El galán por excelencia de las telenovelas venezolanas que hicieron furor en los años ochenta y noventa en todo el mundo, Carlos Mata, se ríe de sí mismo en una obra teatral que este jueves estrena en Miami con el significativo título de Desnudo con sombrero, porque nunca se tomó en serio la fama.
A sus 66 años de edad, el inolvidable Luis Alfredo de Cristal (1985-1986), una telenovela de la que se acuerda con enorme gratitud, se ha decidido a poner en escena una pieza teatral de su autoría a la que estuvo muchos años dándole vueltas. “Yo me cuestiono demasiado, es el síndrome de la ópera prima”, señala este actor, cantante y compositor en una entrevista con Efe durante un paréntesis en el último ensayo antes del estreno.
Una amiga suya, una gran escritora que revisó sus textos, le animó a vencer los temores y a estrenar Desnudo con sombrero. “Lo que van a ver los espectadores es ‘la verdad de la milanesa”, dice usando una expresión argentina. “Nunca creí en las superestrellas”, declara mientras prueba la guitarra eléctrica con la que se acompañará en las canciones de Desnudo con sombrero, de la que se han programado solo tres funciones en el Paseo Wynwood, un bastión teatral venezolano en el barrio artístico de Miami.
Mata agrega que tenía un compromiso con Miami, porque es la ciudad donde lleva viviendo más de 20 años, pero que quiere llevar enseguida su obra de gira por los teatros de Argentina, Chile, Ecuador y otros países latinoamericanos, además de España.
Le gustaría mucho presentar Desnudo con sombrero en su país, pero dice que en la situación actual es imposible. Además, no cree que deba regresar a Venezuela, pues se negó a manifestar respaldo a Nicolás Maduro, algo que, cuenta, gente cercana al sucesor de Hugo Chávez le solicitó a su esposa cuando en 2013 estuvo por última vez en Caracas para un rodaje.
En Desnudo con sombrero Mata se queda sin ropa en más de un sentido. Al pasar revista a su infancia, su juventud y su carrera le saca punta humorística a todo y especialmente a sí mismo. “Me pongo en ridículo sin ningún tapujo”, admite un actor cuya fama perdura afortunadamente en muchos países. “De alguna manera Carlos Mata es ya una marca”, añade.
En el telón de fondo del escenario de la sala con capacidad para poco más de un centenar de espectadores van pasando imágenes que no escapan de los comentarios de Mata, que estudiaba arquitectura cuando por accidente entró en el mundo de la actuación.
En una fotografía se le ve de niño junto a su hermano mayor, ambos vestidos de primera comunión y con un cirio en las manos; y en otra, a un tío suyo que fue obispo junto al papa Pablo VI. De su tío prelado recuerda el gran sentido del humor que tenía, algo de lo que él también hace gala. De niño, cuando tenía un conflicto, lo resolvía riendo, y cuando empezó a hacer teatro se dio cuenta de que lo suyo era la comedia musical.
“Disfrutaba haciendo reír”, señala. La música siempre le gustó. Estudiaba violín de niño y fue miembro fundador del Coro de Cámara de Caracas, relata con orgullo. De todo esto habla risueño, salvo cuando menciona a su madre, que murió a los 35 años y dejó siete hijos.
Él tenía 13 años y la recuerda preciosa. Carlos Mata estuvo ocho años sin hacer caso a las ofertas que le llegaban para hacer telenovelas, porque en aquellos años eran vistas con “muchísima desconfianza” y eran un “motivo de burla”. Finalmente sucumbió, porque había quedado muy endeudado por sus estudios de Arquitectura, y además las productoras de telenovelas habían empezado a contratar a grandes dramaturgos y la calidad había mejorado.
La cubana Delia Fiallo, que es autora de algunas de las mejores telenovelas o culebrones, como se llamaban en los años ochenta, le quiso como protagonista de Cristal junto a Jeannette Rodríguez. Mata había hecho de músico drogadicto en Leonela y no se veía haciendo de galán y además en un papel protagonista. Le dijo a Fiallo que no podía aceptar, que lo iba a estropear todo. “Yo no sabía levantar la ceja ni hablar así, no tengo la estatura ni el físico”, dice cambiando el tono al de un típico seductor.
Finalmente Fiallo le convenció y su fama, que venía creciendo, se disparó a la par que el éxito de Cristal trascendía fronteras y llegaba hasta países alejados física y culturalmente de América Latina como Israel, Turquía, Tailandia, Ruanda y Kenia. Su faceta de cantante y músico siguió el mismo camino y en España llegó a tener su propio programa televisivo. Y un día decidió dejar todo eso atrás para salvar su matrimonio y no perder a su familia.
Era 1995: “Mi representante se quería suicidar. En el mejor momento me fui escondido a Nueva York”. Al final no logró salvar su primer matrimonio, aunque le quedaron tres hijos con los que tiene una relación maravillosa. Su mayor orgullo es que no le pueden acusar de haber sido “arrogante”. “Siempre he tratado de ser lo más auténtico posible”, afirma. También se precia de mantener unos valores y principios que recibió como “formación de casa”. “Santo no he sido y no ando de santo por la vida. He hechos cosas y si me preguntas de qué me arrepiento, la lista es larguísima”, concluye.