El escenario está vacío. El piso de color blanco destaca entre los negros telones de la sala. Tras darle la bienvenida al público, un hombre sale de las patas traseras de la sala del Espacio Plural del Trasnocho Cultural. Lleva consigo un par de pesadas maletas, cargadas con peso real. Va vestido todo de blanco. Durante los diez primeros minutos de la obra, lo único que hace es cargar las maletas: las lleva fuera de la sala, entra de nuevo con ellas; las busca, las trae, las acomoda y reacomoda una y otra vez.
En algún momento se le une su esposa, una joven también vestida de blanco con un paraguas y un pequeño maletín. En ocasiones le pide a su acompañante que se dé prisa. Él, interpretado por Daniel Rodríguez, la complace. Ella, interpretada por Larisa González, se muestra ansiosa por llegar a su nueva casa donde, finalmente, podrán estar solos juntos, su gran obsesión.
La pareja llega a su nueva casa frente al mar en una localidad remota y lejana. A la emoción inicial de haber llegado, le sobreviene un sentimiento más profundo y angustiante: ella tiene el presentimiento de que alguien va a venir. Él le insiste en que allí están solos, tal como querían, pero ella no tranquiliza. Mientras él acomoda las maletas, que sigue cargando de un lado a otro con un peso notorio, ella intenta asegurarse de que están solos. No lo logra: está completamente segura de que alguien va a venir.
Con el paso de los minutos, sus temores se confirman. Un hombre, interpretado por Pedro Borgo, se acerca para presentarse ante la pareja: fue él quien les vendió la casa. Su presencia desata una ola de celos y discusiones entre ambos en un tórrido conflicto que evidencia situaciones humanas y universales. Así inicia la obra de teatro escrita por el ganador del Premio Nobel de Literatura 2023, Jon Fosse, Alguien va a venir. Dirigida por Héctor Manrique, la pieza es el último montaje del Grupo Actoral 80 y la primera del autor y dramaturgo noruego que llega a las tablas venezolanas.
Alguien va a venir (1993), un thriller psicológico, es la primera obra de teatro de Jon Fosse. Aunque se montó en varios teatros del mundo a España llegó en 2012 y en Latinoamérica solo se montó en Argentina en 2023. Con una temporada de cinco fines de semana, a partir de este viernes 3 de mayo al domingo al 2 de junio, la obra se presentará los viernes a las 7:30 pm, y sábado y domingo a las 7:00 pm en el Trasnocho Cultural. Las entradas tienen precios de 5 dólares los viernes y sábado; domingo, 10 dólares.
El enigma de Alguien va a venir
El actor, director y también guionista Héctor Manrique conoció la obra de Jon Fosse cuando anunciaron el fallo del Premio Nobel de literatura. Corría el mes de octubre de 2023 y Manrique se encontraba en España cuando se conoció la noticia. Comenzó a indagar sobre su obra. Dos cosas le llamaron la atención: Fosse es fundamentalmente un dramaturgo y sus admiradores aseguraban que tiene mucha influencia de Samuel Beckett, un autor que a Manrique le gusta mucho.
Fue entonces a una librería en Madrid especializada en teatro y cine, la Librería Yorick. «Cuando comencé a leerlo fue un autor que me impactó. Al leer Alguien va a venir me sorprendí. Me inquietó y me gustó, esa es la palabra. Pensé que era un excelente texto para indagar desde el punto de vista actoral. Es una obra que tienes que inventártela desde el punto de vista escénico. Eso me parecía muy excitante».
La libertad que ofrece el texto de Alguien va a venir fue lo primero que atrajo a Manrique. Fosse no especifica dónde suceden los hechos o quiénes son los personajes, a los cuales no les pone nombres. Esa libertad absoluta para crear conllevó a que el espectáculo se convirtiera en un montaje personalísimo del Grupo Actoral 80. «No te dice si es invierno o verano, solo te dice que uno de los personajes tiene alrededor de 50 años y los otros dos están en sus 30. Más nada, no te da más seña. Y eso para uno como director es un reto. Hay obras que uno las imaginas al leerlas y hay otras, como esta, que al leerlas es muy difícil imaginar cómo puede ser».
Lo blanco, tanto en el texto como en la propuesta de dirección de Manrique, tiene un peso preponderante en el de Alguien va a venir. Asegura que no hay una justificación detrás de esta decisión. A lo largo de su trayectoria, explica, ha pasado por diferentes períodos estéticos. En obras como Final de partida de Beckett, Copenhague de Michael Frayn, Art de Yasmina Reza o Sangre en el diván de Ibéyise Pacheco predominó el color blanco. Ahora se le suma Alguien va a venir.
«Desde que comienzo a trabajar en la obra tengo la necesidad de que suceda más en la cabeza del espectador, que él le ponga los colores. No quiero imponer nada sino que te quiero sugerir. La pieza también plantea problemas que el director debe resolver, eso es profundamente teatral. La primera escena sucede fuera de la casa. Luego entran y todo sucede en la cocina y después hay otras escenas en el interior. Eso lo dice el autor, pero como director tuve que ver cómo resolverlo. Empezamos a trabajar con la idea de que la casa fuera movible, que las puertas fueran los marcos nada más, que pudiésemos armar y desarmar todo en menos de 10 segundos».
El texto, además, presentaba otra particularidad: está escrito en verso. Parece, asegura Manrique y con él están de acuerdo sus actores, un poema. Las escenas van pasando pero la estructura de la escritura es bastante poética. Solo al indagar y profundizar en el texto es que el grupo descubrió que no se trata de un poema. Como director, Manrique extrajo hasta 214 unidades de acción del texto. «Es decir, pasan 214 cosas distintas en la pieza. Eso fue muy excitante: tomar una obra donde te lanzas y no sabes cómo vas a caer parado. La obra es una sugerencia y queda de parte del equipo ver si logras o no resolver ese enigma. Espero que lo hayamos resuelto».
Jugar, descubrir y trabajar
Desde el primer momento, los tres actores que conforman el elenco de Alguien va a venir confiaron en Héctor Manrique para asumir este reto. El director asegura que, a pesar de que les entregó un texto que es una enorme interrogante, les gustó. «No tenían muy claro qué pasaba pero les interesaba entrar en ese viaje. Creo que todo lo que surge debe ser confrontado con el escenario. Toda afirmación que hice como director fue en realidad una pregunta. Siempre nos preguntamos si mis indicaciones funcionaban o resolvían. Eran preguntas constantes sobre el trabajo a realizar y para eso necesitas unos actores que fueran, no solamente creativos, comprometidos y valientes sino también que estén dispuestos a salir de su zona de confort».
Para los actores ha sido un proceso intenso, extraño e interesante. Durante seis meses de ensayo y trabajo, se enfrentaron a un texto muy poético que, de alguna manera, tuvieron que llevar a lo teatral y a la acción dramática. Para Larisa González, Ella en la pieza, la propuesta de Manrique volvió tangible un texto de una sonoridad poética, onírica y hermosa. «Con palabras muy bellas se dicen cosas muy duras, la realidad es muy sórdida y eso también sorprende. Los textos de teatro no son para leerse sino para montarse, aunque a veces solo se leen, pero llevarlo a las tablas nos tomó 6 meses. Me siento muy complacida con lo que tenemos».
En el caso de Daniel Rodríguez, Él en la obra, el proceso resultó algo lúdico, incluso puede asegurar que el público se verá identificado con los personajes. «El teatro es tan mágico que te lleva a la catarsis y este texto lo hace. Héctor se permite ir más allá de lo convencional con este estilo de obra. Todo lo que montó es un torbellino que expresa los tormentos y angustias de los personajes». Pidió que las maletas que carga al principio tuvieran peso real. Quería asumir ese reto. El trabajo físico para él fue bastante marcado y lo asumió con toda la responsabilidad. «Me entreno para ello, mi trabajo como actor siempre ha sido con el cuerpo y con el trabajo del cuerpo. Esta es una obra que para mí, en ese sentido, es un parque de diversiones».
Pedro Borgo, el Hombre en la historia, coincide con ambos al afirmar que, desde el primer momento, Alguien va a venir le resultó un texto interesante. Su estructura poética, alejada de las estructuras más clásicas de otras obras, le hizo entender que los personajes hablan desde las imágenes. Además, el texto es muy repetitivo y reiterativo. «Creo que eso es un reflejo de ese torbellino que tienen los personajes dentro de sus tormentos, fantasmas de los que están tratando de huir. Fue complejo también irle buscando acción a ese texto que leído puede ser muy bella la poesía, pero a nosotros nos llevó a preguntarnos cómo afrontar el texto en escena». Los tres actores esperan, junto con Manrique, que el público reaccione bien a esta poética llena de acción teatral.
Conseguir la teatralidad
Alguien va a venir les presentó al equipo un reto principal: conseguir la teatralidad. A veces, comenta Manrique, cuando un dramaturgo da tanta libertad, el director termina sintiéndose preso. En el texto está claro lo que sucede, pero tenían que determinar cómo convertir eso en acción, conflicto, en algo atractivo para el espectador. «Es un texto que puede, incluso, sobre todo al principio, parecer muy reiterativo, porque son dos personajes con una obsesión: estar solos juntos. Ellos se van en búsqueda de su soledad, juntos, porque para ellos estar juntos y solos en sus deseos está su felicidad», explica Manrique.
La pieza aborda emociones y deseos profundamente humanos y universales: la felicidad, los celos, la soledad, las obsesiones y las relaciones tóxicas. Desde que llegan a su nuevo hogar, surge la inconformidad y el presentimiento de que alguien les impedirá lograr su cometido. Eso fue, para Manrique, una de las cosas que más le atrajo de la pieza: «No importa para dónde te mudes si en tu equipaje van tus angustias, incertidumbres, inseguridades. Eso de creer que las cosas se resuelven mudándose, nos lleva siempre a una enorme frustración. Eso es lo que le pasa a los personajes. Se van, quieren estar juntos solos pero al final siempre llega alguien».
El público verá esa situación reflejada pero ni Manrique ni los actores imponen un lugar o un espacio. «La imagen que yo más claramente tengo cuando veo el inicio de la obra es la de los venezolanos, sobre todo esas imágenes del Darién. Pero en este caso estos dos personajes decidieron irse solos, es voluntaria su partida. El autor es noruego, un país que está mucho más allá del primer mundo, allí todo está resuelto, pero la gente también tiene la necesidad de buscar la soledad», reflexiona.
El público decidirá
Tras seis meses de trabajo, Manrique asegura que no sabe si la obra tendrá una buena recepción. Como director nunca ha tenido claro qué va a pasar con sus montajes. Afirma que en el teatro nunca se sabe. «El día que uno tenga la fórmula, el día que no esté esa interrogante de para qué lo haces, se pierde la magia. Sí creo que este es un espectáculo muy potente y lo digo por lo que estoy viendo actoralmente. Ahora esperemos que vaya bien».
La pieza tendrá una temporada de cinco semanas, un tiempo más extenso que el de otras obras en cartelera porque, a juicio del director, no se puede trabajar un solo fin de semana. «No entiendo eso que está pasando ahora y no me gusta. Me formé en una escuela que te preparaba para hacer funciones de meses de martes a domingo. En ese proceso es que logras realmente encontrar el personaje, el día del estreno no tienes realmente el personaje», comenta. Aunque reconoce que esta es otra realidad teatral, agradece poder tener una temporada larga.
Cree que el público sí ha vuelto a las salas después de la caída en la taquilla luego de la pandemia, algo que se dio gracias también a los bajos costos de las entradas. «Si tú pones una entrada en 15 dólares sí va a haber gente que te las va a comprar, perfecto, pero la gran mayoría no. Pensar solo en quienes pueden pagar va en contra de mi razón de hacer teatro. Me parece que eso es de mercenarios, por llamarlos de alguna manera, ni siquiera voy a ver lo que hacen. Uno no puede con este oficio milenario comportarse como un mercenario. Lo ideal es ganarse la vida con tu oficio, eso lo sé, pero a la hora de montar la obra quiero pensar en la gente que quiere estar ahí sentada y no en la que pueda pagar para estar sentada».
Para los actores esta será una obra con la que el público podrá reflejarse y además entenderá fácilmente. Para Larisa González el texto habla de pulsiones muy humanas, algo que le pasa a todos. Aunque la palabra no es cotidiana, porque así lo escribió el dramaturgo, la lectura que hicieron sí intenta serlo. «Creo que lo logramos. Es interesante, invito al público venezolano a que se permita escuchar una voz diferente a la que está acostumbrada y se exponga. Se pueden contar cosas muy reales y muy pertinentes con una voz que no es la que escuchas en la calle. No todo tiene que ser una telenovela venezolana», opina.
Daniel Rodríguez no tiene dudas tampoco: causará un impacto porque lo lo trascendental de este texto como poesía es que va más allá de todas las fronteras. «Estos personajes los consigues en cualquier parte. En todas partes se viven estos sentimientos de celos, de angustias. Además te advierte que puedes llegar a ser así y para eso está el arte, para advertir de lo que podría pasar. El arte es el único oráculo tangible de la sociedad».
Pedro Borgo asegura que los personajes están llevados a un límite, sí, pero en mayor o menor medida, el público se reflejará. «El autor hace un trabajo maravilloso en formar a estos tres personajes que no son buenos o malos, son simplemente lo que son, lo que somos como seres humanos».