El Proyecto Genoma Humano, fundamento de la Medicina de Precisión, requirió de sucesivas inversiones entre 1990 y 2003, cuyo monto final acumulado superó los $2.700 millones. Desde entonces hasta este 2021, el costo de un estudio genómico, oscila entre $1200 y $1400 por persona. Y los entregan en un día. La expectativa es que, durante las próximas dos o tres décadas, millones de personas en todo el mundo tomen la iniciativa de hacer el gasto y obtener información fundamental para sus vidas, especialmente las relativas a las posibles vulnerabilidades que pudieran estar presentes en el ADN de cada quien.
Algunos de los propios científicos que han sido claves en el progreso del conocimiento disponible sobre genética -como el Premio Nobel de Medicina 1962, James Dewey Watson, quien descubrió junto a Francis Crick, la estructura de doble hélice del ADN- han confesado su temor a saber qué dice su genoma. Aun así, se hizo la prueba. La información recibida le determinó a cambiar sus hábitos alimenticios -por ejemplo, tuvo que dejar de beber leche, porque a su ADN le faltaba una de las copias que facilita la digestión de la lactosa-, pero no le sirvió para impedir la medicación que debe tomar a diario, porque su estructura genética tiene dificultad para procesar fármacos.
Uno de los datos que contenía su informe le reveló una predisposición al cáncer (que no ha sufrido, a pesar de haber superado ya los 93 años). Al respecto ha dicho Watson: “me alegra no haber recibido esta noticia durante los primeros 30 o 40 años de mi vida, porque el peso de la amenaza me hubiese deprimido o paralizado. Hay cosas que no hubiese emprendido, me parece”.
En esas palabras está expresado el dilema al que tendrán que hacer frente las nuevas generaciones (dilema que se masificará si continúa la tendencia a la baja en el costo de las pruebas): si informarse o no, de cuál es la información genética y, de forma particular, cuáles son los puntos débiles, los riesgos presentes, de sufrir en el futuro enfermedades como cáncer, Alzheimer, diabetes o la Esclerosis Lateral Amiotrófica -ELA-.
Desde la propia ciencia médica, hay siquiatras que advierten que no todas las personas tienen la arquitectura mental, las bases sicológicas, especialmente en las tres primeras décadas de vida, para afrontar la noticia, aunque sea solo en el terreno de las probabilidades, de posibles futuros padecimientos, de forma muy intensa cuando en la propia familia hay antecedentes. Además de un suicidio en Estados Unidos, se han reportado casos de personas que desarrollan obsesiones y conductas patológicas, por temor a la aparición de la enfermedad o las enfermedades anunciadas en el estudio del propio genoma.
En el fondo de toda esta cuestión, la pregunta primordial consiste en saber si estamos debidamente preparados para entender que un informe genómico tiene un carácter probabilístico y no definitivo. Contiene datos ante los cuales podemos o debemos reaccionar (como cambiar nuestra alimentación o estilo de vida) y datos que tienen la categoría de probabilidades: enfermedades que podrían o no ocurrir. Así las cosas, los Estados y las empresas tienen una gran responsabilidad por delante: aprender a informar qué significa en realidad un estudio genómico y cuáles son las reacciones indeseables o falsas interpretaciones que deben evitarse.
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Pensiones: futuro de perspectiva inciertas
Planificadores y economistas lo advierten con frecuencia, pero es de esas afirmaciones que nadie quiere escuchar: los sistemas de pensiones y de salud, incluso aquellos que han sido exitosos, apuntan hacia un destino poco prometedor.
Varios factores se combinan: el envejecimiento de la población (que obliga a pagar pensiones y mantener costos de la seguridad social promedio por persona, por más tiempo); la disminución de puestos de trabajo, es decir, del número de cotizantes; el proceso de robotización; la tendencia presente en algunos países, de adelantar la jubilación: estos y otros son elementos que sugieren que las pensiones tenderán a reducirse, por el creciente desequilibrio entre ingresos y costos.
A lo anterior hay que añadir que, en países como Japón y España, al envejecimiento se suma otro elemento: el descenso de la natalidad, que agrega otro ingrediente de complejidad. En aquellos lugares donde se produzca un ‘invierno demográfico’ será necesario acordar una especie de nuevo contrato social que evalúe aspectos como las fuentes de financiamiento, edad de jubilación, tiempo de cotización mínimo exigido y las desigualdades de género, entre otras. Incluso las políticas antinmigración tendrán que ser revisadas, porque la apertura de jóvenes inmigrantes, por ejemplo, de América Latina o África, puede ser un factor que reduzca la caída de la natalidad o, todavía mejor, que la revierta.
Más medicamentos falsificados
El auge de la auto consulta médica en la web, y de la subsiguiente automedicación, vienen y vendrán asociados a otra compleja y riesgosa problemática: la aparición de un gigantesco negocio, de fabricación y distribución internacional de medicamentos falsificados, cada vez más extendido.
De acuerdo a estadísticas de la Agencia Europea de Medicamentos -EMA-, el ranking de los más falsificados lo encabeza los de uso genitourinarios (especialmente los destinados al estímulo sexual); le siguen los medicamentos dedicados al sistema nervioso central; a continuación, los antiinfecciosos; de seguidas, los citostáticos (diseñados para responder a tumores) y los cardiovasculares. Se trata, en buena parte de los casos, de padecimientos delicados, cuya mejoría depende, en buena medida, de adecuada y disciplinada medicación.
Se trata de un negocio que opera de forma selectiva: su presencia tiene mayores proporciones en ciudades pequeñas y barrios donde viven familias de pocos ingresos. El anzuelo para la venta de falsificados, en el criterio de los expertos, es el precio: lo ofrecen por montos, entre 30 y 50% menos que el costo del medicamento real. Para los fabricantes y para toda la red, el negocio resulta una actividad extraordinariamente lucrativa: por lo general, lo que hacen es fabricar cápsulas o comprimidos de harina, que no producen ningún efecto, salvo que no alivian la enfermedad. En algunos países se han producidos casos de muerte o de aparición de graves cuadros de contaminación, porque los delincuentes han fabricado medicamentos con cal, yeso u otros productos químicos.
Las estimaciones existentes, que incluyen alguna de la OMS, es que entre 10 y 15% del volumen mundial de medicamentos que se comercializan anualmente son falsificados. La cifra es una barbaridad. Esto significa que no menos de 300 millones de personas atienden sus padecimientos ingiriendo pastillas o aplicándose inyecciones que no remedian nada. En el mejor de los casos. La circulación y venta de falsificados, que tiene una línea de supuestas vacunas, es un problema real en más de 100 países, con especial incidencia en África, América Latina, Brasil, la India y partes de Asia.
La combinación de autodiagnóstico, automedicación y comercio informal de supuestos medicamentos a precios bajos o muy bajos es peligro en crecimiento. Estudiosos de la delincuencia organizada y del funcionamiento del comercio internacional advierten en The Economist que, de no producirse una actuación sistemática y firme de gobiernos y autoridades internacionales, el mercado de la falsificación podría dispararse hacia el 2050, hasta superar el 35% del consumo mundial, lo que derivaría en un crecimiento incontrolado de algunas enfermedades, de forma muy destacada, las enfermedades crónicas.