En el Trasnocho Cultural, la librería El Buscón se ha transformado en un lugar de encuentro para los amantes de las letras. Han pasado 15 años desde la primera vez que el pequeño espacio que tiene como socios a Katyna Henríquez, María Fernanda Di Giacobbe y Federico Pacanins mostró su primera vitrina. En adelante, ha contado con un público fiel que adquiere sus obras, asiste a sus conversatorios, lee en las cómodas sillas dispuestas alrededor de los estantes y, sobre todo, hace vida cultural en la capital de un país azotado por la crisis.
—¿Cómo se prepara El Buscón para celebrar sus 15 años?
—Felices de haber llegado a esa fecha en un período tan duro y convulso. Lo celebramos como lo hacemos los 363 días (y no es un decir, solo cerramos 2 días al año), con entrega y mucha pasión. Nuestra programación es permanente. Siempre agradecemos ser parte del gran proyecto Trasnocho Cultural que lleva Solveig Hoogesteijn.
—¿Cuál ha sido el balance de estos 15 años?
—Muy positivo, porque tenemos una legión de lectores, escritores y editores con los que hemos creado una gran familia.
—Las prioridades del venezolano han cambiado. El presupuesto se destina a satisfacer las necesidades básicas y tampoco alcanza. ¿Cómo ha logrado el espacio sobrevivir a esto?
—Nuestro proyecto fue desde el comienzo el de una librería de ocasión, por tanto siempre hemos ofrecido libros a precios más asequibles, en relación con los importes que dicta el mercado, que en su mayoría, debido a los problemas de costos de producción, resultan sumamente altos.
—En tiempos de una economía tan adversa, que no pareciera mejorar en el futuro cercano, ¿cuáles son los retos a los que se enfrenta para continuar?
—Resistir. No queda otro. Nuestro perfil de oferta de libros usados nos da un respiro. Siempre estamos buscando en la calle, en las bibliotecas privadas y lo que deja el terrible éxodo. Trabajamos como hormigas guardando para este largo invierno que vivimos.
—Las editoriales transnacionales se han ido del país; sin embargo, han surgido pequeñas casas independientes. ¿Cuál es la importancia de estas iniciativas en el mercado?
—Ellas han salvado nuestro nicho, pues efectivamente quedamos solos luego de la partida de las grandes casas. Esa terrible ausencia la han llenado excelentes empresarios independientes del ramo, todos quijotescos, como Todtman Editores, Madera Fina, Libros del Fuego, Playco, Cyls, La Cueva, Camelia Ediciones, Utopía Portátil, Artesano Group, Dcir Ediciones, El Estilete, Eclepsidra, Monroy Editores, Becuadro, Galipán y tantas otras.
—En las estanterías y vitrinas abundan los títulos de autores venezolanos. ¿Cuál es la recepción del público ante esta literatura?
—Es lo que buscan los lectores desde hace varios años. Responde a la urgente necesidad de leer nuestro pasado como una manera de entender el presente. Al rescate han salido muchos ensayistas e historiadores olvidados del mundo de las letras.
—El Buscón es un punto de encuentro cultural de Caracas. ¿Cómo se construye la identidad de una librería?
—Con una clara definición de su perfil; una programación permanente de encuentros, tertulias, recitales y exposiciones, y sobre todo, con dedicación y sentido de compromiso para con nuestra comunidad.
—¿Lee el venezolano como lo hacía antes?
—Lee lo que le han dejado que lea, pues tenemos todo tipo de carencias y muy pocas opciones para escoger. Aún así, lee y eso ya tiene un gran mérito.
—¿Cuál libro recomendaría para entender el proceso político venezolano de los últimos 20 años?
—Diario en ruinas (1998-2017), escrito por Ana Teresa Torres y publicado por la Editorial Alfa. Este libro conecta la memoria individual con la memoria colectiva en un gran ejercicio narrativo.
—¿Cuál es la diferencia entre un librero y un vendedor de libros?
—El vendedor de libros consulta la computadora y hasta ahí llega. El verdadero librero es también psicólogo, médico de cabecera y, muchas veces, adivino. Una de las claves de El Buscón son sus libreros. Algunos de ellos siguen presentes en el mundo de las letras como Ricardo Ramírez Requena, hoy director de La Poeteca, o Graciela Yáñez Vicentini, en su coordinación del Papel Literario de El Nacional.
—Usted no solo es librera, sino también editora. ¿Cómo combina ambos oficios?
—Actualmente soy más librera que editora, aunque siempre tengo proyectos editoriales en mente. Ahora preparo el segundo libro de Las palabras de El Buscón que recoge las memorias de nuestra librería. El primero fue editado por Equinoccio y el que viene ya está en manos de AB Ediciones de la UCAB.
—El Buscón es…
—Una covacha quevediana aún en libertad.
Librera y editora
Katyna Henríquez Consalvi nació en Mérida, en 1958. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana de Bogotá y Fotografía en el Instituto Neumann de Diseño. Desde siempre el libro ha sido su pasión. Su padre, Rigoberto Henríquez Vera, fue periodista y escritor, y su tío, el maestro Simón Alberto Consalvi, ensayista, diplomático y editor adjunto de El Nacional.
Henríquez Consalvi comenzó su carrera en el Banco del Libro. Fue editora en Anaya (Madrid) y realizó colaboraciones para la Editorial Siruela con la obra de José Antonio Ramos Sucre. En 1990 inauguró la Librería Monte Ávila Editores en el Teatro Teresa Carreño y en 2003 fundó El Buscón en el Trasnocho Cultural, junto con María Fernanda Di Giacobbe y Federico Pacanins.