La única herramienta de control de precios que sigue vigente en todo el mundo, independientemente de la orientación política de los gobiernos, es la del salario mínimo. 90% de los países del mundo tiene una legislación que regula el piso de cuánto deberían ganar sus trabajadores.
El objetivo de tener un sueldo mínimo es tratar que los trabajadores tengan una remuneración que les permita sostener cierto nivel de vida. Sin embargo, resulta provechoso observar la remuneración mínima vital junto a otros factores relevantes, como el costo de vida y la productividad.
Para hacer un paralelo más representativo y aterrizado, en la Unidad de Análisis Económico de El Comercio se realizó un ajuste por paridad de poder de compra a los salarios mínimos de los países de América Latina.
Esto permite poner las cifras en una perspectiva práctica y el resultado se interpreta de la siguiente manera: si un trabajador peruano con sueldo mínimo alcanza una canasta de productos determinada, este ajuste nos permite saber cuánto tendría que ganar ese trabajador para comprar la misma canasta, pero viviendo en Estados Unidos.
El ejercicio muestra que el salario mínimo peruano, de 930 soles (278 dólares), se convierte en US$575 ajustando por paridad de poder adquisitivo. Esto significa que se puede comprar lo mismo con US$278 en Perú que con US$575 en Estados Unidos.
Paridad de poder de compra
Esta semana, Venezuela anunció un aumento de 375% de su salario mínimo, llevándolo a US$8 mensuales. Sin embargo, ese monto es demasiado alto para la realidad venezolana, que sufre los estragos de un proceso hiperinflacionario. Ello ha hecho que el costo de vida en Venezuela sea muy alto y el sueldo mínimo también.
Aplicando el ajuste explicado previamente, el salario mínimo en ese país es equivalente a tener un ingreso de US$30 millones en Estados Unidos, eso necesitaría ganar un trabajador para comprar lo mismo, pero viviendo en ese país norteamericano, según el estimado de la unidad de análisis del diario.
Si se realiza el mismo ajuste, Argentina –país con la segunda mayor inflación de la región– tiene el segundo salario mínimo más alto.
Así, un trabajador argentino que gana el sueldo mínimo de su país (US$303) mantendría su estándar de vida ganando US$1.060, si viviera en Estados Unidos.
En el caso peruano, el salario mínimo, sea ajustado por paridad de poder de compra o no, se ubica a media tabla a escala regional.
Diferencias en el bloque
La teoría económica y la evidencia empírica a escala mundial revelan un hecho clave sobre la existencia de los salarios mínimos: si se establecen en niveles muy elevados, pueden generar distorsiones importantes en el mercado laboral, como desempleo o empleo informal.
No obstante, ese no es el factor más importante para explicar cuánta informalidad hay en un país. Los datos de la Alianza del Pacífico dan cuenta de esto.
En primer lugar, si se compara el sueldo mínimo respecto del sueldo promedio, Perú tiene la cifra más distorsionada: los S/930 (remuneración mínima vital) representan 58% del ingreso promedio mensual en el ámbito nacional, que asciende a S/1.593, según el INEI.
En el caso de Chile, Colombia y México, sus sueldos mínimos equivalen a entre 52% y 51% del ingreso promedio.
Sin embargo, la informalidad laboral en Perú es sustancialmente más alta que la de los otros miembros del bloque.
Estudios para Perú revelan que la informalidad debería ubicarse en 40%, dado nuestro nivel de ingreso por habitante, pero la ineficiencia del mercado laboral explica que, en realidad, este indicador supere el 70%.
Y es que la última edición del Reporte de Competitividad del WEF da luces sobre lo mucho que debe mejorar el mercado laboral formal en Perú.
En una escala de 0 a 20 puntos, Perú tiene 03 en costos de despido y 05 en prácticas de contratación y despido. El resto de países de la Alianza del Pacífico no puntúan tan bajo como ese país. Por ejemplo, México tiene un promedio de 06 en ambas categorías y Colombia obtiene 08. Chile, en tanto, tiene una nota de 09.
Así, para el caso peruano, entre un salario mínimo relativamente más distorsionador y regulación inflexible, la tasa de informalidad persiste elevada.