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Baby: el aprendiz del crimen, historia de amor y redención de un conducto

El largometraje de Edgar Wright, protagonizado por Ansel Elgort, narra las aventuras de un joven habilidoso al volante que tiene que cumplir con las peligrosas misiones que impone un grupo de ladrones liderado por Doc, interpretado por Kevin Spacey

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Quizá el argumento no parezca muy atractivo: un joven habilidoso en demasía en la conducción de carros, pieza clave para el escape de una banda de ladrones. Pero ese es solo el punto de partida de Baby: el aprendiz del crimen, la esperada película dirigida y escrita por Edgar Wright, que ayer se estrenó en el país.

Baby (Ansel Elgort) es el joven talentoso al volante que por razones no muy claras está bajo el yugo del cabecilla de una organización criminal, de nombre Doc (Kevin Spacey), quien tiene absoluto control sobre el muchacho que goza de los beneficios de lo obtenido aunque, en realidad, apuesta por abandonar su misión cuando salde una deuda con el mafioso.

Uno de los principales atractivos de este largometraje es que su héroe no porta armas, su trabajo es conducir y sacar a los malhechores de la escena del crimen. Sus manos no se ensucian en la trastada, pues permanecen inmaculadas para el escape, hasta que recibe parte del botín. Y así se teje la relación del joven con sus compañeros de fechorías.

El director y guionista logra un clima de tensión incluso antes de que haya algún enfrentamiento con la autoridad. Los compañeros de cada robo se enervan con la actitud del chofer, quien pareciera asumir cierta superioridad moral por su rol, pues nunca escucha las indicaciones del jefe, obcecado con su iPod, en el que no para de oír música en una forma de aparente aislamiento.

Sí, al colocarse en los zapatos de los bandidos, se encuentran razones para crisparse con Baby, quien apenas cruza palabras con ellos, escondido detrás de lentes oscuros y moviendo siempre alguna extremidad al ritmo de la música que escucha.

Es su mundo, pero el autor logra hacer una diferenciación entre oficio y anhelo. Un método de escape de quien parecer ser indiferente ante lo que resulta obligatorio enfrentar.

A diferencia de lo que puede sugerir su sinopsis, Baby: el aprendiz del crimen no es una película que pone el acento en la violencia. Si bien las persecuciones inevitablemente están ligadas a una tensión importante -muy bien desarrollada en pantalla-, lo fascinante del filme es el humor que prevalece en sus diálogos hilarantes, la ironía que hay cuando unos maleantes de alta peligrosidad no comprenden un comportamiento que les parece chocante. Y la actitud de Baby, quien no se intimida, cada respuesta o gesto suyo es un desafío a un estilo de vida impuesto.

Las principales rencillas surgirán cuando entra en escena Bats (Jamie Foxx), el más desquiciado de los bribones; a la vez, aparecen en la trama Buddy (Jon Hamm) y Darling (Eiza González), la pareja del grupo de ladrones que comprende mejor al joven.

Lejos del carro, mientras es un peatón más, Baby cuida en casa de su padre adoptivo, Joe (CJ Jones), que es sordo. Acertado cómo logran este vínculo emocional entre el protagonista melómano, quien conecta con este personaje que no puede oír y aún así se comunica y desahoga sin problemas.

El filme cae por momentos en una trama predecible que puede causar hastío, sin embargo se oxigena cuando entra el personaje de Debora (Lily James) en quien Baby encuentra un gran motivo para abandonar las andanzas de escape y hallar otro sentido a la vida. Es entonces cuando la película se encamina a ser una historia de amor y redención sin caer en lugares comunes.

La música que acompaña a la trama es otro de los logros de la cinta, un recurso que incluso sirve para agregar tensión o sensualidad a los diálogos, especialmente a aquellos que tienen como eje alguna canción emblemática de la cultura pop.

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