Una escena crucial en The insider (1999), con planos intercalados de Russell Crowe, Al Pacino y Christopher Plummer; los créditos de Diarios de motocicleta (2004); el puzzle de historias entrelazadas de Babel (2006); y la serie The Last of Us (2023) tienen algo en común: la ambientación musical del ronroco.
Detrás de ese instrumento del folclore andino, están el talento y la ejecución del músico argentino Gustavo Santaolalla, quien celebra los 25 años de su álbum Ronroco (1998), que supuso un punto de inflexión en su carrera y le abrió las puertas del cine, y que ahora él conmemora con una edición remasterizada, una gira internacional e, incluso, un perfume.
En una entrevista por videollamada con EFE desde Los Ángeles, donde reside hace décadas, el productor de numerosos artistas latinoamericanos y fundador del grupo rioplatense Bajofondo resalta la importancia de reivindicar «la raíz» para no perder la identidad y considera que el ronroco es «un compañero de vida».
Jaime Torres, «el Ravi Shankar del charango»
A sus 72 años y casi seis décadas de carrera, Santaolalla opina que Roncoco es un trabajo «muy especial» por recopilar composiciones que abarcan 13 años de labor y porque el puntapié para su grabación fue su relación con Jaime Torres, uno de los músicos más reconocidos del folclore argentino y a quien define como «el Ravi Shankar del charango».
En 1995 produjo Amauta, un compilado de la obra del músico tucumano (1938-2018), lo que le permitió hacerse amigo de alguien a quien admiraba.
«Pero, en ese momento, yo tenía toda esta cosa de respeto y también un poco hasta de temor por mostrar lo que hacía» con instrumentos folclóricos, pero que no tocaba de manera ortodoxa, describe, mientras recuerda una divertida anécdota.
Le mostró sus grabaciones, simulando que eran ajenas, pero Torres descubrió el engaño: «Me dice: ‘no, el que toca aquí eres tú y está buenísimo y tienes que hacer un disco de esto», porque, según él, había hallado «el espíritu al instrumento».
Así nació Ronroco, un álbum que alcanzó cotas universales debido a que varios directores de cine usaron sus composiciones para ambientar sus filmes; el primero, el estadounidense Michael Mann, quien escuchó su música en una radio californiana y le pidió incluir ‘Iguazú’ en The Insider.
«A mí siempre toda la gente me había dicho que mi música es muy visual y que mis producciones son muy visuales. Y yo concibo la música en términos visuales, como escenografía y escenas, todo eso, como muy cinematográficamente», señala.
Después, llegaron sus colaboraciones con el mexicano Alejandro González Iñárritu —entre ellas Babel, por cuya banda sonora obtuvo el segundo Oscar de su carrera, después del logrado un año antes por Brokeback Mountain— o con el brasileño Walter Salles para Diarios de Motocicleta —que le dio un BAFTA—.
«El ronroco realmente es un compañero que tengo en la vida y ese álbum es la piedra fundamental; de ahí surge todo, surge Camino (2014), que es el álbum (en solitario) que le sigue», apunta Santaolalla, quien mantiene una carrera paralela con Bajofondo, con el que ultima su quinto disco de estudio.
Aniversario 25 de Ronroco: reedición, gira… y perfume
Para este homenaje, el compositor argentino hará desde septiembre una gira «intimista» que lo llevará a Dubai, Estambul, Utrecht, Madrid, Oporto y Helsinki; ha publicado una edición remasterizada en plataformas —donde tiene más de 100 millones de reproducciones— y en vinilo; y está fabricando instrumentos junto al ‘luthier’ argentino Julio Mallarino.
Pero lo más llamativo es la elaboración de un perfume junto al argentino Julián Bedel, que con su marca de perfumes de alta gama Fueguia, tiene locales en Milán, Buenos Aires, Tokio, Londres y Nueva York.
«Él ya tiene un perfume de un Stradivarius y ha hecho otro de una guitarra de Leonard Cohen. Ya le hemos tomado parte del perfume (al ronroco), el instrumento lo pusimos al vacío y le metimos un cartucho adentro y bueno, todavía no olí lo que salió, pero es algo que siempre me interesó mucho», explica.
El «leitmotiv» del proyecto, como en toda su carrera, es la «identidad» de Santaolalla, porque, como señala, tiene que ver con el lugar del que procede, «el sur del planeta», algo que «siempre está presente».
«Para mí es súper importante nunca olvidarte de dónde empieza la raíz, de dónde es esa raíz que va creciendo. En el momento que vos cortaste una parte, chau; he visto mucha gente que ha perdido totalmente su identidad», afirma antes de lucir orgulloso en pantalla el mate que toma diariamente.
Con ancestros españoles y cada vez más encantado con el país europeo, este año hará una residencia de un mes en la Escuela Universitaria de Artes TAI, en Madrid, donde espera «poder compartir y transmitir» conocimientos y, sobre todo, esa identidad que lo caracteriza.