A esta hora, la pandemia de covid-19 es el telón de fondo para otro virus letal que azota a la Amazonía y que amenaza al futuro de la humanidad entera: la deforestación. En 2020, arrasó 2,3 millones de hectáreas de selva. Se trata de un territorio más extenso incluso que El Salvador.
El Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP) hace seguimiento al avance de la deforestación a través de imágenes satelitales. Sus más recientes despachos han dejado al descubierto un aumento en la ferocidad de la deforestación.
La Amazonía fue epicentro de noticias en 2019 durante los incendios registrados allí, pero el año 2020 fue mucho peor: un aumento del 17% sobre el año anterior. ¿Por qué? Porque incendios forestales mucho más devastadores, no contaron ahora con la atención de la comunidad internacional.
El agravamiento de la situación en países como Bolivia, Ecuador y Perú explican que el 2020 haya alcanzado un récord tan negativo. Colombia y Brasil presentaron el segundo y el sexto peor registro anual de toda su historia, respectivamente.
El portal Swissinfo.ch destaca que “en Brasil, el país con mayor territorio de los nueve que comparten la cuenca amazónica, se deforestaron 1,5 millones de hectáreas, un 13% más que en 2019, año en el que fue el epicentro de los incendios que ocuparon portadas de diarios de todo el mundo”.
En 2019 tuvimos mayor despliegue mediático sobre los fuegos en la Amazonía pero se trataba de zonas ya deforestadas. En 2020 sí hubo incendios forestales porque fue un año más seco.
El proceso se repite año tras año, básicamente en el suroeste de Brasil: “primero, entre febrero y abril se tala el bosque, y luego, entre junio y octubre, cuando es la época seca, se quema lo que queda para ampliar tierras para la ganadería, la ‘cepa’ más común del virus de la deforestación amazónica”, relata el portal ya citado. Lo mismo en Bolivia. Ese país cerró el año con una pérdida de 240.000 hectáreas, el registro más alto de su historia.
Imposible optimismo
El año 2021 no nos llama a ser optimistas: el pasado marzo fue el mes que más deforestación se registró en Brasil de los últimos seis años, con 367 mil hectáreas de selva, un 12,6 % más que en el mismo mes del año pasado, según el Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE).
Colombia avanza en 2021 por la misma ruta del año pasado 2020. Fue el segundo peor año de su historia, al perder 140 mil hectáreas, un 53% más que el año anterior. “Mientras en Brasil la deforestación se produce usualmente a gran escala, con grandes áreas geométricas que son arrasadas, en Colombia, Ecuador y Perú la pérdida del bosque es a pequeña escala, producto de pequeñas parcelas que se talan de una o dos hectáreas”, detalla Swissinfo.ch.
Y añade la dimensión humana de este drama: “Es la agricultura migratoria, donde las familias queman una pequeña área para plantar cultivos, pero al quemarla la tierra pierde fertilidad y solo es productiva un año, por lo que al año siguiente deben repetir el proceso en un área contigua”. Hay una presencia tenaz de las otras «cepas» de la deforestación, como el narcotráfico, la tala ilegal y la minería aluvial.
Ideas para salvar a la Amazonía
La Amazonía ha plantado cara a procesos relevantes, consecuencia de presiones de la colonización, la deforestación y la economía extractivista. Esto ha hecho crecer la vulnerabilidad del ecosistema, ante escenarios de cambio climático. Se trata de un territorio generador de beneficios ambientales, a escalas regional y mundial, lo que convierte el futuro de la Amazonia en un interés de carácter planetario.
Entonces, ¿qué hacer para salvar a la Amazonía? En primer lugar, las empresas y gobiernos deben asumir sus responsabilidades como principales causantes de la destrucción. El Gobierno de Brasil debe empeñar su palabra y sus afanes en implantar una política de cero deforestación y cumplir sus compromisos internacionales en materia de medio ambiente y derechos de los pueblos indígenas.
Ha dicho Greenpeace: “las empresas que operan en Brasil deben implementar políticas para promover la responsabilidad empresarial en materia de medio ambiente, derechos humanos, lucha contra la corrupción, etcétera, que impida que puedan participar en proyectos que puedan impactar negativamente en los ecosistemas amazónicos y en su población”.
¿Qué corresponde a la Unión Europea y el resto de los países del mundo? Por ejemplo: hacer cumplir el ya existente Reglamento EUTR -European Union Timber Regulation-, o crear legislaciones semejantes, que impidan la entrada en Europa y a los países importadores, de productos forestales procedentes de la destrucción de los bosques. El objetivo debe ser el de evitar el comercio de materias primas (soja, carne, aceite de palma, madera o papel) que procedan de la deforestación. “Las administraciones, a través de la contratación pública, deben priorizar aquellos productos que no estén asociados a la destrucción de los bosques o a la violación de derechos humanos contra las comunidades que los habitan”, añade Greenpeace.
Pero el propio ciudadano debe adoptar estilos de vida y consumo sostenibles, echando por la borda toda forma de consumo innecesario, el despilfarro de recursos y realizando una compra consciente y comprometida con el planeta y los derechos humanos.
Una dieta baja en proteína animal donde predominen los alimentos de origen vegetal, ecológicos y locales, es un estilo de vida que haría mucho bien a la Amazonía. Toca consumir menos carne y de mejor calidad, desechando los productos procedentes de los sistemas intensivos y apoyando la ganadería local en régimen extensivo y ecológico.
La gran maquinaria bioquímica en peligro
¿Por qué se conoce a la Amazonía como el pulmón vegetal de la Tierra? Hay varios factores y muy elocuentes todos ellos. Los árboles: cumplen una doble funcionalidad vital: producen oxígeno, lo cual es un imperativo para la vida de la mayoría de las especies, y absorben dióxido de carbono, (CO2), el cual es el componente esencial de los gases de efecto invernadero (GEI), que son los que dan origen al calentamiento global y el cambio climático.
La fotosíntesis: esta es una función que realizan los árboles y la mayoría de las plantas; absorben y almacenan CO2, el cual queda fijado en sus raíces, troncos y hojas en forma de carbono. Las plantas, aunque toman oxígeno del aire y reingresan dióxido de carbono, el balance final es positivo en cuanto a la extracción de CO2 de la atmósfera. Hay una relación directamente proporcional entre la capacidad de absorción de dióxido de carbono y el tamaño, densidad y cantidad de árboles que tenemos en un bosque.
La Amazonía es el sentadero de la selva tropical más grande del orbe: una superficie de más de 6 millones de Km2. En la selva del Amazonas existen cerca de 80 mil clases de árboles y más de 140 mil especies de plantas. Hablamos de centenares de millones de ejemplares que absorben agua y luego la devuelven, a través de sus hojas, en inmensas cantidades de vapor de agua a la atmósfera; es una especie de súper transpiración que moldea las nubes, de las cuales tenemos de vuelta el agua a través de lloviznas pasajeras o prolongados aguaceros, que en parte se precipitan sobre la propia selva.
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Pulmón y reservorio del planeta
De esta forma, sus bosques mantienen una humedad constante, aunque también riegan lugares lejanos como la cordillera andina. Esta asombrosa máquina bioquímica nos ofrece una proporción de la importancia de su rol como regulador natural del calentamiento global y el cambio climático. Por ello se ha ganado el calificativo de “Pulmón del Planeta” o “Pulmón del Mundo”.
National Geografic ofrece algunos interesantes pormenores: “Los científicos creen que menos del 1% de las especies de las especies de plantas amazónicas han sido estudiadas en detalle para conocer su potencial medicinal. Por lo que, conforme el tamaño del bioma del bosque tropical amazónico se reduce lentamente, también lo hace el uso potencial de plantas aún no descubiertas. Es por esta razón que es muy importante proteger y garantizar su conservación”.
Estos son los datos que demuestran la riqueza natural que tiene la Amazonía: La Amazonía contiene 10% de la diversidad en la Tierra; 40 mil especies de plantas existen en esta región; 2 mil 500 especies de peces de agua dulce; 1.300 especies de aves; 427 especies de mamíferos; 400 especies de anfibios; 370 especies de reptiles.
Un estudio reciente de la CEPAL pone en claro: “En regulación climática, debido a la gran afluencia de fuentes hídricas y al ciclo del agua, esta área emite vapor de agua a la atmósfera, el cual circula en los ámbitos regional y global, permitiendo las precipitaciones dentro y fuera de la misma región. Contiene la mayor cuenca hidrográfica del mundo”. No es poco decir. ¿Y la estamos destruyendo? Insólito.
Ganadería contra los bosque tropicales
Es oficial: 2020 fue el tercer peor año para los bosques.
Veamos: en un año los trópicos han perdido 12,2 millones de hectáreas de cobertura arbórea y, de estas, 4,2 son de regiones tropicales de gran valor, una extensión equivalente a los Países Bajos.
Los incendios y la tala de árboles implicaron un aumento en la devastación de árboles, de 12% respecto a 2019, muy por encima del promedio de los últimos 20 años, momento en que comenzó el monitoreo comparable.
Un despacho del diario El País, de España, titula de esta forma: “La deforestación en la Amazonía se dispara y alcanza el récord en 12 años”. La nota, fechada el 30 de noviembre de 2020, precisa que la Amazonia “pierde 11.088 kilómetros cuadrados de árboles en el último año, un 9,5% más que el año anterior (2019)”.
“Malas noticias para el planeta. La deforestación de la Amazonia —la cifra anual por la que el resto del mundo mide el desempeño medioambiental de Brasil— se ha disparado en el último año hasta alcanzar el nivel más alto de los últimos 12 años. La mayor selva tropical del mundo, clave para frenar el cambio climático, perdió 11.088 kilómetros cuadrados de árboles, según el balance anual difundido este lunes por las autoridades. Este aumento del 9,5% respecto al año anterior pone en evidencia los graves efectos de la política del presidente, Jair Bolsonaro, de debilitar las inspecciones medioambientales, alentar la impunidad para los invasores de tierras y despreciar a los indígenas que quieren preservar sus tierras”, alerta el rotativo madrileño.
El declive de los bosques tropicales
La destrucción de los bosques tropicales húmedos no se limita al Amazonas: también alcanza lugares como el Congo y Asia sudoriental. Se trata de bosques considerados de vital importancia porque actúan como sumideros de carbono en la regulación del clima global, además de tener ecosistemas insustituibles para el planeta, indica un informe de Neus Palou, quien obtiene la data del Informe anual Global Forest Watch.
No hay que olvidar que los servicios ambientales que se generan en los bosques amazónicos son incalculables: remoción de contaminantes del aire, mantenimiento de nutrientes gracias al ciclo del agua, la conservación del hábitat de la fauna y flora silvestre, la generación de suelos, la fijación de carbono a través de la recaptura del CO2, la regulación del clima local y global.
La explotación ganadera, su mayor riesgo
El disparador de la deforestación en la Amazonía es la explotación de su riqueza. El motivo principal, que explica la destrucción de la masa forestal, es la conversión del terreno en plantaciones agrícolas o en zonas de pastoreo, la construcción de carreteras, la extracción maderera, las actividades mineras o la especulación agraria.
El 80% de la deforestación en la Amazonía brasileña ha tenido como objetivo la expansión de las pasturas. Esto obedece a patrones internos y externos: a pesar de que tan solo una cuarta parte de la producción de carne de res se destina al mercado internacional, Brasil es, junto a Estados Unidos, el principal exportador de carne del mundo. Los hechos hablan por sí solos: la explotación ganadera de hoy está socavando, a velocidad alarmante, el futuro de la humanidad.