Aunque en unas fechas atípicas por culpa de la pandemia, estos días asistimos a uno de los rituales más característicos de todos los veranos: el Tour de Francia. Con él llegan las imágenes familiares, tantas veces repetidas, así como tópicos tales como “la serpiente multicolor”, “los esforzados de la ruta” y tantos otros.
Y, de manera sutil pero insistente, los periodistas nos van informando de los problemas de salud de los ciclistas, especialmente enfermedades respiratorias, trastornos digestivos y asma. Pero… ¿es que el ejercicio no es bueno para el sistema inmunitario?
Depende de la intensidad
La respuesta es doble: sí y no. Depende de la intensidad. Cada vez que realizamos un ejercicio de intensidad y duración moderadas (menos de 1 hora), se movilizan las células inmunitarias –incluyendo linfocitos citotóxicos y células NK (asesinas naturales)– y los anticuerpos. La consecuencia inmediata es que somos capaces de generar respuestas inmunitarias muy potentes frente a patógenos.
Por si fuera poco, el ejercicio moderado también aumenta la producción de citocinas antinflamatorias, que además de sus efectos intrínsecos tienen consecuencias más allá del sistema inmunitario. Concretamente, mejoran el metabolismo de la glucosa y de las grasas. Lo que implica que el sistema inmunitario y el metabolismo tienen puntos de conexión y beneficio mutuo.
Por el contrario, el ejercicio prolongado y de alta intensidad (por ejemplo, corredores de maratón o ciclistas), afecta negativamente al sistema inmunitario. Concretamente, produce daño muscular, que suele acompañarse de un ambiente inflamatorio generalizado y de estrés oxidativo. Como resultado, la función inmunitaria celular se ve disminuida, en especial en lo que se refiere a los linfocitos T, células NK y macrófagos, todos ellos imprescindibles para una correcta respuesta inmunitaria.
Como las catecolaminas (adrenalina y noradrenalina), también conocidas como hormonas del estrés, se secretan en cantidades excesivamente altas, provocan indirectamente la secreción elevada de corticoides. Unas moléculas con claros efectos inmunosupresores.
El resultado final es una inmunodepresión que puede mantenerse durante varios días tras la finalización del ejercicio. Los mecanismos de defensa del tracto respiratorio, piel, sangre, mucosas y músculos son los más afectados en los atletas.
El modelo de la J sobre protección de enfermedades
Maratón de los Ángeles, 1990. Un grupo de científicos investiga la salud de los corredores y se lleva una sorpresa: el 13% de los participantes en la carrera desarrolla un episodio respiratorio durante la semana posterior a la finalización de la prueba. Echando la vista atrás, descubren que un 40% de los corredores habían caído enfermos durante los dos meses de invierno previos a la carrera, es decir, el período de máximo entrenamiento. Estudios posteriores encontraron que el riesgo de enfermar era mayor en las mujeres.
El efecto que el ejercicio tiene en el desarrollo de enfermedades respiratorias puede explicarse fácilmente mediante el el modelo de la J.
Si representamos en un eje horizontal la intensidad del ejercicio y en otro vertical el riesgo de padecer enfermedad de vías respiratorias, vemos que el ejercicio moderado hace decrecer el riesgo hasta 50% (la curva baja, lo que implica que el sujeto está más protegido). Pero a medida que el ejercicio se hace más intenso, el riesgo de enfermar sube hasta 2-6 veces más que el del sujeto sedentario, situado en el extremo jota.
Esta inmunosupresión suele revertir tras un período adecuado de recuperación. De ahí la importancia de respetar los períodos de descanso tras ejercicio intenso. No hacerlo puede tener consecuencias muy negativas a largo plazo.
El asma de los ciclistas (y no solo de ellos)
El asma se caracteriza por la disminución del diámetro de los conductos respiratorios (broncoconstricción), lo que dificulta la respiración, y puede ser muy grave si estos se cierran completamente. Normalmente, lo desencadena la reacción alérgica que se produce cuando somos sensibles a pólenes, por ejemplo. Pero en el caso de los deportistas, casi siempre se trata de broncoconstricción inducida por el ejercicio.
En este caso no es que los ciclistas sean alérgicos, sino que la entrada masiva en los pulmones de aire seco –tan habitual en Francia en el mes de julio, cuando se suele celebrar el Tour– durante un ejercicio intenso y de larga duración provoca un entorno hiperosmolar en los pulmones, esto es, se produce una acumulación excesiva de sodio que sacará agua de los tejidos. Semejante pérdida de líquido desencadena un proceso inflamatorio, llevado a cabo por los mismos elementos que reaccionan en la alergia. De ahí que los síntomas de ambas patologías sean indistinguibles y se traten con los mismos medicamentos, algunos de los cuales pueden dar positivo en el control de dopaje.
¿Es bueno, entonces, ir al gimnasio?
Naturalmente que sí. El ejercicio moderado, no de élite, tiene los efectos protectores del sistema inmunitario y del metabolismo que ya hemos descrito. Y como además genera citocinas antinflamatorias, éstas contribuirán a prevenir enfermedades cardiovasculares como la arteriosclerosis, en las que el componente inflamatorio es muy importante.
Por si fuera poco, se empiezan a describir beneficios a largo plazo. Entre ellos mayor protección frente al desarrollo de tumores y menor inmunosenescencia, esto es, de las alteraciones del sistema inmunitario asociadas a la edad.
Así pues, como usted probablemente nunca subirá el mítico puerto del Tourmalet a pedales, el ejercicio solo le traerá beneficios.
Ignacio J. Molina Pineda de las Infantas, Catedrático de Inmunología, Centro de Investigación Biomédica, Universidad de Granada
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.