Para Mark Spitz no era ni su primer oro ni su primer récord del mundo. Hubo otros y llegarían algunos más. Pero aquel martes de agosto de 1972 se sintió, por fin, intocable. Y decidió que era el momento de demostrarlo.
Spitz cumplió esta semana 70 años de edad y durante al menos 36 de ellos fue considerado el mejor nadador de todos los tiempos. Luego llegó un deportista sobrehumano llamado Michael Phelps y le desplazó de lo alto del escalafón.
Pero nunca obtuvo Phelps con sus 28 medallas el rédito que logró Spitz con un menor botín de 11.
Spitz, el deportista que más capitalizó
«No hay un deportista olímpico que capitalizase como yo esa oportunidad», afirmó el nadador de Modesto (California) al referirse a los millones de dólares que le reportaron sus éxitos olímpicos. «Un millón de dólares en 1972 era como 10 millones de ahora», dijo cuatro décadas después.
La historia de aquel enriquecimiento comenzó con una foto de Mark Spitz descalzo y con unas zapatillas en la mano, tras ganar en los Juegos de Múnich la medalla de oro en los 200 m libre con récord mundial de 1:52.78, tercera vez en la cita de 1972 que lograba la victoria.
El norteamericano se presentó en el podio con los pies desnudos pero con unas inconfundibles Gazelle, el célebre modelo de Adidas, colgando de la mano. En plena etapa del ‘amateurismo’, la marca de las tres bandas se plantó en lo alto del Olimpo de la mano del deportista del momento sin pedir permiso a nadie.
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Desafió las normas olímpicas
Spitz dejó las zapatillas sobre el suelo cuando sonó el himno de su país, pero luego las recuperó y con ellas entre los dedos alzó el brazo para saludar al público. Sin soltarlas, abrazó a sus compañeros en el podio y se dejó fotografiar sin miedo. Todo un desafío a las normas olímpicas que vetaban cualquier tipo de publicidad por parte de los héroes de los estadios.
Según alegó el nadador, él mismo se había comprado las zapatillas meses atrás, sin acuerdo alguno con el fabricante. Y las llevaba en la mano porque no le había dado tiempo a ponérselas.
Otra versión afirma que entre los muchos que no se tragaban el cuento del ‘amateurismo’ estaba Horst Dassler, hijo de Adi Dassler, fundador de Adidas. Y que el joven empresario convenció a Spitz para que llevase unas zapatillas de su marca en la mano, de modo que los pantalones no las tapasen y se distinguieran bien.
Dassler vio en el único nadador que llevaba bigote, porque eso le hacía sentirse único, a un valiente capaz de ser también el primero en traducir sus medallas en dinero.El gesto no pasó desapercibido para nadie.
El COI miró de momento para otro lado, pero un reclamo de la Unión Soviética le obligó a entrar en el asunto. Los dirigentes del deporte mundial, con otro estadounidense, Avery Brundage, a la cabeza, concluyeron que no había mala fe por parte del deportista. Y temieron el escándalo que habría supuesto la descalificación de Spitz, que ganó en aquellos Juegos siete medallas de oro, lo nunca visto.
Septiembre Negro atacó la Villa Olímpica
Horas después de que Spitz terminase su participación en Múnich, el grupo terrorista Septiembre Negro entró en la Villa Olímpica y tomó como rehenes a miembros del equipo israelí.
El nadador, judío, fue sacado de la ciudad a toda prisa. En cuanto salió de Alemania anunció su retirada, con solo 22 años de edad, y firmó un acuerdo con Dassler. El alemán desarrolló una nueva firma de bañadores bajo el nombre de Arena y, sorpresa, Spitz fue su imagen. El primero de sus muchos negocios. Ya podía firmar contratos publicitarios a cara descubierta, y bien que lo hizo.
Cuando Spitz llega a los 70 años de edad,el deporte olímpico no se entiende sin las marcas. A las puertas de la edición de Tokio 2020, los atletas mantienen con sus firmas una relación tan estrecha como la que mantienen con sus entrenadores. A nadie se le escapa que sin ellos no podrían ganar ni medallas ni dinero.