Con una mezcla de manifestaciones de júbilo y de tristeza, el Reino Unido puso fin esta medianoche a 47 años de pertenencia a la Unión Europea y se adentró en un incierto periodo de transición de once meses en el que debe negociar una nueva relación con el bloque comunitario.
Tres años y medio después del referéndum en el que 51,9% de los votantes optaron por el brexit, el primer ministro, Boris Johnson, proclamó en un discurso el amanecer de una nueva era en la que espera cerrar las heridas abiertas en la sociedad británica.
La división que dejó una crisis política que domina la actualidad en el país desde 2016 se hizo palpable en las horas previas a la ruptura, en las que las celebraciones de los euroescépticos convivieron con silenciosas vigilias de aquellos que lamentan la separación.
«Para mucha gente este es un extraordinario momento de esperanza, un momento que pensaban que nunca llegaría. Hay muchos, por supuesto, que tienen una sensación de ansiedad y pérdida», admitió Johnson.
El primer ministro recalcó que el brexit es el camino democrático por seguir y su gobierno obedeció a la mayoría.
Noche de celebraciones
Johnson quiso señalar la histórica jornada con unos festejos sobrios, y destacó que cumplió el objetivo con el que obtuvo la mayoría absoluta en las urnas, pero sin exagerar su entusiasmo, dada la preocupación que genera el brexit en una parte de la ciudadanía británica y en los 27 países restantes de la UE.
Un reloj proyectado en la fachada de Downing Street, su residencia oficial, escenificó la cuenta atrás hacia el divorcio, mientras que los edificios gubernamentales se tiñeron de azul, rojo y blanco, los colores de la bandera británica, omnipresente en el palacio de Westminster y las calles adyacentes.
La fiesta organizada por el antiguo líder del Partido del Brexit, Nigel Farage, frente al Parlamento fue menos comedida. Los asistentes desbordaron alegría entre pancartas con mensajes como «bye, bye Europa» y «feliz día de la independencia».
Entrada la noche, hubo celebraciones más discretas. Políticos y empresarios euroescépticos estaban invitados a un evento de etiqueta en un selecto club del barrio de Mayfair.
También a una velada en la mansión de Chelsea del millonario Jon Moynihan, que presidió el comité financiero de la campaña a favor del brexit antes del referéndum.
Decepción entre los eurófilos
En Escocia e Irlanda del Norte, regiones donde la permanencia en la UE se impuso en el plebiscito de 2016, se multiplicaron las muestras de decepción por la salida definitiva de la Unión.
La ministra principal escocesa, Nicola Sturgeon, reiteró su demanda de una nueva consulta sobre la independencia del Reino Unido. Mientras tanto, en la frontera entre las dos Irlandas, decenas de manifestantes protestaron contra el brexit y advirtieron a Londres de que la lucha continuará.
También hubo muestras de desconsuelo en Inglaterra. Sobre los blancos acantilados de Dover, frente a la costa francesa, se proyectó el testimonio de dos veteranos británicos de la Segunda Guerra Mundial que expresaron su desaliento ante el alejamiento del Reino Unido del resto de Europa.
Comienzo de la transición
El Reino Unido preveía, en principio, abandonar a la UE el 29 de marzo de 2019, pero la falta de acuerdo en la Cámara de los Comunes para ratificar el pacto de salida retrasó la partida.
Una de las consecuencias de esa demora es que el periodo de transición que se planeó para evitar los daños económicos de un brexit repentino no durará dos años, como estaba previsto, sino tan solo once meses.
El acuerdo se limita a detallar las condiciones de salida, pero deja en el aire la futura relación bilateral, una situación que genera incertidumbre tanto para las empresas como para los habitantes de ambos lados del canal de la Mancha.
Antes del próximo 31 de diciembre, Londres y Bruselas deben elaborar un nuevo tratado comercial; decidir qué nivel de acceso recíproco tendrán las firmas de servicios financieros; pactar nuevos mecanismos de seguridad compartida y acordar regulaciones migratorias, entre otros muchos asuntos.
Bruselas alertó en varias ocasiones de que en ese poco tiempo es imposible llegar a un tratado comercial completo.
Pero Johnson mantiene que no tiene intención de solicitar una prórroga que le obligaría a seguir cumpliendo durante más tiempo las normas de la UE sin tener voz sobre ellas, además de contribuir al presupuesto común.
El gobierno británico aspira a firmar un tratado de libre comercio con la UE que asegure importaciones y exportaciones sin aranceles, pero, a su vez, está determinado a abandonar la alineación con las regulaciones comunitarias, lo que complica el diálogo y abre la puerta a nuevos controles fronterizos.
Simultáneamente a la negociación con Bruselas, Londres comenzará, asimismo, a explorar un posible tratado de libre comercio con Estados Unidos.
El gobierno que preside Donald Trump, ferviente partidario del brexit, ha reiterado que el Reino Unido estará al frente de la cola para negociar ese acuerdo, si bien no oculta que el camino estará plagado de obstáculos.
Las posibles exigencias que Washington pondrá sobre la mesa en materia de estándares alimentarios o de acceso de compañías privadas al sistema sanitario han levantado polémica en el Reino Unido en los últimos meses.