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La calma tras la tempestad

El amor maternal, las verdades crudas, la violencia, la fama, la vida dispersa entre dos orillas. El periodista y escritor Boris Izaguirre agita con fuerza un coctel autobiográfico y lo sirve en una copa con borde de ficción en su nueva novela, Tiempo de tormentas. Siempre cómodo entre lo frívolo y lo trascendente, aquí comparte cómo se construyó 

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“No me di cuenta hasta el momento de su muerte de lo extraordinaria que había sido nuestra relación. Ella luchó toda su vida para que yo no tuviera que ocultarme ni meterme en un closet. Esa fue una de sus grandes decisiones y yo me sumé a su conquista: lo hicimos juntos”. Así describe Boris Izaguirre a Belén Lobo, su madre. La misma que sirve como piedra angular de su nueva novela, Tiempo de tormentas. “Más allá de todo lo que significa una madre, me pareció que lo que ella hizo por mí había que compartirlo. Con madres que también tengan un hijo gay, por ejemplo, que se sientan identificadas y necesiten herramientas”.

Se planteó este libro una noche en Madrid. Y aunque plasma la relación entre una bailarina y su hijo gay, a la historia fueron sumándose personajes de ficción. Es un relato en el que el protagonista cuenta sus primeros años –entre los cuales explora su sexualidad y su lucha con la dislexia, entre muchos otros tópicos– hasta que alcanza la fama televisiva en España. Izaguirre se confiesa sobradamente satisfecho con el resultado; lo suficiente como para no sentir la ansiedad de apurar el trago de ese vacío incómodo que le surge entre un libro y otro. “Una vez que se volvió novela y se publicó, siento que lo dejé todo allí. Ya está todo escrito”. En otras entrevistas, el periodista y escritor ha dicho que a veces desearía volverse invisible. “Quizás aproveche este parto para explorar otros tipos de narrativa”, apunta.

Retroceder y recrear. Repasar el pasado no siempre es cómodo. “Siento que me ha tocado vivir dos muertes al mismo tiempo. La de mi mamá y la del país, porque una de las cosas que ella más lamentaba era haber nacido en una dictadura y sentir que iba a morirse en otra. Yo me arrastré con ella en el viaje de su enfermedad y me di cuenta de que esa historia de generación la podía contar. Nuestros últimos 26 años fueron muy distintos a los que ella se hubiera imaginado, porque nuestra relación se volvió más telefónica que presencial viviendo en continentes distintos. Por eso decidí esta vez dejarme dominar por ella y hurgar en las cosas que alimentaron nuestra relación, que no siempre fueron fáciles, pero que había que contar”.

Entre estos episodios, el escritor relata un ultraje sexual que vivió a los 13 años. ¿Cómo han reaccionado otras personas que han pasado por algo similar? “En la firma del libro que hice el día de Sant Jordi, en Barcelona, más o menos podía identificarlas. Por lo general es gente que viene con un semblante un poco turbado, se te acerca y te dice ‘lo siento tanto’. Es un episodio descrito en tres páginas, y aunque pasó hace 40 años, el comentario igual se agradece. Corrijo mucho mis libros, una y otra vez, y cuando pasaba por ese tramo siempre lo dejaba igual. Hay elementos duros que, aunque sabía que podían doler, necesitaban ser contados”.

De nuevo, su madre tuvo un papel fundamental. La reacción de ella cuando se lo contó fue determinante. “Y eso también tenía que reconocérselo, porque no sé si se lo agradecí suficiente en vida. Su valentía, su brillo, lo rápida que fue en transitar eso y conversarlo conmigo, a pesar de lo mucho que le dolió que esa burbuja de protección que ella sentía que había formado para mí se rompiera. Ella no quería permitir que eso que había pasado definiera el resto de mi vida”.

¿Cómo describe a sus padres? “Me tocaron muy auténticos y muy inteligentes, los dos muy leídos y cultivados”, dice en alusión incluyente al crítico de cine Rodolfo Izaguirre. “Ellos se hicieron a sí mismos y desde esa amplitud nos criaron. Siempre nos trataron como personas importantes, independientemente de nuestra edad. Lo único que mi mamá nos exigía era que siempre fuéramos claros y le agradezco enormemente esa transversalidad”. Aunque Izaguirre admite que se burlaba de la insistencia materna en el valor de la disciplina –de la que ella era un botón dorado, desde su condición de bailarina, primero clásica y después contemporánea–, hoy reconoce ese rasgo en sí mismo como uno de sus mayores legados.

“Mi mamá decía que mientras más libre y creativo quisiera ser, más disciplina era necesaria: me aconsejaba que fuera siempre puntual, que estuviera siempre limpio y bien vestido, que fuese ordenado. Me parecía una gran contradicción porque no entendía cómo esos hábitos me podían hacer más libre, pero con los años me di cuenta de que ella tenía razón y que eso me ayudó a lograr muchas cosas”.

La vida floridiana. Izaguirre vive en Miami desde hace cuatro años. “Estoy rodeado de reguetón y aquí todo el mundo es guapo”, condensa con chispa. “Al principio mis amigos no creían que fuese una buena idea mudarme, pero esta etapa mayamera ha resultado fenomenal. Algo tiene que me gusta. Me dieron las llaves de la ciudad y he hecho muchos amigos”, relata. Aunque su marido vive en España y ambos viajan con regularidad para verse, asegura que se han vuelto más unidos. “Los dos siempre supimos que había que movilizarse hacia donde hubiese trabajo, así que tratamos de llevarlo lo mejor que podemos. Al principio el clima de acá me chocaba un poco porque ya me había acostumbrado a vivir con estaciones, pero aún en esos días en los que extraño el frío, reconozco que sería una tontería quejarse”.

La estadía también le ha servido para conocer más su propio gentilicio. Ver llegar cada vez más a compatriotas en circunstancias dispares lo ha hecho conectarse con otras realidades. “La verdad es que he viajado poco por Venezuela y conocer gente de otras ciudades me ha ayudado a entender a qué se enfrenta el venezolano más allá de Caracas. Para mí, emigrar fue distinto porque cuando me fui a vivir a España en 1992 iba con una oferta de trabajo y las condiciones del país eran otras. Intento escucharlos, entender y ser solidario porque sus historias me asombran. No es una situación agradable ni fácil, sino un universo de mucha incertidumbre”.

Mientras tanto, su plan de volverse invisible no parece bien encaminado. Además de continuar en el programa televisivo Suelta la sopa de Telemundo, Izaguirre pronto participará en una edición del concurso televisivo MasterChef en España y también acaba de ser reconocido con el premio Alan Turing, que se otorga como reconocimiento a la labor de personas relacionadas con la comunidad LGTBI. Le honra ser el primer venezolano asociado a este galardón.

“Tal vez me he equivocado en muchas cosas, pero en mi mensaje no. Siento que parte de mi carrera ha estado bien dirigida porque siempre quise ser solidario con mi comunidad. Fui educado para mostrar que soy un hombre homosexual que no solo está feliz de serlo sino que no pasa nada si lo defiendes, porque la homosexualidad, además de otra forma de ser, es también una manera más de ver y de dirigir el mundo”.

Hace poco fue elegido como uno de los 50 más bellos de la revista People en Español, codo a codo con Maluma, Ricky Martin, Edgar Ramírez y otros famosos. “Me encantó hacerme la foto frente al Museo del Prado, con un traje rosado como mi personalidad. También creo que me ayudó haber usado cremas hidratantes desde que tenía 16 años”, comparte.

¿Y qué opina su esposo del nombramiento? “El otro día una señora que trabaja con nosotros se puso a hojear la revista y le dijo a Rubén que a ella honestamente le parecía que yo era mucho más bello que Ricky Martin. Y él le respondió: ‘pero Boris no es rico’… lo cual es cierto; entonces me pareció una respuesta justa”, dice con gracia. ¿Será que le preocupa que adopte ínfulas de estrella? Se ríe. “Es que ya soy completamente estrella. No puedo serlo más”.

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