Nicolás Maduro ha perdido parte del control social de Venezuela, recuperado por el chavismo desde que la represión policial y la imposición de la Asamblea Nacional Constituyente acabaron con las protestas antigubernamentales de este año. Un fenómeno inesperado que ocurre en medio de la celebración tras la remontada bolivariana de 2017, un alud de problemas cuando la Navidad es un anestésico tradicional en este país.
Racionamientos de gasolina y electricidad; protestas populares espontáneas, incluidas zonas chavistas, y las críticas de líderes revolucionarios se van sumando y no son una broma de santos inocentes.
El derrumbe de Petróleos de Venezuela (Pdvsa) ha repercutido de tal forma en la producción y distribución del combustible que el gobierno ha ordenado racionarlo en por lo menos ocho estados. Primero fueron Lara y los estados llaneros de Cojedes, Portuguesa, Apure y Barinas, tierra natal de Hugo Chávez y cuna de la revolución. Desde hace unas horas la sorprendente medida (Venezuela cuenta con la mayor reserva de petróleo del planeta) se ha extendido a Táchira, Mérida y Zulia, que alberga en sus entrañas toneladas y toneladas de oro negro. En el estado fronterizo con Colombia, donde la escasez de gasolina viene y va desde hace meses, sólo están abastecidas el 20% de las estaciones de servicio.
«Todo vehículo sedán [deberá] abastecerse hasta 30 litros de llenado por vez; las pickups, camiones y volteo, 35 litros, exceptuando aquellos que transporten carga de productos perecederos», más cinco litros por moto, precisa el comunicado interno de la petrolera estatal.
Una operación que busca limitar el habitual contrabando después de todo un mes marcado por el desabastecimiento provocado por el «bloqueo internacional» y las sanciones.
La realidad es muy distinta: las maltrechas refinerías locales sólo son capaces de producir 50.000 barriles por día de la gasolina más barata del mundo para un mercado nacional que necesita 200.000 barriles. Los impagos de Pdvsa dificultan la importación del resto del combustible.
Las protestas ante las inmensas colas en las pocas estaciones abiertas han multiplicado los incidentes, incluidas cargas de la policía y disparos al aire en Mérida y Amazonas.
El vía crucis de la llamada «Chavidad» golpea con saña a Maracaibo, capital de Zulia y segunda ciudad del país, a la que le ha aplicado un plan de racionamiento eléctrico tras cinco días de apagones. Las autoridades han pedido una paciencia imposible, ya que ni siquiera hay horarios fijos para los cortes de la luz.
El gas doméstico también forma parte de la lista de desgracias diarias, pese a contar Venezuela con las mayores reservas del continente.
Las protestas se suceden desde hace semanas ante su desaparición, producto de un fenómeno parecido, que mezcla el abuso del mercado negro, los precios regulados, la flota que lo transporta varada por la falta de repuestos y las plantas de Sidor bajo mínimos.
Protestas que en estos días se multiplican por todos lados y por múltiples motivos: falta de comida, precios disparatados, planes presidenciales incumplidos, juguetes en mal estado, basura concentrada, escasez de efectivo y hasta las promesas electorales (en forma de cajas de comida de planes sociales y bonos) que no se han cumplido hasta ahora. Ciudad Bolívar está militarizada tras los saqueos de los últimos días, incluidas licorerías.
«Mantener el control social no es fácil. En la medida en que tu margen de maniobra financiera se reduce, te complicas más como gobierno. Las aguas pueden desbordarse pronto, estamos en medio de un catarro sin pañuelo», advierte a La Nación Piero Trepiccione, politólogo del centro de pensamiento de los jesuitas que desde hace meses previene los peligros que entraña una situación social al límite.
«El gobierno trata de seguir aupando el populismo y los compromisos internos con el apoyo de Rusia y China, favorecido por la encrucijada política mundial. No obstante, ese apoyo tampoco es absoluto», resume.
Una situación que trasladada a otro país parecería crítica. Así lo intuye también Rafael Ramírez, antiguo zar económico de Maduro y hoy castigado por el presidente: «La situación económica es cuando menos un caos. Un desastre producto de mucha improvisación, desconocimiento, irresponsabilidad e ineficiencia». Para quien fue presidente de Pdvsa, acusado ahora de corrupción, «tiene que haber una revolución dentro del chavismo».