Fue de repente. Alguien comentó que Armando Rojas Guardia estaba delicado de salud y una ola de oraciones y poemas inundó las redes sociales.
Escritores, lectores, alumnos, seguidores expresaron su cariño, apoyo y admiración por el poeta, una de las grandes voces de la década de los 80, marcada por el mítico Grupo Tráfico, del que, además del autor de Poemas de Quebrada de la Virgen, surgieron Rafael Castillo Zapata, Yolanda Pantin, Ígor Barreto, Alberto Márquez y Miguel Márquez.
Rodeado de poetas amigos que le querían, del cariño profesado en redes sociales y aferrado con firmeza a su fe en Dios, falleció el jueves, a los 70 años de edad, Armando Rojas Guardia. El autor, reconocido por su singular obra y por su personalidad generosa y accesible, luchaba contra un cáncer de páncreas.
Rojas Guardia nació en Caracas el 8 de septiembre de 1949. Era hijo del poeta Pablo Rojas Guardia y Mercedes Álvarez Gómez. Estudió primaria y secundaria en el colegio San Ignacio, realizó estudios de Filosofía en la Universidad Católica Andrés Bello y cursos de esa especialidad en Friburgo, Suiza. Estudió hasta 1971 en el Seminario Instituto Pignatelli de Los Teques, pero no se hizo sacerdote. Desde 2015 ocupaba la silla W de la Academia Venezolana de la Lengua.
Entre sus libros de poesía se encuentran Del mismo amor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja herida (1985) y El esplendor y la espera (2000). También los ensayos El Dios de la intemperie, una de sus obras más citadas y con varias ediciones, El Calidoscopio de Hermes (1989), Diario merideño (1991) y Qohelet y la moral provisional. El principio de la incertidumbre (1994). Algunas de las distinciones que recibió fueron el Premio de Poesía del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela (1986 y 1999) y el Premio de Ensayo de la Bienal Mariano Picón Salas (1997).
«Armando era un creador bastante complejo, coherente y humano. Creo que se podría decir que en él convivían una vertiente castellanizante, la influencia de los clásicos castellanos de la generación del 27 que lo marcaron tanto, y también, por otro lado, el movimiento de la poesía conversacional, que vivió a través de su cercanía a Ernesto Cardenal en una pasantía que realizó en la comunidad de Solentiname (Nicaragua)», explica el poeta Ígor Barreto.
Armando Rojas Guardia, al igual que Rafael Castillo Zapata, aportó mucha densidad a las discusiones del Grupo Tráfico, recuerda Barreto. La idea del movimiento, como dice su manifiesto, era reivindicar la poesía urbana y tener como tema principal lo cotidiano y lo histórico. «Venimos de la noche y hacia la calle vamos», señala el fragmento más citado de ese texto.
«Fue una época muy bella la de Tráfico porque fue vivida con un espíritu muy sano de aventura espiritual. Una noche nos fuimos a unos bares que estaban en los sótanos de las Torres de El Silencio: teníamos un enorme deseo de acercarnos a esos lugares, no porque nos fuesen extraños, sino para relacionarnos con intensidad con los espacios más populares que ofrecía la ciudad», agrega Ígor Barreto, quien considera que Rojas Guardia era, de hecho, un hombre de ciudad.
«Era un intelectual en el sentido más urbano que uno pueda imaginar. En su poesía uno lo respira. Era una persona que pertenecía a esta ciudad. También fue un venezolano cabal, en el sentido más auténtico y humano que pudiera imaginar, lo cual contrasta con la satrapía que se vive actualmente», expresa.
La obra de Rojas Guardia no puede ser separada de su vida personal: fue abiertamente homosexual, era un ferviente creyente en Dios en medio de una sociedad en la que los intelectuales son laicos y fue paciente psiquiátrico.
«El pensamiento de Armando era sumamente plural: su defensa de la homosexualidad como una condición legítima del ser humano dio un enorme ejemplo a los jóvenes homosexuales y, por otro lado, pienso en el tema religioso. Armando fue un hombre que vivió lo religioso en una enorme plenitud, como un estar en esa brecha entre lo real y lo ideal», dice Barreto, quien destaca, también, la vocación demócrata de Rojas Guardia en el contexto venezolano: «Asumió la circunstancia histórica que nos ha tocado vivir».
Generosidad, humildad y fuerza
«Además de poeta y ensayista, Armando tuvo una intensa labor docente. Dio cursos, talleres y seminarios, donde propició privilegiadas amistades, impulsó proyectos, vocaciones, siempre con apertura y generosidad, como en su momento lo hicieron Antonia Palacios, Juan Liscano y Ernesto Cardenal. Él, como profesor, siguió esa estela», describe el poeta Alejandro Sebastiani Verlezza, cercano a Rojas Guardia y quien colaboró en las últimas ediciones de su obra (La otra locura, El esplendor y la espera, El deseo y el infinito).
«La obra de Armando Rojas Guardia está inminentemente asociada a su postura ética y ciudadana. Admiramos tanto al poeta, pensador y ensayista como al hombre de altura moral, religiosa y humana. Pocas veces, muy pocas veces, se da esto en el ámbito del arte, y mucho menos en otros ámbitos del quehacer social. Digo todo esto porque los lectores y amigos de Armando se quedan con todas sus facetas. Esto lo hizo posible el poeta con su obra, con sus talleres de creación y con su don de gente, con su caballerosidad», agrega, por su parte, el poeta y editor Néstor Mendoza.
Ese cariño que despertó el autor de El Dios de la intemperie se tradujo en una amplia campaña para recaudar fondos para su tratamiento impulsada por Luisa Helena Calcaño, quien lo acompañó durante los últimos 20 años de su vida, Mariana Henríquez Calcaño, Ana María Hurtado, Hebe Muñoz, Alberto Márquez, Yoyiana Ahumada, Ignacio Murga, Flavia Pesci Feltri, Edgar Vidaurre, Gustavo Lobig, Samir Kabbabe, Kira Kariakin y Graciela Yáñez Vicentini.
Kariakin, escritora y editora, recuerda que le sorprendió de Rojas Guardia su vigor y fuerza a la hora de recitar poesía en dos ocasiones en que lo vio, una en la Universidad Simón Bolívar cuando ella tenía menos de 20 años, y otra en el Museo de Bellas Artes.
«Era impresionante oírlo recitar, su presencia. Era una cosa que abarcaba toda la sala», cuenta.
Mientras que la generosidad la encontró en algunos de los muchos talleres que ofreció Rojas Guardia. Nunca situaba su voz por encima de los demás, recuerda.
El poeta, de hecho, revisó el primer poemario de Kariakin, En medio del blanco, y lo presentó. «Los que pudieron tener acceso a sus talleres, que no eran costosos, tuvieron un gran privilegio. Creo que el medio literario nacional no aprecia lo privilegiado que ha sido tener unas grandes voces accesibles a través de charlas y recitales. En el caso de Armando, que daba talleres prácticamente a diario, muchas voces muy jóvenes se beneficiaron».
«Esto es muy duro, pero creo que después de que los autores mueren pasan a una especie de olimpo o son olvidados, y yo creo que Armando pasa a ese olimpo, será ahora uno de los grandes íconos de la poesía junto a Eugenio Montejo», añade la escritora, quien, entre lágrimas, subraya que la manifestación en las redes sociales por Rojas Guardia es una demostración de su bondad.
Por cuestiones de logística Rojas Guardia mudó sus talleres de poesía de su casa a la residencia de Ana María Hurtado, escritora, psiquiatra y su amiga, quien exalta la lucidez y la capacidad intelectual del poeta.
«A pesar de las vicisitudes que vivió, económicas, personales, quiebres psicológicos importantes que lo llevaron incluso a estar hospitalizado, como psiquiatra y psicoterapeuta puedo decir con absoluta responsabilidad y claridad que Armando era una de las personas más lúcidas que he conocido en mi vida», expresa Hurtado, quien considera a Rojas Guardia su maestro.
La escritora cuenta que estuvo en el lecho de muerte cuando a Armando Rojas Guardia lo visitaron dos compañeros jesuitas. El poeta, dice Hurtado, asumió ese momento como una belleza. «Estaba tranquilo y feliz de ir a las manos del Padre».