El clima está cambiando a velocidades y con irregularidades, jamás conocidas. Y la causa de ese cambio es el calentamiento global que los seres humanos generamos todos los días. Se trata de un problema verdaderamente complejo, cuya solución demanda de esfuerzos planetarios, planificados y coordinados.
Hay que entender que, en la base de toda esta problemática, están las emisiones de CO2 a la atmósfera, que se levantan desde las grandes chimeneas de las grandes industrias, a consecuencia de los métodos más extendidos de producción de energía eléctrica, o generados por los casi 1,5 mil millones de vehículos de pasajeros o comerciales que circulan por el mundo. Industrias y transportes: de ahí proviene, en primer lugar, la crisis climática.
Cada una de estas fuentes contaminantes, no es un fenómeno aislado: están en total interrelación con los modos de producción y consumo, con los usos crecientes que hacemos de la energía, con los estilos de vida que llevamos, que han creado una creciente dependencia del uso de maquinarias y vehículos, cuyos motores funcionan impulsados por combustibles fósiles.
Desafortunadamente, esta problemática no es nueva. A mediados de la década de los cincuenta del siglo XX, ya se producían en Estados Unidos denuncias, protestas, publicación de reportajes, ensayos y libros sobre la contaminación de las ciudades. Desde entonces hasta ahora, han ocurrido dos fenómenos contradictorios: el conocimiento o conciencia de la problemática ambiental, en sus múltiples facetas, se ha extendido hasta el último rincón del planeta, pero, a pesar de ello, la destrucción ha continuado y aumentado, lo que hace proyectar estimaciones muy poco optimistas.
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Datos que ilustran
Entre 2005 y 2015 se han registrado una media de 335 desastres climáticos al año, el doble de los que se registraron durante los años 80. Además, las proyecciones indican que el mar podría subir de media entre 30 cm, alrededor del 2050, y 1,2 metros para finales del siglo XXI. Una amenazante catástrofe.
Las tormentas, huracanes y tifones son cada vez más frecuentes y violentos. los casquetes polares se funden y el nivel del mar sube, los océanos se acidifican, las lluvias se vuelven erráticas e imprevisibles, en lugares donde las necesitan para sobrevivir.
Detrás de todos estos fenómenos hay una evidencia científica: el planeta se calienta mucho y muy rápido. Desde que arrancó la industrialización, se han estado liberando la atmósfera gases de efecto invernadero. Todos estos gases están reteniendo en la atmósfera un calor solar excesivo, más del que el planeta acostumbraba a soportar.
Los científicos avisan
En julio de 1979 se divulgó el que sería conocido como el Informe Charney, que sintetizaba las conclusiones del “Grupo Ad Hoc sobre Dióxido de Carbono y Clima”, reunido en Massachussetts. Hoy goza de un doble reconocimiento: por lo atinado de sus proyecciones, y por haber establecido las bases de la ciencia del calentamiento global.
Cuarenta años más tarde, en 2019, un número asombroso de científicos, más de 11 mil, publicaron un gravísimo documento, divulgado con el nombre de Segundo aviso, que advierte de los “sufrimientos sin precedentes” que padecerá la humanidad, si no se reducen, de forma radical, las emisiones de dióxido de carbono y de otros gases que influyen en el cambio climático.
A la creación de esta emergencia han contribuido capas y capas de factores: el uso desbordado de combustibles fósiles, la deforestación, las explotaciones ganaderas y las grandes extensiones de cultivo, la contaminación en sus múltiples formas, e innumerables factores más. Se trata, a fin de cuentas, de los resultados de nuestros modos de vida.
Recientemente, en junio de 2021, un nuevo documento científico volvió a encender las alarmas: sostiene el mismo, que se está produciendo una aceleración del calentamiento global, cuyas consecuencias nos están conduciendo a una catástrofe generalizada: inundaciones, sequías, tormentas, desbordamiento de ríos y represas, huracanes y más, lo que debe traducirse como empobrecimiento, destrucción de vidas y de bienes materiales de todo tipo.
¿Hay esperanza?
Los científicos enfatizan en seis objetivos: La reforma del sector energético; la reducción o eliminación de contaminantes que puedan ser reemplazados; una sostenida actividad de restablecimiento de los ecosistemas; la optimización de los sistemas de alimentación; la creación de una economía descarbonizada o libre de dióxido de carbono; y, por último, una población humana estable.
El propósito es evitar que el deterioro continúe, y que los pequeños progresos se masifiquen y extiendan. No basta con detener el deterioro, sino que hay que prepararse para los efectos que traerá el calentamiento.
Urge avanzar a un uso pleno de energías renovables supone avanzar, a la mayor velocidad posible, en la transformación de la industria automotriz, para que se concentre en la fabricación exclusiva de vehículos eléctricos.
En un plano mayor, esta lucha se libra en los despachos de gobiernos, corporaciones y multilaterales. Pero en un plano más inmediato, pasa por evitar que los desechos de personas y familias sean procesados de forma inadecuada; pasa por evitar el desperdicio de alimentos; pasa por reducir el consumo excesivo de agua y electricidad; pasa por eliminar el uso de plásticos en la compra, a menos que sea insustituible; para por educar a nuestros hijos en la cultura del reciclaje; pasa por aprender a reutilizar aquellas cosas que todavía tienen un período de vida útil; pasa por sumarse a todas aquellas campañas de recolección de fondos, de denuncia o de presión a los gobernantes, para que adopten medidas favorables al medioambiente; pasa porque en la política y en el espacio público, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, contenidos en la Agenda 2030, ocupen un lugar prioritario; pasa, en definitiva, porque cada uno de nosotros, sea cual sea su actividad o condición, tiene una responsabilidad que cumplir con la salvación del planeta.
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