ECONOMÍA

La angustia de vivir sin efectivo

por El Nacional El Nacional

Un nuevo tormento agobia a los venezolanos: la escasez de billetes con los cuales efectuar las transacciones más sencillas de su vida cotidiana como pagar pasaje en el transporte público o la reparación de unos zapatos, abordar un taxi, comprar un café o una empanada, dar una propina o socorrer una limosna. El gobierno y el Banco Central dejaron pasar los años sin actualizar el cono monetario y la acelerada inflación agudiza el problema y presagia más dificultades al llegar la época de Navidad y fin de año

Venezuela vive poblada de historias sobre la escasez de billetes: los jubilados que deben ir muchos días al banco a retirar de a poco su pensión, el quiosquero que adelanta efectivo a cambio del 10%, el viajero al interior que reúne dinero entre familiares para un pasaje que no acepta medios electrónicos de pago, los telecajeros fuera de servicio durante horas y días, los mesoneros y parqueros que han visto desaparecer las propinas porque los clientes andan sin billetes.
Cada semana, casi cada día, es más difícil acceder a efectivo, precisamente cuando producto de la inflación los bienes y servicios cuestan cada vez más y se necesita más dinero para pagarlos.
«El problema es que al cierre de octubre tenemos en papel moneda, en dinero impreso en billetes, 6,5% del total de la liquidez monetaria, mientras que el promedio desde 2008 hasta hace tres años, cuando no teníamos este drama del efectivo, era de 8,5% a 9%», señala el economista Luis Oliveros, profesor en las universidades Metropolitana y Central de Venezuela.
La liquidez monetaria (monedas, billetes, depósitos a la vista, de ahorro, bonos financieros y otros) alcanzó en octubre de este año 50,3 billones de bolívares (50,3 millones de millones), según el Banco Central, mientras que el dinero contante y sonante (billetes y monedas) no llegó a 3,2 billones, apenas algo más de 6%.
No existe una regla establecida o válida para cualquier país sobre la relación entre la cantidad de efectivo y la totalidad del dinero, pero Venezuela saldría del apuro si contase en billetes un 9% o algo más de 10% de su liquidez, pero eso, advirtió Oliveros, representa tener ya en papel moneda 1 billón de bolívares más, es decir, agregar al menos 500 millones de piezas con las nuevas denominaciones.
La perspectiva es que la situación empeore en las semanas y meses por venir si no se adoptan correctivos de fondo, porque la demanda de efectivo se multiplica con la inflación, 536% hasta septiembre, según la Asamblea Nacional, y calculada a más de 1.000% al cierre del año, y se acelerará este mes y en diciembre por ser meses tradicionalmente de mayor consumo, compras y pagos.
La economista Tamara Herrera, de la firma Síntesis Financiera, advierte al cierre de octubre: «Estamos entrando en la época del año en la que la masa monetaria se duplica y así disminuirá la cantidad de efectivo disponible en términos relativos. Solo para que la situación no empeore haría falta incrementar el efectivo en 7% semanal de aquí a diciembre, y eso no está ocurriendo».
Paradójicamente, todavía hay muchos billetes, pero con cada vez menor poder de compra, al punto de que muchos usuarios los llevan en bolsas o talegos, y no en monederos. Si se combinan las cifras del Instituto Nacional de Estadística y las del Banco Central, en Venezuela hay 477 billetes por habitante contra 36 en México o 55 en Colombia.

La causa

Economistas independientes coinciden en que el gobierno y el BCV se rezagaron en actualizar el cono monetario cuando la inflación, menor a 30% en la mayoría de los años hasta 2012, pasó a 51,5% en 2013 (cifras oficiales del ente emisor), 68,5% en 2014 y 180,9% en 2015. Solo este año entraron en circulación, escasamente, casi a cuentagotas, billetes con denominaciones entre 500 y 20.000 bolívares, mientras que la pieza de 100 bolívares fue objeto de desastrosas marchas y contramarchas para sacarla de circulación y luego prorrogar su validez por períodos breves, primero, y después de modo indefinido en 2017. Un resultado de no actualizar el cono monetario y mantener tantos billetes de baja denominación en medio de la inflación más alta del hemisferio. Oliveros considera que hubo negligencia de las autoridades «al no advertir los episodios de inflación que vive Venezuela desde hace varios años. Quisieron correr la arruga, en vez de actualizar el cono monetario imprimieron más billetes de a 100, quizás porque imprimirlos de mayor denominación equivalía a admitir que teníamos un problema inflacionario (el BCV ha dejado de publicar cifras de inflación)».
Un detalle es que la impresión de papel moneda es costosa. El de Venezuela es de calidad, e imprimir un billete cuesta alrededor de 10 centavos de dólar. Solo en los billetes de 100 bolívares emitidos entre 2008 y 2016 se gastaron 300 millones de dólares, según el diputado opositor José Guerra, ex director de la Escuela de Economía de la Universidad Central y presidente de la Comisión de Economía y Finanzas del Parlamento. La inflación es la gran causante de la mayor demanda y consiguiente escasez de efectivo, porque se le requiere para todos los pagos por bienes y servicios, muchos de ellos propios de la vida diaria, como ir a la bodega, al quiosco, a la cantina escolar o al camioncito que vende vegetales, y que no admiten otros medios de pago. 
O que esos medios no estén disponibles, comenzando porque 30% de la población no está bancarizada, es decir, no posee tarjetas de débito o crédito para pagar, y siguiendo con la escasez de puntos de venta, el daño en los artefactos para esas transacciones o simplemente los cortes de energía y «caídas del sistema» habituales en entidades bancarias.
La inflación, que este año puede cerrar hasta en 1.400%, según la firma Ecoanalítica, ha hecho que los precios se dupliquen cada cuatro meses en el bienio 2016-2017 y en alimentos la inflación se cifra alrededor de 50% mensual, según Oliveros. Como a la carestía se suma la escasez, poseer efectivo es una necesidad para cuando se presente la oportunidad de comprar un alimento o un producto de higiene a un precio que esté por debajo de los niveles en que lo ha colocado el disparo inflacionario o la especulación que practican revendedores como los llamados «bachaqueros».
Otras razones que propician mayor demanda y consecuente escasez de efectivo son la pérdida de confianza en la moneda, al ver que lo que valía 50 de repente pasa a costar 1.000, lo que desestimula el ahorro e impulsa a comprar y gastar, y a su vez alimenta el alud inflacionario. Por otra parte, se retiene dinero en efectivo para las compras y pagos que no admiten transacciones electrónicas, y para contingencias.
También para operaciones prohibidas o que súbitamente quedan colocadas en una zona gris entre lo legal y lo ilegal. Se usa efectivo para comprar divisas en el mercado paralelo. O se lo lleva a Colombia para allí cambiarlo a pesos y estos a dólares.

Las consecuencias

La consecuencia más vistosa es la incomodidad ciudadana para adquirir el efectivo que necesita, para emplearlo atinadamente, para soslayarlo como medio de pago apelando a los medios electrónicos e incluso para portarlo con seguridad cuando se trata de grandes cantidades de billetes en sus bolsillos. Pero también representa un problema severo para el conjunto de la economía, en particular en el área de comercio y servicios.
Miles y miles de pequeños comerciantes y prestadores de servicios carecen de puntos de venta bancarizados para su actividad. Los más visibles son los transportistas y quiosqueros, bodegas, cantinas escolares, camiones, grúas, reparadores de calzado y artefactos, mecánicos informales, caucheros, una larga lista a la cual añadir al propio Estado, pues las estaciones de gasolina que son su monopolio solo aceptan dinero en efectivo.
La presidente del Consejo Nacional del Comercio y los Servicios (Consecomercio) ha recordado además que «el sistema bancario venezolano tampoco se encuentra adaptado para tantos pagos virtuales cada día», amén de que los artefactos (puntos de venta) se dañan sin rápida reposición debido a que se trata de equipos importados y las importaciones se han desplomado debido al torniquete cambiario impuesto por el Estado. Todo ese cuadro que afecta los vasos capilares de la economía venezolana lleva a que «cada día cierren más comercios y empresas de servicios», dice Uzcátegui, con la consiguiente pérdida de empleos y caída general del producto interno bruto. Ese PIB que bajaría entre 12% y 14% este año, según la firma Ecoanalítica.
¿Qué hacer? 

La academia, gremios empresariales, entidades de la sociedad civil, Parlamento, organismos multilaterales y economistas independientes coinciden en que la solución comienza con la adopción de una política antiinflacionaria, y en la necesidad de corregir la distorsión que significa sostener un tipo de cambio oficial a 10 bolívares para algunos gastos y compras del Estado mientras hay otro tipo oficial valorado en varios miles y un mercado paralelo o negro ilegalizado.
Oliveros sostiene que solo una política antiinflacionaria que a la vez favorezca el abastecimiento puede despertar la confianza necesaria para que cedan situaciones de crisis como las que se presentan con el dinero en efectivo. En lo inmediato se requeriría la impresión de más billetes, pero de alta denominación y con valores nuevos, al menos de 50.000 y 100.000 bolívares, que puedan anticiparse a la escalada inflacionaria. Como si le escuchara, el presidente Nicolás Maduro anunció el miércoles 1 de Noviembre la entrada en circulación del billete de 100.000 bolívares que fue presentado por el mandatario nacional y en el que destaca una característica significativa: el diseño es igual al billete de 100 y no agregaron los tres ceros para diferenciarlo, solo se añade en letras la palabra «mil», al lado de cien.  
Guerra ha apuntado que la política antiinflacionaria que debe desarrollar el gobierno y el Banco Central tiene que comenzar por cesar la emisión de dinero inorgánico. La liquidez monetaria llegó a 50,3 billones (millones de millones) el 20 de octubre, después de que el 30 de junio era de 22,5 billones, al cierre de 2016 sumaba 19,4 billones y 2 años antes era diez veces menor. Hay mucha tela, dicho mejor, mucha plata qué cortar.