 20 años; la verdad que eso es muy fuerte de aceptar, pero es parte de la realidad que se vive allí y verlo reflejado en imágenes es sólo un pedacito de todo lo que pasa.

-En cierta forma Lucio, el personaje principal, que es la representación de la clase media intelectual con ciertas aspiraciones que se da un baño de otra realidad, corresponde a su perfil.

-En un punto sí, me sentí en algunas cosas identificado con el personaje. Yo pertenezco mucho más al mundo de Lucio que al de los chicos, pero lo interesante para mí era esa convivencia y entender que se pueden dar esos cruces. También he dado muchas clases en diferentes partes de la Argentina, y al explorar otras provincias, además de Buenos Aires, uno también experimenta cosas. Lo que me cautiva es como a pesar de la diferencia, se dan puntos de encuentro, y es que esos cruces me parecen muy saludables. En mi caso personal he hecho películas e investigaciones, estoy muy en contacto con lo que es el territorio, pero lo que intenté retratar en Lucio es cómo alguien más cerrado y encorsetado en un proceso intelectual, con un público muy de gueto, reacciona cuando explora algo más amplio y qué preguntas se hace a sí mismo.

-Allí donde falla el Estado, hay una respuesta comunitaria, los docentes amplían sus funciones, o como también lo retrata, los comedores comunitarios suplen muchas necesidades. ¿Acaso los gobiernos se han acomodado ante esta reacción y acción ciudadana o se trata de un bofetón al Estado?

-Ni lo uno ni lo otro. Me parece muy singular lo que sucede al menos en Argentina, el hecho de que justamente ante un montón de carencias y donde el Estado no llega o se queda corto, haya muchas redes de personas organizadas. Son redes casi invisibles y subterráneas de solidaridad y contención pero más que un reclamo al Estado es una respuesta ante el qué hacemos frente a la carencia, y lo primero es tender redes de solidaridad entre pares, es cierto que en un mundo ideal es el Estado el que tiene que estar allí, pero no se puede. Obviamente se trata de organizaciones que también son muy débiles y muy efímeras, pero existen ejemplos de barrios que tienen unas estructuras de organización impresionantes. Por otra parte es bastante singular lo que pasa con el narcotráfico que empieza a ser como un Estado paralelo, con su violencia, el menudeo, etc y a su vez de golpe construye escuelas. Todo se vuelve muy contradictorio. Ante todo esto, lo que tenemos que entender es que está en juego la supervivencia. A veces mirarlo con ojos muy morales no funciona, pero frente a la realidad que te agobia, ¿qué hacés? Ese tipo de redes y de organizaciones están en juego todo el tiempo, y en el caso de los chicos se encuentran en la línea de la plata fácil, de que el narcotráfico los tome, los empiecen a usar, y siempre esas historias terminan mal, pero es lo que tienen muy a mano. La escuela es el lugar donde hay otra posibilidad, aunque no es fácil, ni es una vía  rápida, es el opuesto a todo lo otro. Entonces están los que se quedan y los que no.

-El narcotráfico como sustituto del Estado ha calado mucho en nuestros países. Un gran ejemplo es Pablo Escobar. ¿Crees que al proveer el narcotráfico refuerza su poder e influencia en una comunidad?

-Creo que es mucho más complejo, y lo que hay detrás es un mercado muy hipócrita. Pablo Escobar en un momento hasta ofreció pagar la deuda externa de Colombia, me parece algo muy interesante para explorar pero lo tendrá que hacer un colombiano. Al mismo tiempo que se le demoniza, el mercado de Escobar era Estados Unidos, se retroalimentaban. Obviamente nadie puede estar a favor, pero si aún el narcotráfico permanece con todas las posibilidades de control existentes, es porque hay una decisión desde los lugares de poder de que eso permanezca así. Si se quisiese combatir realmente el narcotráfico no duraría ni dos años.

-Entonces, ¿también en Argentina existe una élite de poder que es arte y parte del narcotráfico?

-Totalmente, se avala, va tomando mucho poder también. Hay lugares donde incluso tanto instituciones como policías o jueces son parte o reciben algo. Por eso es muy intrincado y difícil porque está muy amalgamado en todo el sistema. Existen las herramientas para implantar un acuerdo con el fin de acabar con el narcotráfico, pero ¿quién va a hacer eso? Se tendría que enfrentar a un status quo muy poderoso. Aparte hay una contradicción muy interesante también que intenté reflejarla en El suplente, se trata del narco que se postula como candidato, el que quiere ser político, que aparte de su función de dar, ahora quiere que le voten. Algo así ha sucedido y sigue ocurriendo en Argentina. En la película ese narcotraficante sanciona a los que meten droga en la escuela, porque ese es un lugar preservado en el barrio tanto para la gendarmería como para los narcotraficante, donde dicen: «bueno, acá no jodamos». Entonces hay una especie de pacto en el barrio, y al infringirlo el mismo narcotraficante busca sancionar a los chicos que transgredieron. En este punto lo moral se vuelve más complejo porque entonces ¿dónde está el bien y el mal? Obviamente hay un lugar ético, moral, pero no se puede simplificar porque entonces se vuelve banal.

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