Abdulrazak Gurnah llegó al Reino Unido en 1967 escapando de la represión en Tanzania. Medio siglo después, asume el Nobel de Literatura como una plataforma para expresar ante una audiencia más amplia los temas recurrentes de su narrativa, como la migración forzada y el trato inhumano a los refugiados.
«Creo que las instituciones siguen siendo igual de mezquinas, igual de autoritarias. No creo que eso haya cambiado», afirma el escritor, de 73 años, ante un grupo de periodistas convocados en el despacho de su agente literario, ubicado en la planta baja de un estrecho apartamento en el barrio londinense de Notting Hill.
Gurnah es el primer autor africano negro que gana el Nobel de Literatura en 35 años —desde Wole Soyinka, en 1986—, y gran parte de las preguntas de la prensa giran en torno a su propia experiencia como refugiado y sus ideas sobre el racismo.
«Podría parecer que las cosas han mejorado. Pero una vez más, cuando hay nuevas llegadas (de refugiados), se les aplica la misma medicina, el mismo viejo desprecio en los diarios, el maltrato, la falta de compasión del gobierno», reflexiona el autor, que se muestra cómodo con una atención mediática desconocida hasta ahora en su carrera.
«No estoy interpretando ningún papel. Digo lo que pienso. Y si quieren emitirlo por televisión, esa es su decisión, yo no me estoy autoproclamando nada. Hago lo mismo que habría hecho (sin ganar el Nobel), lo que siempre he hecho», dice.
Huida al Reino Unido
En su adolescencia, Gurnah fue testigo de todo tipo de «crueldades y barbaridades» en el sultanato de Zanzíbar donde nació, hoy territorio de Tanzania. Entre asesinatos, encarcelamientos y abusos, la chispa que le impulsó a huir al Reino Unido fue el cierre de escuelas, que chocaba con sus aspiraciones.
Para llegar a Londres tuvo que falsificar sus documentos —las autoridades habían «aprendido de la Alemania del Este» a no dejar salir a sus ciudadanos, describe—. Tras cometer ese delito, su huida se planteaba como un viaje sin retorno.
Después de más de cinco décadas en el Reino Unido, ahora tiene pasaporte británico, aunque cuando le preguntan «de dónde eres», no tiene dudas: «Soy de Zanzíbar, en mi mente no hay confusión alguna sobre eso».
Tampoco menoscaba sus orígenes el hecho de que eligiera desde el principio el inglés como el idioma de su literatura, en lugar del suajili materno.
«Todavía hablo suajili, pero estudié inglés en el colegio, porque fuimos una colonia inglesa», explica Gurnah, que como joven escritor quedó marcado por el contacto con la literatura anglosajona al llegar al Reino Unido.
«La lectura está íntimamente conectada con la escritura, y yo estaba leyendo en inglés cuando comencé a escribir. No me pregunté a mí mismo con qué lengua voy a ganar más dinero o en qué lengua venderé más libros. Nada de eso. Es lo que sabía hacer», argumenta.
Múltiples influencias
«Es una cuestión imposible», replica Gurnah cuando le preguntan por los autores que han inspirado su obra. «Cientos de ellos», asegura.
«Aspiras a dejar salir tu propia voz, aunque aprendes todo el tiempo a través de la lectura y la admiración. Piensas, demonios ¿cómo ha logrado ella hacer esto?, y ese tipo de cosas son las que aprendes a incorporar», describe.
Admite que comprende que los críticos literarios hayan encontrado «ecos» del británico Joseph Conrad en algunas de sus obras, aunque recalca que las diferencias son notables.
«Recuerdo que durante un viaje a la India (…) algunas personas que me entrevistaban estaban horrorizadas con esa comparación, por la reputación que tiene Conrad como novelista racista», relata. «Como si el resto de los novelistas de la época no lo fueran», agrega.
«Así que ¿me importa? ¡No! Ser comparado con Conrad no es poca cosa. No estoy avergonzado ni preocupado en absoluto», asegura.
Con un guiño a su agente, que escucha la conversación desde una esquina de la sala, Gurnah se muestra conforme con los mecanismos del mercado editorial, que fomentan estereotipos como la recurrente comparación con el autor de El corazón de las tinieblas.
«Si alguien escribe una reseña, tiene un espacio de 700 palabras y eso es lo que le llama la atención, se publica, y luego se menciona en la contraportada de otro libro, ya está, se convierte en un modo para dar a conocer esa obra», concluye.