El antiguo anhelo de la humanidad de alcanzar una vida más larga, ya se está produciendo. En los primeros veinte años del siglo XXI, la esperanza de vida al nacer, ha aumentado unos 5 años para los hombres y unos 6 para las mujeres. A nadie sorprende ahora que nuestros padres o nuestros abuelos crucen las líneas de los 80 o los 90 años. Nos parece: es lo natural. Cuando se produce el fallecimiento de personas, que tienen menos de 70 años, la sensación que compartimos es que se ha producido una muerte temprana. En 1900, por ejemplo, en casi toda América Latina, la esperanza promedio de vida al nacer no alcanzaba los 50 años.
Que cada día haya más personas que viven más años, forma parte de una corriente planetaria en plena expansión. Se debe a la confluencia de muchos factores. Si comparamos nuestras realidades con las de hace dos siglos, constataríamos que las diferencias son abrumadoras. Nos alimentamos mejor y de forma más regular. Compartimos un conocimiento cotidiano de la diferencia entre una buena y una mala alimentación. La higiene se ha convertido en una rutina de las familias. Caminar o hacer ejercicios ha sido incorporado en los hábitos diarios de muchos. Los avances de la medicina, especialmente bajo el impulso de las tecnologías digitales, son incalculables.
Salvo en algunos países, donde las condiciones de vida están amenazadas por la precariedad de las instituciones, en buena parte del mundo se han producido avances sustantivos de los sistemas sanitarios. La efectividad de medicamentos y tratamientos es cada vez mayor. Crece, año tras año, el porcentaje de mayores que, tras cruzar la línea de los 80 años, mantienen las mejores capacidades físicas y mentales.
Esta alargamiento de la vida humana ha generado y está generando cambios culturales y materiales de enorme significación. Una primera consecuencia ocurre en el universo productivo: abuelos que cuidan a sus nietos, hacen posible que los miembros de la pareja estén incorporadas al trabajo. Hay una economía, especialmente concebida y dirigida a la tercera y la cuarta edad, que está en plena expansión: centros de salud, hostelería, turismo, entretenimiento, programas sociales y más.
Los nuevos espacios públicos -calles, plazas y paseos peatonales- ya no se conciben sin facilidades para los adultos mayores. Hay legislaciones, servicios y programas de Estado dirigidos a la protección y a mejorar su calidad de vida. En las últimas dos décadas, organizaciones de diverso carácter han establecido políticas para reincorporar a personas que han sobrepasado la edad de jubilación, dada la riqueza de sus experiencias, especialmente en tiempos tan complejos y críticos como los que vivimos ahora.
El objetivo de alargar la vida humana parece indetenible. Científicos de diversas disciplinas, grandes laboratorios farmacéuticos, centros especializados en adultos mayores, inversionistas, planificadores, diseñadores de robots y más, trabajan para ese mismo fin. Vamos hacia allá. La pregunta que muchos se hacen, especialmente en los gobiernos donde la tasa de longevidad es más alta, es cuáles serán las condiciones económicas y sociales en que las personas vivirán más años.
Ciencia y longevidad
Elevar el promedio de vida hasta los 100 años y más, tal la expectativa que científicos expertos tienen en relación a los niños nacidos a partir del 2000. Hay expertos de categoría mundial, como el biólogo genetista español Ginés Morata, premio Príncipe de Asturias 2007, quien, en el ámbito teórico, sostiene que la muerte podría ser evitable, y que el ser humano podría vivir 300 años y más. En su prospección, a lo largo del siglo XXI, la ciencia podrá demostrar que es posible.
En una entrevista a la revista Quo -enero de 2018- dijo: “Se ha logrado que un tipo de gusano, un nematodo, viva siete veces más tras manipular los genes implicados en su envejecimiento. Si aplicáramos esa tecnología a humanos, podría llegar a vivir 350 o 400 años. Claro, no se puede investigar con material humano, pero no es descartable que algún día alcancemos esa longevidad. Dentro de 50, 100 o 200 años las posibilidades serán tan grandes que es difícil imaginar qué pasará (…) Será la humanidad la que decida cuál va a ser su futuro”.
La señalada por Morata -la intervención en la estructura genética- es apenas uno de los caminos por los cuales científicos y academias buscan evitar y retrasar las enfermedades más previsibles, que aparecen con la edad. “Están los que trabajan para retrasar dos y tres décadas los padecimientos corporales y psíquicos que, por lo general, aparecen entre los 50 y 60 años. Hay los que trabajan en ámbitos como la regeneración celular y la generación de tejidos. Otros concentran sus esfuerzos de los procesos biológicos regulados por supercomputadoras. Y, por supuesto, están los que apuestan por soluciones fundadas en la nano robótica y la hibridación entre máquinas y personas. La ciencia del envejecimiento tiene argumentos: las bacterias no mueren; hay gusanos y ratones a los que se ha logrado prolongar el ciclo de vida; y hay resultados que señalan que es posible moderar o retrasar el envejecimiento, en otras palabras, alejar el tiempo de morir”.
Hacia este inminente futuro de vida más larga se dirige el esfuerzo científico y civilizatorio de hoy y de los próximos años, y nada ha indicado hasta ahora, que el mismo no sea viable y próximo.
El siglo de los centenarios y súper centenarios
El 4 de agosto de 1997 murió en Francia, Jeanne Louise Calment, a la edad de 122 años y 164 días. Había nacido en febrero de 1875. Su historia es extraordinaria: fumó a diario por más de noventa años. Dejó el cigarrillo a los 117 años. Eso sí: no conocía la experiencia del estrés. Quienes la conocieron la recuerdan como una persona plácida, sonriente, que preservaba la calma en cualquier circunstancia.
Una revisión de la data disponible del número de personas vivas hasta diciembre de 2020, que superan los cien años, resulta alentador: más de 100 mil en Europa, más de 73 mil en Estados Unidos, más de 68 mil en Japón, más de 48 mil en China, más de 28 mil en India, más de 26 mil en Italia, más de 15 mil en Argentina. Dos datos más: 80% de las personas centenarias -más de cien años- son mujeres. La proporción aumenta todavía más en el caso de las super centenarias -que superan los 110 años-, ya que 96% son mujeres.
Las estimaciones del número de centenarios hacia el 2050 ofrece un salto cualitativo: casi 900 mil en China, más de 440 mil en Japón, casi 380 mil en Estados Unidos, casi 220 mil en Italia, casi 210 mil en India. Con razón, hay demógrafos que han dicho que el XXI debería ser reconocido como el siglo de las personas centenarias.
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La big data, fundamento de todas las decisiones
Ya está ocurriendo, pero de forma todavía incipiente. Los expertos aseguran que la era de los datos está apenas en su primera fase. En la medida en que las fuentes de recolección de datos aumenten, la capacidad de prevenir las enfermedades se potenciará, los diagnósticos serán más rápidos y precisos, los tratamientos más eficaces. Pero para que todo esto ocurra, la colaboración de las personas -los pacientes- será imprescindible.
El uso de pequeños aparatos -cintas que ataremos a nuestros brazos, relojes que nos controlarán a toda hora, medidores de distinta función que tendremos en nuestros hogares, análisis de sangre o de saliva cada vez más sofisticados- facilitará la tarea a los especialistas: mientras más datos estén disponibles, mejor será la respuesta de los médicos o las autoridades de la salud para prevenir, controlar y reducir la incidencia de las enfermedades. Incluso llegaremos a este punto: retretes inteligentes que podrán realizar pruebas de heces y orina, de modo frecuente y en cuestión de segundos.
De ello trata la gran promesa que las ciencias de los datos aportará al bienestar humano y al gran objetivo de extender la duración de la vida: que las decisiones en relación a cada paciente o las políticas sanitarias se fundamente en hechos susceptibles de ser medidos. En el ámbito biomédico, una de grandes líneas de trabajo que ocupa a muchos científicos consiste en aprender a medir -desarrollar indicadores- del funcionamiento de cada órgano, de cada fluido, de cada músculo, de cada tejido. En el ámbito sanitario, el desafío consiste en crear sistemas de recolección y ordenamiento de datos, que aseguren una planificación cada día más asertiva. El especialista Carlos Royo afirma en sus conferencias, que serán los datos los que conducirán al objetivo de que las personas vivan 140 años.
Dos grandes preguntas surgen de la creciente incorporación de los datos a la salud: ¿Podrán los sistemas sanitarios, de pequeña o gran escala, proteger los datos de los ciudadanos del auge de la ciberdelincuencia? ¿Corremos el riesgo, como ya ha ocurrido en algunos países, que nuestras historias médicas sean expuestas sin nuestro consentimiento, o vendidas a empresas de seguros, clínicas o extorsionadores?
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