Conversar con Samuel Baroni es siempre una oportunidad para aprender sobre arte, historia, sobre la vida. Pero no todo el tiempo se tiene el gusto de coincidir con este artista plástico, con más de seis décadas de trayectoria, en alguna sala o galería. Sin embargo, hay otra manera de entablar un diálogo con Baroni, con el arte y la vida (o quizás con la muerte y la mentira): a través de su obra.
En la galería D’Museo, ubicada en Los Galpones, se presenta la exposición El corazón del bosque de Baroni. Esta exhibición con más de 40 piezas (pinturas, esculturas, intervenciones e incluso un mural realizado in situ) del artista oriundo de Cúa, estado Miranda, contó con la curaduría de Humberto Valdivieso y la participación de José Luis García.
Es fácil perderse en el bosque de Baroni, pero lo es también encontrarse dentro de él. Las piezas invitan constantemente a la contemplación, al descubrimiento: es una exposición absolutamente sensorial. Y más aún porque se trata de piezas con un trasfondo muy significativo. Desde hace unos meses Samuel Baroni se enfrenta a una enfermedad que lo ha llevado un par de veces al quirófano y con la cual todavía lucha. Sin embargo, sus ganas de vivir y de crear se potenciaron durante este tiempo, dando como resultado El corazón del bosque.
Percibir el corazón no es fácil. Muchas de las obras hablan de él, entre hojas, solos, o con hombres tallados en madera. Pero, sin duda, es la energía vital que mueve al bosque. Uno de colores marrones, que recuerdan a la sequía o al desierto, o a lo que Baroni transitó durante su proceso creativo.
«El resecamiento es la intervención quirúrgica. Y por eso puedes ver que aquí hay obras generalmente de las hojas; pero las que caen en el pavimento que nadie toma en cuenta sino aquellas que van a barrer. Todos pasamos de manera muy ligera sobre ellas. Pero yo me di cuenta de su belleza, tenemos un tesoro que pasa desapercibido. Yo me pude conectar gracias a la propia realidad que vivía», añadió el artista.
Samuel Baroni, de 78 años de edad, le imprime toda su energía a la obra. Una que, por cierto, asegura jamás está terminada. Y las razones son varias, pero, en síntesis, se trata de un proceso de transformación que ocurre desde el punto de vista del artista, pero también del espectador. Por ejemplo, en El corazón del bosque el también escenógrafo, escultor e ilustrador tomó un par de piezas de su exposición anterior El bosque (que se presentó en 2022 en la Sala Magis del Centro Cultural de la Universidad Católica Andrés Bello UCAB bajo la curaduría de Valdivieso) y las intervino. La obra no es la misma y es a esa transformación a la que apunta el artista con su proceso creativo.
El arte y la convalecencia, o el cielo y el infierno
Humberto Valdivieso, destacado docente e investigador de la UCAB, señaló que El corazón del bosque tiene que ver con la vitalidad de Samuel Baroni en una compleja época de vida.
«La muestra surge del diálogo con el maestro y de entender su proceso. Yo cuando vi toda esta iconografía del corazón, pero también toda su fuerza expresiva de la energía del cuerpo sobre la materia con tanta contundencia, pensé en unir el título con su nombre. Pensando en él como energía. Entonces, es el espacio donde distintas posibilidades de la vida se reúnen expresivamente. Donde las dualidades -lo natural, lo artificial; lo humano y lo no humano- se diluyen. Todo es vital, todo es vida. Esto nació del proceso de diálogo con Samuel», dijo.
«Hay algo terapéutico aquí», advirtió Valdivieso sobre la exhibición. Y es que desde la creación de las piezas hasta el montaje, Baroni ha vivido un proceso de salud complejo. Sin embargo, el investigador mira este camino como uno destinado hacia la recuperación.
«Nietzsche habla del artista convaleciente y dice que es el único capaz de hacer arte en realidad. Porque en esa convalecencia y la consciencia del dolor, de su proceso y recuperarse es cuando el artista va hacia una nueva aurora. Y ese despertar no es posible sin haber pasado por ese proceso. Esta obra de Samuel es esa aurora. Por eso es que hay tanta potencia humana y una expresividad tan fuerte que está en todas las obras; hay casi algo obsesivo aquí. El trabajo a mano, la necesidad de recuperarse a través del arte está allí», añadió.
Por su parte, Baroni destacó que El corazón del bosque surgió de manera sorpresiva. Invitación que agradeció para liberar su mente -al menos por ratos- de la situación de salud que atravesaba.
«Para mí es extraordinario. Es como un descubrimiento. Sobre todo cuando uno pasa por un tránsito tan difícil. Y es que he pasado del infierno al cielo en cuestión de pocos momentos. Entre una intervención y la otra. Y me hizo recordar a Dante Alighieri en esos pasajes porque en el infierno aprendí cosas realmente extraordinarias; pero también en el cielo también se me revelaron otros aspectos de la vida interior», señaló.
Y tales descubrimientos, siguió Baroni, se aprecian en El corazón del bosque. Pero es un trabajo que no se limita solo a lo que se puede apreciar en D’Museo; también su taller está repleto de obras que creó durante dos o tres meses de trabajo que tienen que ver con la territorialidad, aspecto que -aseguró- siempre lo ha caracterizado.
El corazón del bosque es donde encontró su revelación. Ese dolor lo ha llevado a otros modos de entendimiento; a la voluntad de crear, una que -afirmó- no es la voluntad de conseguir una certeza o una verdad, sino para permitir que el arte en sí mismo sea una razón de belleza.
La obra nunca está terminada
«Uno es un ser vivo y la obra debe ser viva constantemente. No puede detenerse. La obra es esa parte nuestra que es la que de alguna manera debe extenderse en el tiempo», afirmó Baroni.
Baroni confesó que disfruta mucho limpiar su taller. Y esto, en parte, porque tiene la oportunidad de revisar su obra y determinar qué le agregaría o quitaría a cierta pieza. Incluso las olvidadas. Se trata de despertar la obra, de apreciarla con curiosidad y generar una respuesta. «El lenguaje te permite vivir constantemente. Es algo que viene de adentro, de cada uno de nosotros. Y ese lenguaje no tiene espacio ni tiempo, es infinito. El conocimiento es limitado, pero la imaginación no», agregó.
Con respecto a la capacidad de crear, recalcó que disfrutaría mucho volver a su infancia cuando pintaba con carboncillo. Específicamente porque es en esa etapa de la vida -a su juicio- cuando la persona es capaz de maravillarse y crear sin tapujos; es decir, donde los impulsos toman el control y surge el arte abstracto. «Esa es la verdadera esencia del artista. No hay que dejar de ser niños. Disfrutar, gozar las cosas y aprender de ellas constantemente», puntualizó.
Baroni es un artista que no mira, observa
Estar atentos, realmente dedicar el tiempo y energía a una sola cosa, es una capacidad que se ha perdido a medida en que la tecnología promueve la inmediatez. Los momentos de solaz se desvanecen frente a videos cortos, por ejemplo, en redes sociales. Y Samuel Baroni se ha percatado de todo esto.
«Cuántas veces transitamos por la calle sin ver absolutamente nada. Es como si no nos importase lo que vemos. Como si no tenemos tiempo. La brevedad del tiempo y por qué insiste sobre nosotros cuando podemos gozarla y disfrutarla mucho más. Nos sumergimos constantemente en los deberes y no da tiempo. Pero se puede vencer. Por ejemplo, con la inteligencia artificial, con todo lo que el hombre ha creado pues desea copiar a los dioses y eso nos lleva a crear el otro cerebro», subrayó.
Y como el propio artista dijo, aquel tiempo entre el cielo y el infierno le permitió ser más observador acerca de su propia vida; más allá de lo externo. Así, el arte se convirtió con aún más fuerza en su refugio. «Es en los lugares más duros y difíciles es cuando más se puede creer. Es a través de las dificultades que avanzamos, no hay otra forma sino superando nuestras propias limitaciones», dijo.
Pero también, en aquel resguardo entre lápices, pinturas y lienzos, Baroni encontró que el arte le permite purificarse de su lado oscuro. Siguiendo las leyes naturales, como que nada se destruye, pero sí se transforma, la oscuridad de Baroni queda plasmada en su trabajo. Un acto del que la gente no está al tanto y que, quizás, no descubre por su cuenta. De hecho, Baroni propone que el arte es una gran mentira.
Como en otras ocasiones, Samuel Baroni prefiere no dar demasiados detalles acerca de su obra. Prefiere que el visitante encuentre lo que está buscando -o lo que el momento lo inspira a sentir- sin prejuicios. Sin embargo, El corazón del bosque es una exposición que habla sobre la vida y la muerte, el bien y el mal; la humanidad, el planeta o la modernidad para maravillar al espectador.
Baroni, durante su carrera, ha recibido diferentes galardones dentro y fuera de Venezuela. Entre ellos el Primer Premio en el III Salón Avellán del Ateneo de Caracas (1975), el Premio Arturo Michelena del XLVI Salón Arturo Michelena (1988) y el Premio al Mejor Conjunto Internacional en el Festival Cagnes-sur-Mer, Francia (1996). Además, su obra ha sido presentadas en exhibiciones en Brasil, Colombia, Ecuador y Estados Unidos.
Para lo que viene, Baroni tiene previsto hacer una individual. Pero espera que sea gigantesca. No solo por la cantidad de obras, sino por el tamaño de algunas de ellas. Adelantó que trabaja en una obra gigantesca donde la materia es la protagonista: El bosque de arena.