Apóyanos

La degollina del Gran Terror

Ideas atropelladas y metas inalcanzables para llegar al comunismo ocultan la degollina del Gran Terror. Serie “Hechos y personajes de la revolución rusa en su centenario (7 de noviembre de 1917 - 2017)”. Parte XXXVI

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En 1937, al cumplirse 20 años de la Revolución, Stalin anunciaba que ya el sistema socialista había triunfado en todas las ramas de la economía, porque se habían liquidado en su totalidad los elementos capitalistas de la industria, de la agricultura y del sector individual.

La explotación del hombre por el hombre había sido destruida para siempre ―afirmaba sin ninguna clase de tapujos–. Ya no hay crisis, ni miseria, ni paro forzoso ni ruina.

Agregaba que el panorama del país era otro completamente distinto, y ese cambio tan profundo se reflejaba en la nueva Constitución, en que la igualdad de derechos de todos los ciudadanos de la U.R.S.S., independientemente de su nacionalidad y raza, es ley intangible. Ahora hay dos clases hermanas: los obreros y los campesinos. La intelectualidad es una capa que surge de las dos clases trabajadoras. La sociedad soviética pasa en lo adelante por una transición gradual hacia la sociedad comunista, en la que el principio a que se acomodará la dirección de la vida social será el principio comunista: “De cada uno, según su capacidad, a cada uno, según sus necesidades”.

Las primeras elecciones (mediante “voto universal, directo y secreto”), tuvieron lugar en diciembre de 1937, y en ellas compitió una sola plancha que era el bloque del PC y los sin partido, todo de acuerdo con el precepto constitucional que rezaba que los bolcheviques eran “la vanguardia de los trabajadores y el núcleo dirigente de todas las organizaciones cívicas y sociales”. De los 94 millones de electores que componen el censo, tomaron parte en las elecciones más de 91 millones, o sea el 96,8 por ciento. De ellos, votaron por el bloque de los comunistas y los sin partido 89.884.000 electores; es decir, el 98,6 por ciento. Solamente 632.000 personas, o sea menos del uno por ciento, votaron en contra de los candidatos del bloque de los comunistas y los sin partido.

La propaganda bolchevique inundó el país con su euforia. El segundo plan quinquenal de la economía se había cumplido con 9 meses de anticipación, la industria ocupa el segundo lugar a nivel mundial, todos los campesinos se han incorporado a las granjas colectivas (koljoses), se ha abierto el canal Moscú-Volga, avanza la construcción del barroquísimo Metro moscovita, exploradores soviéticos ponen su planta en el Polo Norte, las águilas doradas que coronaban las 19 torres del Kremlin son reemplazadas por hermosas estrellas rojas de rubí, electriza de entusiasmo a los asistentes a la Exposición Universal de París el pabellón soviético con la colosal escultura en su portal, de más de 100 metros de altura, del obrero y la koljosiana con la hoz y el martillo entrelazados, obra de la artista Vera Mújina.

Bajo semejante bullicio reptaba una espantosa represión.

En los 15 meses entre 1937 y 1938 son arrestadas cerca de millón y medio de personas. Las ejecuciones sumarísimas se elevan a 750.000. A la mayoría de los arrestados les hacen confesar acciones reales o inventadas, no importa, mediante un interrogatorio lleno de injurias y golpes sin la menor contemplación. Uno de los más sanguinarios miembros de la policía secreta, de nombre Semión Pavlovski, acostumbraba iniciar la sesión con un bestial puñetazo en la boca del preso. Tuvo como su mejor discípulo a Mijaíl Frinovsky (1898-1940), uno de los más altos jefes de NKVD durante el reinado de Yezhov. Entre los dos fijaban las cuotas de arrestos que se requerían en cada región de la Unión Soviética, y elaboraban las listas para la aprobación de Stalin. Frinovski vigiló que se practicara el asesinato del jefe del Departamento de Exteriores de NKVD, Abram Slutsky, con cloroformo y veneno intravenoso. Firmó la orden de arresto del poeta Osip Mandelstam, quien murió en el gulag. Supervisó el fusilamiento del comandante del Ejército del Lejano Oriente, mariscal Vasily Blújer. Pero en 1938, cuando Yezhov cayó en desgracia, Frinovsky fue arrestado, así como su esposa Nina y su hijo Oleg, de 17 años.

Así como han quedado guardados para la posteridad los métodos de que se valía la policía secreta para arrancar confesiones de los detenidos, también a su pesar han podido sobrevivir muchas páginas escritas por los inculpados, gracias a haber sido confiscadas y archivadas durante su detención. A ese efecto, valen unos versos escritos por el poeta campesino Pavel Vasiliev (1910-1937), que se consideraban perdidos hasta el momento en que, a partir de 1991, fueron abiertos los archivos policiales del bolchevismo. He aquí ese poema, dedicado a Stalin:

“Háblanos hoy, oh, musa, de Dzhugashvili, ese hijo de perra.

Combinó con astucia la terquedad del asno y la astucia del zorro,

cortando miles de miles de narices

supo abrirse caminos al poder.

Y bien, ¿qué has hecho? ¿Hasta dónde has llegado?

¡Dime, necio seminarista!

Colgaremos en los retretes esos textos sagrados,

juramos, oh, nuestro líder, que tiraremos flores a tu paso,

y una corona de laurel te clavaremos en el culo”. 

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Bibliografía consultada

Robert Conquest. Prefacio. En: The Great Terror: A reassessment. 40th anniversary edition. (El gran terror: una reevaluación. Edición del 40º aniversario). Estados Unidos: Oxford University Press, 2008.

David King. Ordinary Citizens. Amazon, 2003.

Vitali Shentalinski. Crimen sin castigo. Barcelona: Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2007.

Historia del PC (b) de la URSS. Moscú: Ediciones de Lenguas Extranjeras, 1939. 

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