En Venezuela, es muy común escuchar que un niño sueñe con jugar beisbol, el deporte más popular del país, pero a sus 13 años de edad, David José Lucena García, tiene un sueño distinto. En la comunidad rural llamada Caspo Centro, un caserío de agricultores ubicado en las montañas del municipio Andrés Eloy Blanco del estado Lara, en la región centro occidental de Venezuela, a David se le conoce entre sus vecinos como el Científico.
Integra una familia de agricultores que durante años ha vivido del café, que es el cultivo más arraigado en esa zona, y que mantiene un huerto para alimentarse. Estudia el tercer año de la secundaria en el Liceo “La Pastora”, y aunque lleva buenas calificaciones en casi todas las materias, asegura que su pasión “son las ciencias naturales, porque yo quisiera ser científico de las plantas”.
David, ha crecido con el huerto familiar como salón de clase y patio de juegos: “Siempre digo que lo que más me gusta de mi casa, es que aquí, se respira paz”. Cuando cumplió 10 años de edad asumió la responsabilidad de ir a diario a cuidar las plantas con su padre y su hermano mayor.
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La familia del Científico
La familia de David es beneficiaria del proyecto de fortalecimiento a la producción de la agricultura familiar que, desde junio de 2019, se implementa con 287 familias de ese municipio venezolano.
Una iniciativa de FAO que cuenta con el financiamiento de la dirección general de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la Unión Europea (ECHO), y que hace énfasis en fomentar la resiliencia de aquellas familias que se encuentran en situación de vulnerabilidad.
Las familias reciben insumos y asistencia técnica, para mejorar sus medios de vida y también su seguridad alimentaria y nutricional.
Un evento afortunado
Desde su primer día de trabajo, el Científico se interesó por las plantas medicinales, las más aromáticas de las que sembraron alrededor de la casa.
Le gustó percibir los aromas que desprende el huerto, tomaba hojas de las plantas y de cada una quería la utilidad. “Me gustó el olor, entonces le preguntaba a mi papá para qué servía cada una”, recuerda David.
Los padres saciaban la curiosidad del joven, pero él siempre quería conocer más. “Un día junté varias plantas, porque se me ocurrió hacer un purín. Maceré las hojas y cuando los usamos nos dimos cuenta de que corría a las plagas”, asegura David.
Pan de cada día
Ahora David enseña a sus vecinos, que además son compañeros en el proyecto, a preparar biocontroladores caseros, que no solo alejan a las plagas, sino que, como él mismo relata, ayudan “a desestresar las plantas”.
Los purines, explica David, se pueden emplear para “controlar las plagas en la siembra”, para mejorar la calidad del suelo y la cosecha.
Como ocurre en otros espacios, la comunidad de agrícola de Caspo enfrenta la dificultad de adquirir semillas porque, como describe Simón Lucena, hermano de David, “se volvieron inalcanzables. La mayoría eran transgénicas y servían para una sola cosecha, no podíamos reproducirlas”.
Dentro de las actividades del proyecto, la familia Lucena y sus vecinos conocieron de otras técnicas para mejorar los cultivos.
“Muchos aprendieron sobre la importancia de las semillas, ya que gracias a estas semillas que nos entregaron, ahora tienen su huerto en la casa, y no se preocupan tanto por el pan de cada día”, destaca Simón.
La ciencia y la agricultura no son antagónicas, ambas se complementan para beneficio de la humanidad. En las manos y los sueños de niños como David está un futuro sin hambre para los habitantes de este planeta.
Por Ernesto Navarro.