De acuerdo al Diccionario Oxford, las crisis humanitarias involucran un sufrimiento humano generalizado y requieren de ayuda a gran escala. Cuando existe una crisis humanitaria, la vida normal deja de ser posible.
Bajo condiciones normales, las necesidades de un individuo pasan a ser la forma en que otros se ganan la vida. El sistema funciona porque cada una de sus partes apoya y a la vez recibe apoyo de las otras. Este círculo virtuoso constituye la clave de todas las formas de vida, se trate de microbios, animales, ecosistemas o sociedades humanas. Sin sangre oxigenada es imposible mover los músculos; sin músculos torácicos es imposible oxigenar la sangre. Los seres humanos no pueden sobrevivir sin alimentos, pero sin seres humanos no se puede producir alimentos.
En química, esto se llama autocatálisis, sistema en el que el todo se puede reproducir porque cada elemento es producto de una reacción y a la vez es un insumo o catalizador de otra, lo que hace que el todo sea autosostenible. En las sociedades humanas, financiar la seguridad y la infraestructura necesarias para la producción exige tributación, la cual solo es posible si, para empezar, existe producción que sea gravable. Todo quiebre en este ciclo autocatalítico –sea debido a una guerra o a un desastre natural, por ejemplo– rompe el círculo virtuoso. Ahora bien, la cantidad de tiempo que un ser humano puede sobrevivir sin agua, comida ni techo, suele ser demasiado corta en relación con el tiempo necesario para solucionar el problema. Esta es la esencia de una crisis humanitaria.
Venezuela, a causa de la mala administración, la opresión y la corrupción, ha padecido de un colapso catastrófico de tales proporciones que carece de las calorías, las proteínas o las medicinas necesarias para mantener a su población, de más de 30 millones de personas. En consecuencia, los venezolanos han estado abandonando su país en masa, mientras los que se quedan sufren un infierno.
Bajo estas circunstancias, la ayuda humanitaria, al proveer algunas de las necesidades que escasean, contribuye a que la gente sobreviva y pueda enfrentar otro día. Muchos países y organizaciones donantes han estado llenando bodegas en Cúcuta (Colombia), Pacaraima (Brasil), Curaçao y Puerto Rico con alimentos y medicinas que podrían salvar vidas, pero la dictadura de Nicolás Maduro ha prohibido su entrada. Si el gobierno hubiera permitido el ingreso de estos bienes, los voluntarios los habrían distribuido a escuelas, hospitales, iglesias y otras organizaciones sociales, ayudando así a mantener a la población hasta que se solucione el problema de fondo.
La ayuda humanitaria, de por sí, no puede reiniciar el proceso autocatalítico, pero puede facilitar la transición a un sistema autosostenible. Supongamos que Maduro ha sido reemplazado por el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, de acuerdo con lo que dicta la constitución de Venezuela. Supongamos que con la ayuda de Estados Unidos, la Unión Europea y varios países latinoamericanos, la cantidad de alimentos y medicamentes disponibles en las fronteras terrestres y marítimas de Venezuela aumenta de manera considerable. ¿Cómo se los hace llegar a 30 millones de personas?
Una solución es contar con voluntarios que, de manera gratuita, los distribuyan a los necesitados. Pero, ¿cómo se puede saber quiénes son los necesitados y quiénes, entre ellos, ya han recibido ayuda? ¿Cómo y por cuánto tiempo podrán mantenerse a sí mismos los voluntarios? ¿Cómo se puede impedir que alimentos destinados a ser distribuidos gratuitamente sean vendidos para obtener dinero en efectivo o enviados de contrabando al extranjero por personas que participan en el esfuerzo, como lo han estado haciendo muchos de los secuaces de Maduro con los bienes subsidiados?
Una alternativa, que es contraria a la intuición, sería vender los alimentos y medicamentes donados a precios de mercado a quienes deseen ganarse la vida distribuyendo y vendiendo necesidades a los consumidores. Pero, ¿de qué manera podrán los necesitados adquirir alimentos si, por definición, son necesitados? Aquí es donde los mercados y la tecnología moderna acuden al rescate.
El dinero que se recaude a través de la venta de alimentos a los distribuidores puede ser transferido a los necesitados para permitirles que ellos mismos los adquieran. Cuando se tiene una cuenta bancaria y una tarjeta de débito, como es el caso de la mayoría de los venezolanos (gracias a la hiperinflación, que ha eliminado el valor del dinero en efectivo), distribuir el dinero se convierte en el simple proceso de abonar el efectivo en las cuentas bancarias de los beneficiarios seleccionados, lo cual es improbable que sea lo que demore la recuperación porque hacer esto toma menos tiempo que distribuir bienes. Lo difícil en este caso es coordinar la llegada del dinero a las cuentas bancarias de los consumidores con la llegada física de los productos a los puntos de venta: si llega demasiado pronto, se producirá una inflación; si llega demasiado tarde, los consumidores no obtendrán los productos a tiempo.
Este mecanismo ofrece varias ventajas evidentes frente a la distribución gratuita. Para empezar, puede emplear no solo a voluntarios temporales, sino a todos quienes estén dispuestos a ganarse la vida en la distribución y venta de bienes. En particular, aprovecha y revitaliza los canales de distribución que ha legado la historia, en lugar de intentar crear, a partir de cero, un mecanismo de distribución alternativo temporal, que ciertamente sería más lento, más pequeño, más caro y con menor penetración. Y si una ciudad recibe los productos y otra no, entonces los comerciantes tendrán un incentivo para practicar el arbitraje (comprar bienes donde abundan y venderlos donde escasean), equilibrando así la situación.
Aún más, un mercado para la ayuda humanitaria empoderaría a los beneficiarios al brindarles la oportunidad de decidir qué, dónde y cuándo adquirir lo que necesitan. Ya no tendrían que esperar a que alguien les entregue un paquete de ayuda predefinido, como lo hace actualmente el gobierno venezolano. Y el sistema crearía empleo, de modo que los participantes en el esfuerzo se ganarían la vida y dejarían de necesitar ayuda.
Además, dado que este sistema permite pasar de la importación de bienes finales, como alimentos enlatados, a productos que requieren ser procesados a escala nacional –trigo para hacer harina, pan y pasta; alimentos balanceados para pollos, huevos y cerdos; semillas, fertilizantes y agroquímicos para la agricultura, y otros similares– pondrá en marcha la producción interna. A lo largo del tiempo, los canales de distribución podrán pasar de la compra y entrega de lo que se haya hecho disponible a través de la ayuda humanitaria, a adquirir en el mercado global lo que les parezca más apropiado. En lugar de proporcionar alimentos y medicinas, la ayuda consistiría en asegurar la disponibilidad de las divisas necesarias para importar lo que exija el mercado. La venta de esos dólares a los importadores proveería el efectivo para las transferencias directas destinadas a fortalecer el poder adquisitivo de los necesitados.
El papel de la ayuda humanitaria se asemeja al de la batería de un automóvil: ella hace funcionar los cilindros hasta que la secuencia de explosiones internas del motor se vuelve autosostenible y de paso recarga la batería. Esta tarea se facilita utilizando, más que reemplazando, los mercados tradicionales.
Traducción de Ana María Velasco
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