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¿Podrán las ciudades detener el cambio climático?

por El Nacional El Nacional

Estamos, sin duda, inmersos en un cambio climático antropogénico. Las transformaciones en las condiciones meteorológicas que amenazan la producción de alimentos, el ascenso del nivel del mar -generando inundaciones destructivas- y el calentamiento global, dejaron de ser, hace mucho, temas especulativos.

La responsable principal de la ingente emanación de gases de efecto invernadero en la atmósfera, es la actividad industrial. En especial, la combustión de carbón, gas y petróleo, acompañado de la tala de bosques para la producción de energía. Este es un proceso iniciado hace siglo y medio y sus efectos nocivos han venido en aumento. El alto nivel de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso en la atmósfera es lo que se conoce como “gases de efecto invernadero”. Ellos son la causa principal -no la única- del conjunto de desajustes de los que no escaparemos a menos que tomemos medidas.

En 2005, el entonces alcalde de Londres, Ken Livingston, convocó la primera reunión de grandes metrópolis para tratar el tema del calentamiento global. Dieciocho megaciudades conformaron una red. Un año después, bajo el nombre de C40, la organización creció hasta sumar a 96 ciudades. Entre ellas, ciudades de América Latina como Buenos Aires. Los ayuntamientos de cada una de estas 96 ciudades han aportado mas de 10.000 iniciativas enfocadas a revertir los efectos letales del recalentamiento del planeta. Muchas de estas iniciativas ya están en curso, otras en etapas de planificación. Algunas probablemente se queden en el papel.

Medidas paliativas urgentes y posibles

Las víctimas y protagonistas de la debacle por contaminación se concentran en las urbes y es desde allí donde surgen las alternativas para la transformación.

Para muchos, el parque automotor que usa combustible como gasolina o diésel debe ser eliminado. Los enemigos del uso de combustibles fósiles promueven alternativas como bicicletas, autos y transportes eléctrico o, en su defecto, con opciones menos contaminantes.

Las edificaciones también sufrirán transformaciones estructurales, de funcionamiento. Ya hay legislaciones que exigen que, entre 2030 y 2050, edificios de oficinas y nuevas viviendas deben haber adoptado usos de energía verde para sus instalaciones. El diseño de la ingeniería y el tipo de material de construcción que se utilicen serán de tendencia ecológica. El servicio eléctrico estará obligado a honrar su compromiso de usar fuentes de energía renovables para abastecer a zonas residenciales, urbanas e industriales.

Reto político y acuerdo

La mayor responsabilidad de llevar adelante las acciones contra las consecuencias del cambio climático, recae sobre la figura de los alcaldes. Figuras como Anne Hidalgo (París), Ada Colau (Barcelona) y Giuseppe Sala (Milán), entre otros, se han reunido con agendas muy concretas que esperan ser materializadas en proyectos sostenibles con proyección hacia el 2030 y el 2040.

El Acuerdo de París, contemplado en el marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, fue firmado por 196 países el 22 de abril de 2016 en Nueva York. Dicho acuerdo, que establece medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, intenta evitar el incremento de la temperatura media global del planeta más allá de los 2°C. Así mismo busca promover esfuerzos para que el calentamiento global no exceda los 1,5 °C.

Las ciudades, que generan el 70% de las emisiones de CO2, son el tejido social llamado a enfrentar de manera fortalecida y consistente el daño ambiental que nos amenaza. Las integrantes del C40, deberán hacer una inversión de al menos 350 mil millones de dólares en infraestructura ecológica para salvar el planeta.

cambio climático

Foto: Pixabay

Capitales verdes: Essen, ejemplo alemán

Las consecuencias del cambio climático no se han hecho esperar. El planeta como estancia humana, en su geografía y zonas pobladas impactadas por la polución, diversos agentes contaminantes, residuos y emanaciones tóxicas, junto a la explosión demográfica desenfrenada, muestra en la actualidad sus heridas. Sin embargo, gracias al esfuerzo de organizaciones internacionales y grupos políticos con sus respectivos planes, se han visto renacer literalmente de las cenizas, algunas urbes con un pasado desolador.

La ciudad de Essen es una de ellas. Situada en la región alemana de Renania del Norte-Westfalia, en ella habitan casi 600 mil personas. Durante años fue emblemáticamente industrial, gris, asfixiada por la contaminación. Es la ciudad origen de la familia Krupp, dueños del emporio industrial del acero que suministró las armas para las guerras del continente hasta 1945. En 2017 la ciudad recibió el honor que concede la Comisión Europea y fue designada Capital Verde de Europa.

Ya desde el siglo XIX comenzó la preocupación en residentes, políticos y la administración gubernamental por generar alternativas de corte ecológico y paisajista que compensara el enorme daño que la industrialización había generado en el lugar. En los últimos 50 años se han llevado cambios estructurales orientados a implementar su saneamiento para convertirla en una ciudad limpia y moderna, cualidades que toda metrópoli desea ostentar.

Alemania se propone una reducción, en 2035, de 25% de los habitantes que utilizan automóviles, si se acondicionan las vías para bicicletas y se mejoran las redes de transporte eléctrico. Adicionalmente, en pocos años cerrará la última central nuclear que será sustituida por opciones energéticas renovables.

Orgullo ambiental

Essen presume de más de 3 mil 500 hectáreas de bosques y campos, con una sólida infraestructura de parques y áreas de esparcimiento. Una imponente mansión del antiguo abolengo Krupp ha sido habilitada como centro cultural. Su recuperación también posee antecedentes importantes como la fundación del partido Los Verdes, en los años 80’s, cuyos preceptos manifestaban una coherencia absoluta con los principios de la Ecología. La iniciativa y compromiso de sus autoridades engloba lo que se ha convertido en una tendencia generalizada del viejo continente: procurar, mediante la planificación urbana y los proyectos eminentemente ecológicos, un futuro transformador que permita disfrutar de más ciudades verdes.

Foto: Pixabay

Smart cities: éticas y sostenibles

Dos condiciones serán paradigmáticas en el futuro en cuanto a la creación de Smart Cities: Sostenibilidad y Ética. En cuanto a la Sostenibilidad, ésta se define como el desarrollo que satisface las necesidades del presente, sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones, garantizando el equilibrio entre el crecimiento económico, la protección del medio ambiente y el bienestar social.

El desarrollo sostenible es un concepto que aparece por primera vez en 1987, al publicarse el Informe Brundtland para las Naciones Unidas. El informe alertaba de las consecuencias medioambientales negativas del desarrollo económico y la globalización, y sugería posibles soluciones a los problemas derivados de la industrialización y el crecimiento de la población. Sería imposible imaginarse en las próximas décadas, una organización social inmersa en las tendencias globales, sin el concepto de sostenibilidad como modelo. Sin prácticas reales de Sostenibilidad, colapsaría.

Sin ética no hay desarrollo

El manejo de grandes cantidades de datos o “Big data”, posibilita procesar, medir y definir cómo actuar en “tiempo real”, para viabilizar el análisis de dichos datos. Esta metodología, debatida permanentemente en cumbres como el Smart City Expo World Congress, necesita de un ordenamiento basado en la ética, para garantizar la protección de datos personales. Tenemos delante de nosotros el desafío de una ética digital que, al tiempo que ofrece beneficios por su uso inteligente, lo haga sin desconocer los derechos digitales de los ciudadanos. En lo esencial, que ofrezca absoluta garantía de que los datos de cada quien serán rigurosamente protegidos.

Las plataformas susceptibles de una revisión restrictiva y que muy probablemente necesitarán ser normadas, van desde las aplicaciones de localización geográfica como Google Maps, pasando por la data manejable entre las operadoras turísticas, hasta pequeñas y medianas empresas privadas y públicas que formarán parte del entramado estructural, comprometido con el diseño de cualquier ciudad inteligente. Todas están llamadas, sea cual sea su tamaño, a proteger los datos de cada quien.