ENTRETENIMIENTO

Aitor Gabilondo, creador de Patria: «La violencia de ETA me ha impactado desde niño»

por Avatar GDA | La Nación | Argentina

Dolor. Dolor. Dolor. Una de las propiedades de la oralidad vasca es la repetición en el discurso en lugar de la utilización del superlativo. Ni muy, ni re, ni súper. No se abrevian las sílabas. No se acorta la expresión. Así, la idea enunciada obtiene una mayor dimensión en el discurso y un énfasis en su entonación. Patria, la novela de Fernando Aramburu, es uno de los sucesos editoriales más destacados de los últimos tiempos en España, la historia de dos familias enemistadas por una tragedia. Un relato coral sobre los estragos y las heridas de Euskadi Ta Askatasuna (ETA), la agrupación terrorista independentista vasca que perpetuó más de 864 crímenes. Aitor Gabilondo, uno de los showrunners más reconocidos del país (El príncipe y Vivir sin permiso), adaptó esta novela para HBO y comparte su proceso creativo con el diario La Nación.

Txirimiri es el equivalente vasco para garúa. Así se refiere el realizador de la serie, sobrino del prestigioso periodista Iñaki Gabilondo, a la novela de Aramburu. Este relato fragmentado, construido con capítulos cortos, página a página, gota a gota, va creando un océano de contradicciones y violencia. Un pueblo chico, infierno grande, que comienza a inundarse de arbitrariedades, de fanatismos. Dos destinos marchan paralelos hasta que se bifurcan. Patria comienza en 2011, con el anuncio del cese definitivo de las actividades de ETA. La víctima, Bittori, cuyo marido fue asesinado, regresa a su pueblo -su patria-, allí donde ocurrió el crimen y, en simultáneo, el abandono de quienes consideraba sus amigos. El lector/espectador se sumerge en el pasado y en un relato polifónico. Del orden al caos, de la ingenuidad a la valentía. ¿Es posible el perdón? ¿Es posible la reconciliación social?

-¿Cuándo escuchaste hablar de ETA por primera vez?

-Desde que nací. Soy del año 72. Toda mi vida. ETA ya existía cuando yo nací. Soy del País Vasco. Nací en Donosti. Es un mundo muy cercano a mí. Toda la violencia de ETA me ha impactado desde niño.

-Tenías entonces una motivación personal para realizar esta serie.

-Sí. Es una de las razones por las que quería hacer algo que transcurriera en esos años de mi juventud, porque cuando se estaba viviendo era difícil matizar, aproximarse a las vivencias personales sin estar polarizado. Antes y ahora pensaba que el dolor no tiene bando. Veía mucha gente sufrir. Cuando leí la novela reconocí muchas historias pequeñas de personas que había oído toda mi vida, a sotto voce, porque San Sebastián es una ciudad muy pequeña. Con esta serie, lo que quise fue darles voz a personas corrientes, en este caso dos amas de casas, que no podían hacer nada más que soportar y sufrir.

-Hay algo muy de Miguel de Unamuno, también vasco, con su concepto de intrahistoria, y de recabar voces anónimas.

-Ojalá fuera Unamuno. Para mí era imprescindible y es lo que me atrajo siempre: dar voz a una galería de personajes, cada uno desde su dolor. Sin hacer un ranking entre ellos, dejándolos expresarse, lanzando preguntas en un viaje hacia la luz. No es solo cuestión de mostrar la dureza. Quería que este acercamiento tenga sentido y un valor.

-El debate y las heridas siguen abiertos. Como creador, este contexto hizo quizá más compleja tu labor.

-Ojalá, y lo digo con toda la modestia del mundo, la serie ayude a debatir, a hablar. Durante toda mi vida, como la de tantos, era difícil poder hablar, expresarse, había temor. En una ciudad y en unos pueblos tan pequeños, todo está entreverado. Tengo gente cercana que lo ha vivido de un lado y del otro. No había matices. Más allá del gran dolor, del terrorismo, de la violencia policial y los crímenes de Estado, están las personas, la gente normal de la calle que está obligada a vivir en unas circunstancias en las que no puede hacer nada. Las heridas están abiertas, es difícil hablar también hoy. A mí mismo me cuesta mucho. Tengo muchos temores. Lo he pasado y lo paso mal. Me incomoda.

-Filmaste en el País Vasco. ¿Se acercaba la gente a contarte su propia historia?

-Sí, siempre. Aunque los vascos hablamos poco. Es cierto que una vez que ETA decidió abandonar las armas, todo el mundo empezó a hablar, a contar su historia.

-Uno de los elogios de la novela es la narración coral, la multiplicidad de miradas hacia un mismo hecho.

-A pesar de la aparatosidad de una serie de televisión, de que la produzca HBO Europa, de que esté basada en un libro que vendió tanto, no considero que este sea el relato definitivo ni único. Primero, porque no creo que exista; segundo, porque no creo que sea deseable que exista. Lo que pienso es que la serie sí puede permitir que se complemente el relato, cómo se vivió. No hablo de la política, pero sí de las personas porque se ha pasado mal. Es liberador y también permite a las futuras generaciones recordar y contextualizar. Pienso que, de alguna manera, Aramburu, con la novela, y nosotros quizá, al hacer la serie, nos estamos saltando un tabú generacional. Pienso que las generaciones que vengan lo agradecerán, aunque sea una serie de TV. Dentro de unos años no habrá testigos de todo esto y creo que es importante dejar testimonio y un espacio para que se hable.

Debate vigente

«¿Vosotros de qué circo sois?», se acerca un payaso desfigurado a un carro donde cuatro etarras acaban de hacer volar por el aire a la mano derecha de Franco, el almirante Luis Carrero Blanco. Alex de la Iglesia, fiel a su estilo mordaz y a través de esta sátira, se animaba en Balada triste de trompeta (2010) a recrear este atentado. Una década después, el mundo audiovisual propone otra estética, otro relato, otra mirada.

En abril, Movistar +, otra de las plataformas de producción audiovisual en España, estrenó La línea invisible, protagonizada por un elenco interesantísimo: Álex Monner, a la cabeza, seguido de los ganadores del Goya Antonio de la Torre, Anna Castillo, Asier Etxeandia y Enric Auquer. La serie de Mariano Barroso, presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, narra los orígenes de ETA, su constitución como un grupo antifascista durante el franquismo y su radicalización hacia la violencia. Txabi Echevarrieta, según algunos historiadores, el primer militante de ETA en cometer un asesinato. Para algunos, una obra de arte; para otros, una serie edulcorada y romántica sobre el origen de ETA.

Semanas antes de su estreno en España, Patria se convirtió en Trending Topic a raíz del cartel promocional que se difundió en las redes sociales: de un lado, la protagonista sosteniendo el cuerpo de su marido tras el atentado; del otro, el cuerpo de un etarra, también en el suelo, en una comisaría tras ser aparentemente vejado. Aramburu pronto se refirió a este cartel promocional que tanto revuelo ocasionó: «Atribuyo el cartel a una estrategia de marketing que no comparto. Incumple una norma que yo me impuse cuando escribí mi libro: no perder de vista el dolor de las víctimas del terrorismo, tratarlas con la empatía y el cariño que merecen. La serie, en mi opinión, sí lo hace».

Patria no parte de un personaje histórico, sino de distintas criaturas, «de andar al ras del suelo», como las describe Gabilondo. «Por aquella época, Bittori y ella eran ¿amigas? Más, hermanas. Todo lo que se diga es poco. Casi se van juntas de monjas, pero apareció Joxián, pero apareció el Txato, pareja de mus en el bar, amigos cenantes, por lo general sabatinos, de la sociedad gastronómica y cicloturistas dominicales. Y las dos se casaron de blanco en la iglesia del pueblo, con aurresku a la salida, la una en junio, la otra en julio del mismo año, el 63. Dos domingos de cielo azul como encargado para la ocasión. Y se invitaron mutuamente. Miren y Joxián celebraron el banquete en una sidrería que no estaba mal, la verdad sea dicha, a las afueras del pueblo; pero, en fin, económica y con campestre olor a hierba segada y bosta; Bittori y el Txato en un restaurante de postín con camareros de traje, porque el Txato, que de niño andaba por el pueblo con alpargatas descosidas, le iba bien en una empresa de transportes que había fundado», escribe Aramburu.

-Muchos actores españoles son muy conocidos fuera del país. Convocaste a un grupo de actores que no son tan famosos. ¿Qué buscabas en la selección del casting?

-Mi intención es que la serie tuviera una impresión de verdad muy fuerte. No quería que un actor o actriz muy famosa eclipsara la historia. Buscábamos un tono muy verité, casi documental, que tuviera cierta conexión con el recuerdo emocional de lo ocurrido, que no tuviera un look ni interpretaciones ni unos actores muy cinematográficos. Por la generación, por las vivencias, creo que aportan también conocimiento de lo que se está narrando y que nutren al personaje y a la serie, en su gestualidad, por su manera de decir las cosas. Quería que el casting fuera vasco porque los personajes son muy característicos, muy reconocibles. El script editor de HBO me decía: «Estas mujeres qué duras son, qué cosas dicen».

-¿Cómo son las mujeres vascas?

-Son las que mandan. Normalmente, el prototipo son mujeres de acción, de carácter. En este caso, por la generación que representan, son mujeres casi monjas, muy determinadas, con mucho coraje, arrolladoras. Incluso con un humor negro bastante destacado, secas a veces. Con un cariño áspero: aunque te quieran, te lo dicen ásperamente. Las actrices reconocían a esas personas con mucha facilidad. No tenían que componer nada especial.

-La novela de Aramburu tiene dinamismo y una gran fragmentación al estar estructurada en tantos capítulos. Este hecho, ¿colaboró para el guion o, por el contrario, implicó en tu caso armar un rompecabezas?

-Uno de los valores que percibí en la novela era el perspectivismo con el que jugaba, con los nueve personajes protagonistas de las dos familias, para que se fuera contraponiendo una visión con otra visión y que fuera calando. Quise, con una estructura audiovisual, encontrar una estructura equivalente a la novela que no te permita aferrarte a una única visión. Todas las personas tienen su opinión sobre lo que ocurrió, su manera de vivirlo. La serie te deja una sensación de poliedro.

-¿Cuál fue tu vínculo con Aramburu mientras escribías el guion y filmabas Patria?

-Fue afable conmigo, pero desde el principio no quiso involucrarse en nada, ni en la escritura ni como asesor. Me dio toda la libertad del mundo. Lo conocí el día que firmamos [el contrato]. Me dijo que él ya había hecho su obra y que yo hiciera la mía. Me dijo que no me pedía los guiones, pero si se los mandaba, él, encantado de leerlos. Así lo hice. Los leyó, le parecieron bien. Me dio un par de apuntes anecdóticos sobre una canción pop en una discoteca. Me dijo que esa canción no era de ese año. Y luego me mostró otro fallo mío del guion, que ponía que el sol salía en la Bahía de la Concha, cuando en realidad es al revés. No se quiso meter y yo se lo agradezco porque me ha dado mucha libertad y pude dar mi lectura, mi mirada.

-¿Cómo piensas que el concepto de patria se puede interpretar fuera de España?

-Quizá te puedas perder algunos detalles de la idiosincrasia vasca, pero habla sobre los sentimientos de pertenencia. Me da igual que sea a una patria, a un equipo de fútbol…. ese vínculo no es racional. No se puede explicar con palabras. Yo, que no tengo más que sentimiento de pertenencia a mi familia, entiendo perfectamente esos sentimientos y lo que se puede llegar a hacer por ellos, siempre y cuando no machaque a los sentimientos a los de otro. Creo que la historia de Patria habla mucho más de cómo se gestiona eso humanamente que desde la política o la sociología. Esta es una historia universal.