¿Dónde estamos en este 2021? La más inmediata dificultad que encuentran los analistas para contestar a la pregunta de dónde estamos en este 2021, es que, en el transcurrir de los días, casi no disponen de tiempo para detenerse y mirar a su alrededor. Vivimos tiempos extraordinariamente turbulentos. Tiempo de recurrentes alteraciones y dificultades.
Una mirada a la prensa de cualquier día ofrece un repertorio amplísimo de hechos que hablan de inestabilidad, cambios estrepitosos, desbarajustes climáticos, vaivenes en la economía, ataques a las democracias desde diversos flancos, conflictividad política, violencia a pequeña y gran escala, y, a un mismo tiempo, cambios constantes producto de la revolución digital en curso. También resulta evidente que vivimos perturbaciones inéditas hasta ahora, como por ejemplo, las causadas por el influjo que las redes sociales irradian hacia la esfera pública, en cuyo torrente viajan, con peligrosísima comodidad, las noticias falsas (fake news).
Con la invención de la imprenta se inició una nueva era: la racionalidad desplazó lo religioso como núcleo de la organización social. Lentamente, primero en Europa y después en el resto de los países, la alfabetización se extendió y el acceso al conocimientos comenzó a cambiar el mundo. El saber dejó de ser propiedad de unos pocos y el conocimiento de origen científico ha ganado terreno en el funcionamiento de las sociedades. Y así ha sido por cinco siglos. En lo fundamental, hemos vivido un poco más de cinco siglos bajo los paradigmas mentales que la imprenta -la cultura de lo impreso- produjo en el mundo.
Pero la profundidad y alcance de las transformaciones que ahora mismo están en proceso no constituyen un simple cambio de época: son, nada menos, que los primeros avances de una nueva era, marcada por la digitalización creciente de todas las operaciones de la vida humana. La que está dando sus primeros pasos es y será una era marcada por la compleja interrelación entre inteligencia humana e inteligencia artificial. Así, la respuesta a la pregunta formulada, de dónde estamos ahora, es: estamos en la fase embrionaria de la era digital, marcada por el auge de la inteligencia humana, en interacción con la inteligencia artificial.
El futuro ya está aquí
Lo que solemos llamar futuro, cuando hablamos del modo en que cambiarán nuestras vidas, ya está aquí. Se ha instalado entre nosotros. Lo hace en forma de tecnologías, soluciones robóticas, inteligencia artificial, innovaciones constantes y de muchas otras formas. También está presente en los nuevos conocimientos híper especializados y menos divulgados sobre, por ejemplo, el funcionamiento del cerebro, la expansión del universo conocido o la hipnótica cuestión de cómo los telescopios están a punto de alcanzar el momentum del big bang.
Esta primera idea rompe un paradigma de milenios: la del futuro como un tiempo más allá de nosotros. El futuro se ha ensanchado (en todas las direcciones) y se cuela en todos los ámbitos de nuestras vidas. Nos trae sus evidencias, sus formas y sus lógicas. Las primeras operaciones de la computación cuántica o de la invención de materiales son, a un mismo tiempo, presente y futuro. Ray Kutzweil sostiene que todo crecimiento exponencial es engañoso. En su fase inicial es imperceptible. Si no se calcula su trayectoria, un día irrumpe, “explota con furia inusitada”. ¿Qué significa esto para nosotros? Que no alcanzamos a reconocer hasta qué extremo están cambiando las cosas delante de nosotros. Lo que parecen pequeñas innovaciones o cambios en lo cotidiano, son el anuncio de grandes saltos que se producirán en los próximos años y décadas.
Nadie escapará del futuro
¿Nos estamos preparando para lo que viene? Probablemente no. El futuro-presente o el presente-futuro es, para la mayoría, asunto de especialistas. Problema de otros. Y no nos percatamos que compromete las vidas de todos. De absolutamente todos.
Los cambios que se producirán no serán meras evoluciones o mejorías. Otras lógicas se impondrán o, si prefiere un verbo menos rotundo, se instalarán entre nosotros. Se trata del surgimiento de una nueva era, marcada por conocimientos, magnitudes, alcances y velocidades inéditas hasta ahora (velocidades que abrirán el umbral de nuevas aceleraciones).
La digitalización del mundo cambiará nuestro modo de relacionarnos con los demás (viene un mundo de relaciones a distancia, intermediadas por las pantallas); nuestro modo de producir (cada día serán más numerosas las personas que trabajan desde sus hogares); y nuestro modo de aprender (la pandemia demostró que una educación que combine lo presencial con tele aprendizaje es viable). Todo este nuevo estado de cosas producirá considerables impactos en nuestras vidas. Cambiaremos. De ser humanos de la era de la imprenta, pasaremos a ser seres humanos de la era digital. El homo digitalis del que hablan los expertos.
¿Qué conjunto social arrojarán estos cambios? Los expertos no lo saben con exactitud. Dice Klaus Schwab: “nunca ha habido una época de mayor promesa o potencial peligro”. Lo que sí es previsible, es que nadie escapará: las vidas de personas, comunidades, organizaciones y países se estructurarán de otro modo.
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La fusión entre biología y tecnología
El futuro supone la coexistencia inseparable entre tecnología y sociedad. Quizás la frase sea un tanto abstracta. Más que coexistencia se producirá la fusión, la asociación (provoca decir la ‘amalgama’) entre los materiales y lo digital, entre la biología (nosotros) y lo digital. Por lo tanto, ya no seremos los mismos. Es posible que debamos redefinir quiénes somos. Personas/máquinas: eso seremos. En mayor o menor medida. Seres esencialmente biológicos, que incorporan elementos provenientes de la tecnología digital, para potenciar o regular nuestras capacidades humanas.
Así, la inteligencia dejará de ser fija. La cognición expandirá sus fronteras. La inteligencia artificial nos permitirá aprender más en períodos de tiempo más cortos. A las experiencias que conocemos se sumarán las experiencias virtuales. Y se confundirán unas y otras. No es temerario decir que cambiará el carácter, la naturaleza de la inteligencia. Algo más: la inteligencia artificial nos retará. Nos obligará a potenciar nuestras habilidades y facultades. Y no tendremos alternativa: de no hacerlo, las máquinas nos superarán en un relativo corto tiempo.
Lo digital lo inundará todo
El dictamen de Nihim sub sole novum, el bíblico “nada nuevo bajo el sol”, será desmentido. La interacción entre inteligencia humana e inteligencia digital dará lugar a lo inédito, a hechos, realidades y objetos sin precedentes. Una proyección: lo digital formará parte de todo ambiente. Pulularán unidades digitales a las que hablaremos. Todo o casi todo tendrá una aplicación. No sabemos qué formas tendrán. Pero es probable que un pequeño aparato atado a nuestra muñeca, semejante a un reloj, logre acompañarnos y convertir en datos buena parte de nuestras vidas. Y que, a través de ese pequeño dispositivo, interactuemos con el resto del mundo: allí estará almacenada nuestra identidad, nuestra historia vital, nuestro historial médico, nuestras medicaciones, nuestro trabajo y nuestras rutinas.
¿Será disruptivo, a pesar de la afirmación de que el futuro ya está presente? Lo será. La percepción de los expertos, lo enunciaba un panel de científicos europeos, es que no hay ni “la sensación de inminencia”, ni narrativas preparatorias, ni liderazgos que nos adviertan y, a veces, ni siquiera disposición a escuchar lo que viene. Será disruptivo, porque estamos ingresando en el futuro, sin conciencia del destino al que nos encaminamos.
Contra este fondo, copio esta frase de Kurzweil: “durante el siglo XXI no experimentaremos cien años de avance tecnológico, sino que presenciaremos alrededor de veinte mil años de progreso medidos al ritmo del progreso actual, o alrededor de mil veces más de lo conseguido en el siglo XX”.
Una era marcada por los datos
La proliferación al infinito de los chips, el internet de las cosas, dará lugar a un big bang de datos. El conocimiento se llenará de mediciones a un extremo hoy impensable. Todo será computado: nuestra actividad, nuestro sueño, el vaivén de nuestras energías, el modo en que invertimos el tiempo. Imagine el lector algo que ya conoce: los drones. Imagine ahora que se reduzcan a tamaños que escapan a nuestra visión simple. Imagine por último que, en cantidades de millones y millones, planean por la atmósfera de las ciudades donde vivimos. Pero también que, en versiones de tamaño hoy inimaginable, recorren nuestras arterias, informando del estado de las mismas.
Tecnologías que impulsan
Klaus Schwab dedica un capítulo de su libro al tema de los impulsores: las tecnologías que empujan a la cuarta revolución industrial. Las clasifica en físicas (como la impresión 3D), digitales (el internet de las cosas es su ejemplo más categórico: la tecnología que rige y regirá la relación entre personas y cosas), y biológicas: serán estas últimas, más allá de sus aportaciones a la medicina (ya ha comenzado la producción de órganos para el trasplante) y a la producción de alimentos y biocombustibles, donde se generarán los debates más controvertidos, cada vez que se incursione en el capítulo de humanos modificados o intervenidos genéticamente.
Riesgos y limitaciones
Un primer riesgo que ya asoma de la era digital: más de la mitad de la población no tiene acceso a internet. Huelga aclararlo: casi en su totalidad pertenecen a los países más pobres. Pero esta es solo una de las limitaciones. La otra es más profunda y costosa de resolver: casi 18% de la población no tiene acceso a la energía eléctrica. Viven en otro tiempo, un tiempo paralelo que no ha sido alcanzado por la electrificación.
El segundo riesgo, que se abalanzará sobre nuestras vidas y las de nuestros hijos: la probabilidad en auge, de que la cuarta generación industrial -la revolución digital- sea factor de un crecimiento de la desigualdad. Se trata de un tema arduo y poblado de vericuetos. De la magnitud de su amenaza se habla a diario en la prensa del mundo. Los países y las sociedades que no se aboquen al mundo digital, que no se proyecten y no contesten a la pregunta de cómo educar, producir y convivir en la sociedad digital, se empobrecerán de forma irremediable. En el resto del mundo, la planificación, promoción e inversiones que se han hecho y se harán, ya están produciendo riqueza y continuarán haciéndolo. En tres palabras: crecerá la brecha.
Ejemplificaré el tercer riesgo con un ejemplo: El Banco de Inglaterra prevé que la automatización, la robotización de los procesos productivos, incluyendo el sector de los servicios, puede acabar con 15 millones de empleos en 20 años, lo que equivale a 50% de los puestos existentes hoy, de aquí al 2025. La robótica encuentra soluciones productivas, a cada minuto, que eliminan la necesidad de operadores humanos, a menor costo y sin las implicaciones –las complicaciones- del trabajo con y entre personas. Y no se sabe si el potencial de remplazos tiene un límite. ¿Acaso es posible que al cabo de tres o cuatro décadas, menos del 20% de los adultos puedan gestionar la producción del planeta con el apoyo de un ejército de máquinas?
Más sobre la robotización
La robotización de lo productivo cambiará el carácter del trabajo. Para tener una idea, aunque sea somera de lo que está en curso, sugiero a los lectores que visiten la página La Huerta Digital, y se detengan en un video donde una especie de vehículo plataforma avanza lentamente sobre un campo de fresas. En la superficie, una mesa metálica al centro, sillas a ambos lados, sensores y unas correas que colocan las frases en las manos de los operadores: el recolector ya no es un campesino que se dobla bajo el sol a recoger la fruta manualmente. Es un técnico informático que pulsa unos botones para que la recolección sea perfecta, cómodamente sentado.
Están los optimistas que sostienen que, en cualquier momento, se producirá una especie de explosión productiva, y que aparecerán profesiones y puestos de trabajo que todavía no existen. El reputado economista inglés Philip Coggan, columnista de The Economist, sostiene que la economía no se separará de su lógica cíclica: auges y declives. Pero a medida que transcurre el tiempo, aumenta la frecuencia y el volumen de los que advierten del peligro de que la era digital sea una era de desempleo. Hay toda una serie de factores asociados: dificultades en la formación para que los trabajadores de oficios artesanales puedan incorporar las nuevas tecnologías; dificultades derivadas de la discriminación de género; consecuencias del envejecimiento de la población; y otros.
Schwab cita un trabajo de la Universidad de Oxford que lista las profesiones más o menos propensas a la robotización. Algunas de las más propensas: vendedores telefónicos, peritos de compañías de seguros, árbitros deportivos, secretarios que toman notas en todo tipo de reuniones, camareros, compra-venta de inmuebles, mensajería, etcétera. Las menos propensas: trabajadores sociales, profesionales de la salud mental, médicos, cirujanos, especialistas en recursos humanos, analistas de cómputos, antropólogos, ingenieros navales, altos ejecutivos.
Sin desconocer que hay entusiastas que confían en que los efectos de la capitalización superarán a los de la destrucción del empleo, visto desde la perspectiva de la política y los movimientos sociales, de las políticas públicas y desde cualquier institución que se reclame sostenible, la preocupación que se repite es la misma: la violencia que desataría la combinación de desempleo más desigualdad podría elevarse a niveles extremos. El reputado analista Laza Kekic asegura que por muy violenta que sea la reacción anti-globalización (que incluye el auge de una economía cada vez más digital), no se impedirá que la tendencia siga adelante. ¿Quiere decir esto que estamos condenados a una violencia todavía más atroz y dispersa por el mundo?
Brecha en el mercado laboral
Otra brecha que se anuncia: un mercado laboral cada vez más desigual: masas incalculables de empleos mal remunerados, mientras un pequeño grupo de profesionales, los más avenidos y competentes para los fines de la economía digital, serán compensados de forma inusualmente alta. Por el contrario, Zanny Minton Beddoes, editora de economía de The Economist, habla de “la gran equiparación”. Su previsión es que a la larga fase de crecimiento de la desigualdad le seguirá un estrechamiento de las brechas. Ojalá esté en lo cierto. Pero lo cierto es que, en la última década, esas brechas no han parado de crecer. ¿Es sensato esperar que ellas se cierren?
El destino de América Latina
Hay una notable coincidencia entre los que opinan al respecto: las economías en desarrollo, como las de América Latina, serán afectadas por esta cuarta revolución industrial. No estamos preparados, ni nuestros dirigentes, salvo excepciones, levantan su mirada hacia el horizonte digital. No vislumbran ni las ventajas potenciales que representa crear y poner en movimiento enclaves digitales, ni se imaginan los problemas que se están incubando por no tenerlos.
La economía digital pone en ventaja a las empresas tecnológicas: pueden sostener un rápido crecimiento, a costos relativamente bajos, toda vez que pueden apelar al uso de trabajadores independientes, que se consiguen sin pago de prestaciones sociales, obligaciones parafiscales, seguros de salud y desempleo, y otros. Por lo tanto, la economía digital puede añadir elementos a la precarización del trabajo, como ya está ocurriendo.
A toda velocidad
La velocidad característica de la economía digital actúa como viento favorable o como tormenta: el crecimiento de empresas recién creadas puede ser vertiginoso, como también su repentina desaparición o declive. Esta fuerza interroga a quienes toman decisiones en las empresas, especialmente en la tarea de evitar que sus negocios se derrumben, y desaparezcan los empleos.
Asociado a lo anterior aparece uno de los retos más estratégicos de estos tiempos de expansión digital: cómo informarse adecuadamente, cómo no sucumbir ante el torrente informativo, cómo garantizar que cada organización dispondrá a tiempo de los datos y conocimientos con los cuales anticiparse a clientes, competidores, organismos reguladores y nuevas tecnologías.
Big data y nueva sensibilidad
En lo sucesivo, muchas de las exigencias que hoy asedian a organizaciones con o sin fines de lucro, se intensificarán o cambiarán de modo radical. Lo que vale para el consumidor vale también para el ciudadano. Uno y otro están cambiando. A menudo se guían por patrones de comparación o referencias que pueden estar más allá de las capacidades de quienes les proveen. La big data aportará cómputos útiles, pero eso no es todo: hay una sensibilidad que se origina en la observación directa, que todavía no será remplazada por las máquinas. Esa sensibilidad será fundamental en la práctica de servicios sociales, servicios públicos y en las organizaciones que se proponen atender a grupos específicos de la población.
La sociedad aumentará sus expectativas. Se espera un perfeccionamiento de productos y servicios. La data contribuirá a ello. Pero también la digitalización de operaciones e intercambios, que los hará más veloces y precisos.
Tiempo de alianzas
La fuerza de los hechos, es decir, la multiplicación de realidades digitales (negocios, trámites, comunicaciones), obligará a las empresas a buscar alianzas. Empresas con capacidades digitales necesitarán contenidos, creatividad, productos y servicios, que les permitan mantenerse o no ser sobrepasados por la competencia. La llamada economía colaborativa podría resultar menos una elección y más una exigencia.
Los actuales modelos operativos y logísticos, que fueron útiles en la era analógica, serán desplazados. Es posible que hasta las más pequeñas organizaciones deban, en un lapso de veinte años, expresarse en una plataforma digital. Esto no se traduce como simplemente tener una web. Me refiero a una plataforma donde operaciones, intercambios, mercadeo corporativo o de marcas, comunicaciones, etcétera, confluyan y se articulen.
Viene un boom de los emprendedores
La tendencia relativa a la fusión de los ámbitos de lo físico, lo biológico y lo digital, se proyectará sobre la producción y sobre las industrias: los límites entre unas y otros se debilitarán. Las fronteras se harán insostenibles porque la economía digital resetea la lógica productiva y abre campos que, hasta ahora, permanecían ajenos al pensamiento de las organizaciones.
Este declive de las fronteras productivas anuncia un boom de emprendedores, dentro y fuera de las organizaciones, cuyo sino en común serán sus talentos y aportes reales a la innovación. Si los científicos están ahora mismo recuperando el trono de su importancia pública, la figura del emprendedor-innovador será, quizás por décadas, el héroe del terreno, el triunfador real de los territorios de la productividad y la solidaridad.
El cambio es irreversible
De las notas anteriores, cabe extraer una especie de advertencia necesaria, que es lugar común entre los futurólogos: más temprano que tarde, el futuro, el punto de disrupción, el alerta digital, la esquina de lo irreversible, tocará a la puerta de las organizaciones. Y más: también interrogará a personas, a familias y países. La fuerza con que esta nueva realidad avanza, la proclama como imparable. Y no parece tener capacidad para otorgar concesiones.
Para los gobiernos representará múltiples retos. Una primera dimensión será la de avanzar en los procesos del llamado e-gobierno, que no debería limitarse al ámbito de sus propias necesidades de gestión y control. En los países pobres o con economías en desarrollo, la responsabilidad causada por la revolución digital incluye la de promover la digitalización de las escuelas y universidades, los sistemas de salud, las organizaciones de la sociedad civil, los partidos políticos, las pymes, las empresas. Un gobierno digital adquirirá su verdadero sentido si la sociedad a la que debe servir, también se desenvuelve en el mundo digital.
Ciudadanía y potencial de crisis
Una afirmación y su reverso: el mundo digital potencia el ejercicio de la ciudadanía, pero también lo contrario. El uso político de las redes sociales ha sido fuente de optimismos, pero también de desmentidos. A las redes se le concede el heroísmo de lo asimétrico: ciudadanos con escaso poder tienen allí un terreno para enfrentar a los poderosos. Pero la experiencia nos indica que esto podría ser excepcional, y que la regla es la contraria: que las nuevas tecnologías de vigilancia den lugar a gobiernos y corporaciones cada vez más poderosos.
Ocuparse de lo que importa puede estimular la innovación y generar beneficios a los gobiernos. Legislar de forma generosa, sin perder de vista la cuestión de la seguridad, debe ser tarea urgente de los gobiernos. Los usos de lo digital en la salud, el internet de las cosas, las posibilidades que han abierto el uso de drones, el vasto territorio de novedades que creará la telefonía móvil de quinta y sexta generación, impulsados por el Estado, pueden ser fuentes de innovación y progreso para las sociedades.
Empresa e innovación
Copio un párrafo de Schwab que lo dice todo: “Las empresas norteamericanas siguen siendo las más innovadoras del mundo desde casi cualquier punto de vista. Atraen al mejor talento, obtienen el mayor número de patentes, tienen el control sobre la mayoría del capital de riesgo del mundo y, cuando cotizan en bolsa, disfrutan de una alta valoración corporativa. Esto se ve reforzado por el hecho de que se mantiene a la vanguardia de cuatro revoluciones en el campo de la tecnología sinérgica: la innovación de tecnologías de combustibles en la producción de energía, la fabricación digital y avanzada, las ciencias biológicas y la tecnología de la información”.
Ciudades: el epicentro
El campo natural de la cuarta revolución industrial ha sido, es y será la ciudad. Y es en ellas donde se incuban y conforman las innovaciones. Abundan los ejemplos de ciudades cuyos mandatarios han entendido los beneficios de ingresar a la autopista digital y hacer uso de los innumerables ámbitos de gestión que podrían facilitarlo todo. Solo un ejemplo puede resultar ilustrativo: que todos los sistemas de tuberías de las ciudades (agua, gas, energía, telefonía y otras) puedan reportar su estado o novedades, a través de chips de control.
Vigilancia, seguridad
La revolución digital en marcha instaura un nuevo mundo, con otras lógicas en los mundos de la vigilancia, la seguridad, las acciones de prevención y control de los delitos. La afirmación según la cual la guerra será ciberguerra, no anuncia el futuro sino que describe el presente. Los drones son apenas el primer recurso visible de lo podría ocurrir cuando, en un hipotético campo de batalla, las dos partes dispongan de información en tiempo real, sobre los movimientos, las armas, el contingente y las intenciones del enemigo. Lo dicen los expertos: conflictos, batallas, confrontaciones de todo tipo se ganaran en las pantallas. Y en nuestros cerebros.
Por supuesto, hay riesgos
El Informe Riesgos Globales 2016 -más que vigente-, emitido por el foro de Davos, que lista 13 tendencias globales y 29 riesgos, subraya las amenazas que penden sobre las aspiraciones prototípicas de la clase media (calidad de la educación, acceso a sistemas de salud confiables, disposición de pensiones para el retiro y vivienda propia) se han deteriorado en las últimas décadas. La precarización del empleo y el posible crecimiento de la brecha digital, hacen más estridente la amenaza sobre el sector de la sociedad del que surgen los talentos productivos, creativos y solidarios que impulsan el progreso y la convivencia. Es la una terrible paradoja de la era digital: que la economía de la cuarta revolución industrial no sea capaz de formar a los profesionales que necesita para sus fines.
El mundo digital ha prometido redes, interconexión, participación, intercambios, empoderamiento, accesibilidad, tiempo real, democratización de la expresión. ¿Pero son tales los resultados? Otros fenómenos –individualismo, egoísmo craso, narcisismo, anonimato, ejercicio impune de la mentira y el odio-, ¿han terminado por imponerse, constituirse en lo que predomina? Los datos de las investigaciones realizadas por Sherry Turkle, la promotora de la tesis de conectados-pero-solos (su conferencia en TED está disponible en la web), sugieren como conclusión: estamos en ruta de un camino equivocado, que expone la convivencia y los principios esenciales de la democracia, a una fragilidad cada vez mayor. Un ejemplo rotundo: cuando dos personas se encuentran para conversar, la sola presencia del móvil en el campo de visión de cualquiera de las dos o de ambas, se erige en un perturbador, y hasta en un desactivador de la conversación.
Para cerrar
Cierro estás notas, no más que un puñado de granos extraído de un enorme saco de datos, tendencias, ilusiones, pronósticos e inquietantes anticipaciones, con ideas que están en el fundamento del pensamiento de Ray Kurzweil. Afirma que nuestro pensamiento es “extremadamente lento”. Nuestras operaciones neuronales más básicas son varios millones de veces más lentas que los circuitos electrónicos de nuestro tiempo. Por lo tanto, nuestra capacidad de procesar información es limitada, especialmente si la comparamos con la cantidad inenarrable de conocimiento que se produce minuto a minuto. Así, estamos en rumbo a un estado de cosas, donde la inteligencia artificial será incalculablemente más poderosa que la inteligencia humana. “El mundo seguirá siendo humano pero trascenderá las raíces biológicas”. Leo estas afirmaciones, no sin estupor. Y me pregunto lo que tantos: ¿cómo prepararnos para lo que viene?
*Datos y citas contenidos en este texto provienen de los libros de Ray Kurzweil (La singularidad esta cerca); de Klaus Schwab (La cuarta revolución industrial) y Kevin Kelly (Lo inevitable).
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