El 19 de noviembre de 1969, mientras un fallo en la retransmisión privaba al mundo del segundo alunizaje de la Misión Apolo 12, los brasileños estaban atentos de un acontecimiento aún más histórico para ellos: el gol 1.000 de Pelé.
Para Brasil y su «Rey», esa fecha no se podría haber elegido mejor. No en vano, ese día el pueblo celebra la institución de su bandera nacional, en 1889. Pelé, por su parte, conmemora el cumpleaños de su madre.
¿Qué mejor regalo para el país y para su protagonista que ese gol 1.000? Orgullo para los brasileños por poder contar con probablemente el mejor jugador de todos los tiempos y orgullo de Maria Celeste Arantes de ver cómo su prodigioso hijo entraba en la leyenda.
El destino, que a veces hace bien las cosas, impidió al número 10 del Santos conseguir ese hito 3 días antes en Salvador. Al final del encuentro contra Bahía, Pelé vio primero cómo su remate se estrellaba en el larguero y, más tarde, cómo su compañero Jair Bala le robaba un gol.
Pero a los más grandes artistas les pertenecen los más grandes escenarios. Y para algo así hacía falta el mítico Maracaná, teatro a la altura de la gesta, aunque una proeza puesta en entre dicho porque la cifra mágica de anotaciones incluye juegos no oficiales.
Escenas surrealistas
Las cámaras, que entonces grababan en blanco y negro, estaban listas para inmortalizar el acontecimiento en presencia de 80.000 personas que abarrotaban las gradas del estadio. Y no sería la lluvia la que aguara la fiesta.
En la primera mitad, O Rei ya rozó el tanto en varias ocasiones. Primero fue el arquero argentino Edgardo Andrada, más tarde acusado de asesinatos durante la junta militar de Argentina (1976-1983), quien desvió su disparo con el exterior del pie. Después, de nuevo el larguero, atajó su remate en una nueva tentativa.
«No marcarás hoy», le decían sus rivales a Pelé. Uno de ellos, Renê, se hizo incluso un autogol delante de su majestad.
Se acerca el final del partido cuando, en el minuto 78, Pelé es objeto de penalti. Más tarde, en su autobiografía, escribiría que «el penal es una manera cobarde de marcar» pero aquella noche daba igual. Alrededor de él todo su país miraba atentamente su ejecución y O Rei no tenía derecho a errar.
Se suceden a continuación, durante varios minutos, una serie de hechos surrealistas: sus adversarios se acercan al tirador para retrasar el lanzamiento; Pelé consuela al autor de la falta y un jugador del Vasco da Gama, con el balón en la mano, patea frenéticamente el punto de penal para intentar hacer un agujero o algún tipo de maleficio.
N°1.000 en la espalda
Finalmente, el árbitro colocó el balón sobre el lugar indicado y Pelé, tranquilo, con las manos en los costados, tomó carrera. Tras una «paradinha» marca de la casa, abre su pie y engaña a Andrada, que había leído bien su disparo. «¡Goooool!»
Mientras Pelé corre a abrazarse con el balón dentro de las redes, decenas de fotógrafos, periodistas y aficionados invaden el campo para festejar con el héroe, que acaba siendo alzado por la gente, con la pelota en las manos, mientras una nube de micrófonos intenta captar sus primeras palabras.
El momento es especial también para los compañeros del astro, todos alineados sobre la línea medular, que asisten felices al momento de euforia colectiva que se vive en el estadio. Cuando Pelé vuelve a tocar el gramado, se acerca y se abraza a ellos uno a uno. De nuevo aupado por su arquero, Pelé consigue por fin decir unas pocas palabras a los medios, dedicándole el gol «a los niños pobres de Brasil».
Es entonces cuando se le entrega una camiseta especial con el número 1.000 a la espalda que se pone inmediatamente antes de dar una vuelta de honor al estadio que se alarga casi 20 minutos ante los gritos de felicidad de miles de voces en el Maracaná.
Pero ¡hay que acabar el partido! Quedan 10 minutos que no le importan a nadie. Los espectadores dejan el campo sabedores de que han vivido un momento único que ocupará una página de oro en la historia del deporte.
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