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30 años de Encuentro en el Ruedo: Notas para recomponer un recuerdo

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En septiembre de 1989 cumplía 22 años. Estaba a meses de graduarme de Comunicador Social en la UCAB. Desde 1987 producía y conducía Espacios Urbanos, un programa de radio en la única FM de entonces: la Emisora Cultural de Caracas. Salía los sábados y era un invento de Héctor Riazuelo y Danilo Esqueda, compañeros de universidad. Los tres le dimos forma a un programa que hablaba de la vanguardia en el arte en Caracas. Pero derivó hacia la música, y hacia la música «rara» que hacía la gente de mi generación.

Héctor y yo somos contemporáneos, pero Danilo, el único de los tres con certificado de locutor, era 10 años mayor. Pronto se fastidió y nos dejó. Entonces mi primo Gualberto Briceño asumió el lugar. Poníamos de todo y en formatos impensables: demos en cintas de reel, cassettes piratas, grabaciones clandestinas que hacíamos en conciertos con grabadores de mano. El reinado de los CD no empezaba.

Mi guía en el punk, el new wave, el ska y demás fue Héctor. Había estudiado secundaria en Londres justo cuando todo eso estaba en boga. Tenía discos de Madness, The Clash y The Smiths. Rarezas y joyas en esa Caracas.

En 1988 Espacios urbanos se hizo productora de conciertos y presentamos a unos adolescentes que venían del Colegio San Luis. Cuando tocaron la puerta del programa y nos dieron su demo se hacían llamar Trucos. Años después cambiarían el nombre por el de Los Amigos Invisibles. Los presentamos en la Sala de Conciertos del Ateneo de Caracas en doble función, y llenamos el sitio. Fue el bautizo para ellos y nosotros. Como anécdota diré que la persona que nos hizo el favor de operar las luces fue un flaco de melena y barba negra: Félix Allueva. Él también se iniciaba en la producción con Cultura subterránea.

Horacio Blanco, vocalista de Desorden Público | Foto Archivo El Nacional

Con él nos reunimos en febrero de 1989 para producir un ciclo que presentaría lo más representativo de la movida underground. Lo bautizamos «Los insurgentes». Nos asociamos Cultura subterránea y Espacios Urbanos con la Fundación José Ángel Lamas, que coordinaba el Teatro Cadafe de El Marqués. Allí ocurrió el famoso concierto de Trucos con Zapato 3 que terminó con la voz de Carlos Segura cantando «¡Fuego!, ¡Fuego!» en un tema que no tenía esa letra.

Un pequeño incendio de un telón obligó a desalojar la sala y construyó la épica del grupo y el ciclo. Nunca supusimos lo profético que sería. El 27 de febrero fue el gran fuego, provocado o no, que cambió para siempre a este país, y comenzó el descenso hacia los infiernos. El ciclo tuvo que suspenderse.

Pero tanto Félix como nosotros estábamos convencidos de que habíamos topado con una audiencia que quería algo más que heavy metal. La inexperiencia, la ilusión o la inmadurez nos llevaron a soñar con un evento que supusiera un lanzamiento a gran escala de este movimiento del que se hablaba en prensa.

Zapato 3 en la arena del Nuevo Circo de Caracas | Foto Archivo de El Nacional

En el apartamento de Félix en Los Chorros nos reunimos Espacios urbanos, Cultura subterránea, DP7 (que manejaba a Desorden Público) y Acto 4, donde estaba el tipo más formal de todos los que nos encontrábamos ahí: el hoy ausente Luis Alberto Feaugas.

Buscábamos ponernos de acuerdo en la locación. Si debía ser grande no podía ser Mata de Coco, pues solo recibiría 2.000 personas. Igual pasaba con el Teatro Teresa Carreño. Pero pensar en El Poliedro era perder las perspectivas. Recordé entonces el hecho de que durante la «coronación» de Carlos Andrés Pérez en 1988 se había celebrado un concierto en el Nuevo Circo de Caracas y estuvo a reventar. Así que, argumentando con mi vehemencia habitual, convencí a todos de que era el Nuevo Circo: «Si queremos algo arrecho, el Nuevo Circo es el sitio».

Bebíamos cervezas, y Félix Allueva suele usar eso como excusa para explicar cómo se me ocurrió o por qué ellos aceptaron. Es un buen pretexto para salir de la incómoda situación de que un chamo de 21 años, estudiante de Comunicación Social, convenció a unos tipos treintañeros, arquitectos, administradores y licenciados en Trabajo Social de que podíamos reunir 10.000 personas en el Nuevo Circo.

El cartel debía ser la crema de la movida underground. Sentimiento Muerto era el barco insignia, seguido por Desorden Público. El navío más nuevo de la flota era Zapato 3, un fenómeno desde «Los insurgentes».

Para haber sido un sueño loco se montó una enorme estructura de producción: administración, mercadeo, logística, sonido, seguridad, promoción y publicidad. Hasta patrocinantes. Recuerdo a las tiendas Carnaby. Incluso franelas se imprimieron para la producción y para vender. Tengo la mía con 30 años a cuestas que me hace imposible usarla.

El entusiasmo de la prensa, lo que se sentía en el ambiente, lo que se decía en la radio, todo presagiaba un gran evento. Anécdotas tengo centenares, pero no caben en estas líneas.

Recuerdo una que hoy suena graciosa, pero entonces no lo fue. Como queríamos abarrotar el concierto, este comenzaba en la tarde y terminaba empezando la noche. Así asegurábamos a los menores de edad. Y allí estaba esa fila de chamos, una fauna particular para el clima (soleado y con 30 grados). Muchos con sobretodos, sombreros y botas militares.

Por una estrategia de seguridad se había convenido con las autoridades que nosotros controlaríamos la arena. La Policía Metropolitana estaría solo en los pasillos internos previendo que cuando vieran el pogo o mosh (baile en la olla donde todos chocan) no salieran a caerles a peinillazos. Pero no calculamos que afuera estaría la Guardia Nacional. Dado que ni antes ni ahora ha sido un componente con mucha «cultura de convivencia», arrancaron en una operación de confiscación de botas, pues como decía el tercio al mando: «Es implemento militar y no puede portarse». Así que en minutos tuvimos a decenas de chamos de 13 años descalzos a las puertas del Nuevo Circo. La estampa era patética. Algunos lloraban, otros parecían aterrorizados. Pero todos descalzos por la calle.

Gualberto Briceño, Mayita Urdaneta y Mauricio Vargas (de Cultura subterránea) en un plan B (o E o Z de zapato) salieron corriendo a las tiendas de chinos en la avenida Lecuna y de sus bolsillos compraron todas las zapatillas chinas que consiguieron. Así que afuera un gorila de verde le robaba las botas al chamo, luego este llegaba a la puerta, le picaban el ticket y adentro recibía sus alpargaticas orientales. Luego, a bailar.

Al final el balance del concierto resultó que menos de 4.000 personas habían asistido. Pero la euforia y el entusiasmo de la gente hicieron que fuera memorable. Todavía muchos músicos que tocaron allí sostienen que el sitio se llenó. Al menos así les pareció desde tarima.

El Encuentro en el ruedo significó un punto y aparte en la movida alternativa de entonces. Un rompimiento con los conciertos de 300 espectadores. Fue el baile de 15 años, de entrada en sociedad, de una generación de talentosos músicos, y significó el despegue para iniciativas hoy internacionales como el Festival Nuevas Bandas. El amanecer para un día que aún no anochece.

Yo luego produje dos fracasos que me arruinaron emocional y financieramente. Y giré hacia mis otras pasiones, el teatro y la literatura. Espacios urbanos cerró su ciclo en los años noventa y se volvió un programa de culto. Héctor se fue a Inglaterra donde trabajó en la BBC de Londres. Gualberto Briceño es un pujante empresario. Suelo sentarme con él a tomar tragos y recordar esos años. Al menos como yo los recuerdo porque, ya se sabe, la historia no pasa como ocurrió, sino como se recuerda.

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