Por Humberto Sánchez Amaya
Ana Teresa Torres tiene un billete de 100.000 bolívares y nadie se lo quiere cambiar. Necesita pagar el estacionamiento y no halla cómo hacer. Se sienta para conversar mientras piensa en los bancos cercanos a los que podrá acudir para obtener unos billetes de menor denominación.
La novelista es la pregonera de la segunda edición de la Feria del Libro del Oeste de Caracas, que se realizará en la UCAB del 27 de noviembre al 3 de diciembre. “Esta iniciativa de los jesuitas de realizar una feria en otra zona es excelente. Siempre repito lo importante que es la lectura para las personas y cómo puede cambiar su vida. También está el tema de resistir, en este caso desde la cultura de las letras”.
—¿Qué es ser intelectual en la Venezuela del siglo XXI?
—Nada muy diferente a ser venezolano en el siglo XXI. Creo que pasan por las mismas circunstancias que el resto de los ciudadanos. La diferencia es que se les atribuye la responsabilidad de hablar y escribir. Eso se ha cumplido. Aparte de las ferias, lo ves en otros escenarios como foros e incluso en redes sociales. Hay una presencia constante de los intelectuales tratando de mantener los principios democráticos. Algo que me preocupa bastante es que vamos para 20 años en esto y hay generaciones que no tienen memoria personal de un sistema democrático. Es una responsabilidad recordar que existió una República, con sus fallas, pero con sus garantías y principios.
—Si bien hay escritores, historiadores, analistas y demás que siguen publicando y expresando sus ideas, también es cada vez menos el tiempo que tiene la gente para atenderlos por la preocupación primaria de encontrar comida, medicinas y hasta dinero en efectivo.
—Uno pierde muchas horas en eso que dices. Tampoco es que soy muy optimista con respecto a la publicaciones, pues ha habido una disminución de editoriales. Lo que planteas se puede ver de dos maneras. Por un lado no hay tiempo, pero también es un campo de refugio en el que las personas pueden encontrar alimento espiritual. Si vas a la presentación de un libro, encuentras buena convocatoria. No sé si van a comprar o no el libro porque el costo es otro tema, pero quieren escuchar.
—Parece que esta zozobra fuera parte de un plan para mantener a la población tratando de sobrevivir.
—No lo podría asegurar así porque no sé cuál es el plan, pero con respecto al efecto no me cabe ninguna duda. Lo que veo es que si las personas tienen y producen muy poco, se vuelven más dependientes. Entonces necesitan obedecer para recibir pequeñas dádivas, cualquier cosa que te den te hace dependiente. Eso sí lo veo como un plan, que ha funcionado acá y en otros países. Ahora, si es para que no pienses en más nada, no lo sé. Entre abril y julio hubo protestas, cuando las circunstancias eran más o menos las mismas, y la gente encontró las fuerzas para salir.
—¿Cómo hace para concentrarse en estos momentos?
—No es fácil, nada fácil. Pasé casi seis meses sin poder concentrarme. Lo único que hacía era ver películas en la televisión y cosas así.
—En julio pasado, Victoria de Stefano comentó en una entrevista que se levantaba más tarde para que el sufrimiento fuera menor.
—Lo leí. Es muy doloroso ese comentario de Victoria. Sí, yo me bloqueé, pero se me quitó. Ahora he tratado de tomarme las cosas con distancia. Es poco lo que puedo resolver, pero intento continuar con mi oficio.
—Sigue con los talleres. ¿Sobre qué se habla en los encuentros?
—Sí, recientemente comencé uno con la Fundación Valle de San Francisco. La idea es mantener el espíritu de la lectura, de la cultura liberal. Se llenó con personas que se han acercado específicamente a lo que el taller anunciaba: hablar sobre libros. Nadie quiso tratar los problemas que vivimos. Es un taller diseñado para que el escritor hable sobre los libros que fueron importantes en su vida. Empecé con algunos de mi infancia. La gente quiere tener su cuarto de hora de tranquilidad.
—Menciona a la cultura liberal, ¿hay debate en Venezuela sobre el tema?
—Bueno, no es que no sea conveniente, sino que es un poco abstracto, no veo el debate planteado. Quizá, si hay un evento convocado por alguna organización, se discute, pero es tal la fuerza de los problemas cotidianos, del sistema absolutista y tiránico, que la discusión suena como algo lejano. Sin embargo, es muy importante. Si la gente no siente que el político tiene un proyecto, más allá de decir que regalará la felicidad, vota de una forma condicionada.
—¿Cuál es la relación del venezolano con las ideas liberales?
—Muy poca. Venezuela siempre ha sido una democracia populista, valga quizá la contradicción. Nunca hubo una democracia liberal plena.
—¿Y cómo se revierte eso?
—No lo veo reversible. No sé si la democracia liberal plena es lo mejor para Venezuela. No estoy segura de que el modelo que se ve en países anglosajones o nórdicos, sea apropiado para acá. Me parece que la mezcla que hubo entre algo populista, pero republicano, con principios liberales, no es tan grave. El imaginario venezolano no es liberal. No sé la razón, pero no lo ha sido. Me conformaría con revertirlo a la idea de la República, que se disolvió.
—Hace unos meses se podía hablar de una transición que hoy luce lejana. ¿Cuál debería ser el papel de la cultura de ocurrir una transición?
—La veo posible, pero lejana. En algún momento la vi cercana. Ahora, el papel más importante de la cultura debe ser el de sostener los principios democráticos, republicanos y liberales; hacernos partícipes de que esas son las formas de construir el país. Hace unos días quedé alarmada porque empecé a escuchar en una cadena oficial la idea de que se pudiera votar con el carnet de la patria. Fue dicho medio en broma, pero ya sabemos cómo son las cosas. Eso significaría que la cédula desaparecería como elemento identificatorio y electoral.
—¿Hay responsabilidad de la cultura en lo que ha ocurrido en el país?
—¡No! Es uno de los sectores que más ha dado en los últimos 18 años. Tengo material de prensa y es impresionante ver cómo la cultura ha estado presente en la calle, defendiendo la democracia. Creo que ha sido uno de los sectores más activos. Ahora no lo veo tanto porque se ha ido desmantelando la plataforma, también por la diáspora. Casi no hay medios. Fíjate: que se dé esta entrevista es una cosa rara. Pero la actitud es la misma, hemos sido combativos.
—¿Qué siente cuando jóvenes autores como el poeta Jesús Montoya gana un concurso por un ensayo sobre Nocturama?
—No sé de qué me hablas. No lo conozco, me das la noticia.
—El ensayo se llama “La urbe de la desmemoria. Doble ambigüedad: sujeto y contexto en Nocturama” y participó en el Concurso Hispanic Culture Review, organizado por George Mason University.
—Me encantaría comunicarme con él para leer lo que hizo. Me parece maravilloso que una novela haya repercutido en un ensayista. Es un chamo. Si me puedes hacer el enlace, sería genial. Esto te da una idea de que puede haber continuidad en la cultura.
—¿En qué trabaja en estos momentos?
—Preparo un libro en un género híbrido de diario, memoria y registro. Es un testimonio parcial de estos años. Está escrito en primera persona, no es ficción. Estoy en eso.
“Yo voy a votar”
La escritora Ana Teresa Torres, autora de libros como Nocturama y La escribana del viento, está a favor de participar en las elecciones municipales que se realizarán el domingo 10 de diciembre. “Todo ha sido muy raro. Cuando se acercaban las regionales, hubo una campaña fuerte para incentivar la participación, incluso ofensiva contra aquellos que por sus razones quería abstenerse, que es un derecho. Ahora es lo contrario. Parece que los partidos llaman a la abstención o no realizan una campaña participativa. Yo voy a votar, lo hago en Chacao, aunque no sé cuáles son los candidatos. Igualmente, iré a votar por el candidato. Vivo en Sucre, pero nunca cambié el lugar de votación. Es más necesario que se acuda a votar en el municipio donde vivo”.