«¿Y qué pasa si no hacemos nada?» fue la pregunta que se hizo el ingeniero en computación Javier Soto en medio de la crisis económica que vivió Venezuela entre 2016 y 2017 y que afectaba tan corrosivamente a los sectores productivos del país, como el agroindustrial.
Volvió al pasado cuando la calamidad tocó a su puerta. Su familia, siendo aún muy pequeño, se dedicaba a la producción de cítricos. Era una unidad productiva modesta pero rentable. No rindió frutos a largo plazo por las mismas razones que seguían sin atenderse hasta la fecha: falta de acceso a asesorías técnicas, insumos y tecnología.
Con esto en mente, Soto y un equipo de expertos en ciencia de datos, clima y agronomía, se dedicaron durante 3 años a idear, diseñar, hace prototipos y validar un producto que se convirtió en un empredimiento.
Agrocognitive es una plataforma de agricultura de precisión accesible que, a través de una app, otorga asistencia técnica y conocimiento al productor para que pueda enfrentar los retos que se presentan en sus hectáreas de tierra y siembra. «Somos el alivio a un gran dolor de cabeza», describe el CEO. «Les entregamos información pertinente para que tomen mejores decisiones, sean más eficientes, reduzcan costos y aumenten la productividad en sus suelos», agrega.
“Esto impacta en sus ingresos, rendimientos, sostenibilidad y, tal vez lo más importante, ayuda a habilitar esa transición tan necesaria a una nueva generación de agricultores”
Ocuparse en vez de preocuparse
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura, mejor conocida como FAO, en Latinoamérica hay cerca de 50 millones de productores familiares, en su mayoría, con inmensas dificultades para hacer seguimiento a sus cultivos. Inciden temas como el cambio climático, cambios en los patrones de las plagas, degradación de los suelos (pues al ser organismos vivos se cansan), ajustarse a las nuevas normativas en sostenibilidad, entre otros. Y esto, según Javier Soto, es un número alarmante al que casi nadie presta atención.
«La última conferencia de la COP28 realizada en Dubái calculó que los daños económicos durante los últimos 5 años en el sector agrícola es de 2.5 billones de dólares, de los cuales más de la mitad ocurrieron en Latinoamérica, Venezuela incluida», alerta. «Estos productores son responsables del 80% de la comida que consumimos. Es decir, no es un problema menor ‘¿Y qué pasa si no hacemos nada?».
Como director ejecutivo, sumó a dos de sus grandes amigos, cofundadores, al sistema de Agrocognitive.
Son tres ingenieros, cada uno en diferentes ámbitos: Juan Carlos López, en Informática, es experto en base de datos y aplicaciones; Daniel Velásquez, estudió Química y tiene una especialidad en procesos industriales e ingeniería de alimentos. Soto se dedica a la analítica de datos.
«Pero no solo somos nosotros, tenemos un grupo de peritos en agronomía, suelos, climatología y programadores. Es un equipo multidisciplinario de 8 profesionales, aunque el core de fundadores somos nosotros tres», indica.
La idea de la app nació en algún momento de 2017. Sin embargo, maduró atravesando diferentes estados de brainstorm y diseños que terminaron cuando comenzaron a programar, o lo que se llama echar código, «codear», en plena pandemia.
«Era 2020 y cada uno en su casa nos dedicamos a programar Agrocognitve. Al año entramos en una fase de validación», destaca. Explica que es sencillo diseñar un producto pensando que está resolviendo un problema. No obstante, es el usuario, probando, quien dice si sirve, si la usará o si deberán modificarse cosas.
«La etapa de validación fue larga. Era necesario hacer muchas iteraciones, pero comercialmente estaríamos en el mercado un año y medio después de las pruebas y hasta con usuarios pagando para comenzar a usarla», señala Javier Soto.
Agrocognitive, la app
El emprendimiento es una aplicación que tiene 2 despliegues: el móvil (teléfono) y la web (PC). La diferencia es que en la segunda, sí o sí, tiene que haber conexión a Internet.
«Está compuesta de informes, paneles de control y gráficas», describe su creador. «Esa parte analítica le permitirá al productor tomar decisiones».
La versión móvil, agrega, es más ligera. El productor estará en el campo, donde probablemente no hay conexión, y de igual forma podrá registrar los eventos, labores y eventualidades que están pasando en tiempo real. Posteriormente, al ingresar a una zona de cobertura, la data se sincroniza y toda la información se carga inmediatamente en la aplicación. «El consumo de datos es muy bajo. Trabajamos 100% con la nube o iCloud, no hay margen de error», aclara.
«El productor no tiene que tener servidores interconectados o miles de datos. Es simplemente una aplicación, que en la modalidad web accedes vía URL y, a través del celular, descargándola desde la store de Android o iPhone», explica. «Al ingresar, la plataforma automáticamente obtiene datos del productor y se sincronizan con las obtenidos de diversas fuentes de datos propias en materia de sistemas satelitales, climatológicos y de suelos. Toda esa data del productor está en la nube, pero está protegida según las normas europeas y británicas», enfatiza Soto.
Es una información, reitera, certificada y a la que nadie más tiene acceso. Por lo tanto, el productor cuenta con una privacidad que actúa como blindaje.
Sobre si existe o no acceso a la tecnología, el mismo fundador de Agrocognitve insiste que fue una sorpresa darse cuenta de que todos los productores con los que ha trabajado tienen un smartphone.
«Pensamos hacer un despliegue vía txt o que se recibieran alertas vía mensaje de texto, pero la verdad es que, en zonas inclusive bastante rurales, los productores cuentan con algún teléfono inteligente y si no es él, por lo menos un hijo, hija o esposa», dice.
“En términos de infraestructura, no estamos tan desconectados como cualquiera pensaría”
Añade, sin embargo, que una cosa es que se tenga acceso a un teléfono inteligente y otra el transporte de datos, la cobertura y el suministro eléctrico. «Pero esa es otra conversación».
Tejiendo la red
La aplicación está construida con un framework que se llama Django y esencialmente adentro todos los modelos de aprendizaje automatizados o machine learning están hechos en Python.
«Es producto de muchas iteraciones que identificarán cuál es el mejor modelo para predecir cosecha, para hacer un forecast de precios o inclusive el modelo de reconocimiento de patrones para identificar si una parcela está afectada o no por aluna plaga o peste», describe Javier Soto.
«A lo interno es una gran herramienta analítica. Tenemos una base de datos completa. Todo es muy open source también y los únicos componentes que tal vez son licenciados o que pagan por consumo, hablando de la tecnología core, son todos los dashwords de control que se visualizan con unas herramientas de IBM. Asimismo, tenemos nuestra asistente virtual que se llama Matilda, estructurada con IBM Watson», añade.
El término inteligencia artificial (IA) por su parte actúa en Agrocognitive como concepto paraguas e involucra todo lo relacionado a machine learning o aprendizaje automatizado, el deep learning o aprendizaje profundo y las IA generativas.
Clientes, hectáreas, confianza
La Sociedad de Agricultores del Estado Portuguesa fueron los primeros en apostarle a Agrocognitive. «Logramos establecer con ellos una alianza temprana donde no solamente se convertían en clientes, sino en una suerte de mentores. Cuando estábamos en la etapa de ideación y diseño, nos acompañaron bajo un convenio de colaboración técnica», rescata.
Visitaron Acarigua alrededor de 200 veces, caminaron sus campos, entendieron las tierras, tomaron fotografías satelitales, utilizaron las maniobras de sus técnicos para entrenar los modelos de aprendizaje automatizado, es decir, la inteligencia artificial, y darle rienda suelta al trabajo.
«Cuando salimos al mercado ya eran clientes y en la plataforma, actualmente, tenemos más de 350 productores», manifiesta. Además, asegura, que no son solo venezolanos, también los hay de Paraguay y Ecuador. «Es una validación para nosotros. El mercado sí está respondiendo a una necesidad que estamos atacando y eso se traduce en unas 2.300 hectáreas a las que estamos sirviendo dentro de la herramienta».
Agrocognitive, según su fundador, es una empresa triple impacto. «No solamente es el económico, sino el social y en términos ambientales, de sostenibilidad. La agricultura de precisión busca hacer todo mejor, lo más barato, más eficiente y sostenible posible».
En cuanto a colaboraciones con el gobierno, han tenido conversaciones y acercamientos con el Ministerio de Agricultura y la Agencia Espacial Bolivariana. «Pero si hablamos de colaboraciones estrechas, digamos, de un ejercicio piloto o la financiación de un proyecto, eso así no se ha dado».
Sin embargo, subraya que los gremios funcionan. «Junto con otros emprendedores del sector agrotecnológico creamos, a finales de 2023, la Asociación Venezolana de Agrotecnología. Esto nos está sirviendo como vitrina para juntos, ahora sí, tener esas conversaciones con los organismos gubernamentales, pero también con los multilaterales como la FAO o CAF», dice. «Los gremios funcionan porque te dan el músculo, el tono de voz necesario para poder ir hacia adelante y entrar con más fuerza en las instituciones».
El costo
Manejan planes de suscripción. «Hay uno básico que te permite acceder a todos los servicios de teledetección, seguimiento, monitoreo, analítica, predicción de cosecha. La tarifa es de 7 dólares por hectárea al año». Es decir, si se tienen 100 hectáreas, el total serían 700 dólares al año. Mensualmente, el costo es de 58 dólares.
Agrocognitive y el sector agroindustrial
La opinión de Javier Soto es positiva. «De hecho, más positiva de lo que nosotros como espíritu emprendedor esperaríamos. Nosotros que tenemos años en esto y no somos productores, podemos decir que es muy diferente la narrativa prepandemia, a lo que estamos viviendo pos».
El productor, dice, está queriendo invertir, producir más, buscar la eficiencia en sus procesos y meterse de lleno a la tecnología. El productor entendió que su negocio está en diversificar el mercado.
Y por supuesto que existen las dificultades. En el campo son devenidas. No son solamente las externas al productor (la variabilidad climática, el cambio de las pestes, de los patrones), sino el tema de aprovisionamiento, costos, combustible y suministro eléctrico. Todo eso existe.
«No se está viviendo una experiencia memorable, perfecta. Este es un sector que trabaja extremadamente duro, pero créeme que estoy convencido de que más allá de la Venezuela petrolera, lo que va a fortalecer y hacer crecer nuestro producto interno bruto es nuestro sector agroindustrial», asegura.
Emprender en Venezuela
En Agrocognitive se invirtieron miles de dólares. Javier Soto no da cifras exactas. Todos los que se han montado en el autobús del emprendimiento, dicen, financian con su bolsillo, pero también pueden levantar algunas inversiones familiares, regalías o donaciones que suman para poder viabilizar el proyecto.
«Todo realizable si te organizas bien y entiendes que tu primer producto siempre será vergonzoso». Citó a uno de los fundadores de LinkedIn: «Si cuando sacas tu producto, no te sientes avergonzado por él, quiere decir que saliste tarde al mercado, porque te tomaste mucho tiempo para hacerlo».
Hoy día hay que salir muy rápido, equivocándote todo lo que sea necesario, pivoteado. Ahí estará el resultado, dice Soto.
«En nuestro sector, entrar en una economía que viene de ser tan compleja es un mérito, y puedo dar fe de que existen muchos hubs y gremios que están aglutinando a los emprendedores venezolanos. Cuando hablamos de emprendimiento creemos que estamos solos, pero aquellos que vienen a apoyar esos modelos de negocio, con programas de aceleración, incubación e inclusive de financiamiento, están. Hay un abanico grandísimo de personas que pueden sentarse a conversar contigo sobre lo que es emprender en Venezuela».
Para 2024, Agrocognitive está en un punto de equilibrio. Sí, están generando ingresos, pero para mantenerse. «Calculamos que cuando lleguemos a las 3.000 hectáreas estaremos mejor. De ahí en adelante, seguiremos cosechando literalmente porque estamos en el mundo agroindustrial y hay que sembrar para mantener. Ya nosotros sembramos, hicimos el mantenimiento y la labor».
“Más adelante habrá rentabilidad y recuperación de la inversión. Todos los que estamos emprendiendo sabemos que llega, pero no de inmediato”
Lo más difícil para ellos ha sido que los escuchen, que les abran las puertas. «Y quiero ser responsable cuando lo digo: una cosa es escuchar y otra creer en lo que estás haciendo. Así que lo más difícil de un emprendimiento tecnológico es la barrera de la adopción; de que realmente tengas usuarios que utilicen tu servicio, y además le vean el valor como para pagar por ello».
Javier Soto y su equipo confían en que quienes decidieron quedarse en el país le apuesten a una versión «en la que todos cabemos. Todos tenemos que ser responsables de nuestro desarrollo económico y tecnológico. Emprender no es no una acción romántica, no es escribir poesía. Es todo un viaje. Se sufre y se llora, pero aquí están dadas las condiciones porque el país es un laboratorio; un gran laboratorio cuando algo funciona bien».