Alberto Greco es un artista del que no se ha escrito o investigado suficientemente. Los que amamos el arte estamos en deuda con él y su legado. Nació en Argentina en 1931 y vivió intensamente sus cortos 34 años de vida, esparcido por el mundo aprendiendo y creando, e incursionando en la pintura, la performance, la poesía, el teatro y el periodismo. Siendo aún muy joven estudió de la mano de Tomás Maldonado y Lidy Pratti, dos figuras relevantes del movimiento concreto argentino de los años 1940 y 1950.
Sin embargo, su temperamento rebelde y polifacético no se conectó con el estudio de la geometría, sino con el informalismo y otras influencias adquiridas a lo largo de los años 1950 y primeros años 1960 durante sus viajes por Italia, Francia, España, Brasil, New York, tales como el Nuevo Realismo (en particular Yves Klein), el grupo Fluxus y otras post-vanguardias europeas.
Resalta en particular su encuentro con la obra de Sarah Grilo mientras visitaba New York en 1962. Grilo entonces radicaba allí, como parte de su Guggenheim Fellowship, y su obra ya había sintetizado la visualidad del grafitti y del arte callejero, lo cual dejó a Greco en un estado de fascinación que sería fundamental en su propia obra. A lo largo de estos viajes, fue protagonizando acciones muy polémicas que le valieron ser expulsado de innumerables lugares e incluso países.
Greco tenía teorías no convencionales sobre el arte y la sociedad e intentó en su práctica artística dinamitar continuamente lo que consideraba obsoleto o que se oponía a su libertad individual. De ahí que arte y vida no fuesen para él dos conceptos separados, sino un único sistema vivo en que todo estaba involucrado. Esto lo llevó a idear el concepto de Vivo Dito (el dedo viviente), una de sus series más significativas, donde resumía sus pensamientos en torno al acto de vivir y actuar como una forma constante de creación artística, en que cada simple gesto, movimiento o acción constituía un acto performático.
Si tomamos como ejemplo las dos obras aquí ilustradas, se podrá apreciar la libertad creativa que predomina en las piezas de Greco, así como su carácter conceptual, ambos inseparablemente mezclados. Se caracterizan por el uso libre y espontáneo de la pintura, dibujos a tinta, además del collage de recortes de prensa junto a escritos propios del artista, pensamientos, ideas aparentemente inconexas. Sin embargo, la pieza requería también de acciones físicas, gestos, movimientos que iban dejando una huella sobre la obra, e incluso desgastaban o parcialmente destruían la obra, llegando a orinarla y derramar líquidos o sustancias disímiles sobre la tela.
El texto fue siempre fundamental en su creación, un vehículo por excelencia para transmitir ideas, especialmente cuando se unía en sus piezas con el resto de los recursos plásticos puestos en valor por él. En una de las obras ilustradas expresa: «Estoy contento porque es la primera vez que estoy completamente loco». Y en otra: «Si yo pudiera como ayer vivir sin presentir».
En 1965 decidió planificar su propio suicidio, que llevó finalmente a cabo, y que para él sería su última obra de arte, una acción artística que uniría lo poético y lo trágico, la belleza y la oscuridad, resumen de su fidelidad a sus ideas y de su sensibilidad atormentada.
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