hambre
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En marzo de este año se publicó el Índice de desperdicio de alimentos 2021, informe producido por la ONU, con la participación de la organización británica WRAP, experta en el tema. Entre sus apabullantes conclusiones, destacan estas cifras: 17% de la producción mundial de alimentos, se desperdicia. Va a los basureros. Casi una quinta parte de lo que se produce. De ese enorme total, 61% proviene de nuestros hogares; 26% de restaurantes y comedores de todo tipo; y, por último, 13% proviene del comercio, en sus distintas facetas.

Hay que añadir, además, otro dato de especial relevancia: que estos porcentajes son similares en países ricos, de economías intermedias y también en países pobres. En otras palabras: las prácticas del desperdicio son llamativamente extendidas. En un informe de FAO se leen cifras como esta: se pierden 30% de los cereales, 20% del ganado vacuno, 45% de las frutas y hortalizas, 20% de los productos lácteos, 35% de los pescados y mariscos.

El promedio mundial por persona es escandaloso: 121 kilos por año. A esto hay que añadir dos cuestiones más, ambas gravísimas. Una, que ese desperdicio de alimentos genera entre 8 y 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Es un aporte muy grande al calentamiento global.

La segunda es que, simultáneamente, 8,9% de la población planetaria, según la FAO, vive en condiciones de hambre. Alrededor de 700 millones de personas. Con la pandemia, este número habría aumentado entre 83 y 132 millones en el 2020, de acuerdo a estimaciones del Banco Mundial. En total, 1 de cada 9 personas no ingiere, al día, la cantidad y la calidad de los alimentos que requiere para vivir.

Antes de seguir, conviene aclarar que Pérdida y Desperdicio son, técnicamente, cosas distintas. Pérdida se refiere a lo que ocurre durante las fases de producción y procesamiento de los alimentos. Desperdicio es el resultado de las malas prácticas de distribuidores, comerciantes y de cada uno de nosotros, los consumidores. Las pérdidas ocurren en el campo, los desperdicios en nuestra cocina. Aunque se trata de cuestiones distintas, Pérdida y Desperdicio están conceptualmente unidos.

El problema no es la producción alimentaria

Una rápida revisión de ambas cifras ofrece una categórica evidencia: el hambre en el mundo no es producto de la falta de alimentos o de producción insuficiente. Debe quedar claro: bastaría con la mitad del volumen desperdiciado para acabar con el hambre. Por lo tanto, se trata de una cuestión cuya solución está al alcance de decisiones que gobiernos, productores, organizaciones sin fines de lucro y consumidores puedan tomar.

“El hambre es un fenómeno complejo. No se trata de producir alimentos, como mucha gente piensa. Producimos lo suficiente, y de sobra. Se trata de que los que padecen de ese flagelo tengan acceso a un mínimo de alimentos de forma constante. Pero no es una cuestión endémica -como también mucha gente cree-, tiene solución y no tan complicada. Ya hay numerosas experiencias que demuestran que es posible reducir y eliminar el hambre en períodos relativamente cortos. Y hemos aprendido algo claro y decisivo: para tener éxito en la lucha en contra el hambre es básico querer hacerlo, aunque parezca una perogrullada, hay que tener ‘voluntad política’ de afrontarlo e implementar medidas adecuadas para su solución”, dice la FAO.

Lo que sí acrecienta las dificultades, de modo extremo en algunos casos, son factores como las sequías prolongadas, las inundaciones que arrasan con los cultivos o que obligan a comunidades enteras a huir de las aguas o de los incendios, los vaivenes de los precios de los productos agrícolas -como ocurre, por ejemplo, con las oscilaciones del mercado internacional del café-, las plagas y epidemias animales o vegetales, que arrasan, entre otros, con los pequeños cultivos de subsistencia de cientos de miles de familias en regiones enteras en zonas de los cinco continentes.

A todo hay que agregar lo que ocurre, por ejemplo, en territorios de varios países de América Latina, donde los pequeños productores que viven en zonas rurales son víctimas de la delincuencia organizada: narcoguerrillas, secuestradores, ladrones de ganado y traficantes de minerales, que los someten, les roban, los empobrecen y hasta los asesinan.

Lograrlo es posible

Hay quienes sostienen, de modo tajante, que para erradicar el hambre hay que erradicar la pobreza. Otras visiones, basadas en experiencias comprobadas en distintas regiones del mundo, defienden que es posible y urgente solucionar, en el corto plazo, la cuestión del hambre, ya que los otros factores causantes de la pobreza -fallas estructurales en la educación, desempleo crónico, viviendas precarias, falta de acceso a servicios regulares, precariedad de los sistemas económicos, etcétera- requieren de largo tiempo, definición de políticas económicas, nuevas legislaciones, establecimiento de acuerdos salariales, extensión de los sistemas educativos y mucho más. Mientras la acción contra el hambre puede implantarse en cuestión de semanas, cambiar las condiciones de vida de comunidades pobres requiere de enormes inversiones de recursos y de tiempo: décadas y décadas.

Los requisitos para poner en marcha acciones concretas contra el hambre son menores y producen resultados más inmediatos. En América Latina, por ejemplo, infraestructuras escolares, deportivas o eclesiásticas, han sido utilizadas y se utilizan con éxito, para organizar comedores, en los que se ofrecen una comida al día, a personas que tienen dificultad para alimentarse de forma adecuada.

En los países donde han sido creados y mantenidos en el tiempo, programas de alimentación escolar, con particular énfasis en los desayunos y en el suministro de proteínas, se han logrado varios éxitos que conviene recordar: se ha aumentado el rendimiento escolar, en el caso de los niños; se ha logrado estabilidad en el estado de los nutrientes entre adultos y adultos mayores; se ha logrado la incorporación de voluntarios y vecinos a la elaboración y distribución de las comidas; se ha logrado reducir un rendimiento de los recursos que se invierten en la compra de alimentos, entre 98 y 99%. Por lo tanto, no se trata de una meta irrealizable o por comprobar: ya hay experiencias que señalan que el objetivo de acabar con el hambre en el mundo es factible, imperativo y una meta real para la próxima década.


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