Siempre soñó con bailar. Por las tardes, cuando Daniel Guzmán ayudaba a su mamá en el pequeño puesto de llamadas telefónicas, venta de café y chucherías que tenían en Porlamar, fantaseaba con pisar un salón de ballet y aprender los pliés, pirouettes y jetés. Pero no lo veía posible. No conocía ninguna escuela de ballet en la isla de Margarita, donde nació y creció. Incluso, no sabía si había alguna en otras regiones de Venezuela. Un día, cuando menos lo esperaba, una escena cambió su vida.
En una de esas monótonas tardes de trabajo frente al puesto de chucherías pasaron tres chicos vestidos con sus atuendos de bailarines. Sorprendido, se les acercó para preguntarles dónde estudiaban. Aunque al principio lo ignoraron –quizá por desconfianza–, regresaron y le explicaron a dónde ir. Daniel no perdió tiempo. Al día siguiente, el niño de entonces 12 años decidió tomar un autobús hasta la sede del Ballet de la Mar, donde tomó su primera clase de ballet. No hubo vuelta atrás.
Aquella tarde, sin saberlo, Daniel comenzó un camino que lo llevaría a cumplir con su sueño de infancia: dedicarse al ballet. Siete años después, el joven margariteño ganó el primer lugar del Youth American Grand Prix, en la categoría avanzada masculina, el pasado 7 de abril en Tampa, Florida.
Guzmán, de 19 años de edad, recuerda con mucho cariño esa primera clase. Aunque era la primera vez que hacía ballet, no estaba nervioso. Todo lo contrario. “Me sentía en un paraíso y me dije: ‘Wow, por fin estoy acá’. Era algo que había deseado tanto que no lo podía creer”, dice el joven. Ese día también conoció a Martha Ildiko, su maestra y directora del Ballet de la Mar, quien luego se convertiría en una figura indispensable en su formación como bailarín y como ser humano. “Fue mi maestra y me apoyó muchísimo. Me ayudó con el alimento y con cualquier cosa que necesitara”.
Al poco tiempo de comenzar a estudiar ballet, su familia decidió emigrar a Brasil debido a la crisis económica del país. No quería irse, sabía que hacerlo significaba renunciar al ballet y a sus sueños. “Le rogué a mi mamá que me dejara quedarme porque estaba muy ilusionado con el ballet. Para ella fue duro porque aún era muy pequeño y no tenía más familia en Margarita, pero mi maestra Martha se ofreció a acogerme. Ella fue mi tutora por 6 años y me apoyó (…) Que mi mamá me permitiera quedarme me demostró que creía en mí y en el Ballet de la Mar. Le agradezco mucho por entenderme”.
Guzmán afirma que sus primeros años de formación en el Ballet de la Mar pasaron rápido. «Comencé a estudiar a distancia para hacer ballet día y noche. Fueron años de formación, dedicación, de ir a competencias, de bailar mucho en la escuela, de entrenar y de aprender muchísimo». Reconoce que alejarse de su mamá ha sido lo más difícil que ha hecho hasta ahora. «Era muy cercano a mi mamá y a mi familia, pero encontré también en el Ballet de la Mar una familia que me acompañó y me terminó de criar. Estoy muy agradecido con ellos porque se convirtieron en mi segunda familia, en mi hogar».
Aunque para muchos niños el ballet es solo un hobbie, para Daniel fue una decisión de vida. «Desde pequeño me dije: ‘Esto es lo que quiero hacer’. Durante mi proceso de formación siempre pensaba en el futuro y me decía: ‘Si por esto dejé a mi familia tengo que tomármelo en serio’. Era algo que había decidido inconscientemente. Sentía que, además de que Dios me dio un don, podía salir adelante con el ballet», asegura el bailarín, que con el tiempo comenzó a participar en competencias nacionales como Pura Danza, que ganó durante tres años seguidos (2017, 2018 y 2019).
La pandemia fue un punto de inflexión en su proceso de formación. Al vivir con su maestra, no dejó de estudiar. «Siento que crecí mucho, porque se enfocaba solo en mí. Agradezco mucho eso porque aprendí demasiado», destaca. Ese momento también lo motivó a plantearse nuevos retos y buscar otros espacios para crecer como bailarín. «En septiembre de 2021 entré en la compañía de ballet del Teatro Teresa Carreño como parte de mi formación. Hice El Cascanueces e interpreté al personaje principal. Fue una experiencia maravillosa. Y en diciembre comencé mi proceso para emigrar a Estados Unidos», cuenta Guzmán, que ese año cumplió 18 años y pudo tramitar su pasaporte y todo lo que necesitaba para viajar.
Guzmán tenía planeado emigrar a Estados Unidos para estudiar ballet en la escuela Fort Lauderdale Youth Ballet, de Germán Dáger, a quien conoció por un amigo bailarín. Ya con pasaporte en mano viajó hasta Colombia para solicitar su visa, que le negaron en dos oportunidades. Estuvo diez meses en Cali hasta que salió el parole humanitario, programa que concede visados humanitarios a venezolanos, cubanos, haitianos y nicaragüenses. «Tan pronto supe llamé al maestro Germán y le dije ‘Maestro, apliquemos a esto, es nuestra última oportunidad. La tercera es la vencida’. Hicimos todo al pie de la letra; en enero nos respondieron y nos aprobaron todo. Fue un milagro, la mejor noticia».
Daniel llegó a Fort Lauderdale, Florida, en febrero de 2023. Ya tenía un itinerario de competencias planeado. No tenía tiempo que perder. «Desde que supimos que ya podía venir, mi maestro planificó todo». Antes de competir en el Youth American Grand Prix, participó en la semifinal del Universal Ballet Competition, cuya final comienza el 27 de mayo. «Esa competencia fue inolvidable para mí porque fue la primera. Gané The Legacy Award, que es el premio al más destacado de la competencia», dice.
Los entrenamientos para el Youth American Grand Prix fueron fuertes. Dos semanas fueron suficientes para que el bailarín se pusiera en forma y preparara las piezas que ejecutaría en la competencia. «Iba al gimnasio, corría, veía clases de ballet a diario, ensayaba día y noche. Siento mucha satisfacción porque tanto trabajo y esfuerzo al final dieron frutos. Me la sudé», afirma entre risas.
El Youth American Grand Prix es la competencia más grande en la que ha participado Guzmán hasta ahora. En el concurso celebrado en el Straz Center for the Performing Arts, en Tampa, Florida, participaron más de 18.000 bailarines provenientes de 35 países, de los cuales más de 1.700 pasaron a la ronda final. «Fue una semana completa de competencias, clases con los jurados y las compañías para las becas. Aunque fue una semana muy pesada, la disfruté mucho. Es otro universo y una experiencia maravillosa, porque conoces a bailarines de todo el mundo, que son los mejores de los mejores. Aprendí muchísimo, fue solo competir».
Para su presentación, el margariteño interpretó la variación Flames of Paris, de Vasily Vainonen, y una coreografía propia de danza contemporánea. «Decidí hacerla porque ya la había presentado en Venezuela y me sentía cómodo con ella. Al final, es una competencia y tienes que mostrar lo mejor que puedas hacer, por eso decidimos hacerla, la tenía en la sangre. En el contemporáneo interpreté una pieza creada por mí y el maestro Germán. Fue una experiencia nueva porque nunca había creado una pieza antes. Solo tuve cinco días para concebirla, un trabajo que lleva meses. Fue un trabajo en conjunto», recuerda Guzmán.
Al terminar su repertorio, con lágrimas en los ojos y el corazón a punto de salirse de su pecho, corrió hacia su maestro. Lo abrazó y le dijo: «Si el Daniel de 12 años supiera lo que acaba de hacer, no lo podría creer». La emoción lo desbordaba. “En ese momento caí en cuenta de que acababa de bailar en ese escenario, que era un sueño”. El camino no fue fácil. Todo lo contrario, hubo muchos obstáculos, esfuerzo y, sobre todo, mucho sacrificio.
No sintió presión durante la competencia, afirma. Confiaba en todo el trabajo que había hecho. No le importaba el resultado, ya se sentía satisfecho y agradecido por estar en ese lugar. «No todo es competir, creo que también hay que admirar y aprender de las experiencias. Eso me ayudó. No tenía sentido haber hecho tanto sacrificio para, al final, dudar de mí. Me concentré mucho en el trabajo que había hecho. Cuando llegó mi turno, me dije: ‘Vamos a hacer esto por lo que tanto hemos trabajado todo este tiempo'».
Cuando Daniel Guzmán baila el tiempo se detiene. Se olvida de todo. Solo existen él y la música. Disfruta cada paso, cada giro, cada extensión. Parece que flotara sobre el escenario. Para él, cada coreografía es un acto de amor. Y es lo que busca transmitir en cada presentación. «La gente me dice que bailo como si no me costara nada y creo que es porque lo disfruto. Bailo para el público, es algo que me sale del corazón e intento transmitir ese placer».
Aunque el bailarín se siente orgulloso, no quiere que el premio lo defina. «Para mí es especial porque es un reconocimiento a mi esfuerzo, pero no quiero ponerlo en un altar. Creo que más que un logro mío, es un logro también de todo un país», dice. Tras la competencia Guzmán ha recibido propuestas de contratos con prestigiosas compañías de ballet, como American Ballet Theater, Houston Ballet, Kansas City Ballet y Milwaukee Ballet; pero aún no ha tomado una decisión. «Las ofertas van a estar ahí, gracias a Dios, para que en el momento en el que todo esté en orden tomemos la mejor decisión. Por el momento, estamos evaluando y creciendo más».
Durante su formación como bailarín, se rodeó de personas que lo apoyaban y le aportaban cosas positivas. Considera que los prejuicios hacia los hombres que practican ballet son cosa del pasado. «Sé que hay cierta negatividad o rechazo hacia los bailarines de ballet, pero siento que las cosas han cambiado». Guzmán solo se enfrentó a los comentarios negativos de quienes dudaban de su talento. «Con el tiempo demostré que de esto se puede vivir».
El margariteño no se imagina haciendo otra cosa que no sea ballet; sin embargo, de no haber sido bailarín, se hubiera dedicado a algo relacionado con el arte. «Me siento muy atraído por este mundo, no me llama la atención algo distinto», asegura Daniel, quien añade que le gustaría intentar en otras áreas relacionadas con el mundo artístico. «La carrera de un bailarín es corta, porque dependes de tu cuerpo. Siempre he querido ser actor o cantante. Estoy seguro que por el ballet se me abrirán muchas puertas».
Entre los papeles que le gustaría interpretar está el de Albrecht, en Giselle. «Es una obra maravillosa y siento que es mi papel soñado. Lo he querido hacer desde hace mucho tiempo. En el ballet hay tantas cosas bellas que uno quiere hacerlo todo», dice el bailarín que, por ahora, pasa sus días ensayando para sus próximas competencias.
En el futuro, Daniel Guzmán se ve feliz, bailando en una reconocida compañía de ballet y reencontrándose con su mamá, a quien no ve desde hace siete años. «A pesar de que no está cerca, ella ha sido motivación plena para lograr todo lo que he hecho y llevarlo al máximo. Mi mamá ha sido una figura indispensable, al igual que mis maestros, para ser quién soy hoy en día. Mi mamá es todo para mí».