Cuando Dios le habló en sueños hace un par de años a Linneth Potella, según recuerda, supo que la respuesta que tanto buscaba tras tantas plegarias había llegado a su fin con una palabra: Shaddai, que significa Todopoderoso o Que todo lo puede. Ese sería el nombre de su emprendimiento. Un proyecto con el que, gracias al discernimiento divino que también aspiraba, se convertiría en un canal de esperanza, trabajo y ganancia para algunas de las comunidades indígenas más necesitadas del Delta del Amacuro. Entre ellas, los Warao.
En hebreo, Shaddai es uno de los títulos que se usa para designar a Dios en el judaísmo. Sin embargo, para esta venezolana significa dos cosas: oportunidad y propósito. Gracias a la primera, trabajaría dignamente. La segunda, le permitiría abrirse camino en la ayuda social, generando más empleo entre los menos privilegiados.
Sombreros, carteras, monederos, sandalias, bisutería made in Venezuela y un sinfín de prendas más, servirían para apoyar su propósito: que el sello indígena venezolano sea reconocido en un país que se acostumbró a pasarlo por alto, dice, y cruzar latitudes llevando a cuestas la cultura y tradición de quienes fueron los primeros pobladores con reminiscencias formales y técnicas de la artesanía, orfebrería y alfarería prehispánica.
El discernimiento divino
Linneth Potella recuerda cuándo comenzaron sus oraciones a hacerse más frecuentes, más potentes. La depresión que sufría su madre, un cuadro que la desgastaba día a día y a pasos agigantados, fue el catalizador. Siendo una persona muy creativa, entendía que su progenitora necesitaba distraerse, ocupar su mente. Así, enfocándose en buscar algo que la ayudara a entretenerse, pidió sabiduría al Dios que, desde chiquita y según recuenta, nunca la desamparó.
Ni por arte de magia ni tan rápido como el chasquido de sus dedos, algo que hubiese anhelado en aquel momento, obtuvo resultados. Pero un giro de 180 grados estaría por cambiar el curso de su vida cuando comenzó a tener visitas inesperadas en su casa.
Viviendo en Delta Amacuro, resultaba sencillo encontrarse con muchos de los integrantes de las etnias que hacían vida en sus alrededores: además de los Warao, destacan los Caribes y Pariagotos, así como los Arawak. No obstante, tocar las puertas de las casas, no era tan común. Eso hizo un clic en Potella, al darse cuenta de que aquellos indios que caminaban con sus creaciones por el pueblo podrían ser los responsables del cambio que tanto necesitaba su vida.
«Quería ayudar también, no solo a mí, sino a los demás. Mi sueño era hacer algo que perdurarse en el tiempo también y, confidencialmente, collares con semillas de samuro y sombreros con lirios del Orinoco desfilaban por mi casa como diciéndome: haz algo con nosotros», destacó la fundadora de Shaddai.
De esta manera, terminó comprando algunas piezas, pocas, que ayudasen a su mamá en su proceso. «Y mi conexión nace ahí. Desde la comunidad siendo mi proveedora, trayendo mercancía a mi casa y, a su vez, customizar las piezas con costuras, hilos, y cualquier elemento de mercería disponible para decorar sombreros y carteras, que era lo que más se hacía entre las etnias. Así comenzó mi emprendimiento», señaló.
La valía de una comunidad
Potella es gerontóloga de profesión desde hace 15 años. «Me gradué en Falcón, en Coro, pero se me dio la oportunidad de trabajar en Delta Amacuro y, de hecho, ese fue mi primer acercamiento con las comunidades indígenas de adultos mayores», recalcó. «Pertenecí a un cargo nacional que me permitía trabajar de la mano con ellos. Les buscaba beneficios como pensiones con foco en la parte social, entre otras cosas. Allí nació el cariño por los Warao, por ejemplo, cuando los ayudaba con el tema de la distribución de alimentos y otros recursos. Siguen siendo las comunidades más desatendidas», describió. «No obstante, trabajan mucho para vender su arte. Desde sus casas hacen lo que pueden con sus manos y es cuando personas como yo entramos en el panorama, las compramos y las vendemos después», señaló.
En el caso de Shaddai, Linneth las decora y personalizan como factor diferenciador, pero la esencia sigue siendo la misma: vender la tradición, la naturaleza y la cultura de los indígenas de Venezuela.
Shaddai, actualmente, tiene en su stock piezas como sombreros, carteras, monederos, viseras y accesorios como pulseras, borlas, llaveros y collares en moriche. Además, Potella aprovecha su amor por las creaciones para combinarlas y elevar su significado.
“Tengo piezas también de la etnia Wayú, artesanías que, en conjunto, nutren el catálogo de nuestro emprendimiento”
La naturaleza en sus manos
Las etnias trabajan con una de sus principales materias primas, la Bora, una especie de lirio acuático que solamente hace vida en el río Orinoco, purificándolo. Es conocida también como: camalotte, buchón de agua, lechughin, tarope, tarulla o Reyna.
A través de sus curiaras, transporte oficial de las comunidades, salen a buscarla en horas de la mañana cuando el río baja y la flor flota. Después la extraen y se dirigen a sus hogares para disecarlas, exponiéndola al sol en el techo de sus chozas.
«Todo es manual, mecánico pero natural. Lo único que lleva es sol», señaló Potella. «Los Warao pasan hasta 15 días para que la Bora se endurezca, de esta manera, se vuelve tan resistente como el cuero», acotó. «Luego, para hacer sus manualidades, se pueden llevar medio o un día de trabajo».
La Bora es tan noble que se puede colocar donde sea y no se ensucia. «Se dobla y no se destruye ni se marca, es flexible. No se debe confundir con la paja porque la primera es absolutamente manejable y, como punto a favor, tiene la capacidad de absorber los efectos descontaminantes del ambiente, es decir, al usarse ayuda a eliminar bacterias coliformes, fósforo, nitrógeno, carbono y plomo. Usándola, somos agentes purificantes», resaltó.
«Usar una prenda de Shaddai es rendirle tributo a la ecología, resaltando la naturaleza que vibra contigo», manifestó su fundadora. «Es un estilo único y autentico, portando la gracia de Dios desde la cabeza hasta los pies», añadió.
Un emprendimiento, un aeropuerto
De este modelo de negocio que bautizó como indiscutiblemente especial, ha pasado apenas un año y 6 meses. «En enero de 2022 nacimos oficialmente, pero le dimos legalidad a la empresa en octubre», enfatizó Potella.
Ahí comenzaría a plantearse el mejor modo de venderlas que, al día de hoy, resultó ser el Aeropuerto Josefa Camejo, ubicado en Falcón.
«Cuando comencé a decorarlos, los publiqué en redes sociales y una amiga me dio la idea de ir a Coro en carnavales, pues en ese lado de la costa no se venden este tipo de sombreros», rescató. «Me fui con toda mi mercancía y el resto es historia. Estamos sembrando en tierra fértil, ya una vez que se abren las puertas del aeropuerto, no podemos volver atrás», afirmó.
Solo una tienda tiene el nombre de Shaddai al día de hoy. Sin embargo, también tienen piezas distribuidas en algunos centros comerciales del estado y poseen alianzas con la marca de Hoteles Paradise en el país, con presencia en Adícora, Margarita, Puerto La Cruz y Los Roques. «La idea, no obstante, es expandir las piezas en todas las cadenas hoteleras que se pueda», dijo.
Tiene planes de pisar Caracas y Los Teques, así como abrirse camino internacionalmente en Aruba, Curazao, Bonaire, lugares que se han mostrado interesados en Shaddai y con quienes ha mantenido conversaciones, aunque, por ahora, nada concreto.
Shaddai, un legado
Linneth Potella es la única que vela por Shaddai. No hay inversionistas o cofundadores en el proyecto y, según dice, espera que siga siendo así. «Me siento cómoda trabajando directamente con las comunidades. Somos una familia», subrayó.
«Debemos tomarlos en cuenta porque son parte de todo, venimos de ellos: somos sangre, tierra, aire, y más. Nos une la historia y nada nos puede separar», declaró. «¿Por qué darle más valor a Prada, Gucci o Chanel?», expresó. «Claro, son bellísimas las piezas, pero lo autóctono y aborigen, lo nuestro, también lo es. Incluso más».
Venezuela es un país para emprender, dijo, solo se deben dejar atrás los miedos. Cree que el venezolano debe enfocarse en el rubro que encaje con una necesidad y si no existe, se crea.
“Cuando eso se descubre y se entiende, todo es válido. Cualquier cosa que emprendas, se dará”
«Mi tema de los sombreros está asociado con playas o por temporadas, ¿qué hice yo? Tengo facturación todos los meses adecuándome a las necesidades de las personas. También me metí de lleno en el sector ganadero», aseguró. «Los sombreros los adaptamos y, si está baja la temporada de verano, la de ganadería y agricultura, está en alza», observó. «Creando una necesidad, Shaddai se diversificó».
Linneth Potella, al día de hoy, vive 100% de su negocio. Al igual que las etnias a las que le compra. «Hasta ahora tengo registradas 600 piezas que he distribuido», subrayó. «Este rubro me permite entrar en un mundo turístico, y ese jamás se acaba, lo que facilitará que nuestras piezas no sean vulnerables a la extinción y sean reconocidas por su valor y calidad ancestral».
Con Shaddai apunta a nunca olvidar su objetivo: darle valor a quien lo hace. «Siempre será lo primero. Nuestras etnias son lo más importante», señaló. «Hay muchas empresas que compran de la misma forma que yo, pero nunca muestran la cara de lo que hay detrás. Se llevan el crédito. Y eso jamás lo podría hacer yo porque son mi columna vertebral; darles valor a lo que hacen es lo mínimo que pudo hacer», rescató. «La idea no es darme a conocer a mí, sino a los Warao… Y a Dios, por supuesto».
Horarios
De domingo a domingo, desde que abre hasta que cierra el aeropuerto Josefa Camejo.
Precios
Los sombreros cuestan entre 15 y 25 dólares. «Dependiendo de la personalización, el color o las decoraciones. Nos adaptamos al estilo personal».
Las carteras, por su parte, están valoradas entre 30 y 40 dólares, también dependiendo del tamaño y la customización. Tienen artículos que van desde los $5 dólares entre los que destacan orfebrería y decoración.