ENTRETENIMIENTO

Andrés David Ascanio Abreu: Nunca he tenido la aspiración de internacionalizar mi carrera como director

por Avatar Crysly Egaña

Ser músico era inevitable para él. Andrés David Ascanio Abreu nació, hace 36 años, rodeado de música. Escuchaba a su papá, Ulyses Ascanio, uno de los fundadores de El Sistema, estudiar violín en casa e iba a los conciertos de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar en la Sala José Félix Ribas del Teatro Teresa Carreño. Su mamá Ana Cecilia Abreu, hermana de José Antonio Abreu, trabajaba en el área administrativa y logística de El Sistema y, a veces, lo llevaba con ella a la oficina. Mientras jugaba, escuchaba ensayos, veía a los músicos. Si iba a casa de su tía Beatriz Abreu, siempre estaba presente el piano. El esposo de su tía, Frank Di Polo —otro de los fundadores de El Sistema—, toca viola, violín, trompeta. Si visitaba a su abuela paterna, también había piano. Ella era profesora.

Hoy es trompetista, director de orquestas, gerente del Programa Orquestal y director Académico Musical de El Sistema. Fue parte de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar hasta 2018. Su nombre está presente en los flyers de la programación habitual de las orquestas profesionales, pero también detrás de bastidores como parte de proyectos notables como el de la nueva generación de la Sinfónica Nacional Infantil de Venezuela, que debuta este domingo a las 11 a.m. en la Sala Simón Bolívar del Cnaspm, o de la selección de jóvenes que participó en Symphony. Además, fue quien llevó la batuta en la Marcha eslava de Tchaikovsky el 13 de noviembre de 2021, con la que El Sistema obtuvo el récord Guinness como la orquesta más grande del mundo.

Al ser sobrino del fundador de El Sistema e hijo de un miembro fundador, la música formaría parte de su vida. Pero su camino no estaba tallado en piedra. Tuvo libertad para experimentar. Pasó por el piano un tiempo y lo dejó; le bastaron dos clases de violín para saber que no era lo suyo y hasta tomó clases de percusión. Finalmente encontró su instrumento: la trompeta. Se formó entre el Colegio Emil Friedman, donde también recibió enseñanza musical, y el Conservatorio Simón Bolívar de El Sistema. Escuchaba en casa boleros, salsa y jazz. Pero también los discos de Led Zeppelin y Pink Floyd que tenía su papá.

En algún punto sintió el peso y la presión del apellido. Luego se dio cuenta de algo que también era inevitable en El Sistema: ser un músico más de la orquesta que trabaja en beneficio del colectivo. Este domingo se cumplen 48 años del proyecto musical de José Antonio Abreu y su sobrino, con talento, disciplina y dedicación, se ha ganado su lugar en un podio que ha compartido con Gustavo Dudamel, Christian Vásquez y Diego Matheuz, entre otros.

Andrés David Ascanio | Foto Jesús Navas

Andrés David Ascanio: «El sonido de la trompeta fue lo que me cautivó» | Foto Jesús Navas

—¿Cómo fue haber nacido en una familia en la que prácticamente todos son músicos?
—Es un honor haber nacido en una familia de músicos. Desde muy pequeño fui entrando inconscientemente en ese mundo. Íbamos a ver a mi papá en los conciertos o tenía que ir a la oficina con mi mamá que trabajaba en El Sistema. Mi tía, Beatriz Abreu, toca el piano. Si había un compartir familiar ellos se ponían a tocar, a cantar música popular, boleros, jazz. Mi abuela paterna también toca el piano. Por todos lados estaba lleno de música y fue muy bonito. Es muy bonito y, sin duda, un privilegio.

—Al formar parte de la familia que fundó El Sistema, ¿sintió presión por hacer las cosas bien?
—Cuando uno es niño, joven, adolescente a lo mejor no tiene todavía suficiente estructura para saber manejar ciertas situaciones que se le pueden presentar. Mi papá trabaja tanto en El Sistema como en el colegio. Por el lado Ascanio, en el Colegio Emil Friedman yo me tenía que portar bien porque mi papá daba clases. Si yo salía raspado él se iba a enterar, si yo me portaba mal, él se iba a enterar. No había manera de ocultar nada. En El Sistema era lo mismo. Entonces, de cierta manera, representaba una presión, sin duda. Luego, uno se va dando cuenta de que en realidad no es una presión, sino que es un honor, una felicidad y es una responsabilidad. Y uno decide si asumirla o no. Yo pude haber dicho: no voy a ser músico, voy a estudiar Ingeniería. Pero no tenía esa presión musical, sino la presión natural de los padres de salir bien en tus estudios. La misma orquesta te ayuda a darte cuenta de cómo manejar la presión y de cómo al final, uno dentro de la orquesta es un individuo que es parte del colectivo. Como decía el maestro: La orquesta es una comunidad y es la única comunidad que se pauta a sí misma. Tú te das cuenta de que, al estar ahí, eres responsable por ti y porque todo funcione bien. Y la orquesta también, mis compañeros me acogieron súper bien. No hubo problema, en el colegio tampoco.

—¿Nunca hubo un trato distinto?
—La verdad lo puedo decir sin que me quede nada por dentro: fue todo lo contrario. Yo era uno más. Yo era uno más, como lo es uno dentro de una orquesta.

—Es común al final de bachillerato tener dudas sobre la carrera. ¿Cómo fue para ti?
—Ya yo quería ser músico. Me interesaban otras carreras. De hecho, me gustaba al comienzo Biología, Medicina, Psicología. Pero yo estaba en la Orquesta Nacional Juvenil Infantil, teníamos seminarios, viajes. Yo tenía que faltar al colegio por eso. Ya en bachillerato, en esa etapa, veía que era eso lo que me apasionaba y yo me sentía plenamente feliz tocando en la orquesta, en el Conservatorio, en el colegio. No tuve la diatriba en ningún momento. Yo me gradué en el colegio en julio de 2004 y en septiembre presenté la audición a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y fui admitido. Entonces estaba en la orquesta, comencé a dar clases en El Sistema en el núcleo de El Hatillo y daba clases en el Emil Friedman. Me faltaban unos meses para cumplir 18 años. Yo sabía lo que quería.

—¿Qué le impactó de El Sistema cuando entró? ¿Cómo fue vivir la experiencia de lo que había visto en los pasillos como visitante?
—La orquesta. El colectivo. Lo que uno comparte con personas que vienen de distintos lugares, interpretando obras maravillosas. Mi mamá trabajaba en los seminarios de la Nacional en la parte logística y mi papá era profesor. Entonces no tenían con quién dejarme y yo iba a los seminarios. No hacía nada, sino ver, leía cualquier cosa y compartía con algunos de los muchachos. Entonces, cuando entré a la orquesta me parecía algo maravilloso. Tuve la oportunidad de entrar en la Orquesta Infantil y Juvenil de Venezuela, que en su momento eran dos generaciones juntas. Cuando entré fui feliz porque ya por fin formé parte de esa orquesta que yo veía prácticamente todas las vacaciones. Estar en una fila de 25 trompetas. Imagínate: era ese sonido que a mí me encanta de la trompeta, multiplicado por 25, en una orquesta de 220 personas con una energía increíble. Eso me atrapó de una vez. Era inevitable.

—Lo dice desde la admiración por la orquesta.
—Sí, total.

—¿Qué tiene la trompeta que no tienen otros instrumentos?
—El sonido. El sonido de la trompeta fue lo que me cautivó. Es un sonido que puede ser dulce, agresivo o muy grande. Es muy versátil, aunque no pareciera. Yo me enamoré de la trompeta escuchándola mientras mi tío tocaba un bolero o un jazz, música popular, dentro de esa versatilidad. Después cuando comencé a ir a los conciertos, ya estudiando trompeta, me fijaba más en la trompeta dentro de la orquesta y notaba que también es un instrumento que está liderando no solamente dentro de la sección de metales, sino también en la orquesta y eso me llamó muchísimo la atención.

—Cuando menciona al maestro Abreu jamás le ha dicho tío. Siempre le dice maestro, como todos.
—A lo mejor no era el mismo trato que con cualquier otro tío. Cuando era muy pequeño sí, era un tío más. Le decía tío Antonio, no José Antonio. Pero dentro de la institución y afuera, cuando fui viendo la magnitud de su figura, por supuesto es el maestro Abreu. En la intimidad le decía tío. Pero lo que él representó y representa para el país y para el mundo genera en mí un respeto y una admiración superior.

—Era profesor de trompeta, formaba parte de las filas de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. ¿Cuándo empieza el interés por ser director?
—Yo no quería. Yo estaba feliz tocando la orquesta, dando clases. No es que ahorita no estoy feliz, pero yo estaba tranquilo. Un día mi papá estaba ensayando con la Sinfónica Infantil de Caracas y él me llamó para que yo diera una clase de trompeta. Fui y después me dijo que el maestro que iba a dar el seccional de metales se había accidentado y no iba a poder ir. Me preguntó si podía dar el seccional de metales. Era la Sinfonía N° 4 de Tchaikovsky, recuerdo. Luego de eso, mi papá me dijo que por qué no aprovechaba de ver clases de dirección con el maestro Abreu. Yo no quería. Yo estoy tranquilo en la orquesta, con la trompeta, déjame tranquilo, le decía. Hasta que fue tanta la insistencia que hablé con el maestro Abreu en su oficina y le comenté que quería ver clases de dirección. Y me dijo: «Perfecto. Vente tal día a tal hora». Eso fue a finales de 2009.

—¿Ha pensado en internacionalizar su carrera como director?
—En realidad nunca he tenido esa aspiración. Yo me veo aquí. No me veo dirigiendo afuera. Si salen oportunidades, no las voy a rechazar; son bienvenidas. Pero no es mi ambición, no es parte de lo que yo deseo. Yo me veo más aquí en lo que hago día a día. Por supuesto, dirigir las orquestas y agrupaciones profesionales, pero también apoyar con la selección infantil, a los niños y jóvenes, porque eso fue lo que yo aprendí, lo que viví de cerca del maestro Abreu.

—¿En qué momento se incorporó a la parte administrativa?
—Fue a finales de 2016. Eduardo Méndez, director ejecutivo de la institución, me llamó a una reunión para decirme que quería que yo trabajara en el Programa Orquestal para ayudar a desarrollar el programa junto con otros maestros. Así fueron los inicios de esa etapa.

—¿Hay alguna parte del camino en la que pensó: “Yo también puedo gerenciar todo esto para que siga funcionado”?
—La verdad no me lo planteé en la ruta. Yo veía mi aporte y cómo yo ayudaba en la institución: tocando en una orquesta, dando clases a los niños. En la Escuela de Trompetas tenía la cátedra infantil, yo iniciaba a los niños de cinco o seis años, a veces desde los cuatro años. Yo veía en eso que estaba aportando mucho. Recogía ideas, hablaba con los demás profesores para ver qué otras cosas se podían implementar a nivel nacional. Pero yo no lo vi como un camino hacia lo gerencial. Nunca lo percibí de esa manera. Cuando comencé esta etapa me di cuenta de que también podía aportar a esa área.

—¿Estaría de alguna manera vinculado con el hecho de que el maestro Abreu ya no podía estar tan presente en El Sistema?
—No lo sé. Cuando Eduardo Méndez me habló para trabajar en el Programa Orquestal, le conté al maestro. Me dijo: “Maravilloso. No hay ningún problema. Eso es muy importante para ti”. Yo siempre todo se lo consultaba él. Si veía algunas cosas, tenía dudas, yo le consultaba a él, incluso ya siendo gerente, porque cuando ya asumí el Programa Orquestal él todavía vivía. Le preguntaba qué opinas tú de estos repertorios, de las secuencias repertoriales y me daba orientaciones. Entonces fui como de la mano de él también.

—¿Cómo es estar ahora sin esa guía?
—Es complejo. Nunca es lo mismo. Perder a alguien de esa magnitud es algo que afecta a todos tanto en lo personal, en lo emocional, en lo espiritual, en lo laboral. En todo. Pero el maestro siempre hizo un trabajo gigantesco con un equipo enorme de profesores, de trabajadores y ahí dejó sembrado la filosofía de esta institución: los valores que nosotros representamos y tenemos que seguir inculcando a las nuevas generaciones. Siempre pega y uno siempre se hace la pregunta de qué haría el maestro. Uno encuentra respuestas en sus discursos. Eso es lo más curioso. En todos los discursos, en las entrevistas, en todo lo que uno pueda leer referente a él siempre están las respuestas. Entonces no hay que inventar nada. Lo que hay que hacer es seguir desarrollando lo que él creó. Dejó el camino marcado porque siempre el maestro tuvo una visión a largo plazo increíble. Él decía que el mayor peligro de un proyecto a largo plazo era el corto plazo. Siempre tuvo la visión a futuro y dejó todo trazado para nosotros seguir.

—¿Está satisfecho? ¿Hay algo que haya dejado de hacer por su compromiso con El Sistema?
—Gracias a Dios y a mi familia, he tenido la oportunidad de hacer las cosas que me gustan. He tenido la oportunidad de recibir buenos estudios, de estar en una institución como El Sistema, de haber podido estudiar trompeta, de formarme como director, de formarme en esta nueva etapa como gerente. Estoy sumamente agradecido con Dios, con la vida, con mi familia, con mis maestros, con todas las personas que han contribuido y siguen contribuyendo en mi formación diaria. Al final el maestro nos dejó una pequeñita tarea en su última entrevista. Le preguntaron cuál era su sueño y él respondió que era un Sistema Mundial de Orquestas y Coro Juveniles e Infantiles, cuya sede principal sea Venezuela. Es un trabajón. Se dice fácil, pero esa era su visión. Si él nos dejó esa tarea, pues tenemos que trabajar en función de eso, consolidando aquí, creciendo más en nuestro país, en nuestro continente, pero también llevándolo a otros lugares.

—¿Imagina su vida sin El Sistema?
—No. Imposible. Toda mi familia de sangre y mi familia escogida, mis amigos, mis ahijados, las relaciones con mis novias pasadas… Todo fue dentro de la institución. Aquí he aprendido, me he llenado y me he sentido feliz. No cambio lo que he tenido por nada.