Una ficha hemerográfica dio inicio a la obsesión que, por los últimos años, ha absorbido el trabajo artístico de Manuel Eduardo González. En el centro de Macuto, sobreviviente, continúa en ruinas el Hotel Miramar, y se convierte en el objeto de la incesante búsqueda del artista. El resultado –el último que ha tomado su obra– es la muestra individual Tropical Moderno que se exhibe en la Galería Spazio Zero de Bello Monte.
Manuel Eduardo González (La Guaira, 1988) dedica su trabajo a la combinación de distintos medios y materiales. “Se basa en el diálogo de información relacionada a los fenómenos naturales, la memoria, el territorio y la arquitectura, como una manera de presentar la historia, y cuestionar la forma en que es asumida en el presente”. González enfrenta de esta manera los archivos conseguidos de su investigación a los acercamientos propios y a entrevistas de testigos que quedan plasmadas en obras que abarcan distintas técnicas y presentaciones.
Desde los paseos que hacía desde niño a Macuto, el Hotel Miramar se presentaba ante el artista en una caótica ruina en la que aquel majestuoso edificio estaba condenado a perderlo todo. La ficha, aquella con la que González se encontró en 2013 dentro de los archivos de Juan Carlos Palenzuela, le hizo volver al Miramar, repensarlo ahora no solo desde la nostalgia de algo que no volverá sino como el pretexto de una investigación a su arquitectura, a su estética y a la visión que tenemos en Venezuela sobre la historia y el patrimonio.
Así, el Hotel Miramar, “la perla de los hoteles del Mar Caribe” –como lo describe la nota de 1932 en la ficha– se vuelve en sí mismo un testigo de una “historia contada en fragmentos” de cómo el país se ha consumido en un modernismo sin futuro, atontado por las promesas vacías de un porvenir que nunca llega.
El mar y la roca, tan presentes en la infancia de González, se volvieron elementos claves en la construcción de esta muestra. El azul, el gris, el negro, la piedra como material y como protagonista son el hilo conductor en todo el recorrido que también se unifica con la repetición de la cruz griega que representa la vista cenital de la arquitectura del hotel.
En Tropical Moderno, el espectador se consigue también con el constante recordatorio de la influencia que los fenómenos naturales tienen en estos procesos del olvido. La montaña desprendida, la erosión, los vientos, el salitre que destruye, recordatorios de que la naturaleza es motor fundamental en las transformaciones. Algo que también despierta constantemente la inquietud del artista: “la singularidad de estar entre el Mar Caribe y la cara norte del Ávila es algo que desde hace tiempo me ha interesado. Mucho, mucho tiempo atrás, estos estaban juntos pero los cambios geológicos que naturalmente se producen cambiaron la geografía, y actualmente el mar recibe lo que la montaña hace correr hacia él. Yo creo que entre estas dos partes hay una conexión a través del ritmo geológico de la cordillera, y eso es parte también de mi trabajo en general”.
Lorena González Inneco, curadora de la exposición, conecta al espectador con esa mirada geológica del artista a través de un recorrido posible desde la memorabilia, desde un “querer ser”, típico de nuestro tiempo. “Frente a la erosión de todas las estructuras, frente a la desolación, los cambios y el deterioro, cada obra planeada intenta dibujar para el espectador una inquietante aventura de los sentidos: nos remite a la puesta en marcha de la ficción, no como una proyección simple de las sombras del pasado, sino como el motor capaz de hacernos sobrevivir en medio de la debacle”.
Ante esto queda solo la reconstrucción visual de una estructura cuyas ruinas se mimetizan con el caos. Volver al Hotel Miramar desde la mirada de Manuel Eduardo González es un viaje fragmentado entre las formas y los tiempos. Entre la nostalgia y el remanente.