¿Qué son los años?
¿Qué es nuestra inocencia,
cuál nuestra culpa? Todos
desnudos, ninguno a salvo. ¿Y de dónde
el valor: la pregunta incontestada,
la duda firme
–que calladamente llama, que sorda escucha–, que
en la desgracia, incluso en la muerte,
da valor a los demás
y, en su derrota, mueve
al espíritu a ser fuerte?
Sabio y dichoso aquel que
acepta que ha de morir
y en su prisión se eleva
sobre sí mismo como
el mar en una sima, luchando por ser
libre e incapaz de serlo,
y en ese abandono
halla supervivencia.
Así se comporta
quien siente con vigor.
Como el ave que al cantar
yergue su cuerpo creciéndose.
Aunque cautivo, su poderoso canto
dice qué vulgar es la satisfacción,
qué pura la alegría.
Esto es ser mortal,
esto es ser eterno.
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Al progreso militar
Usas tu cerebro
como una muela de triturar
paja.
Lo abrillantas
y con tu pervertido ingenio
te ríes
de tu torso,
postrado donde el cuervo
desciende
sobre los débiles corazones
que su dios le asigna,
llama
y bate las alas
hasta que el tumulto atrae a
más
voluntarios negros
para volver a resurgir,
guerra
a bajo coste.
Ellos lloran por la cabeza
perdida
y buscan su presa
basta que el cielo de la tarde
enrojece.
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La mente es un mecanismo encantador
es un mecanismo encantado
como el brillo en el
ala de una chicharra
subdividida por el sol
hasta que las cuadrículas son legión.
Como Gieseking interpretando a Scarlatti;
como el pico punzón
del ápterix o el
chal del kiwi
de peludas plumas para la lluvia, la mente,
tanteando su camino como un ciego,
camina con la vista fija en el suelo.
Posee el oído del recuerdo
que oye sin
necesidad de oír.
Como la caída del giroscopio,
de inequívoca exactitud
porque está ajustado con soberana certeza,
es un poder de
dramático encanto.
Es como el collar de
la paloma animado
por el sol; es el ojo del recuerdo;
es concienzuda inconsistencia.
Arranca el velo; desgarra
la tentación y la bruma
que visten los ojos
del corazón –si el corazón
tiene rostro; hace pedazos
el abatimiento. Es fuego en el iridiscente
collar de la paloma; en las
inconsistencias
de Scarlatti.
El orden pone
a prueba su desorden;
no es el inmutable juramento de Herodes.
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Puedo, podría, debo
Si me dices por qué el pantano
parece infranqueable, entonces te
diré por qué pienso que
puedo atravesarlo si lo intento.
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Valores al uso
Iba a la escuela y me gustaba el lugar,
hierba y sombras de hojita de acacia como encaje.
Se discutía sobre la escritura. Decían: “Creamos
valores en el proceso de vivir, es inútil esperar
su progreso histórico”. Sé abstracto
y desearás haber sido concreto; es un hecho.
¿Qué estudiaba yo? Valores al uso,
“juzgados en su propio terreno”. ¿Soy aún oscura?
De improviso, un estudiante dijo al pasar a mi lado:
“‘Relevante’ y ‘plausible’ eran palabras que yo entiendo”.
Una afirmación grata, anónimo amigo.
Ciertamente, los medios no deben frustrar el fin.