Sus movimientos quitaban el aire; su figura esbelta, menuda, la Bruce Lee parecía la de un joven de 18 años: fibra pura, músculos marcados, mirada desafiante. El estilo con el que peleaba no encajaba en el karate, el taekwondo, el jiu-jitsu o el kung-fu, era algo llamado jeet kune do, una técnica, un estilo de vida que él había creado.
Bruce Lee tenía 32 años de edad –aunque lucía notablemente menor– y se encontraba en la cima de su carrera; pero no viviría para el estreno de Operación dragón (Enter the Dragon), la película que haría realidad su sueño de ser «la estrella más famosa del mundo».
El próximo 27 de noviembre, Lee cumpliría 80 años de edad. Pero dejó este mundo, en Hong Kong, en circunstancias de las que se ha escrito hasta el cansancio y sobre las que se ha especulado de todo: su muerte sería fruto de la envidia de otros maestros de las artes marciales; una venganza de la Triada, la terrible organización criminal asiática con la que Lee tenía cuentas pendientes; la maldición que pesaba sobre su familia, según la cual los varones de varias generaciones estaban condenados a morir a corta edad, y la oficial: una hipersensibilidad alérgica a un analgésico que consumió para el dolor de cabeza. La causa del deceso fue un edema cerebral que nunca se justificó de manera científica y hasta ahora permanece como un enigma.
Era 1973. Lee pasaba por momentos angustiosos y la presión era inmanejable. Mucho distaba de ese muchacho peleón al que su padre debió sacar de Hong Kong de regreso a su natal Estados Unidos por los conflictos que casó en las calles y los baños de las escuelas. Estaba extremadamente delgado –pesaba 55 kilos para su 1,75 metros de estatura y su exigencia física era casi sobrehumana–; dicen que consumía opioides y cannabis para lidiar con el estrés y los dolores que le producían las hernias discales, y que mantenía una relación extramatrimonial. Dicen que su muerte, el 23 de julio de ese año, no fue accidental.
El escritor madrileño Marcos Ocaña –que publicó tres libros sobre Bruce Lee, el más reciente El guerrero de bambú– aseguró en una entrevista con la revista Icon, de El País, que «todas las circunstancias que rodearon la muerte de Bruce fueron rocambolescas: su productor mintió a la prensa al decir que había fallecido en su casa, luego se descubrió que estaba con una actriz, Betty Ting Pei, que había intentado reanimarlo durante nada menos que 10 minutos, en vez de llamar una ambulancia inmediatamente. Y cuando por fin contactaron una, no lo llevaron al hospital más cercano, sino a uno que se encontraba a media hora (…). El posterior interrogatorio fue como un diálogo de los hermanos Marx».
Más allá de las teorías, el ‘dragón’ había dejado su profunda marca en Occidente y en Oriente. Su multitudinario sepelio en Hong Kong y posterior traslado a Seattle lo demostraron. La muerte de Bruce Lee desató la locura por aprender sus técnicas de combate, sus películas se convirtieron en éxitos de taquilla y su imagen se alzó como un ícono de la cultura pop. Ese día murió el hombre y nació una leyenda.
Bruce Lee pasó parte de su corta vida frente a las cámaras: su primera aparición fue a los dos meses de nacido, en la película Golden Gate Girl. En The Kid interpretó a un pequeño parlanchín cuando tenía apenas 10 años de edad. Desde niño se notó la influencia artística de su padre, actor de películas cantonesas, artista marcial y comediante en la ópera china que andaba por el mundo con su compañía.
De hecho, el nacimiento de Bruce Lee en Estados Unidos fue un accidente, durante una de las temporadas de su padre en San Francisco. El 27 de noviembre de 1940 nació el ‘hijo del dragón’, según la astrología china. Lee Jun-Fan, como se registró, no usó su nombre occidental –Bruce, por sugerencia de una enfermera del Chinese Hospital, donde fue el alumbramiento– hasta cuando fue adolescente. Y debido a una antigua tradición oriental –los espíritus rondan a los hijos varones–, su madre y su abuela decidieron llamarlo en femenino –Sai Fon, que significa pequeño Fénix–.
Al final, los tres nombres que tuvo no lo salvaron de los malos espíritus. Esa condena sobrenatural –la muerte prematura de los varones en su familia– fue un temor recurrente. Todo el tiempo se lo decía a su esposa y madre de sus hijos (Brandon y Shannon), la educadora y también artista marcial Linda Lee Cadwell. Para alimentar el halo supersticioso, Lee murió a los 32 años (justo la mitad de la edad que tenía su padre cuando falleció) y su único hijo varón, que también fue actor, perdió la vida a los 28 en el set de filmación de El cuervo, cuando le dispararon una bala real en vez de una de fogueo.
El paso de Bruce Lee por este mundo estuvo marcado por creencias que jamás desdibujaron la vibrante y carismática energía que desplegaba el muchacho que tras haber nacido en California fue llevado a Hong Kong, donde permaneció hasta cumplir los 17 años.
Fue un adolescente rebelde e impertinente. Enfrentó peleas que le valieron expulsiones de colegios y la amenaza de ir a la cárcel. Obsesionado con mejorar sus puñetazos y patadas, Lee se inscribió en la academia de Ip Man, un venerado maestro de wing chun, un arte marcial enfocado en la defensa personal. Después de cuatro años de enseñanzas –y de sus respectivas ejecuciones en peleas callejeras–, sus padres decidieron enviarlo de vuelta a Estados Unidos.
En algún momento, el ‘dragón’ entendió que su alma necesitaba nutrirse tanto como su cuerpo y se inscribió en la carrera de filosofía en la universidad, sin abandonar su estricto régimen de entrenamiento ni su afición por el baile –sobre todo el chachachá–. A los 22 años, Lee se convirtió en instructor de artes marciales en sus propios institutos de Seattle y luego en Oakland, California. Parecía que hallaba el balance entre la fuerza bruta y la razón, el manejo de las armas y el control del dolor: con todo su aprendizaje forjaría el jeet kune do, técnica marcial con la que conquistó el mundo. Su gran amigo, el también actor Steve McQueen –a quien conoció cuando daba clases a famosos del cine y los deportes–, definió los puñetazos del hongkonés como «verdaderas armas letales».
Aunque no pensaba en Hollywood, sabía que la realidad no le haría justicia: necesitaba la lente y un público que lo amplificara. Por eso no dejó de hacer películas; viajaba entre Estados Unidos y Hong Kong para los rodajes, que en algunas ocasiones eran en mandarín, idioma que no dominaba (hablaba cantonés), por lo que debía ser doblado.
Sin embargo, fue Kato, el popular coequipero del Avispón Verde, el personaje que catapultó la carrera de Lee. En 1966 apareció en la serie que producía Warner Bros., lo que significó el salto a otros programas de la pequeña pantalla como Ironside y Longstreet y la realización de los filmes Puños de furia, El gran jefe, El camino del dragón, Operación dragón y la inconclusa El juego de la muerte.
Una estatua de bronce con la figura de Bruce Lee contrasta con las lucecitas de la noche veraniega de Hong Kong. Miles de personas la visitan en el monumento que su país le construyó al artista marcial considerado un héroe nacional.
El legado de Lee es incalculable dentro y fuera de la pantalla. Sus coreografías reviven en las peleas de Jean-Claude van Damme, Chuck Norris, Jet Li y hasta del mismo Jackie Chan, que han llevado la ejecución de las artes marciales a niveles sorprendentes de popularidad. Quentin Tarantino lo incluyó en un polémica escena de Once Upon a Time In…Hollywood –en la que pelea con el personaje de Brad Pitt– y Uma Thurman usa en Kill Bill un suéter amarillo inspirada en el ‘dragón’. Neo, el personaje central de The Matrix, señala a su enemigo y lo invita a pelear moviendo los dedos. Tal como lo hacía Bruce Lee.
Uno de los episodios más decepcionantes en su vida profesional ocurrió en 1971, cuando les propuso a varios estudios rodar una película, llamada Warrior, sobre un monje shaolín que enfrenta aventuras de acción y conocimiento en el Viejo Oeste. Pero su propuesta no tuvo eco. Sin embargo, meses más tarde, la vio materializada como una serie, con la actuación del estadounidense David Carradine en el papel protagónico. Se trataba de Kung-Fu, y Lee había sido discriminado por su ascendencia china. O eso fue lo que trascendió. El año pasado, Cinemax retomó las notas de Lee y produjo Warrior, una exitosa y violenta serie que va por su segunda temporada.
Veintiún meses antes de fallecer, Bruce Lee sufrió varios desmayos. A la tristeza por la fallida serie, se sumaban la falta de papeles y el estrés creciente con la filmación de Operación dragón –su primera superproducción de Hollywood en Hong Kong–.
La suerte estaba echada. En la pantalla flotaba y lanzaba patadas imposibles, pero en la realidad se hundía. El «dragón» palidecía entre drogas, chismes y maldiciones. Su trascendencia es innegable: en Occidente hay un cine de artes marciales antes de Lee y otro después de él. Su temor y su anhelo más grandes se hicieron realidad al morir: partió joven, sí, como tanto lo temía, pero su sueño sigue siendo una realidad: es la más grande estrella de las artes marciales de todos los tiempos.