En Loro, estrenada ayer en Italia entre gran expectación, el cineasta Paolo Sorrentino recrea un sistema en el que Silvio Berlusconi ejerce de polo de atracción de los que cuentan, moradores todos ellos de un sórdido y frenético mundo de droga, sexo, riqueza y poder político.
Sorrentino ya había abordado la política en Il Divo (2008), sobre el siete veces primer ministro Giulio Andreotti, y el poder espiritual en su serie The Young Pope (2016), pero ahora se lanza a retratar al ex Cavaliere (interpretado por Toni Servillo) y su cohorte de colaboradores.
Lo hace en Loro (ellos, en español), una esperada coproducción italo-francesa dividida en dos partes para narrar una historia que solo se completará el 10 de mayo cuando se estrene la segunda.
La primera parte de este díptico no se centra en el magnate, sino en Sergio Morra (Riccardo Scamarcio), un joven arribista de Apulia que se dota de un ejército de mujeres con el objetivo de tentar a los poderosos para obtener favores e influencia.
El autor de La Grande Bellezza (2014), Óscar a la Mejor Cinta de Habla No Inglesa, recrea una especie de cosmos en el que Él, con mayúsculas, ejerce de centro de admiración para ellos, voraces políticos y jóvenes promesas de la noche dispuestos a hacer carrera.
Para ello recorre hechos veraces o inventados, reconoce en las notas de dirección, enmarcados entre 2006 y 2010, un período salpicado por escándalos y marcado por el ocaso de un poder político que culminaría con la sonada dimisión de Berlusconi en 2011.
Un contexto en el que los italianos son representados por una oveja que atiende absorta los programas de entretenimiento de su propia televisión y que queda retratado como la espectacular explosión de un camión de basuras en los monumentales Foros Romanos.
La intención de Sorrentino no era tanto retratar a este símbolo del país, sino mostrar la pasión, la ambición, el interés o incluso el amor personal que Berlusconi motivaba entre todos aquellos que le rodeaban entonces.