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Annie Ernaux: Capítulo Alzheimer

Autora de una obra que fue reconocida con el Premio de la Lengua Francesa 2008, Annie Ernaux (1940) publicó en 1997 un diario concentrado en el Alzheimer que padeció su madre, “No he salido de mi noche”. Presentamos una reseña de esta escritora francesa, que se mueve en las aguas de la narrativa autobiográfica

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Esta recurrencia: en tres libros que testimonian el irreversible hacer del Alzheimer –de Sylvia Molloy, Christian Bobin y Annie Ernaux– sus autores escogen el mismo procedimiento: toman breves notas al paso de los días, desde la aparición de los síntomas más evidentes hasta el final del recorrido. Consignan la enfermedad. Cada uno produce una escritura de la propia perplejidad. No escogen la solución del relato continuo, aunque en los tres haya continuidad.

Desarticulaciones (Eterna Cadencia Editora, Argentina, 2010), de Sylvia Molloy, narra el caso de la amiga que, envuelta en su silencio, va perdiendo la memoria y, con ello, su identidad. Las entradas se suman a medida que la conducta de la afectada se vuelve irreconocible. Imprevisible. De este nuevo estado mental surge una pregunta: ¿En qué se transforma, con el paso de los días, el vínculo que existía entre ambas? ¿Qué queda, de lo que fue, en tanto que el mal no se detiene?

La presencia pura (Ediciones El Gallo de Oro, España, 2017), el hondo texto de Christian Bobin, también fragmentario, es apenas descriptivo. Su escritura no se detiene en lo que pasa sino en el ánimo, en la dislocación perceptiva y emocional, una vez que su padre ha sido internado en un centro especializado. Bobin le visita. En su amor compasivo hay una poética, una reivindicación que queda dicha en esto: “la soberanía intacta de aquellos que lo han perdido todo”.

No he salido de mi noche (Editorial Cabaret Voltaire, traducida por Lydia Vázquez Jiménez, España, 2017), publicado por primera vez en 1997, es el diario que Annie Ernaux escribiera a partir del momento en que su madre hubo que ser internada. Las notas tienen los desmanes, las emociones inmediatas, los vaivenes de la escritura sin reposo. La autora, cuya obra narrativa rinde culto a la depuración, escogió no limpiar ni embellecer las frases que escribió desde 1983 hasta 1986, cuando su madre falleció.

Ernaux nos muestra a su madre: “Se le escapan las cosas (…) Ya no entiende nada, solo su deseo (…) Se había puesto dos sujetadores, uno encima del otro (…) Esconde las bragas manchadas debajo de la almohada (…) A menudo habla de los muertos como si estuvieran vivos, pero no habla nunca de mi padre”. Nos introduce en el ambiente del hospital: en esos flashes que saltan como bofetadas, vemos a otros pacientes, escuchamos las fabulaciones dislocadas, intuimos el voraz gusano del deterioro.

También aquí, como en el resto de su obra traducida, Ernaux se observa a sí misma. Afronta la complejidad de sus emociones ante esa vida que se torna espectral, ante ese cuerpo que se hace transparente. Desde el deterioro de su madre irrumpe el escándalo, la visión del que podría ser su propio futuro: “Cegadora: ella es mi vejez, y siento en mí la degradación de su cuerpo, sus pliegues en las piernas, su cuello arrugado desvelado por el corte de pelo que le acaban de hacer”.

Annie Ernaux se revisa contantemente. Vender o regalar las cosas que eran parte del mundo material de la madre, la deja indiferente: la desposesión también le alcanza a ella. Por momentos siente el llamado de la dependencia. En algún instante, una descarga de corriente que le dice que su madre la odia, la alcanza. “Me doy cuenta de que me he acostumbrado a su degeneración, a su nuevo rostro, inhumano. Me acuerdo de ese momento terrible en que empezó a ‘irse’. Daba vueltas sin parar por la casa, como buscando algo imposible de encontrar”.

Aunque la enfermedad ocupa todas las formas de la conducta, Ernaux presiente en ella el deseo de vivir. Desde algún resquicio imposible de localizar, el miedo aflora y pronuncia palabras que son como una sentencia: “Me temo que voy a pasar muchos años aquí”. No he salido de mi noche es, sin retórica, escritura de la necesidad. Escritura de días revueltos. Una manera de darle forma al último trecho, mientras la vida se desvanece.

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