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Alberto Barrera Tyszka: Venezuela mancha toda tu escritura

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La vida de Magaly Jiménez cambió. De ser una exitosa profesional, con una familia casi perfecta, un esposo que la adora, se convirtió en una mujer triste, desolada, que no quiere vivir. Le desalienta ver una ciudad deteriorada, niños comiendo de la basura, una economía empobrecida, negocios cerrados, productos que pocos pueden comprar. Magaly se quiere suicidar.

Teresa Rosales es diferente. Es una mujer amable y extrovertida. Incluso es atrevida. Pero esconde una terrible historia. Quiere hacer justicia con sus propias manos. O, más bien, ¿vengarse?

A Inés Sánchez le robaron lo que más amaba. También vive en un país donde falta el agua, cortan la luz, el metro no funciona, el transporte superficial es inexistente. Y mientras tanto, un régimen que se hace llamar Alto Mando es un ojo que vigila cada movimiento de los ciudadanos, que no duda en reprimir, apresar, insultar y asesinar.

Pero Inés no se va a echar a morir, y como tampoco puede ajustar cuentas, ha decidido crear un espacio para la catarsis. Un lugar para, al menos, olvidar: un club de lectura.

Entonces se reúne con Magaly, Teresa, Leonor y Adriana para leer a destacadas escritoras latinoamericanas.

Pero una propuesta cambia el objetivo central del grupo. Algo transgresor: leer Te daría mi vida… ¡pero la estoy usando! de Alma Briceño, un libro de autoayuda que habla sobre las limitaciones de las mujeres y sus capacidades para liberarse.

Mujeres que matan es la quinta novela de Alberto Barrera Tyszka, ganador en 2006 del Premio Herralde con La enfermedad y del Premio Tusquets, en 2015, con Patria o muerte.

La primera edición de Mujeres que matan, publicada en 2018 por Literatura Random House, fue presentada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Este año la recién fundada editorial Curiara, creada por el propio Barrera Tyszka junto con las libreras Andreína Melo y Marina Bockmeulen, publicó el libro.

En este nuevo proyecto el autor quiso explorar distintos temas, entre ellos la vida del género femenino y, uno que siempre le angustia y del que le es prácticamente imposible escapar: el país.

Residente en México desde hace unos años, el escritor, también autor de poemas, relatos, artículos de opinión y guiones, estará en Venezuela hasta el 24 de agosto. Vino en plan familiar y para promover la editorial Curiara, que también editó Hija de revolucionarios de Laurence Debray.

—El ambiente de Mujeres que matan se parece al de la segunda parte del libro Patria o muerte. Ahora conseguimos un escenario en circunstancias peores. ¿Busca registrar al país?

—Creo que no es una cosa voluntaria. De hecho, en un principio quería ubicar Mujeres que matan en México, con la historia central de unas mujeres que se reúnen en un club de lectura y que luego comienzan a leer un libro de autoayuda. Pero la escritura no avanzaba. Hasta que descubrí que era porque tenía en la cabeza a Venezuela. No hay una intención de registrar al país. Es al revés: creo que el país te invade y, de alguna manera, mancha toda tu escritura.

—¿Es como una angustia para usted?

—Es una angustia inédita. Es decir, los venezolanos no habíamos vivido la diáspora. Si internacionalmente asombran los niveles de la migración, imagínate a los que somos protagonistas como país. Estamos absolutamente desconcertados. Nosotros, en términos generales como país, no sabíamos lo que era emigrar. No sabíamos lo que era que te trataran mal en el exterior. No sabíamos lo que era buscar trabajo afuera y no conseguirlo.

—¿Cuánto tiempo le tomó escribir Mujeres que matan y cómo surgió la idea?

—En un momento tuvo que ver con que aquí en Caracas solía asistir a muchos clubes de lectura, que estuvieron de moda. Era una especie de burbuja respecto a la realidad. Después pensé en usar esto en México, aunque no sé si existen allí. La idea también era separarme un poco de Patria o muerte, una novela claramente sobre política venezolana. Cuando escribo lo hago a tientas. Creo que la escritura es un método de conocimiento.

—No hay una planificación.

—No. No soy como los escritores que tienen planificado el libro desde el capítulo 1 hasta el 20. Confío más en la experiencia de escribir y en esos puntos ciegos que hay en la misma escritura. Es una forma de conocerte a ti mismo y lo que buscas. En ese sentido, creo que había una especie de indagación en el mundo de lo femenino. Yo también pongo personajes jóvenes en algún momento, pero en el fondo, las protagonistas, los miembros del club, son mujeres que ya han vivido, y eso tiene que ver con mi generación. Es más fácil emigrar cuando tienes 18 o 20 años de edad. Pero si tienes 50 es más complicado. En ese sentido la novela tiene algo muy desolador. Porque hay gente que se tiene que quedar mientras sus afectos están afuera. Después de ahí aparece lo paradójico, una cosa de humor negro: a partir de un libro de autoayuda terminan asesinando. Entonces, mientras escribo, descubro que hay un tema que me interesaba mucho, y que es el que respira la novela: la moral. ¿De qué somos capaces? ¿Somos capaces en el fondo de matar? ¿Y matar puede ser bueno? ¿Puede ser legítimo en algún momento? ¿Qué pasa en las sociedades impunes, cuando los límites empiezan a desdibujarse? ¿Qué pasa cuando todas las instituciones actúan como quieren y ejercen la violencia?

—¿Y por qué un club de lectura específicamente de mujeres?

—Hay toda una discusión actualmente sobre los géneros que me parece interesante. En segundo lugar, en Venezuela hubo una cantidad de clubes de lectura que se pusieron de moda, la mayoría era de mujeres. Eso me permitió tener como una especie de peluquería para indagar en lo femenino, ver cómo hablan, qué dicen, qué pueden pensar. Además, hay todo un movimiento, del que ellas hablan, sobre las mujeres escritoras. Me parecía interesante un club de mujeres que lee a mujeres. También me parecía interesante que lo femenino en general se asociara con lo vulnerable, aun en sociedades matriarcales. Eso, sumado a la lectura, más el libro de autoayuda y la posibilidad de la violencia, me hizo pensar que podía ser poderoso.

—Desde el principio de la novela encontramos una especie de análisis sobre el género femenino. El narrador dice que las mujeres hacen todo diferente, incluso morirse. ¿Es una novela feminista?

—No tengo idea de si es feminista. No pienso en esas cosas. Creo que ese es un problema de los lectores o de los académicos. Por otra parte, creo que hay una gran discusión sobre los géneros, que va más allá del #MeToo, de lo femenino. Estamos viviendo en este momento casos como el hijo o hija de Karina, que se cambió de sexo. ¿Nuestra discusión sobre lo masculino y lo femenino no debería ser otra? Ni siquiera llegar a lo genital. O sea: ¿esa persona qué es? Todavía tenemos discusiones sobre lo masculino y lo femenino que no tengo claras. Pero existen. Creo que es una oportunidad para indagar en lo femenino, que me interesa muchísimo.

—En la novela el Alto Mando tiene mucho poder, está en todos lados. Pero no significa que no tenga debilidades, eso queda claro en la historia. Deja la sensación de que busca hacer justicia a las personas que han sufrido durante tantos años.

—Hay una cosa que pudiera ser una gratificación frente a una realidad. Hay una ficción en la que se ejerce la justicia. En ese sentido puede ser que la novela tenga esa intención.

—¿Y la venganza?

—El tema de la venganza por supuesto que está presente. ¿Hasta qué punto algo es justicia o venganza? Es una vieja discusión humana, pero en este momento forma parte de la realidad venezolana. Fíjate, hay un caso que siempre me impresionó. Es sobre una mujer que se llama Marivinia Jiménez. Esa señora, en las protestas de 2014, estaba filmando la represión y una Guardia Nacional la agarró, la tiró en el piso y le dio con el casco. Fue una cosa brutal. Ella después salió toda enyesada y, a pesar de eso, le impusieron una demanda de ofensa y ataque a la fuerza, a la autoridad. Es decir, a la víctima, además, la iban a meter presa. ¿Qué hace una mujer como ella frente al poder? ¿Se puede defender de alguna manera o tiene que huir? ¿Y si no puede huir qué le queda?

—¿Ha pensado en escribir desde otros géneros, como fantasía, para escapar de la realidad del país?

—(Se ríe) No. Pero ahorita estoy volviendo a escribir poesía, que no tiene que ver con la realidad del país. También estoy escribiendo unos relatos, más íntimos, que tampoco tienen que ver con la realidad. A mí me gustaría escribir algo que no tuviese que ver con esto. Pero te digo que a cualquiera que tenga el veneno de la escritura creativa dentro, y si vive aquí, se le ocurren dos, tres o cuatro relatos. Estos días salí temprano al mercado. Y al regresar vi a un señor con una bolsa plástica en la que llevaba una cebolla. Una. Esa ya es una imagen poderosísima.

—En sus últimos artículos de opinión ha sido crítico con los llamados “guerreros del teclado” y con temas polémicos como la intervención militar. ¿Considera que deberían realizarse elecciones con Maduro en el poder o que otra solución sería el diálogo?

—Creo que de alguna manera los venezolanos estamos condenados a negociar. La oposición no quiere sentarse con Diosdado Cabello, Nicolás Maduro o los hermanos Rodríguez. Y el gobierno tampoco, lo detesta, piensan que es una traición. Pero fíjate, no hay otra salida. A menos que la salida sea que los gringos vengan a invadir. Yo no estoy de acuerdo con esa opción, pero además, no está planteada ni siquiera por quienes pudieran hacerlo. Entonces en Twitter hay un mundo aparte muy endógeno, de una cantidad de gente que cree que tiene las soluciones, lo cual permite tener una radicalidad muy grande. Yo no he visto ni una sola propuesta clara de solución del problema que venga desde eso que llaman guerreros del teclado. Por supuesto, diálogo y negociación son palabras que están absolutamente desprestigiadas en Venezuela. Y con razón, porque es difícil creerle a este gobierno, que ha jugado al desgaste y después al contraataque. Ha buscado la desmovilización, la desesperanza. Creo que importa poco si Maduro participa o no en unas elecciones. Es un punto como moral raro. No creo que sea un punto de honor. Lo importante es que haya elecciones supervisadas, transparentes, con un órgano que no sea este CNE. Quien no tiene que estar en estas elecciones es Tibisay Lucena. Me parece que eso es más claro que discutir si está Maduro o no.

—La carta que firmó, junto con otros escritores y periodistas, fue muy cuestionada en las redes sociales.

—En las redes a veces se simplifica todo. Twitter es un clima propicio para la irracionalidad. Hubo una cantidad de gente que escribió, crítico e insultó sin reparar que en la carta jamás apareció la palabra “intelectual”, que nadie se estaba autodenominando de esa manera. En cualquier caso, tampoco eso era lo importante en la carta. El debate no era ese.

—¿Confía en Juan Guaidó?

—Creo que es el representante en el que hay que confiar y al que es preciso apoyar. Creo que es el único que tiene posibilidades de llevar adelante un proceso que nos saque de esto. Hasta este momento el interlocutor se llama Juan Guaidó. No hay otro. Si mañana votaré por él ya sería otro problema. Que si en la oposición hay liderazgos importantes, seguro que sí. Eso no es lo que está en discusión. La discusión es que nos estamos enfrentando a esto. La carta lo que buscaba era decir que hay una cantidad de gente que lanza denuncias sin pruebas. El texto lo que llama es a no difundir denuncias sin pruebas, porque nos convertimos en Delcy Rodríguez. No se está contra la autocrítica.

—¿En qué trabaja actualmente?

—Estoy en un proyecto con Televisa para una serie. Están haciendo una cosa un poco rara e interesante: llevar sus grandes clásicos a series modernizadas de 25 capítulos para Amazon. Estoy escribiendo una versión de Los ricos también lloran, ubicada en el siglo XXI.

—¿No considera que México sigue los pasos de Venezuela de una manera muy rápida? ¿Por qué ganó López Obrador?

—Trato de estar siempre alerta frente a la tentación que tenemos los venezolanos de querer explicar el mundo a partir de Chávez: eso de decir que vengo del futuro y que sabemos lo que va a pasar. No dudo de que López Obrador sea un tipo narcisista que quiere hacer gobierno para cambiar la historia. Pero México es un país muy distinto a Venezuela. La economía es totalmente diferente. Es el sexto destino turístico del mundo. Nada de eso depende del gobierno. Y por otro lado los mexicanos decidieron ese cambio, porque el PRI y el PAN lo habían hecho muy mal. Hay cosas que me preocupan, pero no soy alarmista.

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