Por Julio César Pineda
Estamos en la postmodernidad, en la era digital. Es el imperativo de lo virtual, de las tecnologías de la información y de la comunicación. Vivimos en un nuevo ecosistema con la usabilidad y escalabilidad, con la inmediatez y la plenitud de la información; como nunca el conocimiento está tan cerca de nosotros, gracias a las nuevas tecnologías.
Más que pensar, es hacer logros para una mejor y más fructífera vida, siempre que se afirme lo moral y lo ético en la evolución de la humanidad.
Es la aceleración de la tecnología y la búsqueda de resultados, donde la fórmula del inglés Jhon Astin se hace realidad “decir es hacer”, es el tiempo del Maker Space con la computación y la aceleración numérica en una sociedad compleja pero líquida en los términos de Zygmut Bauman donde no hay verdades sólidas y reina la incertidumbre y la impermanencia.
Todo es innovación disruptiva en el nuevo espacio digital y cibernético. Cada segundo se producen 3,7 millones de búsquedas en Google, se envían 38 millones de Whatsapp, 18 millones de mensajes de texto, 481 millones de tweets y 187 millones de emails.
Todos estamos hiperconectados, pero también pudiéramos estar controlados en la vieja fórmula de Orwell. No podemos salir de la Big Data. La tecnología de Blockchain, nos conduce al infinito con esa punta de iceberg que fue el Bitcoin y el dinero virtual.
La inteligencia artificial no tiene límites. Es la ruptura total frente al pasado. Nunca antes hubo tantos cambios en tan corto tiempo, no estamos en una época de cambios sino es un cambio de época.
Nos invade la innovación científica y tecnológica, lo lejano se nos hace cercano pero desgraciadamente evitamos lo próximo y la mirada del otro para centrarnos en la pantalla y alejarnos del vecino, conectándonos con los ausentes, sin la presencia vital del otro.
Pareciera que nos acercamos cada vez más al saber absoluto, pero a la vez como lo plantea el nuevo filósofo coreano Byung-Chul Han en su libro “La sociedad del cansancio”, con el silencioso cambio de paradigmas y el exceso de positividad donde el trabajador ya no distingue entre la labor diaria y el ocio porque el Internet y la Web lo tienen siempre prisionero. Para él, el siglo XXI, desde un punto de vista patológico no sería bacterial ni viral, porque pasó la era de las enfermedades con los antibióticos y se superaron las pandemias gripales, hoy es todo neuronal, como la depresión, el trastorno por déficit de atención, con hiperactividad, el síndrome de desgaste ocupacional. Enfermedades que no son infecciones, sino estados patológicos, por esa dialéctica de la positividad donde existe la ilusión de que todo es posible.
Estas tecnologías de la información y el conocimiento son ambivalentes y nos obliga a la necesaria desconexión temporal con el fin de evitar las adicciones.
Afrontar la flexibilidad cognitiva
La nueva realidad en el mundo del trabajo obliga a nuevos conceptos y aprendizajes especialmente con la automatización y la robótica, en la sustitución de labores, la colaboración interprofesional, las profesiones mixtas; hoy la formación debe ser continua, donde más que el título es la destreza y la formación permanente.
Para los nativos digitales en la concepción de Prensky todo es normal, pero para los analfabetas y los que somos emigrantes hacia las nuevas tecnologías debemos afrontar la flexibilidad cognitiva para ingresar pasando de las sociedades industriales que nos ha tocado vivir, hacia una sociedad del conocimiento.
Debemos acceder más allá de los datos impresos a la información digitalizada, sobrepasar el mundo de las imágenes fijas hacia lo cinético, sobrepasando los medios clásicos de la prensa, radio y televisión en la información discontinua y no lineal.
Afrontar un desafío
Hoy se exige un nuevo alumno y un nuevo profesor, con la informática educativa en el dominio de la tecnología para el nuevo mundo digital.
Siempre estuvo la educación presente en todos los grandes cambios de la humanidad, pero hoy debe afrontar un desafío para aprender a vivir en un mundo sobresaturado de información y preparar a las próximas generaciones en la singularidad del nuevo mundo.
Tradicionalmente se buscaba el saber en sí mismo, hoy lo que se busca es el hacer, conocer para actuar, con un pensamiento crítico, capacidad de análisis, resolución de retos complejos y el trabajo en equipo; sigue vigente el lema de la Unesco “aprender para aprender”, con habilidades singulares, con competencias disciplinarias y actitud para respuestas a los problemas del futuro.
En nuestro caso, como diplomáticos, debemos sugerir a las Escuelas de Relaciones Internacionales ingresar a la educación digital, a los escenarios cibernéticos. Algunos Estados al Margen de la Convención de Viena de 1961, han creado embajadas virtuales. Este nuevo mundo digital debe tener una dimensión ética, más allá de la normativa jurídica, frente al fenómeno de la realidad digital como la dignidad humana, la solidaridad, la sustentabilidad económica, la justicia social, la participación democrática en definitiva el bien común que es el equivalente moral al PIB.
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